Bernadetta advirtió que los olores de los aceites y de los tintes que su marido Gianpaolo empleaba en la restauración de muebles, dejaron de cautivarla. Aromas y esencias que la enamoraron, le resultan ahora insoportables.

También comenzó a detestar escuchar de boca de Gianpaolo que restaurar un mueble es darle una segunda vida. En un tiempo, la idea la asombraba, ahora le parece una reverenda chorrada.

Lo cierto era que el esfuerzo por dar una segunda vida a los muebles funcionaba. Donde no funcionaba era en su matrimonio.

Ni toda la historia de la restauración de la Toscana heredada por Gianpaolo, este hijo de la ciudad de Montale, resultaba suficiente para injertar el germen de una segunda vida en el alma humana. Al menos, no en la de Bernadetta.

Él pertenecía a la tercera generación de expertos en restauración y al menos a la segunda de maestros en seducción. Bernadetta, que conocía bien a su suegro, podía dar fe de ello.

Si está enamorado de alguien, será de los cachivaches a los que dedica su vida, pensó Bernadetta.

Desvanecida la fascinación, fueron pasando los años, hasta diez, sin señal alguna de recuperación posible.

Fue entonces cuando Gianpaolo recibió una invitación del Robert J. Linehan Studio Ltd. de Long Island para participar como profesor en un curso de su especialidad y colaborar con ellos durante unos meses.

Pese a que la perspectiva económica de la propuesta era manifiestamente desventajosa, la idea de introducir un cambio en su monotonía lo decidió a aceptar.

Sin pensarlo demasiado y tras los preparativos mínimos, desembarcó en el aeropuerto JFK.

Vistos los precios del alojamiento en Manhattan, decidió residir en Brooklyn que además le quedaría cerca de su trabajo. Vistos los precios en Brooklyn, decidió instalarse en una espaciosa habitación de una pensión en Jackson Heights, Queens.

La propietaria y encargada de esta pensión era Ashley a quien ayudaba en sus tareas su compañera Samantha. Ashley representaba para Gianpaolo el ideal de belleza femenina y por lo tanto inalcanzable, y más inaccesible todavía, atendiendo a la relación que parecía mantener con Samantha.

Gianpaolo asociaba el nombre de Samantha al de una rubia cheerleader
sureña, por eso se sorprendió ante la mujer morena de aspecto intelectual que Ashley le acababa de presentar. Además, Samantha era de Oregón.

Ambas se bastaban para llevar el hospedaje de forma eficaz y competente. Tanto la morena de Oregón como la rubia de ojos claros nacida en Brooklyn poseían una inteligencia y una cordialidad que facilitaba la convivencia con sus huéspedes y también el entendimiento entre los hospedados. Todos ellos multiétnia absoluta, es decir, Jackson Heights en estado puro.

Gianpaolo, como era de esperar a sus cuarenta y ocho años, se enamoró de la rubia de mirada transparente de forma casi inmediata. Una vez más su perfil de italiano bohemio mezcla de profesor y artesano que ama la vida, le facilitó a Ashley descubrir en sus casi cincuenta el resquicio de sensibilidad que perduraba en ella para los hombres.

Fue repartiendo el tiempo entre la restauración, las clases en Brooklyn y alguna escaramuza amorosa más o menos clandestina. El juego terminó en un enamoramiento desenfrenado.

La apasionada respuesta de Ashley, no solo lo asombró a él, sino fundamentalmente a la propia Ashley. En poco tiempo se despeñaron vertiginosamente hasta caer en una red de ensueño. Una urdimbre dulce y delicada imposible de desenlazar.

Allí permanecieron, descuidando el día a día y capturados en su trama, sin holguras para terceros. En el territorio en que no cabe nadie ni nada más.

Samantha había aprendido a lo largo de su vida a disimular, cuando no a ocultar, las emociones, en particular las negativas como los celos. Pero el tormento ocasionado por esta relación de su amiga, socia y amante era imposible de enmascarar y mucho menos esconder.

A medida que perder a Ashley dejaba de ser para Samantha una pesadilla improbable, propia de una noche de pánico, para ser una amenaza inminente, el instinto le indicaba, una vez más, que el silencio sería más oportuno que nunca.

El temido día en que Ashley le confesó que quería vivir con Gianpaolo, llegó. Samantha de forma intuitiva, escuchó a su amiga con comprensión, ocultando su rabia y disimulando su pena.

De esta manera, ambas continuaron viéndose. Ashley estaba muy agradecida por la forma en que su compañera aceptó la difícil tesitura y Samantha continuó siendo depositaria de sus confesiones.

Lo único capaz de bajar a Gianpaolo del limbo en que vivía eran las noticias llegadas desde Italia. Bernadetta, primero se alió y luego se lió con el abogado que llevaba el tema de la separación. Proceso que ella puso inmediatamente en marcha tras el primer comentario en el que Gianpaolo le dijo, tal vez con algo de precipitación, que había conocido a quien él suponía la mujer de su vida.

