La espiral del triángulo

La espiral del triángulo

Una simple espiral plateada en forma de triángulo equilátero. Sofía se toca la marca de su muñeca derecha con nerviosismo mientras mira por la ventana. Su reloj marca 11 de febrero de 2037. El cielo de Madrid está cubierto de polvo gris. Todo es gris en la ciudad. De Madrid al cielo se solía decir antes de que la contaminación se hiciese con el dominio de la capital, extendiéndose como una masa sin fin que lo invade todo y a todos. El cielo de Madrid ya no se puede ver. Sofía está sentada en un taburete del bar de un hotel. Se encuentra en la planta 32 de uno de los enormes rascacielos oscuros del Nuevo Chamartín. Su pelo de color rosa pálido atrae las pocas miradas que quedan en el ambiente nocturno del bar, mientras sus ojos azules intentan vislumbrar el exterior a través de las enormes cristaleras. Sin embargo, son las siete de la tarde de un día de invierno y la oscuridad de fuera sólo le devuelve su reflejo. Juguetea con sus dedos en la mesa mientras espera a su cita. Lleva varias semanas hablando a través de una aplicación con Jaime y esa noche por fin han quedado. Su móvil se ilumina anunciando que ya está a menos de 300 metros. ¡Qué complicadas son las relaciones! Ahora ya casi nadie tiene pareja, muchos ya ni la buscan, pero ella ansía el contacto humano. Siente que las pantallas se interponen entre las personas. Al principio fueron un puente pero, con el tiempo, se han ido convirtiendo en un muro cada vez más alto. Especialmente después del virus y del miedo. Las pantallas se volvieron búnkeres y las relaciones personales nunca se lograron recuperar del todo con la misma naturalidad de antes.

    —¿Sofía? Soy yo, Jaime —escucha a su espalda, mientras le tocan el hombro.

Sofía tiene el presentimiento de que algo no va a ir bien pero, a pesar de todo, se gira y sonríe, bajándose la manga de la chaqueta para ocultar su marca. Jaime es tal y cómo había visto en pantalla. Alto, atractivo y con unos absorbentes ojos negros. Lleva un traje oscuro y ceñido al cuerpo de Techleather el nuevo material que no paran de anunciar a todas horas. Eso le pone un poco nerviosa, creía que se trataba de alguien menos convencional. 

En cualquier caso, Jaime se sienta a su lado y poco a poco va fluyendo la conversación entre ellos. Sofía se va sintiendo más relajada. Hace tiempo que no conectaba tanto con alguien y aunque le acaba de conocer en persona, siente que puede hablar con él de cualquier cosa durante horas. A los dos les vuelve locos la música. Incluso coinciden en su canción favorita “Amor con 1’s y 0’s” de Dj Quantico, la última inteligencia artificial que a los dos les tiene fascinados. Sofía no podría haber deseado que fuesen mejor las cosas. Pero, entonces, Jaime comienza a hablar del pasado, de anécdotas de su infancia. Sofía se queda cortada y no sabe qué más decir… Ella no tuvo infancia… La conexión se rompe y se hace el silencio entre los dos mientras Sofía vuelve a tocarse la muñeca con nerviosismo. La tensión enrarece el ambiente despreocupado de hace tan sólo unos instantes. Sofía siente que no puede permanecer allí ni un minuto más. Siente que va estallar.

    —Perdona, tengo que ir al baño —musita y se aleja apresuradamente.

Ya en el baño se mira en el espejo, su melena rosa pálido y sus ojos azules la observan desde el otro lado. Su vida está llena de vacíos, piensa, mientras baja la mirada y se toca la marca del triángulo en espiral. Se muerde el labio inferior y tira de la chaqueta gris para intentar ocultarla. De pronto se escuchan algo amortiguados los primeros acordes de su canción favorita. ¡Está sonando en la sala! ¡Su canción favorita! La de ella y la de Jaime, la que les unía. Siente que es una señal y vuelve a levantar la mirada. Esta vez le gusta la imagen que le devuelve el espejo. Una sonrisa aparece en su rostro mientras recobra la seguridad en sí misma y decide volver a la sala… incluso sin la chaqueta puesta.

Al regresar, su mirada se cruza con la de Jaime y ambos sonríen. Es el momento. Tiene que ser ahora. Sofía cruza la sala hasta detenerse a pocos centímetros de él y acerca su mano a la cara de Jaime para besarle. Entonces, él la detiene bruscamente reteniéndola con fuerza por la muñeca.

    —¿Qué pasa? Pensaba que te gustaba…

    —No sabía que eras de ésas —comenta Jaime señalando el triángulo en espiral de la muñeca de Sofía.

    —¿De cuáles? —pregunta Sofía con tristeza a pesar de que ya sabe la respuesta.

    —De las MIA. ¡Me has engañado! —responde Jaime a medio camino entre la indignación y la repulsión.

    —¿Tú eres humano? Nunca me lo dijiste tampoco —se atreve a replicarle Sofía.

    —Me voy. No pienso perder un segundo más contigo. No quiero acabar siendo un adicto a ti y que me destroces la vida. Conozco demasiadas historias sobre vosotras.

Jaime se aleja sin mirar atrás ni un instante y Sofía se queda sola otra vez, con la contaminación que inunda la ciudad como única compañera. No entiende por qué la crearon los humanos, si ahora la repudian. No entiende para qué le dieron los mismos derechos, si luego lo único que recibe de su parte es desprecio. No es justo y cree que ya ha tenido suficiente. En ese preciso momento Sofía decide que dejará de intentar integrarse entre los humanos, a partir de ahora empezará a vivir su propia historia. Coge un cuchillo que hay sobre la barra y, con él, comienza a dibujar una planta brotando sobre la espiral triangular del logotipo de la marca que la creó. Esa marca siempre formaría parte de ella, pero ella sabía que era mucho más que la espiral del triángulo.

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