¿Y quién es él para cultivar flores en tiempo de guerra?

¿Y quién es él para cultivar flores en tiempo de guerra?

Corría el frío, el viento en la cornisa del Tajo de Ronda, mientras el sol lejos, no está invitado al triste evento, arrastrando los pies, los convocados uno a uno se incomodan en el filo del precipicio, el sol de enero no calienta, tristes todos. Los verdugos no celebran la muerte. Quieren que sea breve, Mateo es el último de la fila de desgraciados, pena no conocer a los vecinos, compañeros de viaje, imágenes invaden su mente, mejor sería no pensar, pero la sucesión va más rápido aún, en fin todo pasará, habrá pasado todo.

La hora pactada, a la caída de la tarde, cuando el sol se marche para no ver.

A Mateo le sudan las manos, no puede concentrarse, apenas le preocupa, un fuerte sonido, todos caen por el acantilado.

Tras un instante eterno, se asoman, nadie se mueve, los verdugos cabizbajos lentos abandonan, bajan la calle a perderse en las tabernas, dolorosa la guerra entre hermanos.

Unos metros más abajo aún agonizan cuerpos, Mateo inconsciente parece muerto, sangra, los muertos no sangran, duerme el sueño eterno, le delata una respiración entrecortada, un ronquido de vida le queda en el cuerpo, sigue quieto, inmóvil. Nadie baja a regalar la bala del descanso eterno, del fin de la agonía.

Lentamente abre los ojos, no sabe, se toca el cuerpo, está entero, no tiene dolores fuertes, salvo el alma arrasada por la experiencia, por la cruel vida desatada, se levanta torpemente.

Ya en pie los ojos adaptándose a la tenue luz, empieza a caminar, sin rumbo, sin sentido, camina eso alivia su corazón desbocado, serena la mente estar activo, lo volverán a apresar, esa vez sí, dispararán a dar.

A lo lejos se oye un murmullo de agua, el curso del pequeño río del fondo del tajo, Guadalevin, que rompió la dura piedra caliza creando belleza, cayeron por la zona más baja del precipicio, donde hay bancales donde aterrizar, cercana al cementerio viejo, tuvo suerte.

No tanta, ahora sigue su agonía, su camino solitario no ha hecho mas que continuar, lleva cuatro tomos de vida, sin embargo debe seguir caminando, debe huir.

Horas de camino lento cuesta arriba, cuesta abajo, siente una inmensa soledad en la noche negra, las estrellas lo arropan como manta, no dan para iluminar su camino, a tientas, tropieza, resbala, cae, vuelve a levantarse. Resumen de su vida, desea parar, claudicar, abrazar un árbol, respirar, sentir latir la naturaleza a su alrededor, no sentirse solo. Siempre autónomo, solitario, ayudado por su profesión de cirujano-barbero, último de los últimos en la España rural olvidada. Acostumbrado a dar tumbos, nunca pensó verse así aislado, olvidado, disparado por una realidad cambiante e imprevisible.

Descansa escondido, calentado por los primeros rayos de luz que cambian el decorado, esos primeros rayos que transforman la realidad, es el momento más frío de la noche sin muros que termina. Se sienta, se pega al tronco de una vieja encina que amablemente le corresponde al abrazo. Entre ramas se entierra para no ser visto o por frío, sabe de sus huellas, de su olor, pero no puede hacer más. Suda, duerme, sueña, despertares frecuentes salpican su escaso descanso.

Horas más tarde el hambre lo despierta, el sol lo calienta, se siente abrigado entre la vegetación, sabe que debe seguir escapando de su realidad no elegida. El hambre lo lleva a las pequeñas huertas entre los meandros del riachuelo, busca desde fuera, a nadie ve, son tiempos de aislamiento, de miedo, de permanecer escondido, continúa mirando como animal hambriento que reconoce ser, debe nutrirse para no claudicar, se habla, se miente, se dice.

