El Cavador

El estrés había podido con Tomás, nadie de la familia le apoyaba con el tema del divorcio. Quería desconectar, alejarse de la civilización, de los ruidos, de todo lo conocido. Así que alquiló una cabaña que se encontraba en un lago con pocos y alejados vecinos.

Tomás se enamoró del lugar nada más llegar. Sabía que la casa estaba cerca del lago, pero no que la separaban de éste solo unos cuantos metros. Desde el aparcamiento podía ver su embarcadero con una canoa y, en el jardín, los árboles habían crecido perfectamente distribuidos dando paso a un pequeño camino de piedras que unía la casa con el embarcadero. Sólo con ver el paisaje se relajaba. En el interior lo encontró todo como lo había encargado. Al entrar, un suave olor a jazmín inundaba toda la casa, la nevera estaba llena de sus alimentos preferidos, el vino tinto sobre la barra de la cocina y la cama decorada con muchos cojines.

Después de deshacer el equipaje y comer algo, se dirigió al lago con el bañador y una toalla que dejó sobre las rocas junto al embarcadero. Nada más meterse en el agua se estremeció al notar el fango alrededor de sus pies, pero una vez acostumbrado, refrescarse le resultó de lo más agradable. Flotando en el agua pudo olvidar los problemas acerca de su divorcio y ordenó sus pensamientos.

Al salir, una pequeña caravana le llamó la atención. Estaba aparcada junto a su coche y varias herramientas de jardinería descansaban sobre un cortacésped. Un joven le observaba apoyado en un árbol cercano al lago. Llevaba un mono azul oscuro desabrochado, de tal manera que dejaba ver una camiseta de tirantes blanca que contrastaba con su tez bronceada. Tomás recogió la toalla y se dirigió a su encuentro. Cuando estuvieron lo suficientemente cerca para oírse, el joven dijo:

−Hola, soy el jardinero, Carlos. No sabía que la casa ya tuviera inquilinos. Lo siento. Tengo trabajo que hacer en el jardín si a usted no le molesta.

−Bueno. Mientras no haga mucho ruido me parece bien.

Sentado en el porche intentó trabajar un poco con su portátil, pero estuvo más pendiente de Carlos. Cada vez que hundía la pala para sacar tierra, los músculos se tensaban bajo la piel brillante por el sudor. Más de una vez intercambiaron miradas. Miradas al principio algo incómodas, pero una vez superada la vergüenza cada vez que coincidían se sonreían. Incluso parecía provocarlas con poses un tanto seductoras y no tardó mucho en quitarse la camiseta. Tomás empezó a fantasear con el jardinero, llegando a ruborizarse. Se excitó y sonrió alegre al reencontrar su libido. Después de tantos meses sin sexo con su mujer, ya creía que esa era una de las tantas cosas que había perdido.

Se acercaba la hora de cenar. El cielo, de un color rojizo, le hizo dudar si entrar o seguir observando la puesta de sol. Pero entró en la casa para preparar algo rápido. Un poco de pan con queso, foie y ensalada de pasta. Tocaron a la puerta.

─Buenas, señor…

─Tomás. Me puedes llamar Tomás, y trátame de tú.

Con una sonrisa pícara y la mirada baja le dijo: ─Quería saber si te molestaría mucho si mañana vuelvo. Al pensar que llegarías más tarde me he retrasado demasiado y mañana quisiera empezar temprano porque tengo otro trabajo urgente.

─Claro, faltaría más. Mientras no me despiertes…

─Por supuesto. Esperaré a verte antes de sacar el tractor.

Ambos se rieron. El chiste le pareció malo, pero quería ser más que simpático. Se quedaron unos segundos en silencio, pero Tomás no se atrevió a invitarlo a pasar y simplemente se despidieron con una larga sonrisa. Tomás no dejó de mirarle hasta que subió a su furgoneta, deleitándose con el contoneo de su cuerpo.

Ya estaba sentado a la mesa delante de su solitario plato cuando llamaron de nuevo. Volvía a ser Carlos con las manos llenas de grasa.

─Siento molestarte de nuevo, pero el motor no arranca y me he quedado sin batería en el móvil ¿Me dejarías llamar?

Carlos parecía nervioso, no paraba de mirar a su alrededor.

─Sin problema. Acércate al fregadero y límpiate primero esas manos.

Tomás observó a Carlos, que seguía inquieto. Lo contempló mientras se limpiaba las manos con delicadeza y parecía que murmuraba para sí.

─¿Estás bien?

─Sí, sí ─respiró hondo y continuó.─ La verdad es que no. Ya es la segunda vez esta semana, y si continúo retrasando el trabajo tengo muchas posibilidades de que me despidan. Para colmo ahora me he bloqueado y no me acuerdo del número de teléfono.

─Tranquilízate. Seguro que en un momento te acuerdas y todo se soluciona.

─Gracias, siento molestarte, de verdad. Además, he interrumpido tu cena.

Tomás vio aquello como una señal, una segunda oportunidad, y se lanzó dejando a un lado su timidez.

─Si quieres te invito a cenar, a una copita de vino y luego llamas.

