La imprevisión de Óscar le llevó ya casi de madrugada a tener que buscar la tienda de conveniencia más cercana a su casa para comprar tabaco. Para colmo, debía pasar antes por un cajero a sacar dinero, operación que a esas horas convenía hacer con cierta cautela, ya que si bien no se podía decir que la zona en la que vivía fuese muy peligrosa sí que se podía catalogar como un poco chunga. Cuando llegó a la oficina que cobijaba el cajero no había nadie en derredor, por lo que no tuvo que aplicar su táctica habitual en estos casos de dejar la puerta abierta para hacerse el valiente ante hipotéticos maleantes, utilizando una suerte de psicología inversa. Una vez proveídos los 20 euros, que era la cantidad mínima que dispensaba la máquina y también la más acorde a su lógica provisoria, fue a la tienda y se abasteció de cigarrillos sin ningún contratiempo, pero ya de camino a casa cuando estaba a un tris de alcanzar la esquina de su calle no se sabe muy bien de dónde apareció una mujer, «perdona, ¿me puedes ayudar?, es que me acaba de pasar una cosa horrible», le dijo con una voz trémula y sollozante al tiempo que movía arriba y abajo unas manos también temblorosas. «Tranquila, tranquila», fue lo único que atinó a decir él. «Es que… es que» trató de proseguir ella luchando para que le saliesen las palabras, intervalo de tiempo que Óscar aprovechó instintivamente para observarla. Tenía el pelo enmarañado y un vestido beige arrugado que parecía llevar puesto mucho tiempo, y que en su mejor versión era demasiado elegante para un martes por la noche. El aleteo de manos también dejaba entrever unas uñas descuidadas, «me ha pasado una cosa muy fuerte con mi novio», acertó por fin a decir, «¿pero estás bien?, ¿ha sido muy grave la cosa o qué?», le preguntó él desconcertado, «es que acabo de verlo follando con otro tío», soltó con voz tenue, «¿pero dónde lo has visto?» le inquirió como si eso tuviese alguna importancia. «Allí en el cuarto oscuro de la Dolce Vita, le he seguido porque sospechaba algo y me he encontrado con todo el pastel», contestó ella de nuevo con un hilillo de voz… «¿Por qué no hacemos una cosa, qué te parece si llamamos a alguna amiga para que se quede contigo?» Preguntó Óscar tras unos segundos de vacilación, «no quiero que se entere nadie», repuso ella, «pues no sé… ¿pedimos un taxi para que te lleve a casa y allí te tomas algo para tranquilizarte?, ¿vives con él?» «Todavía no, iba a mudarse el mes que viene… »

«Escucha», le dijo ella apremiante aunque de nuevo suavizó el tono para preguntarle «¿me harías un favor?». «A ver dime», le contestó Óscar temiéndose lo que le iba a pedir. «¿Puedes ir allí y decirle que salga?, necesito hablar con él». «¿Y por qué no lo llamas por teléfono mejor?, además puede que ya se haya ido», repuso Óscar, «no, sé que está todavía y ya lo he llamado varias veces y no me lo coge», dijo ella al tiempo que desenfundaba del pequeño bolso un móvil de un modelo muy antiguo pero que extrañamente parecía como nuevo, «y encima me he quedado sin batería», dijo otra vez muy nerviosa y con voz angustiada.

En otras circunstancias Óscar hubiese intentado tranquilizarla y después desembarazarse de ella, pero estaba más sensible de lo habitual porque hacía poco que había sufrido un quebranto amoroso y al final acabó apiadándose de la chica, pese a que le chirriaban ciertos detalles de su historia o mejor dicho de ella misma. Además La Dolce Vita no era el típico bar de ambiente, era de los del segmento de mirilla en la puerta y cuarto oscuro, y probablemente dentro de estos el más duro de toda la ciudad, de hecho era el único en el que se había sentido incómodo el par de veces que había ido, con amigos gay o porque no hubiese otra alternativa ese día a esas horas. «Vamos a hacer una cosa, no voy a entrar dentro porque es un poco surrealista que yo vaya a decirle nada a tu novio, pero si quieres puedo ir allí y pedirle al portero de tu parte que lo avise, ¿cómo se llama?», «Carlos», le contestó con un tono más apaciguado, iba a preguntarle también cómo iba vestido pero se contuvo en el último momento porque dadas las circunstancias podía ser una pregunta delicada. «Pues venga, vamos para allá y a ver qué pasa», dispuso Óscar.

