Les plaintes d’un Icare

En vain j’ai voulu de l’espace

Trouver la fin et le milieu;

Sous je ne sais quel œil de feu

Je sens mon aile qui se casse;


Et brûlé par l’amour du beau,

Je n’aurai pas l’honneur sublime

De donner mon nom à l’abîme

Qui me servira de tombeau.

Baudelaire (Les fleurs du mal)

– Soy Ícaro. Soy el Ícaro de la mitología. El Ícaro hijo de Dédalo, el arquitecto e inventor y escultor maravilloso que todos han loado, el que construyó el laberinto del Minotauro del que nadie, ni siquiera él podía salir.

Los dioses me han dado otra oportunidad. Me han dejado en este siglo donde nada es igual a lo que yo conocí pero quiero vivir, quiero saber, quiero sentir plenamente todo lo que empecé a sospechar que existía en mi vuelo anterior. Mi padre me dio ese deseo. ¡Mi padre!

¿Han hecho los dioses algo más? Sí, antes de concederme la incorporación a esta nueva vida me han permitido ver todo y observarlo durante un tiempo. He comprendido cosas, cómo ha evolucionado el hombre y las técnicas.

Hoy he visto de lejos a Maximilien Dédale. Es el dueño y gerente de una industria aeronáutica en Strasbourg. ¿Casualidad? Pero lo mejor es que está trabajando como socio en El Solar Impulse, proyecto ubicado principalmente en Suiza para desarrollar un avión alimentado únicamente mediante energía solar fotovoltaica. Este avión es capaz de volar tanto de día como de noche, de día propulsado por las células solares que cubren sus alas, y de noche con la energía de las baterías recargadas durante el día.

El proyecto está dirigido por Bertrand Piccard y André Borschberg, ambos son pilotos profesionales. Su finalidad es dar la vuelta al mundo sin escalas y sin utilizar carburantes contaminantes. Evidentemente este plan debía atraerme y se comprende porqué.

Los dioses han considerado que mi falta no fue tan grave. Desoí los consejos de mi padre de no seguir a los pájaros, de no subir tan alto pero ¿quién podía imaginar que la cera se derretiría con el calor del sol como decía él? Fue una falta propia de mi juventud, el descubrimiento de la libertad, la belleza de lo que veía y volar, volar… volar como las gaviotas. ¿Quién hubiera podido renunciar por prudencia a tanta maravilla? ¡Tenía 16 años y todos los sueños en mí!

Me gustaría saber quién es Maximilien Dédale exactamente. ¿Y si los dioses…? No creo que sea posible pero,… ¿y si lo fuese? En todo caso necesito hablarle.

Así pensaba y se expresaba Ícaro una vez llegado a la tierra.

El 23 de julio, en El Cairo, Bertrand Piccard va a emprender el vuelo hacia Abu Dhabi, Emiratos Árabes Unidos. Allí está Ícaro observando cuánto se hace y, en sus ojos, hay una llama de pasión que no pasa desapercibida de algunos de los presentes.

Maximilien Dédale es uno de ellos. Queda sorprendido, conmocionado al ver el joven y acercándosele le pregunta:

  • ¿Es usted piloto? Nunca le había visto por aquí antes.
  • Es la primera vez que vengo. ¡Es maravilloso lo que están haciendo!
  • Sí, lo es. ¿Es usted piloto?
  • En cierta manera, sí.

Maximilien se lo queda mirando curioso. En esos momentos le llaman por los altavoces y, diciendo

  • Disculpe.

desaparece entre la gente y se dirige al hangar. Allí, se ha entablado una discusión. Piccard, que debía pilotar en esta etapa ha sufrido un desvanecimiento y, ya recuperado, asegura que podrá hacerlo. Los responsables piensan en posponer el vuelo al menos veinticuatro horas hasta asegurarse que está en buena forma. Piccard insiste. Hay que tener en cuenta que el retraso del vuelo supone enormes gastos pero la vida de Piccard y la seguridad del proyecto están por encima de todo y Maximilien también opina que es mejor posponer. El médico que está reconociendo al piloto también piensa que sería mejor retrasar la salida y hacer a Piccard unas pruebas en profundidad.

