El sol ilumina el salón y se refleja en el pelo rubio de una mujer de mediana edad. Está vestida para salir a la calle y pasea por toda la casa. Abre y cierra los cajones del mueble. Pasa a la cocina y revisa las cajas de mudanza que están amontonadas allí. Sale al pasillo, en el que se ven más cajas. Entra en el dormitorio, donde ha pasado la noche rodeada de cosas sin colocar. Amontona la ropa, la cambia de sitio y empieza a guardarla en los armarios, entra una joven en la habitación, su piel es oscura, aunque el corte de su cara es similar al de la mujer rubia.

La chica se la queda mirando, como queriendo preguntar algo. La mujer deja encima de la cama el jersey que estaba doblando y se dirige a ella:

─Ay, cielo, estoy atacada. La abuela quiere que nos encontremos con el abuelo. Creo que no estoy preparada todavía.

La joven toma de la mano a la mujer y se sientan en la cama a hablar.

─Mamá, vas a volver a ver a tu padre.

─Sí, cariño, pero, no se… En todos estos años él no ha hecho nada por saber de mí.

─¿Y tú? ¿Has hecho algo?

La madre se pone en pie y, mirando a su hija que sigue sentada en la cama, dice:

─Tú no lo entiendes, fue muy duro. Solo tenía dieciocho años cuando me fui de casa y tuve que enfrentarme a una nueva vida sin el apoyo de mis padres. No sé si ahora me apetece volver a verlo.

La joven se levanta también y mira a su madre a los ojos, mientras dice:

─Pero, mamá, si siempre lo has echado de menos.

─Sí, pero no sé si en el fondo lo he perdonado. A la abuela sí la perdoné. No pudo hacer nada. Desde que naciste, hemos estado en contacto… Pero ¿el abuelo?, no sé.

Suelta las manos de su hija y se encamina a la puerta del dormitorio. La hija la sigue.

─Mamá, piénsalo bien. La abuela os conoce bien a los dos. El otro día decía que él ha cambiado. Si ella lo prepara, todo saldrá bien.

─No sé. No le he confirmado nada a la abuela. De todas formas, van a ir al parque. Dice que, si al final me decido, mejor me quedo detrás de los árboles que están cerca de la zona de columpios y ella me indicará qué hacer ─comenta la madre volviéndose a mirar a la joven.

Observa a su hija que está colocando la ropa amontonada. Recuerda como se tuvo que ir de casa a la misma edad que tiene ella ahora, el miedo que sentía por su decisión y la ilusión por lo que significaba.

El timbre de la puerta la saca de su ensimismamiento.

─Sí, ya bajamos ─contesta la joven por el telefonillo.

─Mamá, ya está el taxi esperando, vamos. Puedes seguir pensándolo por el camino ─dice la joven a su madre.

Cuando salen a la calle y se montan en el taxi, la mujer indica la dirección del parque. Durante el trayecto no hablan. La madre mira por la ventanilla y sonríe de vez en cuando. La hija la mira, coge su mano y la acaricia.

Cuando están llegando, la mujer pide al taxista que las deje antes de llegar al sitio que había indicado. Se bajan del vehículo y ante la extrañeza de su hija comenta:

─Iremos andando, quiero irme preparando por el camino. No sé si estoy lista,

Se dirigen a la entrada del parque. Las dos caminan juntas, sin hablarse. Ahora se nota más la diferencia entre ambas. La madre rubia, con la piel clara y baja de estatura. La hija con la piel oscura, el pelo negro y muy alta.

La mujer no deja de mirar el móvil, el reloj, de nuevo el móvil. Se oye el sonido de un wasap. Lo mira y vuelve a guardar el teléfono con manos temblorosas.

─Ya están en el parque.

─Mamá, antes de ir te tienes que tranquilizar.

Las dos permanecen quietas mirando hacia la entrada del parque. La joven mira a su madre y rompe el silencio:

─Tienes que perdonar al abuelo. Necesitas volver a ver a tus padres y cerrar ese episodio de tu vida. Yo os tengo a vosotros y a mis otros abuelos, pero tú no tienes a nadie. ¡Vamos!

La madre asiente y caminan las dos hacia el parque. Se quedan quietas mirando una zona de columpios que está cerca de la entrada.

