––Cuando lo miro, a dos metros, él con la cabeza gacha y yo atento a su arranque, me vienen sentimientos de lástima. Ya no detecta el dolor. Disfruta conmigo en cada pase, a pesar de la sangre derramada en su cuerpo. Ahora que comenzábamos a entendernos, me resisto a aceptar que en unos minutos habré de matarlo.

Así comparte Rafa conmigo sus reflexiones cuando se enfrenta y a la vez se encariña con alguno de esos toros que de vez en cuando tiene la suerte de lidiar: bravíos y nobles.

Lo conocí hace 18 años cuando él tenía unos diez. Fue un domingo del mes de mayo. Lo sé porque para llegar a Cuéllar, antes pasé por la ermita del Henar donde celebraban algunos niños su primera comunión. Iba a su casa para ayudar a sus padres en lo de la declaración de la renta. Estaba muy agradecido por un favor que me habían hecho y era un modo de compensarlos. En ese día tuve que hacer de toro con una cabeza y unos cuernos de plástico, arremetiendo contra el chico y dirigiendo mis cuernos hacia su capa roja. La faena tuvo lugar en el amplio hall de entrada de la casa. Sus padres estaban hartos de ejercer de toro y al recién llegado seguro que no le importaría. La sesión finalizó cuando en uno de los lances, en vez de dirigirme hacia el capote, embestí al niño con uno de los cuernos ––sin ánimo de hacerle daño–– y se lo clavé entre los testículos. El grito de dolor le provocó alguna lágrima y se marchó compungido a su habitación. Enseguida me puse a lo de la declaración de la renta y bien atento para no meter la pata dos veces en un mismo día.

Estuvo de novillero varios años, pero no contaba con nadie que le aupara para dar el salto a matador de toros. Charito ––su madre–– siempre decía lo mismo:

––En esta vida, si no tienes cura, no tienes bautizo.

Pascual ––su marido–– le matizaba: que no es cura, que es padrino. Y ella contestaba ––pues los dos ––.

Por fin, al cumplir los 25 años, cuando para el toreo casi eres mozo viejo, con la influencia de un empresario amigo, le concedieron la alternativa en la plaza de Cuellar. El padrino fue José Tomás. El aforo estaba completo. Era el 29 de septiembre, fiesta del patrono. Lo recuerdo como si fuera hoy mismo.

Era mi primera tarde en la plaza,

me sentí medio bobo y boquiabierto.

Fui por curiosidad y compromiso,

fui a la fila siete, a mi asiento.

Me ubiqué en el medio tendido,

divisando bien todo el terreno.

Allí abajo en unos instantes

se iban a lucir los toreros.

Un pañuelo blanco aparece,

las cuadrillas salen del aposento.

El paseíllo comienza, vistoso:

el alguacilillo, los banderilleros.

Los matadores visten de oro,

el azabache para el subalterno.

Se dirigen hacia la barrera,

comienza el primer tercio.

Rafa pensaba en ese día de gloria como el trampolín hacia la fama. Le ofrecieron varias corridas, ganó un dinerillo pero la actividad se reducía al verano y los ahorros se consumían durante el resto del año. Charito le calentaba la cabeza:

––Rafa: tienes que buscarte otra cosa que esto da para lo que da.

––Dejadme en paz, yo sé lo que tengo que hacer.

––Yo tengo la carrera hecha. Con las comidas, la ropa y la limpieza de la casa ya tengo bastante.

––Mi vocación es el toreo.

––Yo te apoyo, pero tienes que asumir que eres un poco retaco y no vas a llegar nunca a estrella.

––Mejor eso que ser alto y sin cojones.

––Hay mucha competencia y siempre se elige a los mejores.

––Lo único que me inquieta es que cada vez hay menos gente en las plazas.

––Es cierto. Seguro que influye la monserga del sufrimiento de los toros.

––Son gente ignorante que no entiende la fiesta.

––Te defiendo porque eres mi hijo pero sufro por todo: la congoja en cada corrida por lo que te pueda pasar, tu hermana que me pone la cabeza tarumba con los anti taurinos, los comentarios insidiosos de los vecinos.

Charito se quejaba, pero en el fondo le apetecía presenciar las corridas. Prefería verlas que imaginarlas. Esperaba la suerte de varas cuando el picador hendía su pica en la cerviz: suponía pérdida de sangre, pero frenaba el ímpetu y la peligrosidad del toro. Otro hito era el acierto con la espada: a la primera y sin descabello. Le ponía de los nervios las punzadas continuas sin poder rematarlo. Al llegar la suerte previa al estoque, la música le hacía vibrar.

Me viene otra vez a la cabeza el día 29 de septiembre:

El astado sale medroso y veloz,

el capote lo balancea el viento.

Verónica con quite y remate,

le deja sorprendido y quieto.

El caballo fundido en su jinete

se va acercando, manso y terco.

Sacrificio comienza para el toro:

con la puya: sangre y tormento.

