Todas las ventanas de la casa están abiertas. Son las nueve de la mañana de este sábado de septiembre. Hace calor, le cuesta trabajo despedirse al verano.

Una niña muy expresiva, de grandes ojos verdes, agita la mano desde el ventanuco más pequeño para dar la bienvenida a su padre que despacio y sin haberse percatado de ella, desliza suavemente el coche hacia el garaje.

Santiago, dentro del auto, se lleva la mano al pecho, siente algo semejante a un pinchazo que le hace doblarse. Respira hondo, trata de relajarse. No es la primera vez que ésto ocurre. Es frecuente, cuando llega a casa. Unas gotas de sudor resbalan por su rostro, con aire de fastidio abre la portezuela y escupe en el suelo.

Enciende un cigarrillo, da una calada, lo deja caer y lo aplasta con el zapato. Mira el reloj, «demasiado tarde, yo mismo me fijé la hora y ni siquiera lo cumplo».

Por fin, sale y se encamina hacia la casa. Antes de subir las escaleras, unos segundos de inmovilidad y ahora sí, ve las manos de su hija, oye sus saludos de recibimiento. Le corresponde.

Desde el interior llegan sonidos familiares, como la tostadora, el exprimidor. Voces conocidas, y los pasos precipitados de Vicky por los peldaños de madera, esa niña de voz ilusionada, por el solo hecho de verle. La primera ojeada en el espejo del recibidor, no le gusta. «No me reconozco, me cuesta mirarme de frente. ¿Qué es esto? Parece una mancha de carmín. No, falsa alarma. Me resulta difícil volver a casa y enfrentarme a la rutina. ¿A  la rutina o a ellas?»

La mirada de Santiago se enturbia, afloran un montón de pensamientos confusos. En su cabeza continúan agitándose preguntas.

La cocina está en pleno funcionamiento, la mesa puesta, el zumo de naranjas recién exprimidas, un café de magnífico olor. Vicky le abraza, se conmueve. Esos dedos finos, delicados le acarician el pelo, todo en ella es inocencia.

–Papi eres el mejor, como te quiero – le grita. Siente una profunda compasión.

Su mujer, Cecilia, le pregunta:

–¿Cómo fué la cena? Imaginé que duró demasiado y no querías conducir. 

Santi mira a su esposa larga y fijamente. Descubre en ella unos ojos de mirada limpia y comprensiva. «Me da pruebas de su amor y confianza cada día, lo que me desarma del todo». Justo por ello, la tensión disminuye. Algo se aplaca, está más seguro, rebaja la vergüenza.

–Es maravilloso desayunar todos juntos – dice Vicky. ¡Otra papá! Te voy a poner en esta tostada mermelada diferente.

–Cariño, no tengo hambre.

Cecilia le pasa una mano por el hombro y mira hacia la ventana, por la que entran algunos rayos de sol, se acerca más y le dice: – me gustaría que ahora se parara el tiempo. Estas estampas familiares no abundan.

–Papá, nosotros somos una familia feliz ¿verdad?

Santiago nota una sombra que le altera su expresión. Pero, enseguida, responde con su amabilidad habitual.

–Claro que sí, ¿cómo se te ocurre decir algo así?

Cuando se da cuenta que no puede responder con soltura a preguntas tan espontáneas, se siente incómodo.

–Es por Beatriz, mi amiga del cole. Dice que ellos no son felices. Sus padres discuten mucho y ella lo pasa mal.

–Bueno mi niña, eso puede ocurrir en ocasiones. Tú no tienes de qué preocuparte.

–Vale.

Ante estas palabras, la pareja se mira – ¿vamos a hacer algo esta mañana, papi?

–Tengo que descansar un poco, estoy agotado. No te prometo nada.

La familia se dispersa. La cría sale al jardín, la mamá empieza a ordenar y Santiago sube al dormitorio. Necesita salir de ahí, aunque reconoce que entre esas paredes está su cobijo, su lugar seguro y a la vez, que contradición, el origen de la desazón. «Las situaciones se me escurren entre las manos, como el agua».

Se acuesta, no sin antes bajar las persianas y permanecer en una discreta penumbra. «Quiero pensar tranquilamente. Existen muchas razones para no seguir con esa historia, como todo ésto que acabo de vivir, de recibir. Pero, hay una para hacerlo: el deseo, la quemazón».