─No puedo ─dice la madre ─, vamos a dar una vuelta antes.

─Como quieras ─contesta la joven.

Pasean rodeando el parque. La mujer rubia no deja de mirar a través de la verja hacia la zona de columpios. Van hacia la esquina, vuelven a la puerta y se paran de nuevo en la entrada. De repente, la mujer coge a su hija del brazo y dice:

─Adelante ¿Cómo no voy a perdonar a ese viejo zoquete? Si en el fondo somos igual de cabezotas y orgullosos. Hemos perdido veinte años, pero los vamos a recuperar. Los dos tenemos que olvidar y seguir.

La joven y la mujer rubia se encaminan hacia los árboles que custodian la zona de columpios. Mientras se acercan, observan cómo se está iniciando el cambio de color de verde a rojizo que indica el inicio del otoño. Se nota el frescor y el olor a tierra mojada que ha dejado la lluvia de la noche anterior.

Se ocultan detrás de los árboles que todavía conservan la mayoría de las hojas, por lo que apenas pasan unos rayos de sol. Observan a una pareja sentada en un banco, de espaldas a ellas. La pareja permanece a la sombra, sin hablar entre ellos. Llevan ropa informal. Vaqueros y cazadora de cuero marrón para ella y chándal negro de marca para él. Ellos también están en el otoño de sus vidas. Miran al frente donde está la zona de columpios. En la cara de ella se puede apreciar una sonrisa tímida mientras que él parece mirar al infinito a través de sus ojos del color del cielo.

Desde su escondite la joven susurra a su madre:

─Mira, esa es la abuela y él debe ser el abuelo, ¿no?

─Creo que sí. ¡Qué mayor está! Los hombres disimulan peor la edad que las mujeres.

La pareja, que permanece sentada en el banco, rompe su silencio. El sonido no llega hasta donde están la mujer y la joven, que los observan. La mujer mayor mira a su compañero y comenta:

─¿Recuerdas cuando veníamos con Clara a este mismo parque?

Él sale de su ensimismamiento y se vuelve hacia ella con cara de extrañeza:

─¿A qué viene ese comentario ahora?

Ella sigue sonriendo, a pesar de la brusquedad de su pareja, y continúa con la conversación:

─Es solo un recuerdo de otros tiempos. No puedes reprocharme que piense en ella. Es nuestra hija.

─Era. Ella decidió irse y dejarnos. Asunto olvidado ─responde él sin mirarla siquiera.

─¿Cómo puedes hablar así? ¡Mi hija no es un asunto olvidado! Yo la llevé nueve meses en mi cuerpo, la parí y la criamos durante dieciocho años deliciosos ─contesta ella, poniéndose en píe con el ceño fruncido y acariciando su vientre.

─¿Deliciosos?, los diez primeros, puede, pero desde que empezó con la edad del pavo fue un infierno ¿o es que no te acuerdas de las peloteras que tenías con ella? ─dice él, tirando del brazo de ella para que vuelva a sentarse.

─¿Y tú no te acuerdas de lo orgulloso que te sentías cuando traía buenas notas o ganaba una competición? Y lo bien que lo pasabais los dos juntos. Estabas más tiempo con ella que conmigo ─responde la mujer mientras se sienta de nuevo.

─Sí, tienes razón, pero eso se acabó cuando empezó a salir con sus amigas y a tener amistadas extrañas.

─¿Amistades extrañas?, ¿quién? Que yo sepa la única amistad extraña para ti fue su novio y no quisiste ni conocerlo ─grita ella.

Él se levanta, pasea hacia los árboles. Enciende un cigarrillo, vuelve a sentarse y contesta:

─Ella solo tenía dieciocho años y él veinticinco. La había cautivado con su cuerpo de atleta y ese porte tan… exótico, pero esa relación no tenía futuro.

Ella lo señala y subiendo el tono le contesta:

─¿Y tú qué sabes? ¿De verdad crees que no tuvo futuro? No les distes oportunidad de demostrártelo. No quisiste ni conocerlo.

Él levanta también la voz y se pone en pie frente a ella con cara de desafío:

─Pues claro que no. ¿Por Dios, mujer! ¡Un negro! Eran los años setenta. ¿Qué querías?

