Un corazón negro en mitad de la garganta

Un corazón negro en mitad de la garganta

gloria aboy

28/06/2020

Un corazón negro en mitad de la garganta

Miro a los lados, ¡ni un alma!, menos mal que en esta calle siempre
hay tráfico. Bajo el cierre y echo el candado. Antes de la crisis
nos íbamos a las ocho y éramos tres dependientes, ahora cerrábamos
a las diez y sólo quedamos Fernando y yo. A él le gusta dárselas
de jefe. Le encanta largarse y que yo me quede ordenando el
expositor, apuntando los pedidos, o cuadrando la caja.

Hijo mío, ¿cuándo vas a espabilar?, ¡te está tomando el pelo! La
voz de mi madre rebota en mi cabeza. No sé por qué, últimamente,
me habla más que cuando estaba viva. ¡Si no te das a valer vas a
terminar fregando el suelo! ¡Ya lo sé, mamá! Tú lo ves todo muy
fácil, pero a Fernando no se le puede llevar la contraria.

Aunque hace frío estoy sudando, no quiero perder el metro. ¿Por
qué no coges un taxi? ¡Mira, ahí viene uno libre! Se me olvidó la
tarjeta, mamá, y sólo llevo cien euros. Un día de estos te va a
pasar algo, dice mamá y, aunque trate de disimularlo, noto el miedo
en su voz.

Giro la cabeza para comprobar que he dejado encendido el neón.
Calzados Raymond, todo en orden, pienso. Bajo la escalera del
metro mientras el rótulo, azul esmirriado, ilumina la acera. ¡Es
horroroso!, pienso. ¡No mejora ni de lejos! Es tan hortera como su
dueño. Me gustaría decírselo, así, como si nada: eres un hortera,
Fernando, aunque midas uno ochenta. ¿Alguna vez has pensado por qué
no tienes suerte con las mujeres? O mejor aún, ¿has pensado alguna
vez?

En la estación solo hay una señora con un cochecito. Hace como si
no me viera, pero yo sé que no es verdad, he aprendido a leer las
miradas. Seguro que está pensando que soy un pobre hombre, y quizá
tenga razón, a veces yo también lo pienso. ¡Y ella qué!, ¿eh?,
grita mamá, ¿qué hace ella a éstas horas con un bebé en el
metro? ¡Mamá, por favor, no empieces! El tren entra en la estación,
respiro aliviado.

Todavía no me han cazao. El sótano está mazo oscuro y el acojonao
del guardia no baja, así que me deja en paz toa la noche. En el
parkin estoy mejor que’n el albergue. Sin horarios, sin los peos del
cojo, y lo mejor de tó: sin la mofeta vigilando tol rato paque no te
pajees. Aquí, entre cartones y mantas, tengo mi guarida siempre
caliente. Pero hoy no sé por qué se me ha metío el frío en el
cuerpo y no he parao de tiritar. Al final no me ha quedao más
remedio que darme el piro.

Tengo que llegar antes que la Mofeta, si está de portera lo llevo
crudo. Con esa no hay ná que hacer, esa no te deja entrar, aunque te
estés muriendo como un perro en la puta calle. Lo siento, hijo, las
puertas del señor ya están cerradas, vuelve mañana. ¡Qué asco de
monja!, en cuanto abre la boca huele tó a caca mojá.

¡Piiiiiiiii!, el metro está cerrando las puertas. ¡Joerrr, tío!,
¡he subio en marcha!, ¡con dos cojones! El vagón está casi vacío.
Enciendo el peta. La tipa de bata azul es una fregona, esas no dicen
ná. Y el chaval orejudo no tiene media hostia. Le hago señas con la
cabeza, y levanto el peta, sonríe con tó los piños. Lo mismo cree
que se lo voy a dar gratis. Ven, le digo con la mano. Mira pá otro
lao. ¡Paso de ti, chaval!, ¡tú te lo pierdes!

Tengo la lengua seca, menos mal que llevo la botellita. ¡Ufff!, ¡qué
bien se está aquí! Molaría mazo tener un tren. Si tuviera uno
sería el puto amo: ¿qué dice, sor mofeta, que vuelva mañana? La
sor tiene la cara blanca como un culo, me la pone dura. ¿Pero usted
sabe quién soy yo?, ¿eh?, ¡mi padre fue legionario! Le agarro el
pescuezo, le enrosco el cordón del hábito, y aprieto. La tengo muy
dura, y aprieto más, ¡dura de cojones! Aprieto. La mofeta hace
glu-glu-glu con la lengua fuera. La bragueta me va a estallar. Ya no
tirito.