Husmeando, sus ojos se llenan de lágrimas cuando ve una fila de tierra labrada con algunas habas, a su lado florecen tímidas espinacas, algunas zanahorias, vuelve a buscar. Rápidamente coge lo que puede, con cariño, sin exceso, casi con devoción no sabe cuando tendrá de nuevo otra ocasión.

Sale del huerto, toma un camino distinto, su vida ha cambiado tanto, sigue caminando mientras devora las zanahorias aún con tierra, sacudidas con la mano, con su sucia ropa, busca el riachuelo para beber, limpiar la comida.

Pequeño respiro del instante, lo único que tiene.

Escondido en un hueco del rio, desapercibido, disfruta de los manjares de la tierra, recuerda, agradece al hortelano su determinación, en estos momentos de tanta pena, alguien se ocupa de lo necesario, de lo básico para subsistir, le bendice en silencio. Sabe que no tiene opción, ni dinero, ni tiempo, mira lo que tiene, es mejor así, tiene un cielo, un río, árboles alrededor, un lujo para su perdida mirada. Aún así decide dirigirse al Norte, él que se siente Sur.

Acaricia el paisaje con la mirada, cómo sí pudiera acariciar lo que contempla, el milagro de la existencia a cada paso, el tacto de sus sentidos lo acaricia todo.

El camino es cuesta arriba sigue a pie, por una arista de la montaña poca vegetación le cubre. Sin saber dónde tirará sus huesos cansados, alcanzada la cima, la vista es preciosa, triste, de una grandiosidad que sobrecoge el alma. El valle a su espalda, Ronda al fondo, lejos, muy lejos, debe continuar para mantener el soplo de vida que le queda.

Cuesta abajo, quizás mas duro, continua un rato a tientas, se siente descansado, los dolores van a menos, las llagas que pueden cicatrizan, otras aún no. Se está quedando sin verdura, le preocupa, en ese momento observa varios conejos descuidados pastando, se para instintivamente, no sabe cazar, aprenderá, deberá hacerlo, piensa en cómo cocinarlos aún no lo ha intentado siquiera pero la mente suele ir por delante, inventando y elaborando a su albedrío.

Varios días de camino, de huida, supone que nadie le buscará, está muerto, anotado que es más importante, el registro de cadáveres es más importante que los propios cuerpos, la impuesta vida administrativa.

   Observa restos de pequeños animales, a lo lejos ve una pequeña cabaña, siente que se acelera su corazón que ya va acelerado de lote. El paso se convierte en trote, este en carrera, total nada de peso lleva, nada importa salvo todo.

No es una cabaña, es lo que queda, un anciano que otro tiempo fue niño. Un solitario muro de piedra. Un refugio que ahora es un muro, vigas de maderas derramadas por el suelo de forma anárquica. Ordenadas de forma concienzuda, desconocida organización, tras la decepción inicial, mirada panorámica, vislumbra un diminuto hilo de agua de lo que sería en otro tiempo un manantial. Los ojos otra vez los ojos de lágrimas delatan su emoción contenida por tanto.

Tiene material para construir, agua, terreno de dificil acceso, tiempo para dedicarse a ello, quizás aprenda a cazar. Al acercarse al agua, lo sigue con reverencia, en sentido contrario a la corriente, busca el origen, la vegetación va aumentando, señal de que el manantial está cerca. Maraña de zarzas parecen advertirle que no es buena idea, necesita agua fresca. Quizás calme el coro de vecinos que pueblan su azotea.

Rendido cae en profundo, sueño reparador, adherido al muro en la parte trasera donde piensa no será visto sí algún soldado o paisano le da por perderse por allí.

Desea pasar desapercibido, el sitio tiene nombre, él aún no lo sabe, tiene tarea, un lugar bajo las estrellas donde descansar, olvidar penas, su bolsa de agravios que creía llena, ahora la siente mas liviana, no se confía, no puede, no debe, no sabe.

