Un día iba en el tranvía numero 14, que subía desde la plaza de la
Cibeles, hasta la Plaza de Castilla. Era un
trayecto que a mi me gustaba mucho. Subía por la Castellana,
despacio, y paraba , a veces, cuando se salía el trole. Entonces el
conductor se bajaba, y lo colocaba arriba, en los cables, por donde
iba, y volvía a funcionar.

Aquel día no tenía
yo prisa, había salido de trabajar, y estaba relajada y tranquila.

Yo iba admirando
todos los palacetes, que a derecha e izquierda había. Aquellas
mansiones despertaban en mi imaginación, muchas historias, que allí
habían vivido, todas las personas que las habitaban. Ahora la
mayoría han desaparecido. Las han convertido en grandes edificios
de acero y cristal. Afortunadamente , aunque tarde, se han dado
cuenta , del gran error, que han
cometido, y todavía quedan algunas en
pie.

De
repente un joven muy apuesto, guapo, muy alto y muy grande, con unos
ojos azules preciosos, y el pelo rubio, prácticamente rapado, se
acerco y me pregunto en italiano


¿Signorina, per favore, donde andiamo?.

Intenté,
después de volver a la realidad, pues me había quedado muda,
decirle como pude , donde terminaba el dichoso tranvía.

– Le conteste, en un
medio español e italiano, que la Plaza de Castilla, era el final
del trayecto.

Me contestó

Grazie
mille
!.

Después se fue y se
sentó al otro lado del tranvía, enfrente de mi .

Me miraba sin parar,
y pensé, yo creo que le he gustado. Al poco rato vino a sentarse a
mi lado.

-Me dijo, me llamo
Rafael.

Le contesté: 

-Yo me llamo Julia,
encantada

Recuerdo
que ese día, hacia viento, y llevaba un pañuelo de seda de color
naranja, atado atrás, y que a mi me favorecía mucho. Ese pañuelo
lo había comprado en las Galerías
Lafayette
, cuando había ido,
desde la residencia de Educación y Descanso , donde estaba pasando
unos días, en un pueblo de Vascongadas, llamado Deva, cerca de
Bilbao. Desde allí nos llevaron de excursión a Lourdes, y después
fuimos a Biarritz , fue allí donde lo compre.

Me contó que era
italiano, y estaba pasando unos días aquí en Madrid, y que le
gustaría volver a verme, pero que si no me importaba, me quería
acompañar a mi casa.

Le dije:

-Bueno, vivo un poco
más allá de la Plaza de Castilla.

Así que cuando el
tranvía paró, nos bajamos los dos.

A mi los italianos,
siempre me han gustado, quizás porque son parecidos a nosotros, en
muchas cosas, y el idioma es muy cantarín .

Vino hasta mi casa,
y termine quedando con él para otro día.

Empezamos a vernos ,
y me fue contando, lo que hacía y a que se dedicaba. Resulta que
trabajaba en una empresa, pero no dijo el nombre, ni donde estaba.

Entonces no estaba
aquí como turista, que es lo que en principio, yo le había
entendido.

Cada día venía a
buscarme con un coche o moto distinto, está claro que quería
deslumbrarme. A mi en lugar de eso, me tenía totalmente intrigada y
sorprendida.

Llegué a pensar si
se dedicaría a vender coches o motos y le dejaban utilizarlos para
probarlos. Eran coches nuevos y flamantes, de cualquier marca. Pero
todos fantásticos.

El portero de mi
casa, a mi me quería mucho. Llevaba en nuestro edificio muchos años
.Era un señor mayor, que le gustaban bastante los coches, pues había
trabajado de chófer, muchos años, hasta que se jubiló.

Manolo, que es como
se llamaba el portero, le veía venir a buscarme, cada día con un
coche distinto, y me dijo un día, al verme salir, para irme con
Rafael.

-Julia, ten cuidado,
con ese chico.

-Creo que no te
conviene.

-Yo le contesté,

-no se preocupe
señor Manolo, soy mayorcita y se lo que me hago.

La verdad, que yo
no sabía que pensar, si Rafael, que así se llamaba, estaba
mal de la cabeza, o si su vida era así de espectacular e
imprevisible.

Me llevaba a los
mejores y mas elegantes sitios. Entonces estaba muy de moda, ir a la
Cuesta de las Perdices, como así la llamaban. Era la carretera de La
Coruña. Comíamos en Parque Moroso, y luego íbamos a bailar a
Rancho Criollo.

Todo muy de
película. Me decía que estaba loco por mi, y que quería casarse.
Apenas llevábamos saliendo un par de meses.

Yo
estaba confundida, ni siquiera se lo dije a mi madre. Me parecía
todo como muy precipitado, demasiado rápido, pues apenas nos
conocíamos.

Cuando me lo dijo,
no le contesté.

