La cita

R.Zurita: «Domesticados del amor y de la libertad, habitamos mundos posibles, mundos a medias».



I


«¿Te importa si lo vuelvo a pedir?», pregunta Uve.

«Claro que no», dice Jota, «tú como si estuvieras en tu casa».

Pero ya van tres veces y, a pesar de la última sonrisa, a Jota se le nota demasiado que le parece raro.

Qué mono. Uve devuelve la sonrisa, se acerca el reloj a la boca y lo pide, «Pulsaciones, por favor».

Su hermana ya se lo había avisado. En los pisos del Módulo-C, Las Fuentes te hablan desde un altavoz integrado en el aparato de aire acondicionado. Ahí están. Se abre una rejilla y Las Fuentes responden a Uve: «Ciento treinta».

Claro, mucho más sutil que el altavoz con forma perfecta de altavoz que tienen los pisos como el suyo, en el Módulo-A, o los del B, según recuerda Uve de cuando vivían con mamá y papá en el Módulo-B.

«Hay más diferencias», dice Jota, mientras le sirve su primer zumo de piña. «Por ejemplo, los del C no tenemos que compartir piso».

Wow, piña, piensa Uve. Luego él reconoce que pidió un Informe a Las Fuentes para conocer los gustos de Uve. Y qué majo, un informe: debe costar una pasada de puntos.

Y Jota pregunta: «¿Quieres conocer el resto de la casa?».

«Bueno», dice ella.

La cocina, con su cafetera en forma de vaca escocesa, vale un Mmm que Jota contesta con un tímido amago de tocarse el flequillo. En el dormitorio, una mesilla separa las dos camas donde acabarán La Experiencia, y llama la atención por la lámpara/despertador con cara de pájaro enfadado, a la que Uve dedica un Wow, que es replicado por Jota con atuse esta vez no disimulado de flequillo. Las visitas al baño y al segundo cuarto, por ahora vacío, en el futuro ya veremos, reciben sendos JiJiJíes, correspondidos con un aluvión de atusones que a ojos de Uve ya comienzan a ser un pelín molestos, aunque todavía bastante monos. De vuelta al salón Jota abre el armario empotrado. ¿De verdad va a enseñarme un armario empotrado? No. Jota solo quiere mostrar que Los Trajes para Experiencias Especiales están listos. Como dicta el protocolo. Pues vale, pero eso solo consigue agobiarla más, y que lo vuelva a pedir.

«Pulsaciones, por favor».

Esta vez la rejilla se abre más deprisa: «Ciento cuarenta. Y subiendo»

Joder. Y subiendo. Eso lo dijeron con retintín. Da igual, son una pasada de pulsaciones. Y si no le hubiera tocado con alguien tan guapo, tan atento, ¿cuántas tendría?, ¿mil?, ¿un millón de malditas pulsaciones?

Antes, en el piso del Módulo-A que comparte con su hermana y con otros seis individuos A, Uve ya estaba nerviosita. Ya le habían tomado el pulso cuatro veces y su hermana ya le había advertido otras cuatro: No puedes pasarte la tarde pendiente de las pulsaciones. Lo sé, contestó ella, aunque sabía que su hermana no lo dejaría ahí. Las Fuentes dijeron que lo de mamá no tenía que ver con sus nervios. Que lo sé. Y que lo de los nervios se hereda; pero lo otro no. Que ya te he dicho que sí. Y que preocuparte y preguntar todo el rato no te va ayudar con el resto de tus problemas.

Su hermana es muy pesada, pero tiene razón. El resto de sus problemas se van a poner muy pero que muy feos si La Experiencia con Jota sale mal. Eso lo sabe ella, lo sabe su hermana, y lo sabe hasta la Fuente más estúpida de todas Las Fuentes. Así que más le vale concentrarse mucho, tampoco es tan difícil, decir que sí a todo hasta que llegue la parte de los trajes, luego concentrarse todavía más y dejar que los sensorcitos que la conectarán con los sensorcitos de Jota, que estará tumbado en la otra cama, les hagan cosquillas por todo el cuerpo, así hasta que todo vibre mogollón y entonces los sensorcitos se pongan a recoger las señales de su cerebro que recibirán Las Fuentes para evaluar lo dignos que son.