Perdió la cuenta del tiempo, la fecha tampoco importa, aprendió a cazar y despellejar conejos. Creó un lugar agradable, echa de menos sus librillos perdidos, esos que le enseñaron, siente anhelo de conocimiento, aprende cosas nuevas.

Estrellas siguen siendo su techo, come una vez al día, tiene agua, un lugar donde dormir. Le falta el contacto humano se siente aislado, confinado, se siente minúsculo, frágil, etéreo, mezclarse con el viento, sentir el viento en la cara.

El tiempo es elástico, sigue solo, esa soledad de aislamiento obligatorio para seguir vivo.

Vuela con el viento, bendice las nubes que lo mojan, aún no tiene techo, bueno las nubes, sol y las estrellas, la piel se le ha endurecido el corazónen cambio este más tierno.

Equilibrio, ahora mas sensible, aprende a meditar, a respirar, a encontrar la calma.

Su latido es más acompasado, se diría perezoso aún rítmico, sonrie, su imaginación abre casi todas las puertas, la mayoria conocidas, olvidadas, pendientes sólo de ser recordadas.

Hoy es un día distinto, a pocos metros de su lugar de descanso nace una flor, una pequeña y preciosa flor de marzo, no sabía el día, pero siente que es la primavera precoz, él no lo sabe todavía pero le cambiara su vida de exiliado, de disidente, ya nunca estará solo.

Se tumba a su lado, disfruta de la contemplación hasta las lágrimas de felicidad son derramadas. Nunca vió una flor tan magnifica ,completa, tan perfecta. Seguro de que se trata de un regalo de la tierra, de la vida para él.

La mira con infinita ternura. No sabe que hacer. Las orquideas silvestres son típicas de la comarca de Ronda, el viento caprichosamente las transporta en forma de embrión, las deja aterrizar, la tierra se encarga del resto. Justo al lado de su escondrijo, es un milagro. Así lo entiende él, sin duda el mundo no es como es sino como uno lo ve.

La bautiza con sus propias lágrimas, sirven de primer alimento al recien llegado a su vida. Tras un instante eterno, se tumba a descansar, no piensa ni en comer, sólo disfruta del instante un momento de mágica comunión.

Se reactiva, decide cuidarse para poder ayudar a su flor a crecer, a tener una vida plena, a exhibir todo su explendor, él asume qué permanecerá en segundo plano. Ahora empieza a analizar las circunstancias, decide tumbarse, respirar y meditar, teme que algo le ocurra mientras el descansa, pero el sueño le vence.

La mirada ha cambiado, en realidad no deja de modelar el entorno, ahora las zarzas portadoras de flores se convierten en amigas, incluso, para sus pies, realiza cambios en su escasa zona habitable, todo por su flor, que se sienta mejor entorno, abrigada, recibida en el Universo.

Se descubre preparando tierras, haciendo labores de campo, de forma discreta, sin aperos, decide hacerlo con una particularidad, una diferencia impuesta por él, debe parecer azar, no debe verse la mano del hortelano, pasar desapercibido, ni siquierda notarse que esta, regada, cuidada.

En estos planes, a la hora de la siesta no lejos de la primera flor, asoma un estandarte minúsculo, brillante, a su manera defendiendo la maravilla de la existencia. Atónito, se vuelve a tumbar, pensó, es más tenía la certeza de no poder amar a nada más que a su pequeña orquidea, y sin embargo, las emociones distintas y nuevas, no menos sentidas, la misma devoción, la misma felicidad indescriptible.

Se acercó con reverencia, la acojío como parte de si, conexión instantáne, regalo de Mayo para su corazón, cuando el sol apretaba muy cerca de su corazón, ya nunca estarían solas, siempre un amigo cerca, compartir la vida era un privilegio al alcance, una auténtica fiesta de emociones, todo ardía a su alrededor, tumbado acariciando sus dos maravillas, en plenitud.

