EL
LIBRO

Hoy he recibido carta de mi prima Katherine. Al igual que ella yo también soy hija única, si bien a Katherine le hubiera gustado sobremanera tener una hermana. Cuando hablamos de este tema, yo siempre le digo: «Mira, no te preocupes, nunca se sabe qué es mejor».

A mi prima y a mí nos sigue gustando la correspondencia epistolar. Recibir un email o un wasap de quien hace tiempo no se tiene noticias, da alegría; ahora bien, la impaciencia de llegar a casa para abrir el buzón y recoger la carta que se espera siempre es un motivo celebratorio, como dice Kathe, y así ha sido hoy para mí.

Entre las muchas cosas que me cuenta, dice mi prima que cuando se acerca a su librería y se detiene en la estantería de los libros que son más suyos, le recorre una cierta tristeza de los pies a la cabeza. Me pregunto por qué será. Espero que me lo aclare más adelante

Ella piensa que los libros deben ser tratados como las personas a quienes queremos; y que una vez que ocupan un lugar en nuestras casas, deben formar parte de nuestra familia, y que se les ha de querer, de cuidar y hasta hablar, porque ella, como María Zambrano, piensa que el libro es un ser viviente.

Conforme sigo leyendo su carta, llego a pensar si mi prima habrá perdido un poco la cordura. ¿Pues no tiene la preocupación de que algunos de sus libros puedan sentirse frustrados, decepcionados?

La curiosidad me puede. Será mejor que la llame.

¿Katherine? Soy Elizhabett, ¿cómo estás? ¿Te encuentras bien? No sabes la alegría que me das. Estoy leyendo tu última carta y no sé qué pensar. ¿Seguro que te encuentras bien? Ya sé lo que tantas veces me has dicho. Pues eso de que con harta frecuencia te sientes como en el centro de la tierra y el mundo entero a tu alrededor, hablándote en un idioma que no entiendes. ¿Ves cómo lo recuerdo?

Si quieres contarme de qué manera has llegado a esta situación, puedo dedicarte todo el tiempo del mundo. Sabes que puedes confiar en mí. Sabes cuánto te quiero. Ya lo sé que tú también a mí. Lo que sí te pediría es que me aclarases algunas cosas. Gracias, Kathe. ¿Perdona? ¿Y qué te ha llevado a esa conclusión? ¿Cómo los libros van a poseer un alma igual que las personas? ¡Eso no puede ser! ¡Ah, nada menos que dos almas! Un momento, por favor, deja que te lea este párrafo y luego me explicas:

Estoy convencida de que el alma del lector, su sentir, y también su pensar se imprimen en cada palabra, en cada frase que subraya. Y que el libro se convierte así en nuestro confidente como lo puede ser un buen amigo, y sabe de nosotros como la madre que no tiene más que mirar a su hijo a los ojos para saber cómo se siente.

Si te soy sincera, no te entiendo. Espera, por favor.

O sea, ¿piensas que por los párrafos que tú subrayas y las notas que haces a pie de página en tus libros más queridos, ellos, o sea los libros saben el afán con el que les alojaste en tus estantes? No, no sé a qué afán te refieres. ¿Y crees que porque ellos sepan que tu afán es el de inculcar, dices? Vale, inculcar en tu tesoro más querido el amor por la lectura y el gusto por aprender, ¿ese sueño se te va a hacer realidad? ¡Magnifico!, al menos en esto estamos de acuerdo. Aunque, te digo la verdad, que una parte de tu alma quede en el subrayado que haces, no lo veo. Es que no sé hasta qué punto se puede equiparar tu sentir a tu alma.

De veras, Kathe, yo creo que además de humanizar los animales, quieres humanizar también los libros. ¡No! Dime tú de qué se trata.

¡Ah!, sí, me decías que tienen más de un alma. Veamos, cuéntame.

Sí, recuerdo que ya hemos hablado de Carson McCullers. ¿Te refieres a la parálisis progresiva que padecía desde los veintitrés años?

Así es, todo un ejemplo de superación y fuerza de voluntad.

¿Perdona? ¿Quieres decir el último libro que escribió? ¡Ah, pues no había caído! El título está muy bien traído: Reloj sin manecillas. Sí, ya entiendo, un reloj sin tiempo que marcar. Sí, desde luego, como el tiempo que se esfuma. Tienes razón. Debía de ser consciente de que a ella no le quedaba demasiado.