Esa no es una manera inteligente de verlo, Uve, le diría su hermana si estuviera dentro de su cabeza. Se trata más bien de enseñarnos a gestionar nuestras emociones. Nuestros impulsos. ¿Qué clase de Sociedad construiremos si no sabemos dominarnos? Y Uve asentiría con los párpados caídos, para ahorrarse la chapa. Pero luego vendría lo de ¿o es que quieres terminar como mamá?, y ahí Uve intentaría minimizar los deslices de mamá, pero luego su hermana seguiría con eso de si tú supieras todas las veces que papá tuvo que encubrirla, y ya no se callaría hasta que Uve acabara por recitar el lema que aprendió en el Curso para Experiencias Especiales.

Las E.E son las Experiencias Sociales más precisas para determinar qué individuos son adecuados, libres de todo instinto animal, para poblar Módulos más avanzados donde seguir experimentando Nuevas Fórmulas que nos acerquen a esa Sociedad Ideal, más humana, a la que todos aspiramos.

Cada vez que en el curso la pillaban tocándose su cosita por debajo del Traje Especial, Uve tenía que recitar el lema diez veces. Además de recibir diez puntazos negativos.

Por lo menos Jota parece más estable. Míralo, fijo que no se tocó ni una vez. Siempre dice: «Uve, tranquilidad. Todo va a salir bien». Y ahora, además: «Tranquilidad, Uve, no hay de qué preocuparse».

Y Uve: «Gracias. Es que no sé lo que me pasa».

A lo que Jota responde: «Es tu primera vez. Eso pasa. Yo también me asusté en primera E.E. Seguro que si hubiera preguntado, me hubieran dicho: ¡un millón de pulsaciones!».

Vale, si hubieran expulsado a tu madre al Cero solo por lo del vecino y lo de quedarse en bolas una, bueno, dos veces, en el Curso para Experiencias Culinarias, entonces ya me hablarías tú de asustarse. Pero no, no lo dice, esta vez Uve prefiere morderse la lengua y decir: «Fijo que sí. Gracias. Eres muy amable. Pero saberlo…».

Las Fuentes intervienen. Y cuando lo hacen porque sí es que La Experiencia va reguleras: «A ver, chicos», que claramente ambos traducen por a ver, Uve, presta atención de una puta vez, «os propondremos algo: nosotros vigilaremos sus pulsaciones y si vemos que se pone peligrosa interrumpimos la Experiencia».

«Me parece perfecto», dice Jota.

«Y a mí más perfecto todavía», dice Uve. Que no se diga.

«¡Genial!», dicen Las Fuentes.

«¿Pero puedo preguntar de todos modos, verdad?».

«Uve…».

«Saber que puedo me tranquiliza. Solo es…».

«Uve, si lo proponemos es…»

«¡Solo por prevenir! Todos sabemos que no puedo permitirme cancelar la Experiencia».

«¿Y por qué no?», dice Jota, «Todos podemos cancelar…».

«A ver, a ver, chicos, dejadnos hablar. Claro que podéis cancelar. ¿O acaso alguna vez os hemos penalizado por cancelar alguna Experiencia Social, del tipo que sea?».

Los dos niegan con la cabeza.

«¡Eh, contestad! ¡En voz alta!», insisten Las Fuentes, lo cual es un recurso retórico. Todos saben que en el aparato del aire también hay una cámara.

«No», contestan los dos.

«Eso es. No castigamos por cancelar. Os castigamos por otras cagadas. ¿Verdad?».

Silencio.

«¿Verdad, Uve?».

«Verdad», dice Uve.

«Porque no os tratamos como a Salvajes. No sois malditos Salvajes. Vosotros estáis aquí y nos tenéis a nosotras».

¿Puede que el Informe hablara de su madre?, piensa Uve.

«Y perdona el lenguaje, Jota, pero con ella no hay otra forma».

Jota asiente, sin mirar a la cámara.

«Porque, chicos, decidnos, ¿dónde están ellos, Los Salvajes?».

Uve prefiere mirar por la ventana.

«No os oigo, ¿qué dónde están Los Salvajes?».

«En el Módulo Cero», dice Jota, al fin.