Próxima estación: Tetuán. ¡Atención!, estación en curva,
tengan cuidado para no introducir el pie entre coche y andén.

¡Tetuán!, tengo yo que ir a Tetuán, mi viejo hizo la mili en
Tetuán. ¡Allí te haces un hombre, chaval!, decía y le daba al
coñá. Porque él sólo bebía coñá, como los hombres. Y se reía
mú fuerte, como los hombres. Y, cuando se reía así, mí madre se
largaba a la cocina. ¡Eh, tú, no te vayas tan deprisa, anda, ven,
que lo estás deseando!, gritaba. Ella no hacía caso, cerraba la
puerta, y ponía la radio mú alta. Entonces él me sentaba en sus
rodillas, y jugábamos al caballito, y me ponía la botella en la
boca. ¡Vamos, chaval, mama!, ¿a qué sí, chaval, a que está rico?
Un buen tío mi padre, ¿a qué sí? La fregona no contesta, se
ha dormio. ¡Anda, mira como mueve la cabeza de acá pá allá! ¿Y
si le doy una patá, y meto gol? Imagínate, tío, tol mundo
gritando ¡goool,goool, goool! ¡Anda, un enano!

Nada más entrar al vagón desaparece mi alivio. En medio del pasillo
un tipo está gritando, ¡goool, goool, goool!, con los brazos en
alto. Retrocedo, las puertas se cierran detrás de mí, me tiemblan
las piernas. Está colocado hasta las cejas y huele a excrementos.
¡Vete, sal de aquí! ¡Demasiado tarde, mamá! Mis axilas chorrean,
como siempre que me encuentro acorralado. ¡Tendrías que haber
cambiado los cien euros! Ahora estarías seguro, en un taxi, camino a
casa. ¡Mamá, por Dios, déjalo ya!

El drogota no para de mirarme, masculla mientras da caladas al porro.
Ando despacio, como si su mirada no me estuviera perforando la nuca.
Hijo, ese hombre no es de fiar, corres peligro. Ya lo sé, mamá, ya
lo sé, ¿crees que soy tonto?, conozco de sobra ese olor. Quema.

¡Vamos, tranquilo!, trato de animarme, al menos no estás solo.
¡Venga, hombre, no seas bobo!, dice mamá. ¿De verdad crees que te
van a ayudar?, la mujer del fondo duerme, la otra tiene un bebé, y
el chico parece deficiente. ¡No creo que te sirvan de mucho! ¡Por
favor, mamá, no me pongas más nervioso! Lo mejor es que me haga el
tonto, eso sé hacerlo, y en cuanto pueda me bajo. ¡Ya está!

Sigue mirándome. ¿Qué hago?, aquí no hay una mesa camilla donde
esconderse, aquí solo estoy yo, y la luz blanca. ¿Y si tiro un
zapato al neón y me escabullo entre sus piernas? ¡Ya!, y luego qué
hago, no lo sé. Me siento y abro el periódico sin dejar de
vigilarlo por el rabillo del ojo.

Yo no sabía que en Tetuán había enanos. ¡Anda, si lee y tó!
Éste se ha escapao del circo, seguro, aquí no pinta ná. ¡Oye, tú,
que aquí somos tos normales!

El bebé empieza a llorar. La madre zarandea el cochecito asustada,
no quiere llamar la atención del drogota. ¡Chssssss, chssssss!,
susurra. El tipo la oye y se gira, está más colocado de lo que yo
pensaba. Va hacia ellos, el niño llora a gritos. Dicen que los niños
huelen el peligro.

¡Cómo que chsssss, chssss, chssss! ¡Anda!, ¿y ésta, por dónde
ha entrao?, chista como la mofeta. ¡Qué cabrona la mofeta! En
cuanto oye el muelle de un colchón ya está chistando. Un día de
estos me va a calentar y la voy a aplastar el morro pá toa la vida.

¡Eh, tú! ¿Cómo se llama el niño?, ¡ni puto caso! ¡Oye, tú!,
a mí se me contesta. No me calientes, no me calientes, que como me
calientes te vas enterar.

Sigo vigilando por el rabillo del ojo. Yo creo que no sabe ni si
quiera donde está. Le ha dado por la madre y el bebé. Pega su
cuerpo al cochecito, y comienza a abrir y cerrar sinuosamente la
capota, como si fuera la cremallera de su bragueta.

¡Oiga, qué hace!, grita ella.

¿Que qué hago?, ¡ná!, de momento.

