Especies invasoras

Especies invasoras

Dani DC

12/07/2020

Tras equivocarse al tomar el último cruce de caminos, después de dar muchas vueltas, Lee X-3017 llegó por fin al lugar donde habían quedado. Detuvo su aerodeslizador al lado de donde estaba estacionado el de su profesor y, azorado por llegar tarde a la cita, se apresuró a acercarse donde su maestro aguardaba.

– Perdone que le haya hecho esperar, señor –Lee levantó un brazo y lo dobló para realizar el saludo formal destinado a los rangos superiores-. Cuando quiera comenzamos.

– No te preocupes –el profesor Hank W-2047 le devolvió el saludo, con una leve inclinación de la cabeza para indicarle que podían prescindir de formalidades. Su alumno se relajó visiblemente–. Si te parece, mientras nos acercamos al lugar te iré poniendo en antecedentes del objeto de nuestro estudio. Aunque entiendo que estarás familiarizado con el tema puesto que has sido uno de los pocos candidatos voluntarios para participar en él.

Dicho ésto, se inclinó para darle al robot porteador orden de seguirlos y comenzó la marcha. El roboporteador llevaba los instrumentos necesarios para la labor que iban a acometer, incluyendo una jaula acondicionada de buen tamaño. Al tiempo que avanzaban relajadamente por un camino abierto entre la vegetación, el profesor instruyó a Lee.

– Como ya sabes, desde el inicio de nuestra historia como especie nos hemos distinguido por presentar la fuerte determinación de conseguir un puesto privilegiado en este planeta, a expensas de manipular la naturaleza y alterar el entorno para nuestro beneficio. En esa búsqueda de supremacía sobre el resto de especies hemos cometido algunos errores muy significativos –Hank hablaba con una voz sin inflexiones, con la monotonía de un maestro dando clase. Decía cosas que Lee conocía desde la infancia–. La carrera espacial, el dominio de la tecnología que nos ha permitido viajar por el espacio y conocer y colonizar mundos distantes, es indicativa de nuestra gran inteligencia, pero no implica que de manera sincrónica hayamos desarrollado una gran sabiduría. Como especie hegemónica seguimos cometiendo errores garrafales.

En ese momento el profesor paró en seco, se giró para mirar intensamente a su interlocutor en ese monólogo, y le preguntó:

– Como biólogo, y conociendo la misión que nos concierne, ¿cuál crees que ha sido uno de nuestros mayores errores como especie?

– Eh… ¿la introducción de especies en ecosistemas que no son los suyos originalmente? –contestó Lee, mirando hacia el autómata que les acompañaba mientras se tiraba de la sisa de la túnica.

– ¡Exacto! –por primera vez el profesor rompió la rutina de su discurso, dándose un golpe seco en la palma de la mano con el puño- A esas especies no nativas, cuando se adaptan a sus nuevos ecosistemas y desplazan o depredan a especies autóctonas, las llamamos especies invasoras. ¡Ven!, continuemos. Aquí el terreno se endurece.

Siguieron por el sendero, que descendía ahora de manera abrupta en una pendiente empinada que se internaba entre una maleza asfixiante. Incluso para el robot porteador, provisto de ocho extremidades multiarticuladas, la bajada resultaba complicada. Avanzaba a trompicones por el suelo arenoso y desigual de la cuesta, semejando un monstruoso insecto aquejado de temblores. 

– Como te iba diciendo… -continuó el educador- ¡Uff! A pesar de todos nuestros avances tecnológicos y sociales… ¡Cuidado con esa rama!… Hemos seguido cometiendo errores que ponen en peligro la integridad del mundo que habitamos… ¡Uff! Espera, necesito recuperarme. Me resulta fatigoso hablar y hacer estos esfuerzos al mismo tiempo. Cuando tengas mi edad lo entenderás.

Lee X-3017 esperó pacientemente a que su maestro se repusiera. Le llevó unos minutos, así que aprovechó para descansar y echar un vistazo a su alrededor. Aunque estaba en forma tenía que admitir que también le faltaba el resuello. Habían descendido ya casi hasta el fondo del barranco, por donde discurría ligero y jovial un riachuelo por el que bajaba la gélida agua de la montaña. La vegetación se había espesado bastante y los cercaban tal cantidad de plantas que él, urbanita como era, tenía una sensación de claustrofobia botánica. Empezaba a sentirse mareado al intentar asimilar el caótico Pantone de colores verdes, de manera que cuando el profesor le instó a reanudar la marcha casi le adelanta a pesar de no conocer el camino.

