SIEMPRE NOS QUEDARÁ PARÍS

SIEMPRE NOS QUEDARÁ PARÍS

Pocos meses después acabó la guerra. Mientras Europa atravesaba calamidades que tardarían años en cicatrizar, en Casablanca la vida seguía como si nada hubiera pasado. Volví a abrir el café y seguí ofreciendo copas, cenas, música para acompañar y juego, pagando la correspondiente cuota al capitán Renault.

Yvonne volvió junto a mí. Dejó de ser esa chica perdida en su laberinto, para convertirse en mi mujer. En la señora que oficiaba de maestra de ceremonias en el afamado Café de Rick. Siempre fue generosa conmigo, se entregó a mí sin pedir nunca nada a cambio. Y la verdad es que fueron años felices. Sin embargo, nunca conseguí olvidar a Ilsa. Tampoco quería. Su recuerdo era ese clavo al que agarrarme cuando miraba en mi interior y veía el vacío de mi vida. A pesar de Yvonne, sentía la soledad presente y futura. Ese recuerdo me permitía entretenerme en divagaciones sobre cómo habría sido mi vida junto a Ilsa.

Una mañana mientras desayunábamos, Yvonne ─que siempre conservó un carácter alegre y despreocupado─ me propuso pasar unos días en París. Quería pasear por sus bulevares, visitar el Louvre, sentarnos en sus cafés, ir al Moulin Rouge, perdernos por el barrio latino. Aunque el recuerdo de París me producía un cierto desasosiego, por otra parte me apetecía volver. Unos días después aterrizábamos en el aeropuerto de Orly y nos alojamos en un hotel, cerca de la Ópera. Los estragos de la guerra habían desparecido del paisaje y París volvía a ser esa ciudad que te atrapaba por su luz y la alegría de sus calles.

Al día siguiente, después de haber paseado por los Jardines de Luxemburgo y el barrio latino, nos sentamos a comer en la terraza del Café de Flore. Me había quedado sin cigarrillos, así que entré en el salón a comprar una cajetilla de tabaco. Me dirigí al extremo de la barra donde estaba el tabaco y la caja. Iba distraído, contando las monedas, y al levantar la vista la vi. La reconocí a pesar de que estaba de espaldas. Cuando se ha amado intensamente a una persona, se recuerda todo de ella a pesar de que hayan pasado los años. Estaba hablando con un camarero. Al darse la vuelta me vio y se quedó parada. Nos estuvimos mirando unos instantes eternos, en silencio, escarbando en nuestros recuerdos. Después nos aproximamos despacio. Me abrazó con fuerza y yo hice lo mismo.

─¿Qué haces aquí? ─pregunté.

─Trabajo aquí, soy la cajera. ¿Y tú? ¿Cómo es que estás en París?

─Estamos de viaje de placer.

─¿Estamos?

─Si. Yvonne y yo hemos venido a pasar unos días. ¿Te acuerdas de ella? Venía por el café y fuimos novios unos meses. Después de tu partida volvimos a estar juntos.

─Acabo unas cosas en la caja y salgo un momento a sentarme con vosotros.

─¿Y Laszlo?

─Murió hace dos años. Luego te cuento. ¿Querías algo?

─Si, una cajetilla de tabaco.

Salí a la terraza y le conté a Yvonne el encuentro. Torció la comisura de los labios. Era la señal de que aquello no le había gustado. Sabía lo que Ilsa representó para mí en el pasado y ese encuentro sería como resucitar viejos fantasmas.

A los pocos minutos salió Ilsa. Yvonne se levantó y se besaron. Ilsa se sentó con nosotros. Le pregunté por Laszlo. Nos contó que después de llegar a Lisboa tomaron un barco rumbo a México y que con la ayuda de exiliados españoles consiguieron instalarse. Laszlo encontró trabajo en los talleres de un periódico de la capital federal, mientras ella colaboraba en la organización de actos de los exiliados. Animado por el jefe de opinión del periódico, que conoció su pasado, Laszlo comenzó a escribir una columna semanal y, además, se puso a la tarea de preparar un libro sobre su paso por el campo de concentración nazi. Aunque no tuvo mucha difusión, eso le abrió la puerta a colaborar en una revista de información política y ampliar su agenda de contactos. Todo esto les permitió poco a poco construir una vida tranquila y crear un círculo de amistades. Sin embargo, un día que Laszlo se dirigía a un acto del exilio español, un vehículo chocó con el taxi en el que viajaba. Falleció al instante.

─¿Y te viniste a París? ─preguntó Yvonne.

─Aunque tenía amistades, nada me ataba a México salvo el recuerdo de Laszlo. Pasados unos meses vendí todo cuanto teníamos, que eran pocas cosas, y me vine a París. Vivo en una buhardilla y trabajo en el café.