Me duele la nuez, y como tantas veces me siento inútil, como tantas
veces me quedo escondido, escuchando detrás de la puerta. No sé qué
hacer. El interfono está cerca, pero no llego, tendría que subirme
al asiento. ¡No, no, no!, llamaría su atención. ¡Por qué coño
no lo ponen más bajo! Veo el vestido violeta de la mujer, y me
acuerdo de la piel de mamá bajo la ropa. La piel de mamá después
del partido de los domingos. No quiero meterme en líos.

La puerta del vagón se abre. Y la mujer hace ademán de bajarse, yo
también. ¿La voy a dejar sola?

Él tira la colilla muy cerca del cochecito.

Y sin saber por qué tiro la cartera.

Él la mira con avaricia.

Ella aprovecha y se va corriendo con el niño.

Recojo la cartera, se me ha caído el billete, lo piso. Veo la duda
en sus ojos: ¿la mujer o la cartera?, se estará preguntando.

¡Anda!, el enanito está forrao. ¡Mírale, tío!, mira cómo recoge
sus cositas con el culo en pompa. ¡Asco de enano! A éste seguro que
le va el porompompero.

¡Oye, tú, que’l billete es mío! No contesto, como si fuera
sordo.

¡Eh, tía no te vayas tan deprisa que lo estás deseando! Grita a
la mujer que corre por el andén empujando el cochecito. Tiene medio
cuerpo fuera del vagón, ¡ojalá se caiga y se parta el cuello!,
pienso. Pero se cierran las puertas y el despojo humano sigue
intacto. Por qué a ésta gentuza todo le sale bien. Sigo haciéndome
el tonto, en cuanto lleguemos a la siguiente grito. En Cuatro Caminos
siempre hay algún guardia jurado.

Me insulta: ¡tú, enano! Yo miro al suelo, sé que a los perros
rabiosos no hay que mirarles. ¿Y si levanto el pie y dejo que coja
el billete? ¡Uffff!, mejor no, le está brotando espuma entre los
dientes. Va a querer más.

¡Tú, enano! ¿Estás sordo? A mí no me mires de reojo, ¿vale? A
mí se me mira de frente, ¿entendido?, ¿quieres terminar como el
gato del chino? ¡Zassss!, reventao de una pedrá. ¡Que se joda el
chino!

¡Joerrr, puta barra!, ¡que hostia me he dao! Y tú, enano, ¿de qué
te ríes? Sé que te estás riendo, a mí no me engañas, a los
legionarios no nos engaña ni dios.

El tipo se planta delante de mí. Lleva atado el pantalón con una
cuerda, y la bragueta abierta, huele a pis. Se ha golpeado contra la
barra y sangra. Dejo el billete en el suelo y retrocedo despacio
hacia la salida.

¡Jodó!, el muñeco me llega a los mismísimos huevos, ¡seguro que
el mú cabrón tiene tó los dientes! Mejor me agacho pá no darle
ventaja.

Se pone de rodillas frente a mí, pega su boca a la mía, como si
fuera a engullirme.

¡Vete de aquí!, grita mamá, ¿dónde quieres que vaya?, el tipo
bloquea el pasillo, ¡no hay salida!

A ver, muñeco, ¿quieres bajarte en ésta?, ¡no hombre!, mejor te
bajas luego. ¡Uy!, tiene la nariz gorda, los labios gordos, y las
orejas gordas. ¡Como tós los maricones! Lo levanto pá reírme en
toa su jeta.

El tipo me clava las uñas en los sobacos. Muevo los pies como si
pudiera correr en el aíre. El vagón huele a mierda, me va a
estampar contra el suelo. Voy a morir en manos de una baba colgante
llena de tatuajes. En manos de un mierda con cruces gamadas y un
corazón negro en mitad de la garganta. No sé por qué leo la chapa
que lleva en el cuello: Natacha. Y nada más hacerlo me arrepiento.

¿Qué has dicho, enano? ¡Tú a ella ni la nombres! La sangre le
cae por la sien y ciega su ojo izquierdo. A través de su ojo derecho
brota odio-enamorado. Ella me quería sólo a mí, me quería más
que a ná, más que a mi padre. ¿Entendido?

Digo que sí con la cabeza. Veo su frente inútil, y la lepra en su
corazón. Y me sorprendo dándole un cabezazo en la herida abierta.
Cae como un fardo, de espaldas. Me apoyo en sus costillas para
levantarme, son frágiles como las de un niño, siento que se
fracturan bajo mi peso. A mis pies resulta insignificante.

La mujer de bata azul sigue durmiendo. El chaval lelo levanta el
pulgar en señal de victoria. Y yo por fin lloro.

Antes de bajar doblo el billete, y se lo meto en el bolsillo de la
camisa, muy cerca del corazón.

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