Intenta cerrar los ojos, dormitar. Imposible, su mente puede al cansancio. «Desde hace unos meses estoy demasiado preocupado, mi intranquilidad va en aumento. tengo una tensión que no sé aliviar. No me paro para considerar soluciones».

Sabe que, en el fondo de su crisis, podría buscar una oportunidad.

«Necesito tener la cabeza fría, quizá ha llegado el momento de soltar ataduras». Bosteza, se acomoda, duda si aparcarlo para más tarde, cuando esté descansado.

Aún era temprano, cuando había salido del hotel con Raquel. Cada uno por su lado, como dos desconocidos. Cada cual, a su casa, a sus vidas con los suyos,  lo que no compartían. Se despidieron poco antes, después de haberse amado a oscuras, últimamente, Santi lo prefiere así. Aquello que empezó como un tonteo, parece derivar hacia una espiral o un callejón de difícil salida.

«Me empiezo a dormir como un imbécil, no me apetece vivir una vida falsa, llena de desesperación, tengo que pensar en mi futuro». Sus párpados cerrados le arrastran a un sueño inquietante.

Hacia las tres de la tarde,una luz cegadora,esa que corresponde al sol en lo más alto,irrumpe en su habitación al abrir Cecilia las cortinas.

–Cariño,siento despertarte pero se vá a hacer tarde para comer.Tenemos preparadas cosas que te gustan.¿Qué tal el sueñecito?

–Bien,bien.

–He subido dos veces.Estaba asustada,te he tranquilizado bajito porque gritabas y hablabas en sueños.

–¿Yo?¿Qué decía?

–Bueno,no era una conversación como tal,las palabras tampoco eran claras,lo que sí entendí fué:¡No quiero! ¡No me obligues!

–¿Me ha ocurrido otras veces?

–No creo, me acordaría. debe ser el estrés del trabajo, llevas un tiempo muy alterado.

–Sí. Es verdad.

–¿Es solo ocupación o hay algo más? Estoy preocupada.

–Tonterías.

–Entonces, fíjate. Si decías, no quiero, puede que tengas asuntos que no desees llevar adelante. En el sueño, te das la respuesta.

–Qué cosas tienes. Anda, me ducho en cinco minutos y comemos.

Bajo el chorro de agua tibia, Santi se recompone. La espuma le alivia y parece ganar firmeza ante posibles decisiones.

«¿Qué voy a decirle a Raquel? Me he adentrado en el corazón de esta mujer y es sabido, que algo así, es peligroso». Se seca vigorosamente, un pantalón corto y una camiseta serán suficiente vestuario.

Al aplicarse una crema, se observa «pretendía yo formar parte de …? ¿Me interesa algo así? Estoy loco».

El fin de semana transcurre entre rabia e indignación. De vez en cuando, mira, con ojos alterados, todo lo que le rodea. 

«Eres un cobarde, un … vale, voy a parar, quiero comprenderme a mí mismo. Entonces, no fuí consciente, no tenía ni idea de lo que se despertaba en mí. Ahora, las cosas están en proceso de cambio y yo también». Se deslizan las horas entre juegos infantiles, descanso y algún deporte.

Llegado el lunes, la decisión está tomada. Hablar con Raquel, razonar con ella, manejar la situación de la forma más adulta posible.

Al encontrarse, Santiago la mira y se pregunta por qué le resultó tan atractiva, por qué esa fascinación.

«¿Fue su piel? Solo con rozarla me sentía electrizado».

El nudo de las dudas se desata.

«¿Sé yo, en realidad, lo que significa amor? ¿Lo estoy descubriendo ahora, no con ella, pero sí, a través de ella?»

–No entiendo el sentido de esta cita aquí, en este café. Menos aún, el de la conversación que me propones. Siempre ha estado claro. Ambos estamos casados ¿por qué cambiar nada? – dice Raquel extrañada.

–Escúchame, es mi lucha interna lo que me enloquece.

–¿Qué te agobia tanto? Jamás hemos pretendido vivir juntos. Sabemos compatibilizar nuestras vidas.

–La culpa es una buena razón y una piedra bien pesada de soportar.

–¡Qué dices Santiago! Me parece increible. Nos vamos a echar mucho de menos.

–Si dejamos de vernos, no tanto.

