̶ Te lo dije, teníamos que haber parado en esa gasolinera.

̶ ¡Y dale! Joder, Sandra, ya está bien, ¿cómo iba a saber yo que no encontraríamos otra en ochenta kilómetros?

̶ ¿Porque son carreteras comarcales y estamos en el culo del mundo? Mira que te pregunté antes de salir de Madrid si ibas bien de gasolina. «No te preocupes, está todo controlado». Tú siempre lo tienes todo controlado, pero luego resulta todo un desastre.

̶ Se nos hacía tarde, quería coger camino cuanto antes.

̶ Si no hubieras pasado a recogerme con dos horas de retraso…  ̶ Sandra tira de su camiseta de tirantes para despegarla de su cuerpo, se quita las sandalias y apoya los pies sobre el salpicadero. El short
se le remanga un poco hacia las nalgas.

̶ Vale, ya te he dicho que me he quedado dormido, que anoche me acosté muy tarde. Lo siento  ̶ le dice Álex acercando una mano a sus piernas. Sandra se la retira de un cachete.

̶ Muy tarde y muy borracho, deduzco por la caraja que llevas. Al parecer, lo de que nos fuéramos de fin de semana juntos era secundario para ti. Pues mira, si salimos dos horas antes nos habíamos ahorrado este calorazo. Son las dos y todavía en carretera. Y a punto de quedarnos tirados. 

̶ No te preocupes, el navegador te ha dicho que hay gasolinera en el próximo pueblo, ¿no? ̶ Álex mira los indicadores del salpicadero, se incorpora, sus hombros se disparan hacia delante como impulsados por un resorte; lo hacen una, dos, tres veces.

̶ Sí, pero quedan todavía quince kilómetros.

̶ No te preocupes, ya verás cómo llegamos  ̶ dice revolviéndose en el asiento.

Un minuto después el coche empieza a dar trompicones. Álex ve un claro entre los árboles de la cuneta y alcanza a meterse en él.

̶̶ Ya hemos llegado, Álex. ¡Cojonudo!

̶ ¡Mierda, me cago en todo!

El servicio de asistencia les anuncia que están saturados y que seguramente no llegan antes de dos horas.

̶ ¿Y ahora qué?  ̶ pregunta Sandra ̶ . Nos queda un trago de agua. Y una bolsa de patatas fritas.

̶ Pues nos toca esperar, ¿qué quieres que hagamos?

̶ Y dentro de dos horas estamos deshidratados.

̶ Venga, Sandra, no te pongas dramática.

̶ Hace poco hemos pasado por delante de una casita.

̶ Vale, ¿y qué pretendes?, ¿nos acercamos y les pedimos que nos inviten a comer?

̶ Yo no pienso quedarme aquí. Por lo menos nos podrán dar agua fresca.

Caminan por la carretera, entre pinos y robles, alternando tramos de sol y de sombra, rodeados por el estruendo de las chicharras. El sol cae a plomo. Álex marcha detrás de Sandra, arrastrando los pies. Diez minutos más tarde toman un caminito que les lleva a una verja que rodea una casa de una sola planta. Sandra toca el timbre y al poco sale un hombre de unos sesenta años con gafas, barba y sombrero de paja.

̶ Hola. Qué valientes, de paseo con la que está cayendo.

Sandra le explica y le pide un poco de agua.

̶ Por supuesto, pasad pasad. ¡Vaya faena! ¿Ibais muy lejos?

̶ A Puebla de la Sierra, ya estábamos cerca.

̶ Sí, pero tenéis todavía veinte minutos, la carretera se estrecha más aún y las curvas se hacen más cerradas. Sentaos bajo el cobertizo, yo voy a por agua.

Cuando se acomodan en la mesa Álex susurra:

̶ ¡Hostia, Sandra, es el gafaculo! Fue profesor mío de Lengua.

̶ Lo que nos faltaba. Apuesto a que no te aprecia mucho. ¿Te habrá reconocido?

̶ Más vale que no, le hicimos la vida imposible. Y yo el primero. El mote es mío. Un día le grité gafaculo cuando estaba escribiendo en la pizarra y le lancé una pelota de tenis, con la mala suerte de que en ese momento se volvió, le di en las gafas y se las rompí. Las risas fueron de aúpa. Pero no te preocupes, fue en cuarto de la ESO, han pasado casi diez años y estoy muy cambiado.

̶ Claro, estás hecho todo un hombre.

̶ ¿No te lo parece?

̶ De cuerpo, sí.

̶ Muy graciosa.

̶ No tiene gracia, Álex. A ver cuándo creces también de coco. ¿Y qué te ocurrió?

̶ Me expulsaron dos semanas.

El hombre vuelve con una jarra de agua y tres vasos. Les anuncia que iba a preparar la comida, ensalada y chuletas de cerdo, y les invita a quedarse.

̶ Podéis llamar al seguro y pedirles que os avisen cuando estén llegando. Eso sí, me tenéis que ayudar a preparar la ensalada.

Durante la comida el hombre se interesa por sus ocupaciones. Ella es peluquera y él trabaja de reponedor en un supermercado. Cuando Sandra le pregunta, cuenta que está jubilado, que ha sido profesor.

̶ Lo que habrá tenido que aguantar, según son los chavales ahora.

Álex se vuelve hacia ella, sus hombros se contraen una y otra vez.

̶ Bueno, alguien tiene que ocuparse de los chicos e intentar que saquen lo mejor de sí mismos  ̶ se explica el hombre ̶ . La vida está complicada, muchos andan desorientados y no han recibido la atención y el cariño que necesitan: a menudo los padres están muy ausentes.

Cuando llaman de la asistencia, el profesor les entrega una botella de agua y un mapa de la zona.

̶ Podéis quedároslo, tengo unos cuantos, me los dio un amigo que trabaja en la oficina de turismo.

De vuelta hacia el coche, Álex se sincera:

̶ Me he sentido fatal, la verdad, parece un buen tipo. He estado por descubrirme y pedirle perdón. Pero a saber su respuesta.

̶ ¡Ay, mi niño, si no fuera por ese corazón que tienes…!  ̶ le dice colgándose de su cuello y plantándole un sonoro beso en la mejilla.

Antes de llegar al coche, Sandra despliega el mapa y sale revoloteando un trozo de papel. Lo recoge del suelo y lee en alto: «Buen viaje, Alejandro Ballesteros. Que encuentres tu sitio en la vida».

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