Nos preguntó por nuestra vida. Le contamos resumidamente que estábamos juntos y que volvimos a abrir el café. La vida nos iba bien. Me pareció observar un gesto de cierta melancolía en su cara. También nos preguntó por Sam, por el capitán Renault y por el señor Ferrari.

─Sam emigró a los Estados Unidos y toca el piano en el quinteto de un conocido saxofonista de jazz. El capitán Renault se jubiló, sigue viviendo en Casablanca y viene de vez en cuando a vernos y el señor Ferrari continúa haciéndome la competencia, pero nos llevábamos bien. De hecho fue quién nos recomendó el hotel en el que nos alojamos.

─Disculpadme, pero tengo que volver al trabajo ─dijo Ilsa levantándose de la mesa─. Antes de que regreséis a Casablanca pasaos por aquí y nos despedimos.

Yvonne y yo nos miramos y aceptamos la invitación.

Cuando acabamos la comida y pagamos, nos levantamos para ir a despedirnos de ella. Mientras Yvonne se fue al aseo, Ilsa me preguntó en qué hotel nos alojábamos. Se lo dije.

─Salgo a las ocho. Me gustaría que vinieras a buscarme. Te esperaré ─contestó.

Pasados unos días, una noche cuando llegamos al hotel, el recepcionista nos entregó las llaves de la habitación y un sobre a mi nombre. Lo abrí y dentro había un papel firmado por un tal Monsieur Laurent. Me decía que era amigo del señor Ferrari, el dueño del club que me hacía la competencia en Casablanca y que estaba interesado en hablar conmigo de negocios sobre el Café de Rick. Me citaba al día siguiente en el restaurante Montparnasse 1900, a las ocho y media de la noche.

─¿Quién es ese señor Laurent? ─preguntó Yvonne.

─Un amigo del señor Ferrari ─contesté.

─¿Y cómo sabe que te alojas aquí?

─Acuérdate de que fue el señor Ferrari el que me recomendó este hotel y el que se encargó de hacer la reserva.

─Es verdad. ¿Irás a ver al señor Laurent?

─Si. Tengo curiosidad por ver que me propone.

─¿Te acompaño?

─No. Vamos a hablar de negocios y te aburrirás.

Al día siguiente visitamos el Museo del Louvre y después comimos en un bistró en el barrio del Marais. Luego fuimos paseando hasta el hotel para descansar. A eso de las ocho nos despedimos. Tomé un taxi hasta el restaurante. Al bajarme, allí estaba Ilsa, esperándome con la cabeza ligeramente ladeada y mirada tierna. Nos abrazamos.

─Bésame Rick. Lo llevo deseando quince años.

Sujeté su cara entre mis manos y nos besamos. Luego la cogí por la cintura y entramos en el restaurante. Tenía una preciosa decoración art-decó. Nos acomodaron y nos trajeron la carta.

─¿Por qué no volviste a Casablanca? ─pregunté.

─Me temía que no estuvieras sólo.

─Siempre te estuve esperando. Pero comprendía cómo estaban las cosas.

─A Laszlo le quería, pero no he dejado de pensar en ti ni un sólo día en todos estos años.

─Siempre te eché de menos.

El camarero nos interrumpió para preguntarnos si habíamos decidido que queríamos cenar. Nos excusamos y nos pusimos a leer la carta. Le llamé y pedimos la cena.

─Laszlo siempre me trató bien pero, más que amor, era lealtad lo que sentía hacia él. Por eso cuando te encontré en Casablanca no pude quedarme contigo a pesar de que lo deseaba con todas mis fuerzas.

─Te comprendo. Pero sé que el único amor que he tenido en mi vida has sido y serás tú. Parece como si el destino estuviese jugando con nosotros. Es la segunda vez que nos encontramos y no podemos continuar el camino que una vez se abrió en nuestras vidas. Quizás estemos destinados a no estar juntos, a pesar de que nos amamos con locura.

─Pero ahora tenemos una oportunidad.

Acabamos la cena. Salimos y paseamos por el bulevar. Al fondo se veía el perfil iluminado de la Torre Eiffel. Caminábamos abrazados en silencio. En una esquina, sin apenas luz, nos besamos apasionadamente, como la primera vez.

Al filo de la medianoche paramos un taxi. Nos montamos y le indiqué al taxista que nos llevara al domicilio de Ilsa. Al llegar, nos dimos un beso antes de que se bajara. Le pedí al conductor que me llevara al hotel. Yvonne dormía. Me desvestí sin hacer ruido y me metí en la cama.

─¿Cómo ha ido la reunión? ─me susurró Yvonne.

─Bien. Quiere comprarme el local. Le he dicho que lo tengo que pensar con calma. Es posible que antes de irnos me reúna otra vez con el señor Laurent.

─¿Estaba sólo?