Días de alegría corrían aún más, bien cultivar flores. Mejor para el nuevo hortelano era hacerlo de forma que su mano pareciera invisible. Sus paseos más breves, seguia cazando, comiendo esparragos silvestres, algunas zanahorias plantadas dispersas, incluso tuvo la previsión de partir patatas, enterrarlas. La comida escasa no era el problema, no tenía la menor intención de abandonar el pequeño llano, pues su corazón anidaba a la sombra del muro desnudo. Allí crecian despacio dos porciones de su corazón, esas que la unían al presente eterno, al mundo, le invitaban sin hablar a cuidarse, sentirse feliz en la contemplación.

Mayo reveló una explosión de flores, ruidos de insectos, mariposas azules, todo una revolución de vida, cuando muy cerca la intención era terminar con ella, aislado, encerrado al aire libre, sin posibilidad de mezclarse con sus semejantes, le bastaba sentir sus flores para que todo estuviera en orden, en paz.

La sensibilidad lo calmaba, lo orientaba, los momentos de pena, de alegría, de meditación silenciosa. Sentía que habia vuelto a ser druida, recordaba los tiempos, esos que los de su oficio se aislaban voluntariamente en el bosque para aprender, para estar en contacto con el Todo, con la madre naturaleza. Olvidado por la nueva cultura imperante, la tradición se había perdido, no hubo ocasión de fusión entre ambas, en su huida para salvar esta vida, el camino le habia enseñado, ayudado a caminar más hacia dentro, buscando preguntas, sin atender realmente a las respuestas, le daban un poco igual.

Pasó el primer invierno, el segundo, en fin se dió cuenta como pasa todo, acompañaba al viento en sus paseos por la llanura incluso más lejos.

Subió a los montes altos del entorno circundante que lo escondian intentaba averiguar desde lejos cómo irian el resto de humanos con sus vidas, tambien pensó que no se cambiaria por ellos. Motivo de muchas meditaciones, en definitiva comenzó a hablar en alto para no perder el hábito, el lenguaje lo usaba para hablarse pero al principio por miedo, más tarde por precaución, ultimamente por hastio dejo de pronunciar, ahora se dedicó a hablarles con palabras cargadas de emoción a sus dos corazones.

Estando concentrado en ello, por sorpresa una tercera flor se abría paso a medio camino entre las previas, con determinación, empuje salvajemente elegante. No pudo ni supo más que llorar, tirarse al suelo, bendecir al tercer pétalo de su corazón cada día más completo, más lleno de amor. No vaciló en preparar la tierra, el entorno para el tercer morador de su corazón, con la misma alegría, las mismas sensaciones agolpadas, dedicaba su vida a ellas era regalarsela a sí mismo.

Otra vez en Mayo, ¿que tendrá la primavera que trae bendiciones?, volvía a brotar un soplo de vida en su entorno, haciendole creer en la magia del Universo. Le dolió hasta la intensidad de sus emociones, tuvo que salir a correr, no por placer como de constumbre sino por necesidad, todo para que su corazón cogiera de nuevo el ritmo, se perdió voluntariamente, sabía que siguiendo a su corazón la vuelta era fácil por fin cuesta abajo, cuando la meta es conocida, el camino es corto.

Tras dias de felicidad, de cambios, de riegos ocultos, preparar caminos invisibles para él que no ve, incluso se planteó escondites alternativos, dificil pues habría que trasplantar sus tres corazones, no le motivaba, pues crecían fuertes y felices, habían superado los duros inviernos, vencido veranos de calor sofocante. Seguían allí a su lado, siempre juntos.

La realidad cambiante siempre es capaz de sorprendernos,ayudarnos a aprender, a mejorar, siempre capaz de enseñarnos cuando cree que hemos aprendido, debemos pasar a otro plano, al principio como todos, desconocidos.

Un día gris de otoño, tumbado al borde del camino tras una leve carrera a la hora del calor, oyó una canción familiar, hacía tanto que no oía a nadie, dejó de respirar, ni parapadear se permitió, una mujer tambien caminaba cuesta arriba, tambien descalza, una canción triste en sus labios sonaba alegre.