En cada comunicación, advertía el resentimiento creciente de Bernadetta… y la ambición del abogado con el que se había “asociado”.

—¡Hasta tiene el coraje de pasearse con ese mequetrefe en mi Dodge del 76! —Gritaba gesticulando con amplitud.

A Ashley le deslumbraba la contención de Samantha frente al desenfreno con el que Gianpaolo exteriorizaba su ira.

Como Ashley explicaba con prolijidad los pormenores de todos los conflictos y supuestos planes concebidos por Bernadetta y su abogado para engañar a su casi ex, Samantha era totalmente conocedora del atolladero de Gianpaolo en Italia y le comentó a su amiga la conveniencia de que él viajara a la Toscana y se ocupara personalmente del asunto. Decía que la cólera y el furor de Gianpaolo provenían del sobrante de energía que el italiano no invertía en “dar la cara”, es decir, viajar a Europa y aclarar las cosas para salir del brete.

Ashley hizo suya la propuesta y se la transmitió a Gianpaolo con la suficiente insistencia para que el enamorado restaurador saliera rumbo a Milán pocos días después.

El viaje de Gianpaolo coincidió con que Samantha tuvo que acudir a Oregón en ayuda de su hermana Hannah, con lo cual, a la ausencia del depositario de su enloquecido amor, Ashley tuvo que sumar la falta de ayuda y también de consuelo que representaba Samantha para ella.

Aunque interminables y tediosos, esos días le valieron a Ashley para entender que el respeto y admiración que tenía hacia Samantha no le impedían advertir la consistencia de su relación con Gianpaolo.

Tras la vuelta del italiano, el rencuentro fue uno de esos que ocurren una vez en la vida… o ninguna.

Pero al fascinante encuentro le siguió la noticia de que horas antes de que Gianpaolo embarcara para regresar a América, Bernadetta había sufrido un accidente.

Fue atropellada por un motorista que se dio a la fuga sin ser identificado en las cercanías de la Piazza del Duomo, en la vecina localidad de Pistoia donde Bernadetta acudía habitualmente al gimnasio.

El gran bolso que ella llevaba colgado del hombro protegió su cuerpo del impacto amortiguando el golpe y evitando un resultado fatal.

Gianpaolo relató a Ashley cómo transcurrieron sus días en la Toscana, en especial la relación con Bernadetta, escasa, tensa e inquietante. Pasó la mayor parte del tiempo en su casa en Montale. La casa donde había vivido con ella, hoy a medio desmantelar. En soledad, ejecutó el rito de la despedida definitiva.

Dos días más tarde, Samantha volvió a Jackson Heights. Gianpaolo no lo celebró pero no tenía más opción que aceptarla porque la presencia de Samantha era vital para Ashley. El trato que la dama de Oregón daba al italiano, era distante pero amable. La pareja de enamorados por su parte intentaban ahorrarle a Samantha cualquier escena de escarceo amoroso.

El obstinado goteo de novedades recibidas desde la Toscana, alternando lo dramático y lo infame, sumado al aturdimiento de la flamante pasión, terminaron dejando al curso de restauración en un lugar secundario… casi insignificante. La que había sido la razón de su estancia en Nueva York, ya no era el motivo de su permanencia. Ahora, solo se alimentaba de Ashley y no había más restauración que la suya personal.

Pero Italia no perdonaba y el bombardeo de sucesos inverosímiles tampoco. Cada vibración del móvil en su bolsillo le paralizaba la respiración. Y esta vez, al pulsar el botón, el mensaje le atravesó la retina hasta adonde se avivan los sobresaltos.

Bernadetta había tenido un nuevo accidente. Gianpaolo buscó un banco donde sentarse y leer con atención el resto del texto.

Esta vez ocurrió tras salir de su vivienda en la Via de Sem Benelli, conduciendo el Dodge clásico. En la primera rotonda, a solo trecientos metros de casa, se subió al bordillo a causa de un fallo en la dirección. Una vez más la suerte hizo que el percance ocurriera contra un escalón bajo y en un sitio de poca circulación. El coche sufrió cierto destrozo, pero si esto mismo le hubiera ocurrido circulando por Pistoia las consecuencias del choque podrían haber sido dramáticas.

Las novedades llegadas desde la Toscana rozaban la crónica policial.

Pero hubo un tercer suceso y esto disparó todas las alarmas. Los acontecimientos amenazantes que parecían cebarse reiteradamente en Bernadetta resultaban ya inconcebibles fuera de una maliciosa intencionalidad. Premeditación demoníaca que, tras la revelación del tercer “infortunio”, Gianpaolo atribuyó al granuja del abogado.

Se trataba de un escape de gas en la casa, en la kitchenette contigua a la habitación, provocando otro episodio con evidente riesgo para la vida de Bernadetta.