El banderillero aguarda a pie firme,

lo medio engaña con un requiebro,

le clava en la cruz los dos garapullos

y evita el callejón, sin miedo.

Así durante tres ocasiones

y el bicho con el mismo desacierto.

No escarmienta con el primer par,

recibe tres por idéntico precio.

Cuando salía el toro a la plaza, los entendidos intercambiaban los primeros comentarios sobre la ganadería, si era más o menos bravo, si pasaba de los quinientos kilos… Esto último para Charito era muy de su interés para deducir la altura.

A Pascual no le gusta demasiado ir a las corridas. Prefiere ir al bar y jugar la partida. Alguno de los amigos se lo recrimina, pero él siempre dice lo mismo:

––Qué queréis que os diga. A mí me gusta el fútbol y vale.

––Deberías ir de vez en cuando por tu hijo, ––le comento yo a veces-–, al menos cuando torea en Cuellar.

––A mí me aceptan así. Hemos tenido siempre en la familia un pacto de respeto mutuo.

––Pues no es lo que se oye por ahí.

––Bueno, es verdad que últimamente Alba, ––mi hija pequeña–– se ha vuelto anti taurina. Las amigas con las que anda, le tienen comido el coco. Con lo que entiende y lo encariñada que estaba con los toros, no me explico cómo ha podido cambiar tanto.

Rafa me cuenta que anoche tuvieron una gorda en casa. Celebró una corrida el último sábado en Aranda de Duero. La faena le salió redonda con el primer toro. Tres series elegantes de muleta con una estocada perfecta: trofeo de dos orejas. En el segundo se envalentonó, pero el toro no entraba al engaño. En uno de los lances, lo corneó y le clavó el pitón en una pierna. Charito no pudo evitar un grito de angustia y enseguida bajó a la enfermería. La cornada tenía siete centímetros pero no tocó la arteria por poco. Hoy he ido a visitarlo a su casa y se está recuperando sin mayores complicaciones. Lo que más le inquieta es el lío familiar provocado por culpa de su afición. Alba le atacó ayer en la sobremesa con una directa:

––Algún día, el muerto serás tú y no el toro.

––No tienes corazón con tu hermano. ¿No ves que está todavía recuperándose? ––intervino Charito.

––No soporto que la gente vaya a la plaza a disfrutar de una tortura.

––Eso no es cierto Alba. Nadie desea el sufrimiento de los animales. Se disfruta de la fiesta.

––Pero a costa de un toro.

––Nadie sabe si los animales sienten o no el dolor como lo sentimos los humanos.

––Vamos a ver mamá. Si un toro detecta la molestia de una mosca y la espanta con el rabo, ¿cómo no va sentir un puyazo del picador en su morrillo?

––Me vale tu ejemplo. Cada uno tiene sus armas: el rabo para el toro y las alas para la mosca, –intervino Rafa––.

––Estamos discutiendo del abuso de los seres humanos sobre los animales indefensos, ––le contestó su hermana––.

––El torero dispone de una espada, pero el toro cuenta con sus cuernos afilados.

––No se actúa en las mismas condiciones. Los humanos tienen los burladeros. El toro está encajonado en la plaza.

––Esto es un duelo a muerte: el torero aporta su inteligencia y el toro su fuerza, ––contestó Rafa un poco airado––.

––No os vais a poner de acuerdo en la vida, ––terció Pascual que hasta ese momento había permanecido callado––. A mí tampoco me gustan los toros como ya sabéis, pero Rafa es mi hijo y tengo que defenderlo. Del mismo modo que te defiendo a ti, Alba, aunque no me gusta nada que vayas con esos pingos de amigas.

––Todo el mundo se quedó pensativo, ––Rafa apuntilló––. Luego hablamos de otras cosas. Volvió el buen rollo, te lo digo en serio. Nos ha ocurrido más veces, discutimos, nos deja mala sangre. Lo mejor es un cambio de tercio.

––Mira Rafa. Me considero tu amigo, nos conocemos desde hace años, tengo unos cuantos más que tú. Tienes que pensar en tu futuro. Esta cogida no deja de ser un aviso.

––Me cuesta dejarlo. Es mi vida. No me pidáis sacrificarla.

Yo me quedo pensativo, rumiando mis recuerdos, sacando otro poco de lustre del día de la alternativa:

Por fin aparece nuestro Rafa.

Sale abstraído desde el burladero,

desafiante, con ganas de triunfo,

allí, que lo vean, en el medio.

Comienza de frente con un natural,

con la muleta en el lado izquierdo.

El toro embiste una y mil veces

y se clava ante el pase de pecho.

No puede más, exhausto se encuentra.

Mira a su matador con sentimiento,

implorando indulto o compasión,

como pensando: ¿y yo qué he hecho?

En mi caso desde la fila siete,

también para mí es un misterio:

participar en lo que llaman fiesta:

un trapo rojo, un toro y un diestro.

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