María la Guapa ·

María la Guapa ·

Adela

02/12/2020

Se coloca ante el espejo y se ajusta la falda larga de raso negro. Fuera se oye el murmullo de los camareros moviéndose entre las mesas, cuidando los últimos detalles. Contempla aprensiva su imagen todavía poderosa, roída por los años. La blusa blanca resalta su carne blanda, imprecisa, escondida entre pliegues y encajes. Ahora necesita bastón pero sigue siendo María la Guapa. Mira sus manos pecosas, las uñas impecables, el temblor apenas perceptible. Hoy se casa Alfonso, su único hijo. Abre la cómoda, saca un estuche de cuero negro y se pone el aderezo de esmeraldas. Luego llama a la doncella. −Concha, ayúdame a bajar. Aguántame la falda.

“Tenía que haberme puesto los zapatos planos. Ahí viene el alcalde. Ese memo piensa que ya no valgo para nada. El otro día lo vieron en una cena de negocios, ¿qué le estarían ofreciendo? Tengo que renovarte el alquiler de las naves del puerto y te lo voy a poner difícil, alcaldito. O me cuentas lo que te traes entre manos o no hay trato. Me divierten tanto estas cosas, me mantienen viva” −¿Cómo estás Eduardo? Ya no me vienes a ver como antes ¿eh? Me han dicho que sales mucho por la noche. Tienes que cuidarte, ya no eres un niño. Esta semana te pasas y charlamos”

María saluda de lejos a algunos invitados. A los aliados y a los que sonríen con ojos de hielo. Ha hecho negocios con varias generaciones de los Sampayo, los Anido, los Castro… Pide que le sirvan una copa. De pronto tropieza, coloca mal el pie y le falla la rodilla. El dolor intenso la hace vacilar. Tiene que agarrarse a la mesa, la cara desencajada, haciendo un desesperado esfuerzo para que no se le note. Respira hondo y mira de hurtadillas a su alrededor. Y de repente la ve. Acaba de girar la cara, la mueca cruel flotando todavía en el aire. Es la novia, la nueva señora de la casa. Luisa la observa como un entomólogo, memorizando implacable sus temblores, sus visitas al médico, lo que compra en la farmacia. Tan atenta, tan solícita con Alfonso, metiendo las narices en todo.

“Al principio me parecía una chica tímida, atractiva aunque un poco vulgar. Yo hubiera preferido a Maribel, la nieta de Raimundo Castro, pero ella supo atraparlo con esa carita de tonta. Mírala ahora, intrigando como si lo hubiera hecho toda la vida en vez de vender patatas en la tienda de sus padres. A Núñez lo tiene en el bote. Lista es, desde luego. Demasiado. A ver si la deja preñada cuanto antes. Los hijos ocupan mucho”

Recuerda aquella otra boda, hace tantos años. Ella estaba resplandeciente, vestida de Yves Saint-Laurent y rodeada de todo el dinero de las Rías Baixas. Había vivido la ceremonia hipnotizada, sin poderse creer lo que le estaba pasando. Todos se arremolinaban para mirarla. Al pasar bajo el arco del pazo y entrar en el patio tuvo un arrebato de orgullo que la hizo reír levemente mientras avanzaba con sus zapatos de tacón altísimo sobre las losas del pavimento. Sentía que todo aquello iba a ser suyo.

“Dicen que le di la espalda a mi familia. No es cierto, vivíamos en dos mundos diferentes y ellos lo entendían. Mi hermana Celia lo llevó mal. Me echaba en cara mi nueva vida, mis amistades. Claro que tenía que relacionarme con los ricos del pueblo, yo también era una de ellos. En la vida hay que elegir y yo había elegido a Jorge. Ella se marchó a la ciudad y puso una pastelería. Creo que no le fue muy bien. La verdad es que perdimos el contacto, sobre todo desde que los padres faltaron”

Fermín Anido se acerca a María sonriente. “Muchas felicidades, una boda preciosa, la novia guapísima y Alfonso, parece mentira, ayer un chiquillo y hoy llevando ya la conservera”. Ella no parpadea. Es verdad, el tiempo pasa, majadero. Fermín había sido socio de su suegro. Era listo, pero tuvo una mala racha, le puede pasar a cualquiera. María había convencido a Enrique de que le comprara su parte a un precio muy por debajo de lo que valía. Le demostró que esa inversión era ventajosa para ambas partes, el banco embargaría todo si no vendía. Fermín sabe hasta dónde es capaz de llegar un ave rapaz al acecho, que se sabe al dedillo el saldo de las cuentas bancarias de quien puede vender algo y que negocia con ferocidad hasta que consigue el mejor precio.