Pasó por su lado sín verlo, ahora él no quería asustarla, su presencia era dificil de explicar con palabras, la necesidad, el futuro se había presentado de pronto. Muchas dudas, casi temblando, salió al camino, despacio, bajito continuó la canción que ella ya solo tatareaba. Paró, lo miró, lo escrutó, se hablaron sin palabras, sin quejas ni reporches. Fundieron sus miradas, sus cicatrices sin sanar durante tanto tiempo empezarón a curar, mientras ellos estaban en la contemplación de sus almas. Un tiempo, que la memoria no grabó, se decidieron por presentarse, no querian formalismos, él sin miedo a las consecuencias le descubrió a su pequeño espacio, ella aceptó.

Caminaron a una distancia prudencial de dos metros, en fila, sorteando flores y plantas aromáticas. Mateo sintió como si desnudará su vida, ella comenzó a captar la grandiosidad de la naturaleza delicadamente cuidada, casi bendecida, se fijó en los pequeños detalles que para ella eran tan importantes. Le gustó lo que vió en la mirada de él, esa profundidad de amor, esa compresión sin exigencia, esa forma de compartir el silencio, sin preguntas ni achaques, sin críticas, sin quejas, sin duda se habia pulido en soledad. Continuaron un rato hasta que tras el pequeño muro casi derribado, ella pudo observar las flores de su corazón se las mostró llorando de amor, ella lo abrazó con ternura, entendia todo, su sensibilidad estaba a salvo en ella.

Le ofreció lo poco que tenía, ella sonreia, no necesitaba nada, estaba en paz. Venia buscando algo de paz aunque pensaba volver a la civilización en breve, hasta eso lo dudaba, escasa comida, sobraba todo lo demas, sol, viento, naturaleza libre, agua, tierra. Se sentía completa, él hipnotizado trataba de memorizar cada arruga de su frente, pensaba acariciar su recuerdo cuando ella ya no estuviera. Regalo del cielo, otra alma pérdida dispuesta a encontrarse, otra en misión huida, él sabe que son miles los que no están de acuerdo con las normas que imperan, pero limitados por tantos.

Hablaban sí, lo mejor cuando se contemplaban en silencio, trasmitian mucho mas, ambos compartian, las palabras no expresan los sentimientos y emociones. La realidad del corazón luego no hay necesidad de maquillarlas con palabras, descansaron en su pequeño trozo de cielo. Caminaron por los alrededores mientras él le mostraba el entorno, ella tomaba notas de como era él.

Octubre presagiaba que el frío estaba cerca, el viento barria la pequeña llanura, las nubes se colocaban, mientras ellos preparaban techo y suelo, sonrientes para la larga travesia, guardaban algo de comida, visitarón la civilización cercana, indiferentes a la tierra sedienta de sangre, ellos la sentian sedienta de flores, cultivaban flores de forma delicada, silenciosa.

Los días se sucedieron, continuaron cuidando el jardin salvaje, el jardin natural que naturalmente los abrazaba, ese lugar donde crecian las orquideas silvestres a su manera, a su forma, conservando todo su esplendor. Maravillados se fundian cada vez mas, sin perder nunca su individualidad, sintiendose libres en el otro. Cuando ya creyeron que era prudente visitar la civilización, preguntar por algo que les devolviera a la tierra de los otros.

Una mañana de Octubre saludó a la vida otra maravilla cercana a las tres que crecian, otra flor peculiar y única, el Universo parecía complacerse en ellos,de su unión de almas, agradecidos compartian sensaciones, complices del secreto de la vida, el dar y recibir.

Compartir, estaba en cada uno de sus actos, cada vez que cuidaban de su entorno estaban cuidandose, así lo sentían, en tiempos de incertidumbre no se puede más que entregarse al amor.

Compartian aire, agua, tierra, sensaciones, flores, ¿qué más?…

Sevilla, Mayo 2020.

Álvaro Alejo Alcaide Gantes

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