Recuerdo que tuve
una gripe, y tuve que quedarme en cama. Me mandó una caja enorme de
bombones y una camelia. Todo de Mayte
Co
mmodore,
que era una tienda, en la que vendían productos, muy exquisitos y
caros. Estaba en la Plaza de la República Argentina , en aquellos
tiempos. Pues tampoco existe ya, no se que han puesto ahora.

Mi amiga Susana, que
vino a verme, y que siempre ha sido muy cachonda, me dijo, al ver lo
que me había mandado Rafael, al mismo tiempo que se comía alguno de
los bombones, que eran ¡buenísimos!

-Julia, te pareces a
la Dama de las Camelias, de Alejandro Dumas.

-No sabía que
decirle, porque yo también, estaba alucinada.

Un día fuimos al
Hipódromo de la Zarzuela a las carreras de caballos, y le gusto
mucho. Estuvo apostando a lo bestia, pero no ganó casi nada, más
bien perdió. No conocía los caballos, pero la verdad es que no tuvo
suerte, pero ni siquiera se cabreó, gastaba dinero sin ningún
límite.

Más
tarde, y en una de nuestras salidas, me confeso que era tan
español como yo. Que había fingido ser italiano , para ver si así,
yo le hacía mas caso, o ligaba conmigo.

Resultó
que era director de una gran empresa industrial de productos
cárnicos, llamada Industrias Carro, que estuvo muy de moda en
Madrid, y que la gente compraba sus productos, porque la verdad, es
que eran de buena calidad.

Todo
muy prosaico y natural, sino fuera porque Rafael, no era nada
natural, sino todo lo contrario, imprevisible, desequilibrado,
impulsivo, y a veces muy extravagante.

Todo lo
hacía a lo grande. Un día hizo que le acompañara a probarse dos
trajes, en una sastrería que había en la calle Mayor, ignoro si
dichos trajes, eran para la posible boda. Yo, ni siquiera se lo
pregunté.

Siempre
me sorprendía. Un día me llevo a la fábrica, donde hacían todos
estos productos cárnicos. Allí trabajaban muchas mujeres, que se
ocupaban de la fabricación. Luego otras mujeres trabajaban en las
oficinas. Me llamó la atención que casi todo el personal eran
mujeres.

Yo
nunca había visto nada igual, ni parecido. Los estaban cociendo en
unos recipientes de acero gigantescos, los jamones, y demás
embutidos. Me impresionó, ver tal cantidad de carnes, que
convertían en embutidos.

Aquellas
mujeres me miraban de una forma especial, me veían a mi, tan
delgadita, con mi vestido de verano, y mis zapatos de tacón bajo, y
en sus caras pude leer, lo que pensaban:

-No le
pega nada esta mujer a nuestro Jefe.

Me
hubiera gustado, en ese momento, decirles, -tenéis razón-, pero no
dije nada.

No me
parecía bien, que me hubiera mentido de esa forma, y me intrigaba,
¿porque lo había hecho?. No lo veía claro.

Seguí
saliendo con él, porque la verdad es que me gustaba, y al mismo
tiempo me asustaba.

Lo
pasaba bien cuando iba con él, pero cuando me quedaba en casa, y
recapacitaba, me parecía una locura, que yo siguiera viendo a ese
hombre.

Cuando
me abrazaba y quería algo más, yo me sentía , como si me estuviera
abrazando un oso enorme, indefensa y muerta de miedo. No se
explicarlo, pero algo parecido era lo que a mi me ocurría.

Yo
entonces, tenía veinte años y el debía de tener ya cerca de
treinta.

Un día
vino a buscarme con un minibus. Habíamos
quedado para salir, y yo bajé arreglada, como para ir al cine o a
pasear. llevaba un vestido de verano y unos zapatos blancos de tacón
bajo, era verano.

Cuando
subí, me encontré que iba toda su familia en él, los padres,
hermanos, cuñado y sobrinos. Tenía dos hermanos, una chica y un
chico.

Yo a él
, ni siquiera le había dejado subir a mi casa.

-Vamos
de excursión- , me dijo.

Empezó
a presentarme a todos, yo no sabía que decir, sonreía, y no decía
nada.

Yo
hubiera querido desaparecer en ese momento.

Toda la
familia, era bastante más normal que él.

Aquello
me pareció una encerrona, pero en ese momento no comprendí que era
lo que pretendía con presentarme a toda la familia.

¿Era
para que me conocieran y dieran el visto bueno, o era porque les
quería demostrar algo?. Como que salía con una chica, en plan
serio, para casarse con ella, o algo por el estilo.
No lo sé.
Nunca hablaba claro, sobre lo que pensaba hacer, improvisaba, y era
impredecible siempre.

Fuimos
a El Espinar, sus padres nos invitaron a todos, en un restaurante del
pueblo.

Yo
hablé muy poco, sólo escuchaba, cosa rara en mi, que soy una
persona que habla demasiado a veces, pero es que no me salía ninguna
palabra. Estaba confundida y al mismo tiempo asustada.