Todos los responsables están de acuerdo en retrasar veinticuatro horas el acontecimiento aunque, en su interior, haya una enorme frustración. Maximilien sale de la zona de hangares y, en ese momento, anuncian por los altavoces que la salida se efectuará al día siguiente. No mencionan a Piccard para nada, simplemente posibles problemas meteorológicos a la llegada. La multitud empieza a moverse muy lentamente hacia la salida con aire decepcionado pero firmemente decididos a volver.

Ícaro no se ha movido, algo en su interior le dice que ese no es el problema. Se acerca hacia los hangares y ve cómo Piccard sale acompañado de varias personas. Se introduce en el hangar y se esconde. Al cabo de un rato oye que lo cierran.

Cuando Maximilien llega al hotel, le viene en mente el joven Ícaro. Ese muchacho lo ha impactado. Hay en su expresión ingenuidad, osadía y, por qué no reconocerlo, algo que le es muy familiar. El corazón se le encoge al recordarlo. Por mucho que piensa no recuerda haberlo cruzado nunca a no ser… ¡pero eso es imposible! Sin embargo… Mañana le preguntará e intentará obtener toda la información.

Por su parte Ícaro, una vez se asegura que todos han marchado y que está solo en el hangar, se acerca a la máquina increíble y empieza a mirar los mandos. No parece muy complicado, la cabina es cómoda, sabe que el vuelo va a durar casi 50 horas, es decir dos días durante los cuales el piloto no podrá dormir o muy poco, ni relajarse. En las indicaciones de a bordo consta que la distancia a recorrer es de 2794 Km y la altura media a alcanzar 8534 m. ¿Cuánto había ascendido él cuando se le quemaron las alas? Nunca lo ha sabido, pero para ello no necesitó subir tanto!

Durante varias horas estudia el mecanismo de la nave, encendiendo los motores, poniendo en marcha el radar, mirando todas las indicaciones que le dan y, cuando está seguro de comprender todo, se decide a emprender el vuelo. Ya es de noche, la baterías, según los indicadores, están totalmente cargadas. Piccard usaba para sus trayectos una especie de mono de trabajo que está en el asiento. Ícaro se lo pone. La puerta del hangar está cerrada por fuera pero desde dentro se puede abrir. Con sigilo y procurando hacer el menor ruido posible, Ícaro la abre, salta en su máquina, la pone en marcha y, al cabo de unos minutos está rodando por la pista. El despegue es brusco pero, más tarde, pasado el miedo, consigue estabilizar el aparato. Increíblemente, nadie lo ha visto. Hay que decir que el aeródromo ha sido alquilado especialmente para esta ocasión y que no hay ningún vuelo que pueda interferir con él en los alrededores.

De madrugada, el guardia del aeródromo hace su ronda y ve la puerta del hangar abierta y la ausencia de la nave. Piensa que se han cambiado los planes y no da la alarma.

A primera hora de la tarde, los responsables del vuelo y todos los trabajadores y simpatizantes van llegando. Al apercibirse de la ausencia del aparato piensan en Piccard pero este está todavía en el hospital pasando exámenes médicos. Maximilien tiene un flash. Mira hacia la multitud a ver si encuentra al joven de la víspera, pero sabe que, aunque estuviera, sería imposible verlo, dada la cantidad de gente que ocupa incluso la pista.

¿Cómo explicar a toda esta gente que el aparato ha desaparecido? Una idea les viene en mente: las condiciones meteorológicas de Abu Dhabi han cambiado durante la noche y se ha emprendido el vuelo. Ha sido una decisión tomada con rapidez lo que ha impedido dar avisos y publicidad. Todo el mundo puede comprender que el coste económico por horas de dilación es muy alto. Luego, ya pensarán en justificar la pérdida.

Pero ahora, lo más importante es localizarlo. Desde la torre de control y con radar consiguen situarlo. Va correctamente por su camino. Quieren comunicarse por radio con el inopinado piloto. No hay respuesta. Durante toda la tarde y toda la noche se van sucediendo las llamadas y las localizaciones sin obtener ninguna pista del piloto misterioso. No supera los 60 Km/h. Todo es perfecto pero, ¿quién pilota? Todos los responsables vuelan a Abu Dhabi por si, como parece que va a suceder, aterriza allí. Al cabo de 48 h 37 min el Solar Impulse HB-SIB toma tierra normalmente en la pista que le corresponde. No se ha avisado a la policía por la desaparición del Solar, nadie debe saber sobre lo sucedido. Sería una publicidad innecesaria que podría perjudicar al proyecto. Ícaro baja del aparato y, sin mostrar el rostro, en parte cubierto por el mono de piloto, las gafas y la gorra recorre el corto camino hasta el hangar y allí desaparece.