Katherin ¿sigues ahí? No te preocupes, estás disculpada. Solo que te oigo como un hilo de voz. ¿Qué te sucede? No acabo de comprender que te emociones tanto con la McCullers. Espera, yo lo leo. Te refieres al párrafo de la página tres, ¿verdad? Dices: ¿Acaso no estremece imaginar que su sobreesfuerzo crepita en cada frase, en cada palabra, en cada acento de su último libro? ¿Y qué es esto sino su propia alma? McCullers en el Reloj sin manecillas nos ha dejado impresa su alma para la eternidad. Y siendo así, ¿qué puede haber más maravilloso que saber transformar el dolor en algo positivo y creativo?

¿Kathe?, si prefieres lo dejamos. Me alegro, porque a mí también me apetece continuar nuestra conversación. A ver, sin duda, yo también reconozco su mérito, aunque el tema de humanizar el libro no acabo de verlo.

De lo que me doy cuenta es que, de esta manera hemos llegado a las dos almas que tiene el libro: la del escritor y la del lector, ¿verdad? No, ya te he dicho que no estoy de acuerdo. Pudiera ser. No sé qué nuevos argumentos me darás más delante

Lo que sí me gustaría es que me aclarases los motivos de porqué puede sentirse decepcionado un libro. ¿Qué? No, no sé cuál es el estado más común entre los humanos. Si, si, te escucho. Bueno, quizás te pases un poco con querer elevar a verdad universal que los humanos nos pasamos la mayor parte de nuestra vida en modo espera. No, por supuesto que tampoco puedo darte la razón. Sí, continúo con tu carta en la mano; ahora mismo te leo el párrafo al que me refiero. Dices: Hay veces en la vida que no se puede hacer nada, y que solo cabe esperar. Esperar pacientemente. Y con toda probabilidad para que no pase nada. Sin embargo, hemos de esperar. Mira Kathe, no se puede generalizar, yo creo que siempre se puede hacer algo. Vale, como quieras. No voy a porfiar.

Ahora, te soy sincera lo que ya no entiendo es cómo desde los humanos das el salto y piensas que esa misma espera dramática la pueden tener también los libros. Pues claro que no, admite que resulta un tanto incomprensible.

Aunque, lo que más me interesa saber es ¿cómo te puede preocupar que un libro se sienta decepcionado porque no lo hayas leído? Kathe, seguro que eso es moneda de cambio entre algunas otras personas, no sufras por ello. Espera, escúchame tú ahora. Hay veces que, por un impulso, compramos un libro que después no abrimos; a mí me pasa. ¡Ah, no! No es comparable. Ni siquiera puedo imaginar que un libro vaya a sentirse lo mismo que yo si me invitan a tomar un café y después no me dirigen la palabra y me ignoran Creo que te haría bien admitir que los libros, como el resto de los objetos son cosas inanimadas, ni sienten ni padecen ¿comprendes? Perfecto, luego me cuentas tus cavilaciones, si bien, va a ser difícil que coincidamos en estos temas.

¿Perdona? ¡Hala, Katherine! ¡No me lo puedo creer! ¡Equiparar la llegada de un libro a la del hijo deseado! ¿Quieres decir que cuando un nuevo libro llega a tu casa, también la ilusión y la esperanza son muy grandes?

¡Eso es imposible! En ningún caso puede ser lo mismo la ilusión y la esperanza con la llegada de un hijo que con la de un nuevo libro.

Claro que no. Por muchos nuevos mundos que se abran ante tus ojos, llenos de posibilidades, me resulta muy difícil admitir esta idea tuya. Bueno, no quiero desilusionarte; puede ser que lo vea más adelante, pero, yo tengo que seguir insistiendo: ¿cómo se continúa esto con la decepción que, según tú, siente el libro?

Kathe, tranquila, un poco menos de vehemencia, por favor. ¿Me dices que con la ilusión de hacer realidad tu sueño, depositas una confianza en el libro y le haces concebir al propio libro unas esperanzas que después tú misma traicionas? ¿Y eso por qué? ¡Y qué tiene que ver que no lo hayas terminado de leer, o que tus expectativas no se cumplan?

