Todo estará bien

Todo estará bien

Eder

08/07/2020

El celular hubiera podido seguir vibrando sin problema hasta el final de los tiempos. Mi madre es mi madre, pero es muy terca, no le importa si estoy impartiendo una clase de disección anatómica, ella es así. Aprender a cortar y escudriñar entrañas es el interés de mis alumnos, no saber la hora en la que quedaríamos para ir juntas al mercado.

Lo mismo da que sea la primera o la tercera vez que los estudiantes vienen a mi clase, el contacto con la muerte siempre les interpela directamente a los ojos. Su belleza juvenil choca con la materia muerta.

Entiendo el final como la desaparición de los signos vitales y aunque por esta razón pueda desenvolverme con aparente indiferencia durante las prácticas y parecer insensible, no lo soy. A veces aún creo ver gestos de dolor en el rostro del muerto cuando las manos inexpertas de mis alumnos trabajan el cuerpo, pero no puedo darme el lujo de presenciar el milagro de la resurrección en la sala. Soy una profesional.

Reconozco que no me supone un esfuerzo ir de compras los sábados con mi madre. Sentir la vitalidad que hay reunida en ese lugar creo que es bueno para mí. Normalmente solemos hacer el mismo recorrido. La señora Pati -cree mi madre- es la que da a mejor precio las verduras. Luego está la carnicería de don Ramón que, a decir por las manchas de sangre seca que se repiten cada sábado en las mismas baldosas, no diría que es un tipo pulcro. Pero no es eso lo que me molesta sino la forma en cómo me mira, sin disimulo, a lo puerco.

– Hija, deberías tomarte unas vacaciones, andar entre tanto muertito no es bueno. Has de andar cargadita de malas vibras, por eso tanto dolor de cabeza. Ya te he dicho que la mala energía se pega como las garrapatas. Te hace falta una buena limpia – dijo mi madre mientras Ramón nos despachaba la carne.

Cómo me gustaría que la causa de las malditas migrañas fuera la mala energía que despiden los muertos, o la luna llena, o el maullido de los gatos de mi vecina, ojalá. El hecho de ser licenciada en medicina no me hace inmune a la muerte. Nada te prepara para el final.

La enfermedad ya estaba bastante avanzada, pero la muerte de mi padre era muy reciente y darle otra mala noticia a la pobre mujer sería acabar con ella. Debía esperar, aún no era el momento.

La zona esotérica también es mercado, aunque no lo parezca estamos en el mismo lugar. La desesperación es cabrona así que, aprovechando la fe de mi madre, y con la excusa de las malas vibras, pedí que me llevara con la curandera de su confianza. Limpias y trabajos, amarres y retiros, eran algunos de los anuncios que se podían leer mientras caminábamos y a los que verdaderamente, hasta esta mañana, nunca había prestado atención.

– Hay muchas envidias alrededor de ti, pero ya verás cómo se te van a ir esos dolores, sólo debes tener fe – me dijo la curandera.

Un manojo de hierbas, la loción verde y fresca que escurría de mis brazos, los rezos, la dureza del huevo que frotaba sobre mi cabeza, o una habitación atiborrada de veladoras, tal vez podrían ser mi salvación.

La yema de huevo había salido prácticamente deshecha, símbolo de negatividad. Necesitaría al menos unas diez limpias más. Pagamos y nos fuimos.

Yo soy el camino, la verdad y la vida, el que me siga nunca morirá ponía el cristal trasero de un coche casi destartalado que iba delante de nosotras. De milagro no me pasé el semáforo en rojo. Una imagen de Jesucristo acompañaba el final de la cita. El tráfico a esas horas es un infierno.

-Ya verás hija como te vas a sentir mejor, qué bueno que te decidiste a hacerte la limpia – me dijo con su rostro lleno de fe.

– Tiene razón madre, ya no duele tanto – respondí mirándola con ternura.

A pesar de los dolores, que cada vez se hacían más insoportables, estaba decidida a continuar yendo a dar clases. La terquedad, no lo puedo negar, la heredé de ella.

Como cada viernes el celular volvía a vibrar con urgencia.

– Paso mañana tempranito por usted. La invito a desayunar antes de ir al mercado – contesté mientras tanteaba el corte abdominal con la otra mano.

– Es mi madre, quedamos todos los sábados para ir al mercado y ya de paso aprovecho para que me hagan una limpia con huevo. Seguimos – dije a los alumnos, que se miraban unos a otros con extrañeza.

La sala finalmente había quedado vacía de estudiantes. Los muertos descansaban tranquilos, en paz, en las frías mesas de metal.

Descansé mi cuerpo en una de las mesas vacías, el techo era blanco. No quiero morir, no quiero morir, no quiero morir, no voy a morir.

Un manojo de hierbas golpea nuevamente mi cuerpo. El olor de la loción verde es agradable. La yema de huevo volvía a salir totalmente deshecha y de color oscuro. Los ojos de la curandera estudiaban la yema deformada y turbia que flotaba dentro del vaso.

– Sigues cargadísima de malas vibras, pero debes tener fe, con ésta y las próximas limpias, verás cómo mejoras – dijo ella.

Al fin salimos de la salita de limpias.

Un limosnero se arrastra por el pasillo de los curanderos ante los ojos de los santos de barro.

Observo el rostro de mi madre y me parece lleno de esperanza.

Me agarro con fuerza de su mano.

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