Cuando Ashley comentaba estos hechos con Samantha, esta contestaba que a su parecer, Bernadetta debía estar muy estresada y posiblemente distraída y por eso tuvo el accidente y se dejó el gas abierto.

Las interpretaciones de Gianpaolo, le parecían sesgadas, probablemente a causa de los celos que el abogado y la relación que este mantenía con su mujer le provocaban.

Cuando Ashley expuso la teoría de Samantha a Gianpaolo este exclamó algo descontrolado.

¿En qué cabeza cabe creer que esto es una casualidad?

Tampoco creyeron que fuera una casualidad en Montale y solicitaron la revisión de la instalación de gas. Como resultado del estudio se pudo verificar que la avería había sido provocada y que de no ser porque la pequeña claraboya del pasillo estaba entreabierta, el gas se habría concentrado en el aire de la habitación de Bernadetta hasta resultar asfixiante.

Bernadetta se negó con rotundidad a aceptar que alguien estuviera atentando contra ella, lo encontraba absurdo e inverosímil, pero el artefacto del gas había sido intencionalmente manipulado y lo concluyente de esta evidencia la obligó a asumir con estupor que alguien quisiera eliminarla.

El abogado no solo se mostró solidario y protector. No creía que los acontecimientos anteriores hubieran sido accidentes. Adoptó una actitud decidida con el fin de demostrar que sus sospechas eran ciertas.

La primera pesquisa consistió en preguntar a Bernadetta si su marido tenía una moto.

Sí, está en el garaje de casa. ¡Franco, por favor! ¿En qué estás pensando?

Ambos visitaron esa misma tarde el garaje de la casa de la Via de Sem Benelli. Como el Dodge continuaba en el taller, la moto yacía sola, descansando en su pata de apoyo y luciendo su inconfundible color azul claro.

— ¿No puedes recordar nada de la moto que te atropelló? Este color cielo tan peculiar, tan único.

Bernadetta negó con la cabeza y comentó:

—El único cielo que estuve a punto de ver fue el de los difuntos.

En tanto, Franco inspeccionaba el lateral de la moto y se detuvo ante una muesca alargada y poco profunda en la que faltaba una pequeña franja de pintura.

¿Tienes a mano la bolsa de deporte que llevabas el día del atropello? La que me explicaste que te amortiguó el impacto.

—No sabía que fueras criminalista —dijo con el total convencimiento de lo inútil de la investigación.

Buscó la bolsa y se la entregó al abogado. Este no tardó en señalar en la hebilla de la bolsa una hebra de pintura del inconfundible azul diáfano. Solo una pizca azul celeste, insignificante de tamaño pero suficiente para relacionar la moto con el incidente de la plaza del Duomo de Pistoia.

—Franco, es imposible que Gianpaolo hiciera algo así.

—Pero lo hizo. No seas tan inocente, te has aliado conmigo y estamos haciendo lo imposible para dejarlo sin nada. Bien pensado hasta tiene un móvil que no hay que despreciar. Primero desaparece, luego vuelve e intenta deshacerse de ti. Si a ti te ocurriera algo… se quedaría con todo.

Oye, es un desagradecido, no un monstruo sicópata.

Franco pidió un peritaje técnico de los frenos del Dodge.

El perno del brazo de acoplamiento de la dirección del lado derecho, ya de por sí deteriorado, había sido serrado hasta la casi totalidad de su diámetro.

Pocos días más tarde, Gianpaolo, desconocedor de estas últimas investigaciones, viajó a Italia para asistir al juicio de separación. Al llegar quedó detenido por homicidio en grado de tentativa.

Cuando la noticia de la detención de Gianpaolo llegó a Jackson Heights, Ashley entró en un estado de letargo en el que permaneció varios días.

Días después recibió una carta enviada por Gianpaolo.

Querida Ashley:

Ni yo ni nadie ha querido matar a Bernadetta. ¿Y sabes por qué lo sé? Por la ventana del pasillo. Entiendo que el motorista podría haber fallado en el atropello y quien serró el perno de la dirección pudo fallar en el cálculo de cuándo se iba a romper. Pero la pequeña claraboya del pasillo jamás estuvo abierta. La abrió el que manipuló el gas.

Nadie la quiso matar, todo fue un montaje, supongo que del maldito abogado para inculparme.

La carta terminaba con una larga despedida para quien Gianpaolo seguía considerando el amor de su vida.

Ashley quería creerle pero ya no podía. Solo el paso del tiempo y los esmerados cuidados de Samantha favorecieron su prolongada y gradual recuperación.

—Samantha, amor, te ha llamado tu hermana —dijo Ashley—. Creo que no solo está mal de las articulaciones, empieza a estar mal de la cabeza. Dice que te has olvidado el pasaporte en su casa. Está muy triste porque el pasaporte tiene un sello de Italia y con lo que a ella le gusta el chocolate, no le has traído ni una Perugina.

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