“Chismorreos. ¡Lo que he tenido que trabajar para llegar a dónde estoy! Porque si fuera por mi suegros o por Jorge estaríamos comiéndonos el patrimonio. Lo de Fermín estaba cantado, no tenía empuje para los negocios. El que no vale, fuera. Que no me mire con esa cara. Él una nulidad y sus hijos unos manirrotos. La gente que siempre ha tenido dinero no sabe apreciarlo. Y me critican porque sé lo que hago y lo hago bien. ¿Que me aprovecho de que sé algunas cosas? Pues claro, sería tonta si no lo hiciera”

Ya está todo dispuesto para la ceremonia. La capilla huele a flores y a incienso. Los hombres van vestidos de chaqué, tiesos y envarados, el pelo engominado y aroma de colonia cara. Las mujeres posan como aves exóticas multicolores, tan diferentes de cómo son en la vida real, luciendo atuendos sofisticados e incómodos pero extremadamente fotogénicos.

El cura, viejo amigo de la familia, se explaya monótono sobre las virtudes del matrimonio. María está de pie junto a su hijo, apoyada en el bastón y mostrando al fotógrafo una sonrisa orgullosa y enternecida. Para la posteridad. La soprano contratada hace gala de su cachet. Todo está resultando sencillamente perfecto. Abrazos, confeti, lluvia de arroz.. Más relajados, los invitados se dirigen a las mesas donde se han servido los aperitivos. María sube un momento a descansar antes del convite.

Mira el retrato de Jorge en la cómoda. Había sido buen hijo y buen marido. Con él había aprendido a vestirse, a comer en restaurantes caros, a viajar. Siempre le estuvo agradecida. No estaba enamorada pero lo respetaba y se había acostumbrado a tener una vida cómoda. Sin embargo, con el tiempo sintió un gran aburrimiento. −Jorge, he pensado en hacer algo para ayudarte. Voy a ponerme a estudiar. Unas nociones de contabilidad y de derecho. − Un par de años más tarde tenía una idea clara de cómo funcionaba la fábrica y empezó a acompañar a su marido y a descargarlo de pequeñas tareas.

“¡Qué mala suerte tuviste, Jorge! Siempre con tu bandejita de canutillos de crema, o de piononos. Cada vez más rellenito pero siempre de buen humor. Cuando Alfonso cumplió un año, de repente dijiste que veías borroso y te caíste redondo. El médico no se lo creyó pero yo no sabía que fueras diabético. ¡Parecías tan sano! No te recuperaste bien. Al cabo de unos meses me tocó hacerme cargo de todo”

−Concha, ayúdame a bajar, ya van a empezar a comer. Pero agárrame bien, que nos vamos a caer las dos. –Las dos mujeres se apoyan la una en la otra, siempre ha sido así.

Llegan las enormes bandejas de marisco. Un gran tanque de agua salada lo ha mantenido vivo. Los invitados sonríen complacidos cuando se sirven las mesas. En una esquina, Nacho Sampayo le dirige una mansa mirada cómplice.

“Andábamos con el tiempo justo para entregar aquel pedido. Nacho vino a verme y me chivó lo de la huelga. Se puso a dar vueltas sin decidirse a hablar. Pero yo me lo olí en seguida. Llevaba tiempo queriendo ser encargado de la planta de envasado. Cantó todos los nombres, las reuniones, la hora y el día. A mí no me iban a fastidiar el negocio aquellos chulos”

El olor del pescado inunda el gran salón. María observa a los padres de Luisa frente a ella. Llevan bastante tiempo en silencio, mientras los novios interrumpen la comida yendo y viniendo entre los invitados. Él mastica pausadamente, como en un ritual. Es un hombre enjuto, severo, de pelo color cuervo y ojos achinados, que nunca sonríe. Ella es transparente, de pelo claro y ojos muy azules. Ahora va a ser inevitable invitarlos al pazo.

“Mis suegros me querían de verdad y para Catalina fui como una hija. Era muy dulce, muy educada, me decía que yo era como un diamante en bruto. Siempre había tenido una salud delicada y aquel invierno hizo muchísimo frío. No tenía que haber salido al jardín. Pobrecilla, descanse en paz.”