Los
padres eran mayores y muy agradables, me trataban como si fuera una
más de la familia.

Por
supuesto, cuando dejamos a todos en casa, me enfadé
y le pregunte,

¿Rafael,
porqué me has hecho esto?.

-No
quiero que vengas a buscarme , nunca más.

-Me
contestó:

-Perdóname, es que
te quiero mucho, y quería que conocieras a mi familia.

– No
puedo con tus mentiras, es una detrás de otra, no lo soporto, le
dije.

No me
contestó.

Como
sabía donde trabajaba, donde vivía, cuando salía , bien por la
mañana o por la tarde, allí me lo encontraba, esperándome, siempre
con algún regalo.

Un día
me dijo,:

-Quiero
que me acompañes a un sitio.

-Le
contesté:


¿Donde?

-Ya lo
verás.

Me
llevo a la consulta de un psicólogo. Lo leí en la puerta. Nos abrió
un hombre de mediana edad, sin bata de medico, y a mi me dijo que
esperara en la salita.

Aquel
día, mientras estuve esperando, durante un buen rato, hojeando
alguna de las revistas que había en la mesa pequeña que estaba en
el centro de la sala, no sabía que hacer, si irme y desaparecer o
esperar para ver que pasaba.

Al
final me quedé, creo que fue media hora lo que estuve esperando, o
quizás más .

Salieron
juntos, el que había abierto la puerta y Rafael. Supuse que era el
psicólogo, vino hacia mi, y me dio la mano , no me dijo nada, y
salió. Yo pensé que me iba a decir alguna cosa, pero no abrió la
boca, solo para decirme adiós.

Cuando
bajamos al coche, le pedí que me explicara, porque razón iba a un
psicólogo.

Empezó
a contarme algo que no me convenció mucho. Me dijo, un poco
indeciso,

-Tuve
un accidente, y atropellé a un niño.

-¿Seguro,
y, cuándo fue eso?, le pregunté.

No
estaba claro lo que me contaba, era impreciso, le dije:

– ¿Lo
has matado?.

No
contestó.

Nunca
supe la verdad, pero si que me hizo recapacitar, que Rafael, no
estaba bien

y que
no era una persona muy equilibrada, aunque reconozco, que conmigo
siempre se portó muy bien, y era muy cariñoso.

El
problema, es que yo le decía que no viniera a verme nunca más, y el
no hacía ni caso.

Empecé
a asustarme, un día vino, y me llevó a ver un piso maravilloso, que
estaban arreglando y me dijo,

-Es
para nosotros-.

Me
quede pálida , no
sabía que decir.

Comencé a tenerle miedo, y nunca me había hecho o dicho nada, pero no era
estable, algo le pasaba, y yo nunca conseguí, saber el qué.

Cuando
iba por las tardes a buscarme, al estudio de arquitectura donde
trabajaba, los delineantes, que eran unos chicos, más bien
delgaditos y pequeños. cuando subían y le habían visto abajo, me
decían, -Julia ya esta ahí King Kong, esperándote-. Le llamaban
así, porque era a su lado, tan corpulento, que sentían lo mismo que
yo, un poco de miedo

A mi
cuando bajaba y le veía ahí, que como he dicho era muy alto y muy
grande, me temblaban las piernas.

Dijo
que quería hablar conmigo, que le perdonara, porque me quería
mucho, y no podía estar sin verme.

Me
miraba con aquellos grandes ojos azules que tenía, y que parecían
sinceros, pero luego era un autentico mentiroso.

-Aquel
día me puse sería y le dije:

– ¡Que
sea la última vez que vienes a buscarme!.

– No
quiero saber nada de ti, toda nuestra relación esta basada en
mentiras, y a mi eso no me gusta, no me fio de ti, y todo lo que me
cuentas, no me lo creo.

Pasó
un mes o dos, no lo recuerdo bien, pero no volvió a aparecer.

Cada
vez que salía de mi casa o del trabajo, tenía mucho miedo, miraba a
ver si me estaba esperando, y estuviera enfadado o muy cabreado, y me
pudiera hacer alguna cosa.

Pero ya
nunca le volví a ver.

Entonces
al cabo de mucho tiempo, no recuerdo cuanto, pero quizás más de
treinta años, yo estaba en una reunión de amigos, con motivo del
aniversario de la muerte de un actor, creo que fue Alberto Closas, y
que alguien me había invitado. Allí estaba Rafael, le vi de lejos.
No había cambiado mucho, llevaba bastón, y me pareció que no
estaba bien. Me lo presentó un amigo, pero ni siquiera me conoció,
así que solo dije:


Encantada, me llamo Julia.

– El me
sonrió, pero no vi en sus ojos, que seguían tan azules como
siempre, ninguna muestra, de haberme conocido.

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