Se hace un largo silencio. La sombra inquieta de una sonrisa, se dibuja en la boca carnosa de ella. Toda en sí es sensual. Escucha con una mezcla de incredulidad y rencor, ve al amante infeliz que va a desmoronar su juego.

–Te creía más maduro.

–Ser maduro es ser responsable y eso es lo que quiero. Ser maduro es manejar el verdadero respeto y es lo que deseo recuperar, hacia mi familia y hacia mi mismo.

–Sorprendente. Menudo discurso.

Por un instante Santi observa que Raquel a un tiempo le atrae y enseguida le repele. Nota en ella, por primera vez, algo pueril.

–No sé cómo pude empezar, quedé atrapado en una red de la que quiero desasirme. Es un mal asunto – lo dice como para sí mismo.

–¿Por qué has tenido que decir lo que has dicho?

–No vas a creer ésto, pero aquí mismo, me veo como un juguete.

–Me da miedo este abandono, en el fondo no se vivir – dice ella, mientras pierde algo de color.

–Tranquila. Todo saldrá bien.

–Vamos a nuestro hotel, allí lo veremos de un modo diferente – le susurra Raquel.

–No voy a ir. No sabría que hacer y empezaría a girar la rueda, volvería el juego, la seducción.

–No doy crédito. El mundo está lleno de sorpresas y tú, hoy, estás entre las grandes.

–¿Qué puedo decir más? Un cúmulo de emociones apagan mi deseo. No tengo nada contra tí. Quisiera terminar bien. Que ambos pudiéramos aceptar la nueva situación. Yo necesito encontrarme para sentirme mejor. Y tú tienes una oportunidad de arreglar tu vida, de una vez. 

–Esperaba una respuesta diferente.

–Lo siento. Soy sincero.

–Imagino que en breve me dirás que se te hace tarde para ir a casa.

–No pensaba hacerlo. Pero, en el fondo es cierto.

–Me salen expresiones duras que no quiero pronunciar – dice Raquel muy tensa.

–¿Prefieres gritos y reproches?

–No, claro que no.

–Las aventuras esporádicas son parches que luego, te llenan de infelicidad. Quizá es tu momento para afrontar los problemas matrimoniales, incluso con los chicos.

–Estoy perpleja, nunca pude imaginar que nuestro final, sería así. Me hablas de marido, hijos ¿qué te has creído?

–Es difícil verlo. Seguro que nos estamos haciendo un favor.

–¿Puedo llamarte algún día?

–No. No es conveniente.

–Nunca te he visto tan firme.

–Yo tampoco. Haber tomado esta decisión me hace estar bien. Luego, es la adecuada.

Raquel intenta besarle a modo de despedida.

–No es buena idea, será mejor dejarlo como está .

–Me espanta lo civilizados que somos.

Cuando Santi avanza por la carretera, de regreso a su hogar, lo hace despacio para disfrutar del camino.

Le agrada la arboleda que envuelve la urbanización, la penumbra que se cuela al final de la tarde y esas lineas rojas que el ocaso ha puesto en el borde del horizonte. Un aroma  profundo, procedente de la hierba recién regada, entra por la ventanilla. 

«Algún día tendré que hablar con Cecilia de estos meses. Pero, ahora no, no estoy preparado. Con asimilar lo vivido y lo que está por venir ya tengo bastante».

Sonríe. Se siente más ligero. Experimenta una sensación de triunfo.

«¿Cuánto hace que no llegaba contento? Vicky estará agotada y en la cama ¿cuándo dejé de contarle cuentos a mi hija?» 

Al aparcar no hay presión en el pecho, tampoco saludos. Quien le recibe es Ceci, sorprendida por la hora. Se miran fijamente y ella intuye una presencia distinta.

–No estás igual. Te percibo más aquí, conmigo.

–Qué cosas se te ocurren.

–Me llegan buenas sensaciones, como la ilusión de algo recuperado – insiste su mujer.

–Cecilia, demos las buenas noches a Vicky.

La esperanza flota en el ambiente, están más confiados, cada uno a su manera.

«¿Cuánto hace que no le acaricio? El equipo tiene que remontar y casi todo depende de mí. Sin duda, la empresa merece la pena».

–¿Estás bien? – pregunta Ceci.

–Muy bien. En casa y con vosotras me recuperaré.

«Pensar que has estado a punto de perderlo todo y solo por una efímera atracción». 

 

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