Desfilan grandes bandejas de carne asada recubierta de una salsa sedosa color chocolate. −Exquisito, de verdad.− le comenta al oído su amiga Amelia, que se ha levantado un momento. –¿Cómo estás? ¿Te encuentras bien? Si me necesitas hazme una seña.

“Amelia siempre ha sido una buena amiga, la única que me queda. Y discreta. Durante años me ayudó a encontrarme con Cosme. Habíamos sido novios desde niños y unos años después de la boda lo busqué. Nos veíamos en casa de Amelia. Me quería de verdad. Yo no tuve la culpa de que trabajara en la fábrica cuando lo de la huelga, no podía hacer excepciones. Desde entonces no he vuelto a saber nada de él”

Los camareros depositan cuidadosamente ante los comensales sorbetes, pasteles, frutas exóticas. La madre de Luisa, ruborizada, ingiere con ojos entrecerrados todo lo que le sirven. El dulce le produce un placer que apenas disimula. Luisa se ha dado cuenta y le habla al oído, irritada. Intenta apartar un plato de la mesa pero la madre le da un manotazo con una fuerza inusitada. La mirada de batracio del padre hace un barrido de la escena sin inmutarse. Un camarero se hace invisible y le sirve un café.

María siempre ha sabido utilizar las pasiones de los demás en su beneficio. Aquella noche supo de la partida de póker de Enrique con César Muíño, el narcotraficante, y Ramiro Lemus, antiguo contrabandista que regentaba varios clubs de prostitución. Decidió esperar en el salón, no le daba buena espina. Se había quedado medio dormida cuando oyó voces en la biblioteca, una violenta discusión entre los jugadores. Se oía la voz de Ramiro Lemus, amenazante –A mí no me vengas con cuentos de liquidez, o me pagas ahora o te vas a acordar de mí, desgraciado− Enrique contestaba algo inaudible, con voz temblorosa. María subió a su habitación, volvió a bajar corriendo y entró sin llamar en la biblioteca. −¿Es suficiente?−En sus manos lucía el collar de diamantes que le habían regalado para su boda y que arrojó sobre la mesa–Y ahora, caballeros, déjennos solos, por favor. Creo que conocen el camino.− Ellos se miraron y salieron sin decir palabra. María cogió a Enrique del brazo y lo empujó suavemente hacia el salón. –Ahora nos tomamos una copa y luego a dormir, que mañana será otro día. Su suegro abdicó aquella noche. A partir de ese momento fue María quien llevó las riendas del negocio.

Champán francés y tarta nupcial. Alfonso y a Luisa posan mirándose a los ojos y empuñando un enorme cuchillo entre los flashes de los fotógrafos. Tita Anido desabrocha con disimulo la cremallera de su falda. Antes era muy delgada y muy arrogante. Las chicas de buena familia habían intentado hacerle la vida imposible. Estúpidas. Al principio las evitaba, pero luego les demostró pacientemente que todo se compra con dinero. Absolutamente todo. Cuando ya había quedado claro dónde estaba cada cual, repartió entre ellas algunas migajas de su atención hasta que consiguió que todas vinieran a comer de su mano mansamente.

“Nunca tuve una buena relación con Alfonso. Fue un niño caprichoso y difícil. Yo le daba todo lo que quería pero nunca fue cariñoso. Siempre tiene conmigo un fondo de reserva, de desconfianza. Hemos hecho los preparativos de la boda como un negocio, en ningún momento se dejó llevar por la ilusión. Este niño es como un témpano”

Se sirven los cafés y las copas. María saluda con la cabeza a Nacho Sampayo. Maldito Nacho. Se había alegrado tanto cuando se hizo amigo de Alfonso, su primer amigo de verdad. Nacho era un poco mayor y más espabilado. Pronto en el pazo se oyó hablar de discotecas, de chicas, de veladas nocturnas en la playa. María le daba dinero a Alfonso para que pudiera divertirse. Los escuchaba hablar y envidiaba su despreocupación.

Hasta que ese mundo feliz se vino abajo. Sabía que consumían drogas, todos lo hacían. Pero Alfonso había entrado en una espiral insana. Fue Núñez quien fue a verla un día y se le contó. Nacho y Alfonso tenían que encontrarse con gente turbia a la que debían dinero. Ella le daría lo que necesitaba a cambio de la promesa firme de dejar aquella vida. Alfonso accedió. María le pidió a Xosé, el hijo mayor de Concha, que por favor lo acompañara y se asegurara de que volviera sano y salvo.