Ella también se levanta, se sitúa frente a él y continúan discutiendo de pie, mirándose a los ojos:

─Podías haber sido más tolerante. Lo que no tenías que haber hecho es echarla.

─No la eché, ella decidió irse.

─Ante la alternativa de dejarle o irse de casa. ¿Y eso no es echarla? Eráis los dos igual de orgullosos y ninguno quiso ceder. Y mira que os insistí para que hicieseis las paces…

─Ella podría haber vuelto al darse cuenta que lo suyo con ese hombre no iba a llegar a nada.

La mujer vuelve a sentarse y baja el tono de voz cuando contesta:

─¿Eso crees?, ¿qué su relación no llegó a nada? ¿Nunca te preguntas dónde estará?, ¿qué habrá sido de ella?, ¿cómo vivirá? Acaso no te preguntas nunca si tienes nietos…

Él también vuelve a sentarse. El tono de su voz baja y sonríe mientras contesta:

─Antes no, pero desde que he dejado de trabajar sí que me acuerdo mucho de ella. Todos nuestros amigos hablan siempre de sus hijos, de sus nietos… y creo que me he perdido algo todos estos años.

La mujer le mira con una sonrisa pícara y él continúa:

—Pero…, ahora que lo pienso. ¿Y tú? Nunca me has echado nada en cara. Venga, dime la verdad, ¿Tú la has visto? Con lo madraza que eras, no creo que renunciases a saber de ella.

─Tú me lo prohibiste expresamente ─contesta ella.

─Y tantas cosas más te he prohibido y no me ha servido de nada. Venga, que nos conocemos, ¿la has visto?, ¿cómo le va la vida? ─dice, a la vez que acaricia el brazo de su mujer.

─Sí, la he visto y he estado en contacto con ella. La he seguido todos estos años. Cuando vivieron aquí y cuando se fue a Burundi con su marido ─contesta, mirándolo fijamente. Él la mira con cara de extrañeza y ella sigue hablando, ahora susurra─. Sí, se casó con él. Hace unas semanas han vuelto a Madrid. Ahora viven aquí.

─¿Se casó? ¿Con el negro? ¿En Burundi? ¿Por qué rito lo hicieron? ─dice, mientras la mira con los ojos muy abiertos.

─En Burundi la mayoría de los habitantes son católicos. ¡Inculto! Se casó por la iglesia católica ─contesta ella, elevando de nuevo la voz.

─Bueno, me alegro. Al menos algo hicieron bien ─contesta sonriendo y volviendo a bajar la voz.

Ella se levanta y mira hacia atrás. Hay unos árboles y detrás se ve a la mujer rubia y a la joven con la piel del color de la miel. Se vuelve hacia su marido, que también se ha puesto en pie y mira a su mujer sin saber lo que ella está observando.

─¿No te gustaría verla? ─pregunta la esposa.

─Puede ser, creo que sí, pero a Clara ¿le gustaría verme? ─contesta él cogiéndola de la mano.

─Ella te ha perdonado. Ha sido muy feliz estos años, pero echa de menos a su familia. ¿Qué dices? ¿Quieres verla? ─pregunta ella.

─Lo pensaré. Esto ha sido una encerrona. Traerme aquí para sacar el tema de Clara ─dice, mientras suelta a su mujer y vuelve a sentarse, se sujeta la cabeza, apoyando los codos en sus piernas.

─¿Y cuánto lo vas a pensar? ─dice ella, todavía en pie y mirándolo fijamente.

─No lo sé. Han pasado veinte años. Déjame asimilarlo ─contesta sin cambiar de postura.

Él levanta la cabeza se queda mirando al infinito, pero ahora en su boca se perfila una sonrisa. Ella se vuelve hacia atrás, sonríe y levanta su mano haciendo un gesto de espera. La mujer rubia, que estaba detrás de los árboles asiente y coge de la mano a la joven. Caminan un rato en silencio y ante el desconcierto de la joven le dice:

─Cariño, creo que no va a ser hoy, pero la abuela conseguirá que conozcas al abuelo.

La joven sonríe y sus ojos azules como el cielo se iluminan.

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