El sitio estaba muy cerca, a tan solo un par de calles de distancia, pero en medio del desierto de la madrugada de un martes o por lo extraño de la situación lo cierto es que el trecho se le antojaba mucho más grande. «Tú no serás gay también», le preguntó nada más ponerse en camino cogiéndole del brazo, lo que le hizo pensar que o no era muy consciente de lo que decía y hacía porque seguía en estado de shock , o bien que estaba seriamente trastornada. Optó por no contestar nada y siguieron en un incómodo silencio hasta llegar a la esquina que antecedía a la calle salón donde estaba el bar. «Yo me quedo aquí para que no me vea el portero, que después de la que he tenido con él si me ve contigo no va a querer ayudarnos» «Vale, sí… creo que es mejor que vaya solo», contestó Óscar dubitativo mientras que trataba de asimilar este nuevo matiz que tenía la situación.

El rótulo luminoso que contenía el nombre Dolce Vita en una tipografía sinuosa estaba apagado y del local no parecía provenir tampoco ninguna luz ni ruido, pero no le extrañó mucho por el sitio que era, así que llamó a la puerta y se quedó a la espera de que abriesen la mirilla. Mientras aguardaba miró en dirección a la esquina pero la chica permanecía oculta. Estaba a punto de tocar por segunda vez cuando reparó en una placa transparente atornillada a la pared que había a la derecha de la puerta, ‘abierto de jueves a domingo a partir de las 10 de la noche’, leyó e instintivamente se giró hacia atrás con pavor, su cabeza iba a mil por hora pero él se quedó clavado en la puerta del bar mirando en dirección a la esquina vacía, pensando en si podía llevar un cuchillo en el bolso del que había sacado el móvil, y en la mejor ruta de huida considerando que el bar estaba en una calle cerrada. Lo mejor sería echar a correr en dirección contraria… aunque una vez que asimiló que tenía una vía de escape se tranquilizó, y pensó que probablemente se trataría de una pobre loca inofensiva, de todas formas si asomaba tendría tiempo para reaccionar y echar a correr calle abajo para evitar que intentase abalanzarse sobre él. Encendió un cigarrillo y empezó a fumárselo en silencio mientras vigilaba la esquina tratando de captar también cualquier pequeño ruido proveniente de allí. Ya casi tenía terminado el pitillo, pero lo conservó encendido entre los dedos por si tenía que utilizarlo a modo de proyectil y echó a andar lentamente, pegado a la acera del bar para poder visualizar el lugar donde la había dejado desde la suficiente distancia. El corazón le bombeaba sangre con latidos rápidos e intensos, antojándosele una eternidad el tiempo que tardó en llegar al sitio clave, pero una vez lo alcanzó y se asomó cautamente desde la distancia allí no se veía a nadie, y tampoco se avizoraba nada en lo que era visible del resto de esa calle. Decidió seguir por la de la Dolce Vita hacia abajo, en vez de volver por donde había venido a pesar de que suponía un mayor rodeo para llegar a su apartamento, por evitar reencontrársela, un poco por miedo y un mucho por temor de que se le volviese a pegar. Hizo todo el camino sin sobresaltos hasta su casa, donde nada más llegar se desplomó sobre el sofá. La adrenalina fue bajándole poco a poco pero no podía dejar de darle vueltas a lo que había sucedido, anegándole paulatinamente una gran desazón que cuando por fin le rindió el cansancio se tradujo en un sueño muy inquieto, aunque lo suficientemente profundo como para no despertarle el grito de mujer proveniente de las fauces de la noche que al rato de quedarse dormido retumbó en medio del silencio de la madrugada.

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