Fuente de inspiracion

Fuente de inspiracion

María y Juan estaban acostados el uno junto al otro, en actitud relajada, como dormidos.

Su historia de amor se remontaba tres meses atrás, una eternidad cuando tienes veinte años y el mundo no va a acabarse nunca. No, no había sido en verano cuando se conocieron, no fue el calor del estío lo que despertó sus instintos.

Mediaba el feo y amorfo mes de noviembre, cuando Juan caminaba ya de noche escondiéndose de una lluvia fría y descarnada que presagiaba un invierno largo y oscuro en aquella ciudad hostil.

Sin embargo para él, todo aquello no era más que una nimia molestia. Andaba con su cabeza en plena ebullición. Cinéfilo y buen lector escribía sus relatos y ocurrencias desde niño. Quería comenzar una novela, pero no sabía cómo acometer tamaña empresa.

Cursaba en la universidad tercero de derecho, aunque nunca había sido un estudiante brillante. No era por falta de capacidad. Se esforzaba solo lo justo para ir pasando y así no tener que escuchar la cantinela paterna sobre lo importante de la formación para triunfar en la vida y bla, bla, bla.

Le importaba muy poco su carrera, pensaba casi nada en su futuro y, desde luego, éste no pasaba por acudir disfrazado de Batman a los juzgados representando a empresarios fraudulentos o maridos adúlteros en causas de divorcio. Mucho menos se imaginaba trabajando como un esclavo jornadas interminables en algún bufete de renombre, de los que exprimen a los pasantes para luego llevarse las medallas y reconocimientos los asociados que emplean sus mañanas en jugar al golf.

Pero no nos distraigamos. Como decía, sí tenía Juan una sensibilidad para la escritura, y el secreto anhelo de poder dedicarse a ello a tiempo completo. Por pudor e inseguridad ocultaba sus escritos tras un seudónimo en un blog donde daba rienda a su imaginación.

Caminaba rápido esa noche por la calle casi desierta, protegiéndose bajo los porches de los edificios. Mojado y algo destemplado, entró en un café del centro. Había salido del taller de escritura creativa, que se pagaba con esfuerzo a base de propinas y algún que otro fin de semana sirviendo copas.

Pidió una cerveza y se sentó en una mesa, con su tablet y su cuaderno de apuntes de clase. Cada semana había una tarea diferente, la de ésta no era fácil. Un relato de misterio, al estilo de la novela negra, dijo el profe, un cachondo el tío, ¡cómo si fuera tan fácil! Para Juan desde luego era un reto, nunca había escrito nada parecido.

Mientras ensimismado pensaba y repasaba lo dicho en clase, una chica se acercó a su mesa.

―Perdona, ¿te importa que me siente en esta esquina? No hay ninguna mesa libre.

Poco dado a entablar conversación con desconocidos, a punto estuvo de decir que no, pero la muchacha sonrió y con carita de pena le imploró:

―¡Por favor, por favor!

No hubo comunicación en el escaso diálogo que mantuvieron ese día, poco más que frases de cortesía, pero eso sí, no faltaron miradas intensas y gestos torpes. Como jóvenes que eran, nada previeron, no compartieron su número de teléfono, ni su twitter, ni ninguna de las redes sociales que frecuentaban.

Únicamente el azar caprichoso y la oculta esperanza, seguramente más por parte de Juan que de la chica, de volverse a encontrar, hizo que coincidieran de nuevo justo una semana después en el mismo café.

Él volvía de su clase entre triste y frustrado. Su relato no había gustado mucho. El profe, siempre correcto, le había señalado la falta de ritmo, la poca emoción del texto y la crudeza de algún párrafo. Le había instado a reescribirlo para leerlo en la siguiente jornada.

―Tú puedes hacerlo mejor ―le animó.

¡Cómo le fastidiaban esas frases hechas! Ojalá hubiera sido capaz de ello. Las palabras de aliento sólo contribuían a hundirlo un poco más. Nadie mejor que uno mismo sabe cuando da o no la talla en cualquier reto o disciplina. Había confiado en que su flojo relato pasara desapercibido y no fue así. Su tutor se dio cuenta. ¡Claro!, por eso dirigía el taller.

Rumiando todo lo anterior y pensando cómo mejorar el escrito, pidió su copa, esta vez fue él quien se sentó en la misma mesa que María.

Aquella tarde sí hubo comunicación, verbal y también de la otra, de la que dice todo sin hablar nada. Salieron juntos del local tras varias cervezas y unos cacahuetes por toda cena.

María estaba estudiando en la universidad, era de un pueblo y compartía piso con otras dos chicas. Era natural que hacia allí se dirigieran, máxime cuando ella le aseguró que sus compañeras no estaban.

Las siguientes semanas pasaron como pasan los días cuando el amor y la pasión llegan sin avisar, en una nebulosa de caricias, saliva y sexo, sin horarios ni barreras, sin promesas ni planes de futuro. Casi sin alimentarse, sin salir salvo lo imprescindible de aquella habitación. Sólo el día y la noche para ellos y su universo.

Juan se trasladó al apartamento. Las compañeras de María buscaron otro piso. Dejaron, los dos, de acudir a la universidad, él incluso abandonó su amado taller de escritura.

Y un día, igual que llegó, la magia se esfumó. María entre sábanas revueltas, cajas de pizza y latas de cerveza vacías, le espetó que cada uno debía seguir su vida. Los tres meses pasados habían sido una quimera, un sueño precioso, pero estaba un poco empachada, harta de tanto amor.

―No conozco nada de tu vida, pero me sé de memoria cada centímetro de tu piel, no tiene sentido. Hemos vivido tan deprisa esta relación que la hemos agotado en un suspiro ―le dijo.

Juan, cabizbajo, la miró con cariño y rodeando con las manos su frágil cuello de gacela apretó, ante la cara de sorpresa de ella, hasta que dejó de respirar en apenas unos segundos, sin ofrecer la más mínima resistencia.

Acostada, desnuda, con el pelo alborotado, su piel casi transparente y esa flacidez obscena de la muerte a Juan le pareció cautivadora, irresistible. Ahora sí contestaría a su profe de escritura los emails no respondidos en este tiempo y le mandaría el mejor relato de thriller que hubiera leído en sus clases. Puede hasta que se animara con esa novela proyectada.

Se tumbó al lado de María y se quedó dormido, satisfecho y feliz.

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