Daniel y Marián entraron en el tanatorio con semblante abatido. Se iban a casar dentro de una semana pero la madre de él acababa de fallecer repentinamente. El agente de la funeraria les acompañó hasta la sala número siete. Las dos tías solteronas de Daniel ya estaban allí vestidas de negro riguroso. Hasta los rosarios que rezaban en voz baja tenían las cuentas negras.

– ¡Daniel, Marián! dijeron las dos a coro al verles entrar levantándose al unísono y abrazándoles por turnos.

–  ¡Ay hijo mío! ¡En qué mal momento te has quedado huérfano! ¡Qué pena de mi pobre hermana, con la ilusión tan grande que tenía de ser la madrina de tu boda! -Dijo la más alta-.

– ¡Qué lástima, Danielito! ¡Pobrecita Dolores! -Dijo la más bajita y regordeta- Ven, vamos a verla. Verás lo guapa que está. 

En un recodo de la sala se encontraba la capilla ardiente. Tras el cristal, rodeado de cirios y flores, estaba el féretro de nogal forrado de seda blanca. A Daniel le impactó ver a su madre muerta vestida como si se fuera de boda. Unas lágrimas le resbalaron por las mejillas. Marián le abrazó y se quedaron un rato contemplándola en silencio.

La tía Sagrario lo rompió diciendo: 

– ¡Quién le iba a decir a mi pobre hermana que la iban a amortajar con su vestido largo de madrina!

– Tienes toda la razón -Dijo la tía Virtudes, quien además de menuda era bastante simple-. La cola del vestido no le luce acostada, y para colmo no le cabe la teja en el ataúd. ¡Con lo bien que le sentaba! Aunque yo ya se lo dije: «¿No es un poco larga, Dolores?  Mira que vas a ser más alta que el padrino y eso está feo.» Pero ella erre que erre, que se llevaba esa, que lucía mucho más. Y ahora, ya ves, Dolores, -dijo haciéndole muecas al cristal dirigiéndose a la muerta-, la teja no cabe en la caja y la mantilla no luce. Pero eso sí, ¡Hay que ver lo bien que te han pintado! ¡Si pareces una artista de cine! Con esos colores de cara todos pensarán que estás echando la siesta.

Daniel esbozó una sonrisa ante las ocurrencias de su tía Virtudes. Marián se tuvo que aguantar la risa al imaginarse a la tía intentando por todos los medios ponerle la teja a su suegra.

Poco a poco fueron llegando familiares y amigos para dar el pésame a la familia. Los padres y el hermano de Marián fueron los primeros. Don Agustín, el párroco, llegó con sor Juana, quien además de monja era enfermera y mantenía una relación muy estrecha con la familia de Daniel. Ambos le dieron el pésame repitiendo las manidas letanías que se suelen decir en estos casos.

– Mi querido Daniel, no has de sufrir por tu madre -dijo el cura-. Nuestra Dolores era tan buena cristiana que Dios ha querido llamarla a su lado. Está presente en nuestras plegarias aunque ya goza de la vida eterna.

– Todos estamos a merced de la voluntad de Dios, Daniel -dijo la monja-. Él nos da la vida y Él nos la quita. Pero puedes estar tranquilo porque ten por seguro que esa santa ya está en el cielo. 

La gente entraba y salía de la sala en un goteo constante. El móvil de Daniel sonó interrumpiendo los rezos y lamentos. Le hizo un gesto a Marián indicándole que salía para responder.

La tía Virtudes se acercó a su hermana y le dijo estirándole de la manga como una niña pequeña: «Oye Sagrario ¿Sor Juana ha venido a llevarse a Danielito ahora que se ha muerto Dolores?»

– ¡Por Dios bendito, Virtudes! ¡Chitón! -Contestó Sagrario visiblemente alterada- ¿Cómo se te ocurre decir semejante tontería en el velatorio de nuestra hermana?

– ¡No es ninguna tontería! -Dijo Virtudes toda ofendida- Sor Juana trajo a Danielito a casa cuando era más pequeño que un conejo. Yo lo vi. Me mandasteis a la cama, pero me escondí detrás de la puerta y lo vi todo. Lloraba como un gato, el pobrecito.

– ¿Qué cuentas de un gato, tía Virtudes? -Preguntó Marián girándose hacia las tías-.

– No es nada monina -contestó Sagrario-. Cosas de Virtudes, que ya sabes que tiene una imaginación estrambótica. No hay que hacerle caso.

– ¡Yo no tengo eso que dices, Sagrario! Estaba diciendo que Danielito lloraba como un gato cuando sor Juana se lo trajo a Dolores. ¡Mira qué bien! Y a mí venga decirme que los niños venían de París y los traía la cigüeña.

– ¡Virgen santa, Virtudes! ¡Compórtate, que tenemos a nuestra hermana de cuerpo presente! Hala, Hala, vamos a seguir rezando el rosario.

– ¡No, no y no! ¡Ahora no quiero rezar! ¡Yo lo que quiero es comer, que tengo mucha hambre!

– ¡Ea! ¡No se hable más! -Contestó Sagrario aliviada- Nos vamos a comer y así te despejas un rato.

Marián las vio salir. La tía Sagrario caminaba con pasos largos más recta que un palo, y la tía Virtudes iba dando saltitos intentando seguir el ritmo de su hermana.

«¿Será verdad lo que ha dicho la tía Virtudes? -Se preguntó Marián- ¿Será posible que Daniel…? No, no puede ser. Dolores no le hubiera ocultado algo así. Seguro que es otra de las ocurrencias disparatadas de la tía. Pero entonces ¿Por qué se ha puesto nerviosa la tía Sagrario? ¿Y si Virtudes estuviera en lo cierto?  Con lo cortita que es la pobre no la veo capaz de inventarse semejante historia… ¿Debería contárselo a Daniel? Desde luego ahora no…»

Tan ensimismada estaba en sus pensamientos, que no vio entrar a Daniel y se sobresaltó al notar una mano sobre su hombro.

– ¿Te ocurre algo Marián? Parecía que hubieras visto un fantasma. Perdona, cariño, no tenía intención de asustarte.

– No es nada, Dani. Es que no te he visto venir y…, estaba pensando en tu madre.

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