Evolución, por Gregoria S.

Evolución, por Gregoria S.

Cuando me desperté esta mañana después de un sueño intranquilo, me encontré sobre mi cama convertida en una monstruosa criatura. Era enorme y fea, con la piel blandengue. Tenía cuatro gruesas extremidades — ¡sólo cuatro! — y una cabeza grande como separada de mi cuerpo. Me levanté y sorprendida me vi caminando en dos patas. Pero ¿qué es esto? me pregunté y en ese momento me desperté. De verdad. Estaba soñando.

No he podido sacudirme esa pesadilla de mi cabeza y por más que trato de poner atención en clase, vuelvo siempre a ese sentimiento tan ajeno de ser una criatura repugnante. ¿Cómo serían los bípedos?, ¿cómo vivirían? No me imagino ser un gigante con armazones, esas estructuras duras dentro del cuerpo. ¿Tendrían antenas?, ¿cómo era su caparazón blando?, ¿de qué color?, ¿tendrían plumas como los pequeños plúmidos? ¿o estarían cubiertos de pelusa como los peludos?

En el recreo fui a la biblioteca a buscar un libro de prehistoria. Encontré el que alguna vez nos comentó la profesora de primaria: Los bípedos, gigantes terribles: la vida en la tierra hace 60 millones de años y pasé el resto del recreo leyendo. Ya sabía casi todo lo que dice el libro, la verdad es como para niños. Me acordé de las figuritas de bípedos que me regaló mi papá cuando era pequeña ¿dónde estarán? Eran de colores aburridos, gris, verde sucio y anaranjado opaco (¿de qué color serían en realidad?), feos y terribles, con esos dientes duros como los de los pequeños cuadrúpedos, solo que más grandes. Se paraban perfectamente en dos patas, pero no tenían alas como los plúmidos. Tenían dos brazos y cinco terminaciones alargadas en cada uno, probablemente garras peligrosas, que con mi hermano pequeño usábamos como dagas en nuestros juegos de peleas feroces entre bípedos y otros animales, no por nada eran los más sanguinarios. Dice el libro que eran criaturas violentas y que eran los reyes de su tiempo, por eso su nombre científico es Dentíferox rex, que significa: los reyes de dientes feroces.

Al final del recreo tuve tiempo de sacar otro libro: ¿Qué sabemos de los Dentíferox? Y al ojearlo me encontré con un capítulo que decía: “Inteligencia: el arma secreta”, me llamó tanto la atención que me quedé toda la clase de religión leyendo a escondidas. Por los últimos descubrimientos se sabe que construyeron ciudades enormes y cambiaron tanto su ambiente, que sus fósiles están aislados, a pesar de que se han encontrado otros peludos dentíferox, cuadrúpedos ¡incluso más grandes que los bípedos! con dientes enormes y garras, que vivieron en la misma era. ¡Uff¡ no entiendo cómo pudieron ser los reyes entonces. Pero el libro dice que fue su único cerebro lo que les ayudó a dominar a los otros y que al final eso fue también lo que los destruyó y casi acaba con todo el planeta. Eso me dejó tan impresionada que no me dí cuenta de que el profesor me estaba mirando y haciendo alguna pregunta: «Gregoria, ¿se puede saber en qué planeta anda?»— me dijo mientras se acercaba. Cuando vio el libro torció el gesto y me lo quitó de las manos, «a ver, si estaba tan interesante, díganos ¿qué es lo que no sabemos de esas criaturas?»— preguntó en tono sarcástico. Yo traté de explicar aquello de que sólo tenían un cerebro pero eran inteligentes y que provocaron su propia destrucción, pero me interrumpió sacudiedo los brazos y las antenas, diciendo «No, no, no. Esas teorías absurdas de los “científicos” (hizo con dos tarsos unas como comillas en el aire) hay que cortarlas de raíz. La Hecatombe fue la ira de Dios que terminó con un mundo lleno de maldad y pecado. Y no fue hace millones de años, sino hace 9.000, tal como está escrito en el Libro del Creador. Eso de que hemos evolucionado de los bichos es indigno, Dios nos creó tal como somos ahora». Y allí se quedó la cosa, porque me quitó el libro.

Sólo hasta la hora del almuerzo pude recuperarlo. Me tocó ir a Disciplina a recogerlo y firmar una reprimenda, pero bueno, al menos no me tocó dejarlo hasta mañana, tengo muchas ganas de leerlo hoy. Decidí sentarme a leer mientras comía pero Paquita y Carmelo se sentaron conmigo.

—¿Qué lees?— me preguntó Carmelo salpicando papilla de bichi-volador a toda la mesa.

—No hables con la boca llena, puerco— le dijo Paquita usando delicadamente sus pinzas para llevarse las hojas de frondosas a sus mandíbulas.

—Un libro sobre los bípedos— le contesté distraidamente mientras sorbía un jugo de hebras de tierra.

—Yo no puedo creer que fueran tan grandes o nosotros tan pequeños como dicen ¿No más grandes que un tarso de garra de bípedo? Noooo, ¡imposible!— dijo Carmelo balanceando su tórax de un lado a otro.

—A mí me parece asqueroso lo que dicen— Carmela comentó abriendo y cerrando mucho las mandíbulas— que somos primos de los armaduros que se comen los desperdicios ¡guácala! Yo no puedo creer eso.