– Espera, chico. No te impacientes. Ya casi hemos llegado donde está la trampa. Este tramo es más relajado –el preceptor volvió a ponerse en cabeza. Continuó hablando con su pupilo mientras avanzaba por la redescubierta senda–. A ver… dónde me había quedado… ¡Eso es!, prosigo. Hace unos años, en nuestra continua búsqueda de vida en otros planetas, encontramos al fin un mundo similar al nuestro. Y, ¡maravilla! Tenía una biosfera análoga a la nuestra. Estaba habitado por multitud de especies, algunas de ellas parecidas a las que conocemos y provistas de inteligencia animal. Y, ¿qué crees que se nos ocurrió? –en ese momento volvió a mirar fijamente a su alumno, y sin darle tiempo a contestar añadió- ¡importar ejemplares de algunas de esas especies a nuestro planeta! ¿Increible, no? No solo no aprendemos de errores pasados sino que cometemos errores aún mayores…

En ese punto Hank hizo un alto en su discurso y en el camino. Habían llegado hasta la rivera del riachuelo. La jaula metálica estaba escondida camuflada en el sotobosque no muy lejos de su posición.

– Mira, ahí está la trampa -a pesar de que Hank señalaba hacia un punto preciso, su pupilo era incapaz de desentrañar la localización del mencionado dispositivo-. Dejaremos el robot aquí y me acompañarás a ver si ha habido suerte y hemos capturado algún ejemplar.

Después de darle la pertinente orden a su asistente mecánico, se pusieron en marcha con pasos medidos. Avanzaron paralelamente al cauce del río, arrullados por el sonido del agua, mientras se dirigían al punto designado por el científico senior. Lee pudo observar en esa zona diminutas huellas en la arena, restos de pequeños animales y una vereda abierta recientemente en el matorral del lindero. Señales, pensó entusiasmado, de la presencia de los seres que intentaban cazar. Acercándose al destino, el profesor reanudó su perorata.

– Claro está, pasó lo que tenía que pasar. Por diversas circunstancias y varios y catastróficos motivos, algunos ejemplares de estas especies introducidas se escaparon y llegaron a nuestro medio natural, muy parecido al suyo. Inmediatamente un nutrido grupo de biólogos, entre los que nos encontramos –el que se le incluyera en la referencia hizo a Lee sacar pecho-, se hizo cargo del desastre. Desde entonces hemos sido capaces de capturar, vivos o muertos, a la práctica totalidad de ejemplares. Con la salvedad de aquellos por los que hoy estamos aquí, los últimos supervivientes de la especie más dañina.

Se paró al lado de la trampa, visible al fin, y accionó unos controles del panel de mandos disimulado en uno de sus lados. Ésto hizo que una pequeña ventana se abriera en la parte superior. Inmediatamente unos gritos delataron que el dispositivo automático había conseguido una captura. El profesor se asomó expectante y declaró:

– ¡Hemos tenido suerte! Ha caído uno, ¡por fin! Ya estábamos perdiendo la esperanza de conseguir recuperarlos antes de que empezaran a reproducirse y a hacer peligrar este ecosistema… Voy a dejarte mirar antes de llamar al roboporteador para cambiarlo de jaula, pero tienes que ser precavido y no acercarte mucho al ventanuco. Ten en cuenta que se trata de un animal muy inteligente y agresivo. No en vano han llegado a someter y casi exterminar al resto de formas de vida de su mundo natal. Como ejemplo, este espécimen concreto ha sido capaz de escapar de su cautiverio y mantenerse con vida en este entorno desconocido.

Su alumno se acercó ansioso a la trampa. Se inclinó con cuidado para observar al vociferante ser, entrecerró perplejo sus cuatro ojos compuestos y chasqueó emocionado sus pedipalpos al decir:

– ¡Vaya! Maravilloso… Así que ésto es un humano…

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