Carlos bajó la mirada sonrojado.

─No quiero ser una molestia.− Le miró de una manera que a Tomás le pareció de lo más seductora.

─No lo eres.

Durante la cena, la copa de vino se convirtió en dos botellas. Carlos, entre risas, le explicó que lo de jardinero era un trabajo temporal para pagarse la universidad, pero que realmente no era lo que a él le llenaba. A Tomás la compañía le resultó tan agradable que no le apeteció contarle nada sobre su divorcio. Al fin había conseguido olvidarse de todas sus preocupaciones.

Después de un brindis se quedaron mirando fijamente a los ojos. Tomás le deseaba, su mirada le delataba y Carlos rompió la incomodidad del momento con un beso. El simple contacto de sus labios excitó a Carlos y continuaron besándose. Tomás se levantó agarrándolo de la camiseta para llevarlo hasta su habitación y subieron las escaleras hacia el dormitorio sin mediar palabra, dejando que la pasión del momento les guiara. A medida que subían su ropa se iba quedando por el camino y, al llegar a la cama, ya no les quedaba ninguna prenda de la que deshacerse.

Tomás estaba nervioso. Hacía tantos años que había renunciado a su verdadera sexualidad, que se sintió como un colegial en su primera vez. Carlos dominaba la situación, algo que excitó aún más a Tomás. Lo ató a la cama y recorrió todas las partes de su cuerpo haciéndolo vibrar de placer. Se olvidó de cualquier duda sobre su decisión de divorciarse. Al fin era quien quería ser.

A la mañana siguiente Carlos no estaba en la cama. Tranquilamente se desperezó y se fue hacia la cocina. Desde la ventana de las escaleras podía verse la caravana que seguía en el mismo sitio del aparcamiento. En el salón tampoco estaba Carlos. Al acercarse a la barra de la cocina se sorprendió al ver el desayuno preparado sobre una bandeja, con una nota que decía ‘Gracias por esta noche’.

Bebió un poco de zumo de camino a la terraza, un buen lugar para desayunar. Mientras miraba hacia el lago en busca de su Adonis, un ruido le sobresaltó. Un chiquillo de unos 12 años se acercó con un periódico en la mano.

─Buenos días, señor. Aquí le dejo el periódico. Que tenga un muy buen día.

Con la sorpresa Tomás no fue capaz de darle ni un ‘gracias’ y, al darse cuenta, sonrió para sí y le gritó ‘que pases buen día’. Aunque el chico ya estaba sobre su bici levantó la mano. Tomas se acomodó en la silla, mordió un trocito de tostada y tomó un buen trago de zumo mientras abría el periódico. Tras unos segundos sacudió las manos al notar un cosquilleo por los brazos.

La portada con los resúmenes de noticias era de lo más aburrida; el robo de un tractor, la fuente del pueblo había sido considerada patrimonio histórico, la policía…

La pierna se le durmió. Soltó el periódico sobre la mesa y, mientras se recuperaba, intentó leer la noticia empezando por el titular: ‘Asesino suelto. La policía confirma la existencia de otra víctima del asesino en serie, El cavador ’.

Este tipo de noticias no le gustaban nada, así que hizo una pausa mientras se terminaba el zumo y la tostada. Siguió leyendo. Cada vez le costaba más.

─No me fastidies, ya necesito gafas de leer −dijo para sí en voz muy baja, y alejó un poco la hoja, todo lo que pudo.

‘La policía…’ seguía la noticia, ‘supone que el asesino…’ Sin fuerzas, el periódico se le cayó de las manos. Intentaba moverlas pero no podía y tampoco le respondían las piernas. Se desplomó sobre la butaca.

─Holaaaaaaa ─Carlos apareció a su lado, con una mirada extraña.─ ¡Estás leyendo sobre mí! Empiezo a ser famoso.

Le cogió la mano, la alzó, y dejó que cayera por su propio peso sobre la mesa sin presentar ningún tipo de resistencia por parte de Tomás.

─Veo que ya estás listo, te estoy preparando una sorpresita detrás, ¿vienes? Claro que sí. Cómo te vas a negar. Tranquilo, yo te llevo.

Tomás tenía la cara granate por el esfuerzo, intentaba gritar, patear. Todo le resultaba inútil. Carlos le levantó en un segundo, y cargó con su cuerpo pesado como un saco. Cuando lo soltó, pudo ver su regalo. La cara le pasó del color rojizo a un blanco pálido de terror al ver lo que parecía ser una tumba justo a su lado.

─¿No me dices nada?¿No te gusta? Creo que no me he equivocado y la estoy haciendo del tamaño correcto.

Se acercó a su cara, notaba el aliento. Le dio un beso en los labios seguido de un gran lametón, como el de un perro en celo.

─Qué pena, la verdad es que has sido de los más simpáticos.

Antes de incorporarse pasó su mano por su torso camino de la entrepierna. Con la mano sobre su miembro volvió a acercarse a su oreja.

─¿Uno rapidito?

Sin perderlo de vista, Carlos cogió la pala, la hundió en la tierra y, mientras el sonido de su risa perversa resonaba en los oídos de Tomás, continuó cavando.

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