—Esperen que este libro está super interesante. ¿Sabían que había otros animales aún más grandes que ellos?

—¡Si!, yo el otro día vi un documental que hablaba de los lagartos plúmidos. Creo que los llaman los Avisaurios —comentó emocionado Carmelo.

—Yo hablaba de los cuadrúpedos peludos de la misma época, pero sí, ¡los avisaurios eran la cúcara!, mucho más feroces que los bípedos. Yo no sabía que eran taaaan grandes. Imaginen esto: los bípedos eran el doble de nosotros y parece que los avisaurios más grandes, eran hasta 20 veces más grandes.

—No me gustaría vivir en ese mundo, ¡qué horror! ¿Se imaginan una pelea de Dentíferox y Avisaurio?— dijo Paquita frotando un poco las alas haciéndolas sonar: Brrrr.

—No, dice el libro que los avisaurios se extinguieron antes de que los bípedos existieran, hace como 130 millones de años. Como que los pocos fósiles que se encontraron juntos era porque los bípedos los tenían en sus ciudades y probablemente tenían museos, como los nuestros.

—Queeee, no friegues, ¿ahora me vas a decir que los bípedos eran como nosotros? y ¡qué! ¿También iban al colegio y usaban pantallas? ¡cómo no! ¡Eso no se lo creen ni los chupones!—dijo Carmelo escéptico, echándose para atrás en sus patas traseras.

—Sí, eso es exactamente lo que dice el libro— respondí ofendida por su actitud.

—Oigan, ¿saben lo que pasó ayer en el capítulo de Sobreviviendo entre aquaterras?— terció Paquita, como siempre que se avecinaba un conflicto— que Meli y Turmo lograron matar un aquaterro saltarín de ojos grandes con sus propios tarsos. Casi no pueden porque se les escapaba, con esa asquerosa piel resbalosa que tienen.

—¡Si, lo vi! — contestó Carmelo emocionado—. Fue épico, el jabonoso casi le arranca las patas a Turmo con su lengua relarga, ¡y saltaba casi por encima de las cabezas de todos, con las súper poderosas patas!

Yo dejé que siguieran hablando del programa y me quedé pensando en todo eso de los fósiles. ¿Por qué se extinguieron los avisaurios? ¿Y por qué se extinguieron luego los bípedos y casi todos los otros animales grandes de esa época? Definitivamente seguiré leyendo el libro después del colegio —pensé— quiero saber qué fue lo que pasó con ellos.

Cuando llegé a la casa mi madre estaba trabajando en su pantalla. «¿Cómo te fue en el colegio?»— me preguntó sin dejar de mirar lo que hacía. «Bien»— contesté y corrí a encerrarme en el cuarto a seguir leyendo. En el capítulo de «¿Hecatombe o autodestrucción?» decía que han descubierto en los fósiles que el clima de la tierra cambió y subió la temperatura. También han encontrado muchos químicos tóxicos en las capas geológicas de esa época, y radiaciones que no se pueden explicar. Parece que todo eso junto provocó muchos desastres naturales que acababaron con casi todas las especies de animales y plantas. Solo los animales pequeños sobrevivieron.

—¡A comer!— llamó mi padre desde las escaleras

Bajé pensativa con la cabeza llena de nuevas ideas y preguntas. Durante la cena les comenté esto que sabía ahora sobre los bípedos. Cuando dije que eran inteligentes, mi madre se rió. Yo pensé que era porque siempre pensamos que lo antiguo no puede ser acertado, como cuando nos maravillamos de lo que sabían los científicos de hace 500 años. Pero mi madre se rió de nuevo cuando le dije esto. «Si fueran tan inteligentes no hubieran causado su propia extinción ¿no?» —me dijo sonriente. Yo no supe que decir y a la larga me pareció lógico. Aún así seguí pensando en ellos pues había tantas cosas que me inquietaban, tantas coincidencias con nosotros y que nadie más parecía captar, pero que no podía poner en palabras en ese momento.

Después de cenar volví a mi cuarto a seguir leyendo y reflexionando. La pesadilla de la mañana parecía muy remota ahora que me había familiarizado con los bípedos, y a medida que leía los sentía más y más semejantes a nosotros. O tal vez el hecho de estar despierta a medianoche, en el silencio y la soledad de mi cuarto me hacía sentirlos cerca. De todas maneras, muchas cosas que creía antes se derrumbaron. Yo hasta ahora pensaba que la tierra había sido creada para nosotros, pero entender tantas cosas de las especies del pasado me ha hecho pensar y ahora dudo. Saber que la tierra tiene esa historia tan antigua y que varias veces algunos animales que vivieron por millones de años se han extinguido, me hace sentir que no somos esos seres especiales. ¿Pensarían también ellos, los bípedos, que eran los reyes de la creación?

Saber que se extinguieron a pesar de su inteligencia me asusta, porque a lo mejor la tierra se va a deshacer de nosotros de la misma manera. Si ellos mismos se destruyeron viviendo como vivían ¿qué nos espera a nosotros? Ya los Fatalistas lo predicen con el cuento de los desechos tóxicos, del uso de los combustibles fósiles, los animales desapareciendo… Yo no sé, pero ahora que aprendí tanto acerca de los bípedos y del pasado, me parece que sé más acerca de nosotros mismos y nuestro futuro. ¿Será que somos apenas otro experimento de la naturaleza, como dice el libro?

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