Una de las camareras detrás de la barra del Clandestino, de espaldas a un gran espejo que refleja toda la sala del bar, saca brillo a unas copas, se agacha para buscar algo, dos naranjas, las parte en mitades, las deja en un plato. Piensa en su media naranja, por donde andará. La luz del ventanal le ilumina dos mechones sueltos, es rubia como la cerveza. Lleva una camiseta roja de Estrella. Exprime las naranjas, mientras un camarero, que parece de su misma edad, pantalón negro, camisa blanca, prepara la máquina de café y va diciendo:

-¿Sabes todas las mujeres que han salido con la guerra de sexos? Se está creando una guerra de sexos, ¿para qué? Pues para que nazcan menos hijos.

Entra un cliente de mocasines, camisa y pantalón de vestir y se acerca a la barra. Espera, revisando el móvil y escucha. El camarero sigue.

-Como en la mani de marzo, estaban reclamando sus derechos, eso me parece bien. Pero…

Con el vaso de zumo en la mano, la camarera mira al cliente del móvil que acaba de entrar. Interrumpe a su compañero diciéndole en voz baja -te ha salido perfecto el capuchino, ¿lo sirvo yo o lo llevas tú?

El camarero no contesta, pendiente del café. 

Ella insiste -llévalo tú, que te ha salido muy bien, de verdad.

Y se dirige al cliente -perdona, es que el lunes nos toca filosofar, ¿qué te pongo?

-No pasa nada –responde con soltura el cliente, guardando en el bolsillo de la camisa su móvil. -Pon un café con leche y una magdalena.

La señora del capuchino da las gracias al camarero que le sirve el café con una chocolatina, levantando la vista de La Vanguardia por encima de sus gafas.

El camarero vuelve a la barra y continúa.

-Pero hay gente del 8 de Marzo que, en realidad, dice lo mismo de otra manera y entre ellas se matan. A parte, hay un problema con el feminismo, que exige igualdad pero, ¿ofrece unión? Hay quien piensa que es una cosa y los demás tienen que pensar lo mismo. Dale al banner si quieres saber más.

Dos chicas en tejanos se acercan a la barra, una de ellas se adelanta.

-Un té –pide decidida, rebuscando en su bolsa de mano.

-¿En sobre o a granel? –pregunta la camarera dejando el vaso de zumo a medio tomar.

-Yo quiero un café con hielo -contesta la otra chica antes de que responda su compañera.

-Un roiboos, un sobre suelto -dice la del té, sacando la cartera de su bolsa.

El camarero prepara el café con hielo y el roiboos. 

La camarera pregunta, -¿cobro junto o separado?

-Junto -contestan las dos a la vez y se besan.

Suena una guitarra conocida en Melodía FM coloreando el ambiente, Mark Knopfler, cuando entran tres francesas vestidas de salir de noche, piden en francés dos zumos de melocotón y un mojito. Las doce de la mañana.

La camarera pone los zumos y el mojito, cobra a las francesas y como si hubiera tenido una revelación, mira a su compañero con un brazo en jarra, -pues lo vuestro lo tenéis que hablar, que ella nunca pueda decir que no te preocupaste.

-Ya. Es muy cariñosa, muy cariñosa, ¿sabes? –contesta él –pero no voy a permitir que me diga según qué… -Y se ajusta la camisa por dentro del pantalón.

-Yo creo que después de unos años os habéis apalancado en unas dinámicas –la camarera pasa la bayeta con ligereza por la barra y sigue hablando como para ella –es normal, con el tiempo te acomodas.

-Bueno, lo queremos cambiar. Es que son muchas cosas.

-Pues inténtalo -aconseja ella- a lo mejor no pasa nada, pero imagínate que dentro de un tiempo quieres tener hijos. Pues a lo mejor ahí vais a quebrar uno de los dos.

-Si le digo eso, me deja –y el camarero se queda en babia, mirando hacia unas cajas de Vichy que acaba de entregar el repartidor. -uando mi madre decía algo en casa, mi padre chitón.

La camarera firma el albarán al repartidor y dice sin mirar a nadie -coge esas botellas, hay que poner unas cuantas a enfriar.

El camarero saca botellas de las cajas sigue hablando, como consigo mismo -y al final soy como soy. Si ella quiere vivir conmigo porque le gusto, genial. Pero si es solo para follar, también me va bien.

La voz de la camarera suena risueña -como diría Borges, veo el engranaje del amor.

Un hombre y una mujer, de unos cuarenta y algo, se sientan en la mesa del fondo. Visten pantalón gris y camisa de rayas finas, blancas y rojas. La mujer lleva la conversación.

-Te lo digo, en mi grupo, la única hetero y con hijos, soy yo. Y encima sin tatuajes.

-Vaya –obtiene como simple respuesta.

-Ya. Y encima, funcionaria.

-Fatal –dice él mirando, sin ver, por la ventana.

En La Contra la señora del capuchino lee una entrevista a María Albertin, diseñadora, 26 años.

Entrevistador -María Albertin ¿Qué te inspira en diseñar?

Diseñadora -Mi gente, mi familia, mis amigas…miro las necesidades que tienen. Ellas me piden zapatos altos, quieren ir muy sueltas y los hago con plantillas de gel para llevar todo el día.

Es justo ahora cuando la mujer que descubre al protagonista entra a pedir una botella de Vichy, sin saber que está a punto de ver a Dios. Dirigiéndose a la camarera Estrella, pide.

-Hola cariño, qué tal todo. Ponme un Vichy bien frío.

-Qué tal guapa ¿Con hielo y limón?

-Sí, claro ¡Que calor!

-Siéntate ahí fuera. Se está bien hoy en la terraza.

Se dirige a la salida, enfrente ve a un personaje de barba blanca sentado en el suelo de la calle, delante de un escaparate de Replay. Piensa que se parece a Mark Knopfler. Enmarcado por una gran R, sostiene cuerdas de distintos largos y gruesos entre las piernas, va cortando trozos de un palmo. Los mete en una garrafa de plástico. La va llenando de cabos sueltos. La clienta del capuchino lo observa de reojo por encima del periódico. La funcionaria hetero sin tatuajes, al otro lado de la ventana, ignora su presencia y espera el consuelo de su acompañante, que mira sin mucha atención al personaje. Las tres francesas ríen entre ellas ajenas a su entorno. Se levantan la de rooibos y la del café con hielo, que no ven al hombre de las cuerdas, miran mal al del café con leche y la madalena, que las ha estado observando.

La mujer que ha visto al protagonista llama con un gesto a la camarera para preguntarle qué hace ahí el señor sentado en la calle. La camarera sale de la barra, se acerca a la altura del cliente del café con leche, sentado muy cerca de la del Vichy, y de pie, con la bayeta en la mano, se inclina un poco hacia ella y susurra la revelación.

-Es El Clandestino. Es el dueño de todo esto.

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