“¿Cómo iba yo a saber lo que pasaría? Me dijeron que Nacho no había jugado limpio y que aquella gente estaba armada. Hubo un tiroteo y Xosé resultó herido de gravedad. Para cuando pudieron trasladarlo ya no había nada que hacer. Concha casi se muere de pena. Yo estaba destrozada, sin poder consolarla. El funeral fue impresionante Sentía el odio en las miradas. Llegué a desear que hubiera muerto mi propio hijo en lugar de Xosé”

Está anocheciendo, en el jardín brillan farolillos y velas. María mira hacia los grupos de invitados y entorna los ojos cuando ve a tres personas que charlan, apartadas de todos, junto al estanque. Se desliza junto a una columna para observarlos mejor. Eduardo Guillén, Fermín Anido y Alfonso. Su instinto nunca le ha fallado. Vuelve caminando hacia el salón. Lo que está en juego es vender la conservera. Pero nunca podrán hacerlo a sus espaldas, ella es la accionista principal. Y todo lo demás está a su nombre, le ha costado demasiado para dejarse tomar el pelo a estas alturas. De pronto ve acercarse a su hijo. La busca con la mirada y le hace una seña.

−¿Podemos hablar un momento, mamá?

“Tenías que tener la desfachatez de decírmelo el día de tu boda, mal nacido. Lo sé desde hace tiempo. Dices que te preocupo, que debo retirarme. Sugieres una visita al notario, hay que arreglarlo todo, es lo mejor. Ya has hablado con tu abogado. Yo finjo encontrar lógico lo que me estás diciendo, pero no cedo. Te digo que esperes, que ya tendrás tiempo cuando yo falte. Veo en tu mirada que corre mucha prisa deshacerse de mí. Me das pena, en el fondo no eres nadie, te van a manipular a su antojo. La cólera asoma en tus ojos, pensabas que esta batalla estaba ganada de antemano. Sé que me queda muy poco tiempo pero estoy tranquila, ya lo he dispuesto todo a mi manera”

Alfonso entra en el salón y habla con Luisa en un apartado. María se siente cansada y triste, le gustaría que todo hubiera terminado, poder descansar. Pero la fiesta continúa. El baile va a empezar. Los novios se dirigen al centro, se enlazan y comienzan a moverse suavemente al ritmo de un vals. Luisa echa levemente la cabeza hacia atrás y cierra los ojos. Alfonso la mira embelesado. Algunos les lanzan flores.

María ve a su hijo que se dirige hacia ella rígido, crispado. La enlaza bruscamente y la arrastra hacia el centro de la pista. Siente un dolor punzante, se va a desmayar, pero él la hace girar obstinado cada vez más deprisa. Está mareada, sólo ve manchas borrosas, risas fugaces. Intenta zafarse pero él la sujeta con fuerza. Hasta que de pronto cede la presión de su brazo y ella sale disparada girando como una peonza hasta que se estrella contra una de las mesas.

El silencio es atronador. De pronto se oye alguna risa nerviosa. Todos miran a María la Guapa, torcida sobre las losas de mármol. Amelia se apresura a cogerla en sus brazos e intenta reanimarla. Un médico acude y la transportan a su habitación. Las caras están crispadas por la angustia, la fiesta ha terminado. Algunos invitados se quedan sentados un rato, confusos, incapaces de volver a casa. Luego, poco a poco abandonan el pazo.

María sigue en coma durante una semana, pero al final la enfermedad puede con ella. Se sabe entonces que tenía un cáncer de huesos en estado avanzado y que no hubiera sobrevivido mucho tiempo. El funeral y el entierro de María la Guapa convocan a mucha gente de toda la comarca. Su figura se agiganta en la memoria de todos. La gente comenta su belleza, su gran personalidad. Otros dicen que ha sido despiadada y arrogante. Está mucho más presente ahora que ha desaparecido de sus vidas.

Alfonso y Luisa son convocados a una reunión en la notaría. A ella asisten Concha, Amelia y el señor López Cañizares, representante de la sociedad Real Estate Investments a la que María ha vendido el pazo recientemente. Van a transformarlo en el mejor hotel de la zona. El notario lee con voz monótona las disposiciones del testamento. Gran parte de su fortuna en metálico va destinada a su fiel Concha y a su amiga Amelia, así como a distintas organizaciones benéficas. El legado de su hijo Alfonso consiste en una importante cantidad de dinero, una casa de verano junto a la ría y el veinte por ciento de sus acciones de la conservera. El resto de las acciones pasará a los trabajadores.

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