Además, la vida sigue y puedes leerlo en algún otro momento; o bien, tus deseos realizarse más adelante. ¿Por qué no? ¿La vida y sus mutilaciones? Un tanto excesivo ¿no? La vida unas veces nos quita y otras nos da. ¡Vaya por Dios! Te repito, una vez más, que las circunstancias aciagas se interponen si tú lo permites. Pues no, Kathe, la intuición no siempre se cumple y el destino no está marcado.

Mira, puedo admitir que el libro tenga al menos dos almas, pero de ahí a que me digas que si no se leen o las expectativas no se alcanzan el libro puede sentirse traicionado, hay un trecho.

Sí, hablábamos de las cosas inanimadas.

¡Esto es muy fuerte! Es imposible que las cosas puedan encerrar tanta vida como nosotros mismos. ¡Esas son figuraciones tuyas! ¿A ver, qué van a ser las cosas? Es evidente que cosas, nada más. En otras palabras ¿Quieres decir que parte de nuestra vida está en nuestros objetos? No sé. El que cada objeto que tenemos en nuestras casas tenga una historia diferente no quiere decir que tenga vida propia. Tú quieres dar vida a todo y eso es imposible.

¿Qué? ¡Nada menos! Sí, esto suena muy bonito, aunque me parece una exageración que el alma del universo tenga sus irradiaciones en las cosas. ¡Ah! ¿Es una idea que tomas prestada de Azorín? Y por lo que veo la haces completamente tuya. En realidad, Kathe, diría que tú misma te contradices, si son cosas inertes no pueden tener vida ni tus marcos de fotografías, ni tus cuadros colgados en la pared, ni un solo adorno de los que tienes en tu casa. ¿Y acaso tiene que ver que cada uno de estos objetos te hayan acompañado en tus alegrías y en tus tristezas? ¿que cada uno de ellos tienen una historia? ¿Y? ¿La historia que encierran es su propia vida? Acabáramos, Esto es lo nuevo que me ibas a decir sobre la vida de los objetos, ¿verdad? Y por eso crees que un libro puede sentirse decepcionado, ¿no es así?

Claro que no. Si no creo que un libro tenga vida propia, no puedo reconocer que se sienta traicionado porque no lo leas.

No, absurdo no, sí incomprensible de todo punto.

No, espera, sí me apetece seguir hablando, lo que pasa es que cada vez te vas más por las ramas. Kathe, no te esfuerces, es difícil que pueda aceptar que un objeto tenga vida. ¿Qué? Cierto, hablábamos de la esperanza que tú habías depositado en los libros más queridos. ¿Y? ¡Ah, que precisamente eso es la vida que tú les insuflas! ¡Bueno, bueno! Desde luego, no veo que tenga nada que ver a cuando alguien deposita su confianza en nosotros. ¿Cómo que además tienen también su propia vida? ¿Cuál? ¿La de su mensaje?

Repite, por favor. ¿El mensaje que su hacedor ha puesto en él y que ya le pertenece al propio libro? ¡Ah! ¿Y además le aporta su corporeidad? ¿El libro un ser viviente? Sí, al principio de tu carta. De verdad, ya no sé qué pensar. En serio que empiezo a encontrarme un poco incapacitada para todo este mundo tuyo, Kathe.

Sí, por supuesto que te he entendido. No, compartirlo no puedo porque opinamos muy diferente en estos temas. Eso sí. Si me pongo en tu lugar, sin duda que te comprendo. Desde el momento en que estás convencida de que el libro es un ser viviente, al que puedes decepcionarle y hasta traicionarle, comprendo, como dices, que te recorra un escalofrío de los pies a la cabeza cuando te acercas a esos libros más queridos. ¡Kathe! ¿Te encuentras bien? No sé, oía entrecortada tu respiración. ¿Desleal con un libro? Katherine, pienso que te impones unas reglas muy rígidas y así se sufre mucho.

¿Perdona? No te preocupes, querida prima, ya seguiremos hablando en otro momento y escríbeme siempre que quieras. Ve a ver quién llama a tu puerta. ¿Estás esperando que te entreguen un par de libros? Me alegro por ti, Kathe. ¡Disfrútalos!

Yo también te quiero mucho

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