Desconectar por fin

Alguien dijo que las historias no existen, que siempre se acaba contando lo que uno no imagina. Y eso es lo que realmente podría tener algún interés.

Para empezar, contaré una historia que no existe en realidad.

Mac tenía una hija clavada en una caja de cartón que formaba parte de una colección de lepidópteros, insectos casi siempre voladores, conocidos como mariposas.

Todas las noches miraba su colección y sonreía.

En un frasco de cristal tenía a su mujer conservada en alcohol de 70 grados o formol al 10 por ciento, no lo recuerdo bien, supongo que en formol por su capacidad biocida que impide la descomposición.

Cuando se iba a dormir, les daba las buenas noches a su mujer y a su hija.

Desde el año 2010, existen en España más de 6.053 casos de personas desaparecidas, en su mayoría sin resolver.

La novela que escribió Mac sobre este hecho obtuvo varios premios, lo que le reportó unos buenos beneficios. Su realismo, según los críticos, rayaba en la inocencia de un amor familiar, casi imposible. Al género lo denominaron novela del realismo imposible.

Se hizo una serie, una película y hasta una obra de teatro en un circuito underground de Praga. Y se barajaba la posibilidad de realizar una comedia musical en Broadway.

Anduvo este Mac codeándose con la crema de la intelectualidad, pillando caballo antes de ir a cenar a Mayte, descuidando la etiqueta, calzando sus botas de militar del Rastro, apareciendo en las portadas. En realidad, su cuerpo no necesitaba ya combustible, estaba jodidamente cansado.

En una sesión con su psiquiatra, le confesó lo asombroso de los sueños, que cada mañana se levantaba más cuerdo.

Desde entonces no había vuelto a escribir nada más, solo alguna hoja de reclamaciones en el bar de algún hotel.

Es sabido que el formol es una sustancia líquida que se usa para múltiples productos comerciales. Como es soluble se mezcla con bebidas alcohólicas para abaratar costes. También se usa en cremas de baño y productos de higiene, pero sobre todo para preservar cuerpos y evitar infecciones.

Buenas noches, querida, dijo rozando el frasco como una oración tibetana. El roce de sus dedos sufría ante aquel estado de transparencia, podía verla a través, sin ofrecer resistencia, mientras el cristal se iba agrietando.

La Acherontia Atropos, de considerable tamaño, emite un agudo chillido cuando se siente atacada. Comienza su ciclo reproductivo en la época del verano, y durante ese tiempo permanece enterrada en el suelo, entre 15 o 45 centímetros bajo tierra, hasta que sale como una mariposa. Lo curioso es que en su dorso lleva una calavera, por lo que es denominada “mariposa de la muerte”. La misma que Mac tenía clavada en su caja de cartón.

Una mañana, la Police Nationale encontró su cuerpo de cúbito supino en el suelo de la habitación de un hotel en París. No parecía un robo ya que la habitación se encontraba en perfectas condiciones y la caja fuerte sin forzar. ¿Un crimen pasional? ¿drogas? En la mesilla, encontraron instrumental para inyectarse sustancias en vena y un preservativo usado sobre su espalda desnuda.

Entre los objetos personales, una pequeña urna de porcelana con opio reseco.

Mac escribió su novela recluido varios años en un monasterio de Budismo Zen donde los monjes realizaban rituales esotéricos.

Uno de estos rituales fue el de la Puerta de la Ambrosía donde se alimenta a fantasmas hambrientos con orines, semen, sangre o cualquier sustancia biológica.

En este ritual los factores mentales negativos no se rechazan, sino que se utilizan como parte del camino espiritual, al servicio de la liberación: si se conoce la naturaleza del mal, se puede disipar el mal con mal, transmutar el mal en vida.

Al igual que algunas sectas cristianas, su misión era llevar el amor más allá de cada naturaleza, matar al ser vivo para que siga viviendo entre nosotros. Un ejercicio de canibalismo como comer el cuerpo de un cadáver y beber su sangre.

Mac se convirtió en su propia imagen y semejanza, ni siquiera podía ver su sombra. La falta de omega 3 en su alimentación hizo progresar su esquizofrenia, y sus anomalías en el metabolismo.

La palidez extrema, las frecuentes pérdidas de conocimiento y la distorsión de las facciones le acercaban cada vez más al fantasma que alimentaba.

Como periodista me encargaron cubrir su muerte y acudir al sepelio. El día de su entierro fue espléndido, casi un día de primavera en pleno mes de enero en Madrid.

Compré el libro, me costó entenderlo, descifrar su estructura caótica, los saltos en el tiempo. Me llevó tres noches de insomnio. En una de ellas tuve la siguiente visión: un sapo se esforzaba por salir del barrizal sobre la tierra blanda de la fosa donde enterraron a Mac, pero a diferencia del cuento, no hubo beso para transformarlo en Príncipe. Sin embargo, una sombra le extrajo de sus glándulas un líquido llamado bufotoxina, sustancia que incrementa la contracción del corazón y reduce la frecuencia cardiaca, produce arritmias, y una posible muerte, sustancia que guardó en una pequeña urna de porcelana.

El libro se titulaba “El elogio de lo lejano”, una historia triangular de alejamiento social hacia un misticismo enfermizo, de anulación del individuo, en una lucha contra la naturaleza, contra el miedo, que favorece un estado alucinatorio, que va aumentando día tras día con el placer del sufrimiento, llegando a un estallido de energía donde no se rompe el círculo de la vida y la muerte, donde se mezclan realidades opuestas. Donde toda realidad es una misma.

Al cementerio no acudió nadie, allí estábamos el conductor del tanatorio, tres sepultureros y yo.

Solo dos coronas de rosas negras que decían:

“Tu mujer que no te olvida” “Tu hija que no te olvida”.

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