NO SE HABLE MÁS

– Creo que ya ha llegado el momento. Siento que ya quiere salir.

-Vale, tranquilízate. Todo va a salir bien. Respira.

Se puso en cuclillas y empezó a empujar.

Esa era la postura que su madre le había enseñado. La más cómoda para que el bebé saliera sin problemas.

Estaban los dos solos. No les había dado tiempo de avisar a nadie.

Empezaron las contracciones más dolorosas. Ella empujaba con todas sus fuerzas y él le enjugaba el sudor con un paño blanco.

Le vinieron en ese momento imágenes de lo que había estado sucediendo en la comarca durante los últimos meses.

Todo empezó el día en que comenzaron a llover plumas.

Los lugareños miraban al cielo esperando ver grandes bandadas de aves atravesando el cielo, pero no vieron ninguna.

El suelo se cubrió de una espesa capa blanca, mullida, de plumas de tacto tan suave como nunca habían visto.

El desconcierto era total, pero pasados los primeros días en los que el asombro y el miedo los paralizó, optaron por hacer lo más sensato. Recogieron las plumas, las enfundaron y se fabricaron edredones y almohadas tan cómodas, que al usarlas caían en un profundo sopor sin sueños.

Este estado les hacía perder la noción del tiempo. Nadie sabía si había dormido minutos o días.

La vida en el campo se vio trastocada. Los cultivos empezaron a perderse y los animales, desesperados por la falta de cuidado, trataban de escapar o, sencillamente, morían.

Fueron unos meses de caos durante los cuales los habitantes del pueblo deambulaban en un estado de plácida felicidad que les impedía concentrarse en otra cosa que no fuera la mera contemplación. Esta situación les estaba llevando a la ruina.Había que hacer algo y  a Pepo se le ocurrió una idea.

– Todo esto comenzó cuando recogimos las plumas. Pues soltémoslas.

El pueblo entero estuvo de acuerdo.

Deshicieron los edredones y las almohadas y sacaron el plumaje amontonándolo en la plaza.

En ese momento comenzó a soplar un viento tan violento que hizo volar las plumas hasta formar una enorme nube blanca brillante que fue alejándose hasta parecer un minúsculo copo de nieve.

Todo el pueblo se congregó para ver el espectáculo. Los hombres en pie con la mano en la frente a modo de visera para evitar que el brillo blanco de las plumas al ascender, les cegara.

Ellas, sentadas en el suelo para descansar el peso de sus enormes barrigas.

No encontraban ninguna explicación para aquella casualidad. Más de la mitad de las mujeres fértiles del pueblo se habían quedado embarazadas a la vez.

Era un suceso extraño pero, al fin y al cabo, muy afortunado.

Desde el momento en el que, aquel ya pequeño copo resplandeciente, se perdió en el horizonte, cada uno volvió dócil y cabizbajo a sus quehaceres cotidianos.

– No se hable más.

La vida fue volviendo poco a poco a la normalidad. Nadie intentaba encontrar una explicación, sencillamente el episodio quedó enterrado en el olvido.

Con un grito desgarrador dio el último empujón y empezaron a asomar unos pequeños pies.

Con todo el cuidado del que era capaz, puso sus rudas manos debajo del cuerpo de su mujer.

-¡Cariño, viene de pie! ¡Viene de pie!- gritó alarmado.

Los agarró despacio y tiró suave pero firmemente.

Con un sonido como de agua, se deslizó entre los muslos de su madre y se posó lentamente en el suelo.

Pepo no podía creer lo que estaba viendo.

Era muy pequeña, mucho más pequeña de lo que había sido su hermana.

Estaba de pie, mirándole muy atenta con sus grandes ojos negros sonrientes. El pelo rizado, también negro caía en hermosos bucles sobre sus hombros. Estiraba los pequeños brazos como queriendo acariciar su cara.

Entonces empezó a moverse.

Empezó a dar vueltas sobre sí misma. Primero con titubeantes movimientos, temblando, insegura. Después con más seguridad, empezó a girar alrededor de ellos y a reír a carcajadas. Empezó a bailar.

Su padre esperaba incrédulo, sin saber que hacer. ¡Su hija, recién nacida, estaba bailando!

Se quedo muy quieto y atento por si tenía que ayudarla, pero la niña seguía bailando contenta, mirándoles con un brillo de felicidad en los ojos.

Después de un rato de continuo movimiento, la niña se sentó en el regazo de su madre y entonces lo vieron los dos.

En su espalda se desplegaban dos ligeras alitas formadas por un suave plumón casi transparente.

Alba acercó a su pecho la pequeña cabeza y la niña empezó a mamar cerrando los ojos y murmurando una melodía.

Estuvieron encerrados tres días.

Cuando la niña estaba despierta se paseaba por la habitación girando y bailando al son de una música que solo ella podía oír. Ellos la miraban mudos, sin atreverse a interrumpir su danza.

Cuando la niña dormía ellos hablaban.

¿Qué hacer?¿Salimos?¿Cómo explicamos esto?¿Qué pensará el resto del pueblo?

-Lo más seguro es que nos expulsen de la comunidad, nos quiten las tierras, y a lo peor, nos quiten a la criatura para sacrificarla.

Estas eran las reflexiones a las que Pepo llegaba una y otra vez para gran desesperación de Alba que, a medida que iba incrementando el contacto físico con su hija, la iba queriendo un poquito más.

Cada vez que la niña se enganchaba con más fuerza a su pecho, el miedo y la desconfianza perdían terreno y se diluían como la leche en su boca.

Al tercer día ya no hubo marcha atrás.

-Salimos ahora. La presentamos a todo el mundo y, estoy segura de que nadie la va a rechazar.

Alba hablaba con tal seguridad que no hubo oposición.

Envolvió a la niña en una suave toquilla que había estado tejiendo durante el embarazo a escondidas. Utilizó alguna de las plumas caídas del cielo sin que Pepo lo supiera. Las plumas le daban una apariencia etérea. Brillaba por sí misma y no pesaba.

Pepo la miró con desconfianza pero no se atrevió a poner ninguna objeción. Habían decidido salir y cuanto antes se enfrentara a todos, mejor.

La calle estaba envuelta en un raro silencio.

Avanzaban agarrados con la niña en los brazos de su madre con paso temeroso por la calle desierta. Al pasar fueron abriéndose las puertas. De cada casa salían tríos semejantes a ellos hasta que, al confluir en la plaza fueron decenas las parejas que se juntaron.

Todos llevaban bebés semejantes envueltos en sus toquillas.

Todos tenían la misma expresión de miedo en su mirada, y todos tenían el mismo pensamiento en su cabeza.

-Es mi hijo. No se hable más.

Laly

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