«Eso es, Jota, Módulo Cero. Tú naciste allí, lo sabes bien. ¡Eras tan pequeño cuando te elegimos!».

¡Bueno!, si Jota era un Salvaje. Uve mira a Jota, que sigue mirando el suelo. La punta del flequillo cayéndole en la boca.

«Entonces, Uve, para evitar que haya que cancelar y que te quedes así, bueno, ya sabes…».

«Que sí, pero eso no quita que pregunte si me agobio ¿O me vais a dar puntos negativos por preguntar?»

«El colmo, Uve, el col…».

«Porque si me dais pun…».

«Uve, sabes de sobra que sois libres para preguntarnos lo que queráis. Siempre. No te hubiéramos contestado ninguna de las tres putas veces, además. Y además, no podríamos darte más puntos negativos porque todos saben que ya vas para una semana con cero puntos».

Y ahora dirán: y todo el mundo sabe lo que le ocurre a un A si completa dos semanas consecutivas con cero puntos. Y luego, dirán: de cabeza al Módulo Cero. Para siempre.

Pero nadie dice nada. Las Fuentes, calladas. Ellos, callados. El silencio es intenso, es largo, y Uve piensa que no, que por la cara de Jota no todos sabían lo de los cero puntos y también piensa que sacarlo ahí, delante de él, ha sido un golpe bajo. Y Uve aprovecha para seguir pensando que algún día, cuando haya completado su escalada imparable hasta la cima de todos los Módulos a base de acumular millones y millones de puntos, de tantos puntos que ni las Súper Computadoras más especializadas de todas Las Fuentes podrán contabilizar, o sea, cuando ella dirija el cotarro y dicte las Normas Sociales y opte por la abolición ABCerril de los Módulos hasta unificarlos en uno único e indivisible, por supuesto incluyendo la eliminación inmediata del Módulo Cero, ese día, ella, Uve, también juntará en la Gran Sala o Auditorio a todos los ciudadanos que alguna vez hubieran trabajado en Las Fuentes, y se limitará a decirles: Os perdono. Comprendo que era vuestro trabajo. Ahora solo quiero que repitáis conmigo, repetidlo por favor: Ninguna persona es un salvaje. Y desde muy abajo, sentados sumisamente en las incómodas sillas de plástico gris dispuestas para la ocasión, todos repetirán: Nadie es un salvaje. Uve asentirá, pero no lo dejará ahí: A partir de ahora todos seremos tratados como iguales. Y con el culo bien pegado a su silla de plástico gris, ellos repetirán: Todos seremos tratados como Iguales. Pues eso, que podéis ir en paz. Y todos irán en paz.

Si bien es posible que, en lo que acaba el silencio intenso y van desalojando el Auditorio, alguno de ellos empiece por lo bajini con esa otra vieja cantinela de: ¿Qué hay con lo de que cada uno reciba en función de lo que aporta al Sistema? ¿Cómo serán recompensados nuestros esfuerzos si abolimos la Jerarquía de los Módulos? ¿Para qué esforzarnos entonces? Está bien, está bien… Uve tiene que reconocer que todavía hay cosillas en las que pensar. No es un plan lo que se dice superacabado. Pero aún hay tiempo. Ese día queda lejos. A este paso, muy lejos. 

Así que Uve, por fin, contesta a Las Fuentes: «Está bien. No volveré a preguntar».