El comité de recepción lo espera. Piccard, que había sido declarado apto para volar está con los responsables del vuelo y Maximilien. Los periodistas se acercan a Piccard y le felicitan creyendo que ha sido él quien ha efectuado el vuelo. Todos siguen el juego y Piccard aparece como el héroe del día. Los detalles del vuelo son: en 48h 37 min.  ha recorrido 2794 Km a una velocidad media de 57,5 Km y a una altitud máxima de 8534 m. Esta fue la última etapa, la que completó la vuelta al mundo del Solar Impulse HB-SIB.

Después de las celebraciones por todo lo alto, los que estaban en el secreto de lo ocurrido querían saber. Piccard no sabía qué pensar. Estaba convencido que quien lo había hecho era un piloto tan cualificado como él pero ¿Quién podía ser? El proyecto se había hecho compartiendo el pilotaje con André Borschberg pero este se había quedado en Lausanne. Maximilien, por su parte, no se podía quitar del pensamiento al extraño joven con el que había hablado apenas durante unos segundos.

A partir de haber conseguido dar la vuelta al mundo, la siguiente etapa para Solar Impulse era hacerlo de una sola vez. Todos trabajaban en conseguir más autonomía en el vuelo.

Ícaro, por su parte, seguía con su idea de pilotar el Solar Impulse pero era verdaderamente imposible acercarse a él. Ni siquiera los obreros que trabajaban en l’École Polytechnique Féderale de Lausanne, donde estaba el Solar y que hacían piezas sobre pedido tenían acceso al hangar.

Ícaro se había enterado que el Solar Impulse HB-SIA, es decir el primer prototipo que se había utilizado para este proyecto, tras efectuar su último vuelo de Oeste a Este de los Estados Unidos, había sido desmontado y repatriado desde New York hasta Dübendorf, a 230 Km aproximadamente al nordeste de Lausanne. Pensó que seguramente, la guardia no sería tan férrea y allí se dirigió. Investigando logró descubrir su paradero y observó que no estaba demasiado protegido. Con no poco esfuerzo y voluntad consiguió la confianza del vigilante que le dejó entrar en el hangar. Vio con gran alegría que el aparato había sido reconstruido. Cada noche hacía su visita al avión y lo estudiaba. Además iba trabajando en unos accesorios de motor con lo que esperaba alcanzar mayor altura y velocidad. Esto le llevó varios meses pero lo consiguió.

Maximilien era el responsable de la reconstrucción del Solar Impulse HB-SIA al que tenía muchísimo aprecio por ser el primer aparato que había realizado su sueño. Iba con frecuencia a Dübenfort y daba instrucciones para su mantenimiento.

Llegó el día en que Ícaro quiso probar las mejoras que había hecho en el motor. Decidió salir al anochecer y ese día, o mejor, esa tarde, Maximilien también quiso ver su Solar Impulse. Ícaro sacaba el avión cuando llegó Maximilien. Los dos se quedaron paralizados por la sorpresa. Se miraron y algo en una mirada pedía permiso y en la otra daba el consentimiento.

Tras un momento de vacilación, Ícaro tomó la pista y se alejó. Inició el ascenso. Era el vuelo de su vida, o de su muerte. Subió, subió, ¡Qué bella era la tierra desde arriba! ¡Las luces de las ciudades!

Maximiliano miraba con resignación cómo se alejaba, y decía:

-Ícaro, Ícaro! Pensando que nadie escapa a su destino.

El amanecer sorprendió al piloto. El sol, esa bola de fuego, le atraía como un imán. Le llamaba:

  • ¡Ícaro, Ícaro!

E Ícaro iba. Seguía ascendiendo. Recordaba la embriaguez de la primera vez. Volvía a sentir en su cuerpo y en su alma el asombro y el placer de volar, la libertad absoluta.

Y el sol seguía llamándole:

  • Ícaro, Ícaro

E Ícaro iba, seguía ascendiendo

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