─Si. ¿Por qué lo preguntas?

─Hueles a perfume de mujer.

─No sé. Sería la mesa de al lado. Había dos parejas y la verdad es que una de las mujeres tenía un aroma muy fuerte.

─Podríamos ir a cenar tú y yo a ese restaurante.

─Lo tenía pensado. Mañana reservo una mesa para cenar.

Nos dimos un beso de buenas noches. No dormí. Evocaba las palabras y los gestos de Ilsa. Pensaba en nosotros y me preguntaba por qué el destino tuvo que decidir sobre nuestras vidas, en vez de decidir nosotros nuestro destino.

En los días siguientes recorrimos París viendo monumentos y callejeando. Yo trataba por todos los medios de disimular la melancolía que se alojó en mi corazón. El último día fuimos a la Torre Eiffel. A Yvonne le hacía ilusión subir. Al llegar al último piso nos asomamos para comprobar que París estaba a nuestros pies. Nos besamos. Dimos un paseo por Los Campos de Marte y después tomamos un taxi para ir al Café de Flore a comer y a despedirnos de Ilsa. Al llegar ocupamos una mesa en la terraza y entré a decirle que estábamos fuera. Me dijo que saldría en cuanto tuviera un momento libre.

Comimos mientras hablábamos de los días que habíamos pasado en París, de lo que habíamos visto y de volver otra vez pasado un tiempo. Pedimos café y al instante vino Ilsa. Nos preguntó cuándo partíamos y le dijimos que a la mañana siguiente. La invitamos a venir a Casablanca, sabiendo que nunca lo haría. Nos pasó una tarjeta con su dirección y nos pidió que la escribiéramos. Nos levantamos, Ilsa nos besó y se despidió para volver a la caja. Nosotros caminamos por el bulevar y las calles del barrio latino hasta llegar a la fuente de Saint Michel, cruzar el puente y disfrutar de la panorámica de la Catedral de Notre-Dame.

Llegamos al hotel a media tarde y nos pusimos a hacer las maletas. Al rato sonó el teléfono, era el recepcionista que me informaba de que habían dejado una nota para mí. Bajé a por ella. Ilsa estaba esperándome. Sin mediar palabra vino hacia mí y me abrazó. Yo también la abracé. Le dije que me esperara en la cafetería de la terraza de las Galerías Lafayette. Subí a la habitación y le conté a Yvonne que era una nota del señor Laurent en la que me pedía que me reuniera con él en una cafetería de la plaza de la Ópera para volver a hablar de la venta del Café de Rick.

─¿Y la nota? ─preguntó.

─La he roto ─respondí.

Al bajar le indiqué al recepcionista que si Yvonne preguntaba por la supuesta nota, le dijera que la había traído un señor y que después de leerla la rompí.

Llegué a la cafetería. Ilsa estaba sentada esperándome. Pedí un café y me senté frente a ella. Desde la terraza, el paisaje de París era el marco perfecto para nuestro encuentro.

─No sé por qué he venido. Quizás porque quería verte por última vez. He estado pensando en lo que hablamos la última noche. El destino ha decidido por nosotros. Sin embargo no puedo o no quiero resignarme a ello. Cometí un error no tomando el tren que nos llevaría a Casablanca, volví a cometer el mismo error cuando me fui con Laszlo a México y creo que voy a cometer otro error dejándote partir sin que me lleves a tu lado. No sé…

─Es ahora o nunca ─respondí─. Estoy dispuesto a renunciar a Yvonne por ti. Pero sé que le causaré un profundo dolor. Nos queremos. Es cierto que no siento por ella la misma pasión que siento por ti, pero sé que si la dejara, le haría mucho daño y eso no me gusta. Sé que sería feliz a tu lado pero sobre mi conciencia pesaría haber hecho daño a la mujer que me ha acompañado estos años sin pedir nada a cambio. Es posible que nuestra oportunidad haya caducado y que no queramos hacernos a esa idea.

─Tienes razón Rick, tu no quieres hacer daño a Yvonne, como yo no quise hacérselo a Laszlo. Y si optamos por caminar juntos nunca seremos completamente felices.

Guardamos silencio un buen rato. Sólo nuestras miradas hablaban por nosotros. Dejé unas monedas sobre la mesa y salimos a la calle. Nos abrazamos, acaricié su cara y nos besamos. Le dije que la querría siempre. Ella me respondió que nuca me olvidaría.

Di media vuelta y cuando había caminado unos pasos me llamó. Me volví.

─Recuerda que siempre nos quedará Paris.

A la mañana siguiente tomamos el avión. Nos sentamos e Yvonne puso su cabeza sobre mi hombro, me tomó la mano y los dos miramos por la ventanilla cómo París se hacía pequeño, cada vez más pequeño, hasta desaparecer.

FIN

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