II


Por lo menos veinte puntos. Veinte, había estimado Jota al conocer a Uve, meses atrás, en la cola del Banco de Alimentos. Las Fuentes le darían veinte puntos en la primera E.E, y eso solo sería el principio. Qué veinte, más, llegó a estimar con el paso de las semanas, cada vez que pensaba en Uve antes de quedarse dormido. Aunque veinte eran suficientes, decidió al formalizar la solicitud de cita. Veinte puntos le faltaban para ascender al Módulo-E. Por fin. Y siendo un E, ¡cómo cambiaría todo siendo un E! En su mente Uve le visitaba en su nuevo piso del Módulo-E, y bebían zumo de piña e imaginaban juntos cómo amueblar el segundo y hasta el tercer dormitorio que no estarían vacíos mucho tiempo, y aunque ella progresaba bien las visitas eran pocas, porque todavía era B, aunque ya casi C, por lo menos Uve ya no masticaba chicle ni le miraba a los ojos con esa cara de me voy a desnudar ahora mismo, porque en la mente de Jota, Uve sí tenía claro que más valía no cruzar esa línea. ¿Te apetece que nos pongamos un ratito los Trajes Especiales?, le preguntaba Jota con ternura, en cada visita. Oh, me apetece mucho, respondía ella si cabe con más ternura, pero todavía me apetece más que improvisemos alguna otra arriesgada Experiencia Conversacional con Las Fuentes, o mejor, con otros invitados inteligentes y cultos para que así yo pueda demostrar todo lo que he aprendido contigo y pueda sumar muchísimos puntos rápido, muy rápido, cariño, que me muero de ganas de ser un E o como tú casi un F para vivir por fin juntos aquí o en un piso incluso más bonito.

Pero vamos, que Jota también sabe que el pensamiento positivo solo funciona bien si no te olvidas de mirar de vez en cuando a la cara de los hechos. Así que otros días, al despertar, Jota releía el Informe de Uve, y se obligaba a reconocer la posibilidad de que ella fuera un poco menos espabilada que sus otras citas, sí, tanto menos como para que el progreso evidente de Jota no compensara la posible bobería de Uve y solo pudieran sacar de La Experiencia, ¿cuánto?, ¿un quince?, ¿un diez si miraba a los hechos demasiado fijamente? Quería decir, si por ejemplo tomaba aquella conversación que escuchó en la cola del Banco de Alimentos como referencia de lo que Uve podría dar de sí, bien, si miraba de frente a esos hechos concretos y caprichosos, y era lo que hacía otros días en que los Niveles de Motivación Extra no estaban a tope, entonces Jota no podía pensar más allá de los diez puntos. Como mucho. Pero con diez se conformaba. Diez no le aseguraban aún el Módulo-E, pero eran un comienzo más que aceptable. Jota iba en serio con Uve.

Aunque, ¡oh!, Dios, hoy mismo, nada más entrar por la puerta, su forma de hablar, o lo de contestar así a Las Fuentes, no, Jota no podía estar tan ciego como para pensar positivamente más allá de un cinco, pero todavía un cinco era mínimamente aceptable, sí, puede que suficiente si al menos Uve no llegaba a la cita con demasiados pocos puntos. Vamos a decir si no llegaba con menos de cien puntos. Con más/menos cien puntos de partida todavía podían soñar en ese futuro feliz que les espera impaciente.

Pero una mierda cien puntos. ¡Cero puntos, dijeron Las Fuentes! Con cero puntos, ni juntando todo el pensamiento positivo de mil individuos Z, que no hay tantos, con lo poco tirando a nada que miran a los hechos los del Cero, ni con todo Jota podría plantearse otra cosa que cancelar La Experiencia. No correría riesgos. Después de todo, ¿qué había sido aquello?, ¿una pequeña obsesión?, ¿algunas noches pensando en ella, o peor, en la idea que se había formado de ella tras verla un instante?

Una locura.

Un sinsentido, Jota, un sinsentido, que dirían Las Fuentes.

Aunque, por otro lado, si cancelaba, ¿qué pensarían Las Fuentes? Él nunca había cancelado. Bueno, no pasaba nada. Conocía casos de individuos E que habían cancelado alguna vez y ahí seguían. Si bien conocía otros, y no eran pocos, que tras una cancelación cayeron en picado hasta el B. Incluso al A. Qué diablos, no cancelaría. Porque, además, si no cancelaba todavía podía ocurrir un milagro con Uve. ¿Qué tal si por una vez no miraba tan directamente a los hechos, que todos saben que a veces engañan?

Pensamiento positivo siempre.

Si bien es cierto que ella no deja de mirarle con cara de tirar al suelo el traje y saltar a su cama pero a las primeras de cambio. Eso había que valorarlo. Porque eso sería el desastre absoluto. El fin. Por ahí Jota no pasaría. Menos mal que sabía cómo cancelar si ocurría. En el curso lo había practicado mucho. Si ocurría, Uve no le arrastraría en su caída. Ni hablar. Eso Jota lo tiene meridianamente claro o como mínimo más o menos claro cuando Las Fuentes les vuelven a hablar: «¿Qué me decís, chicos, al lío?».

Pero entonces para qué empezar. Para qué exponerse. Mejor cancelar y gastar puntos en un Informe Ampliado de Uve. Cancelando ahora Uve sigue al borde del abismo, eso está claro, pero qué puede hacer él ahí. Pero qué pudo hacer cuando al acabar la Escuela de Ingreso le eligieron sobre el resto de Salvajes para empezar en el A. O qué pudo hacer al principio de todo, el día que llegaron a su cabaña y le escogieron a él sobre su hermano mayor. Y la cara de su hermano. O el grito de mamá cuando le metieron en el furgón.

«Claro», dice Uve.

«Adelante», dice él, «todo saldrá bien».




III


El ayudante dice: «Vaya. Código Alfa».

«¿Otro?», pregunta el Agente Especial Zeta.

«Sí. Otro».

“Está bien”, dice Zeta, con voz más despierta, «¡En marcha!»

Ya en el furgón, de camino a las coordenadas recibidas, el ayudante sigue: «Yo creo que es la primavera».

«Calla y conduce».

Y dale: «Lo del número de casos».

«Bah», dice Zeta, «El mundo, que se va a la mierda».

Pero cómo negar el factor estacional. Si él mismo, Zeta, pensaba en ello la noche anterior, mientras escuchaba los aullidos que venían del Modulo Cero. Más concretamente venían de la pradera junto al lago que hay en frente de su terraza, lago del que apenas le separan las tres hileras de vallas de cinco metros, perfectamente electrificadas, todas con sus puítas tan brillantes que si hay luna llena son como luciérnagas rasgando el manto oscuro de la noche.

Oh, nota mental: al volver a casa lo escribiría en la libreta, pero quitando dramatismo que luego te daban puntos negativos.

Cerrado el paréntesis, Zeta visualiza a los dos Salvajes que anoche retozaban en la pradera. No es una impresión, los casos aumentan. Lo sabe porque se cuida de hacer estadísticas. Cada apareamiento es anotado en su libreta con todos sus detalles, pero sin sentimentalismos. Zeta tampoco cierra los ojos a reconocer que cada observación provoca que le hierva un poquito la sangre, lo cual le plantea un dilema/disyuntiva no respecto a la sangre, que todo el mundo sabe que no hierve, esa solo es una más de sus licencias poéticas, sino respecto a su respuesta corporal/física ante la mera observación. Algún día pensó solicitar una Experiencia Conversacional con alguien, alguno de sus seis compañeros de piso o mejor directamente con las Fuentes, para debatirlo. Si todo salía bien, y su libreta ya recogía lucidísimas reflexiones al respecto, a buen seguro que la Experiencia le depararía su buena decena de puntos. Falta le hacen. Pero no es tan ingenuo, pronto lo descartó porque sabía que lo tomarían por un apasionado y hasta era posible que Las Fuentes le cuestionaran el hecho de espiar a Los Salvajes o el uso que hace de los Prismáticos de las Fuerzas Especiales. En fin, el trayecto hasta las coordenadas recibidas consigue deprimirlo: «Bueno, cumplamos con nuestro deber. Aparca ahí, en la sombra».

Así que cuando entran forzando la puerta y aparece el cuerpo desnudo de él, que aún yace, si bien respirando más tranquilo, sobre el cuerpo desnudo de ella, a Zeta comienza a hervirle la sangre como nunca, y cae otra vez en la tentación de fijarse en el tamaño del miembro ya caído, y se deprime más; pero mierda, Zeta, no pienses en eso, piensa mejor en que las lágrimas de él todavía dejan su huella de sal sobre el vientre de ella, o piensa que en dos segundos ella abrirá los ojos y suplicará que no, que no la lleves todavía, que aún tiene que despedirse de alguien, como es igual de fácil adivinar que el chaval con flequillo de príncipe borracho, en cambio, mantendrá los ojos cerrados todo el tiempo, siempre, mientras le pongas las esposas, mientras le encierres en el furgón, mientras lo liberes en el primer descampado nada más cruzar la frontera.

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