Al hombre le enterraron por la mañana temprano. No había parientes vivos. El testamento se abrió a media tarde, el notario quería terminar su trabajo rápidamente y dejó las llaves en manos del juez. No madrugaron demasiado y aún así la comisión judicial se demoró en tomar un café en el bar de la esquina. Luego comprobaron que la llave encajaba perfectamente y levantaron acta. La casa podía ser demolida. Les sorprendió el pequeño dormitorio repleto de jarrones chinos y con todos aquellos dibujos cubriendo el suelo de piedra. El arquitecto señaló qué pared derruir primero. En medio del polvo y de los cascotes apareció la cabellera rubia y la sonrisa en el rostro perfectamente embalsamado.

        Esa era yo, pero yo no fui la primera. Fuimos muchas, nosotras y fueron muchas antes que nosotras.

        La primera fue la Malcasada, la que harta de que le ignorara uno de aquellos hombres que parecían no necesitar a nadie y mucho menos a las mujeres; la que harta de ser invisible cuando él regresaba por la noche aún cuando ella le esperara siempre, completamente borracha eso sí, acurrucada en el sofá, ella, la que un día se disfrazó de muerta. Se amortajó, se rodeó de velas y de lirios y se recostó con la cara pálida vuelta hacia el techo. Él entró a oscuras y aunque dio la luz, saltó sin alterarse sobre el cadáver fingido y por eso a ella no le quedó más remedio que acabar transformándose en otro ser, en otro cuerpo, esta vez sí perfectamente embalsamado y bien muerto.

       Después pasó lo de la Transparente, la que camino del cementerio, bajo el sol último de la tarde, empezó a arañar y a golpear el ataúd porque ahí la habían introducido sin comprobar siquiera si respiraba o no. En un instante de silencio en medio del llanto de las mujeres, – ellos acompañaban callados pensando en sus cosas-, se oyeron los golpes y la falsa muerta pudo regresar, de vuelta a su ser invisible. Y por eso no le quedó otra que volver a morirse, solo que ella sí supo lo que era ir camino del cementerio en su propio féretro sin morirse del susto. Eso fue lo único bueno que aprendió, pero no llegó a contárselo a nadie. No tuvo ocasión.

      A las demás les fueron silenciando poco a poco, de mil maneras diferentes. Muchas perdieron sus palabras de hogar, incluso su acento, para acabar expresándose como ellos. Para ser escuchadas tuvieron que enterrar su verdadero yo y dar a luz algo que era mitad mujer y mitad hombre, y por eso su voz era rara, no era completamente de hombre, era una voz susurrante que elegía con cuidado las palabras, sin sentimientos, sin color. Otras intentaron hablar con su propia voz, aguda, ñoña a veces, en las reuniones de trabajo, en las conferencias o en los mítines. Levantaban la mano pero nadie les hacía caso y solo cuando había un lapsus de silencio, podían emitir un par de frases legibles, temblorosas, bien escogidas, pero al finalizar todos seguían como si ese momento no hubiera existido nunca. En el mejor de los casos un hombre se apropiaba del contenido y lo repetía con sus propias palabras como si la idea la hubiera parido él.

Nadie las hacía caso desde hacía mucho tiempo. Demasiado. Aunque hubo otro Tiempo. Hubo un tiempo distinto.

 Hace más de veinte mil años, en un lugar de la Vieja Europa, aparece la Diosa, la Madre del Universo, diminuta, maternal, desnuda, pintada de rojo. A veces está durmiendo, no se sabe si sueña el mundo o si está recibiendo el espíritu del hijo o de la hija, a veces está amamantando y a veces su útero da a luz y otras acoge a los muertos. A veces su vulva porta semillas y brotes de plantas. La Diosa aparece a la entrada de los santuarios que son como laberintos con forma de mujer donde también se entierra a los muertos. La cueva es el lugar más sagrado, el santuario y la fuente de poder de la Diosa. Ella une todo en la tierra, la vida, el agua, la cueva, la tumba. Todo es sagrado. En ese Tiempo distinto, otro, las mujeres pintan, abren los brazos, dan vida. Pero su Diosa tiene grabado en el cuerpo un lenguaje indescifrable y por eso se dice que aquello no fue aún historia. 

   Y sin embargo, la historia es como el viento, viene de un lugar lejano y la sentimos. Eso me dijo el viejo bosquimano. A mí, a una de tantas, una de las de hoy, de las que vivimos en un tiempo profano. Soy una de las que no dimos vida, de las que no tuvimos hijos. No pudimos. Yo no soy la primera y quizá tampoco la última. Quise una vez hacerme oír y quizá, quizá, quizá las mujeres aún escuchen algo.

Verano 2016. Mi corazón estaba hueco aunque se llenaba y fluía como las pozas de agua dentro de la cueva. Antes de ponerme a dibujar, yo visitaba los lugares sagrados donde creía que había vivido la Diosa y donde sentía las silenciosas huellas de los creyentes. Auscultaba mi latido y si era propicio, me preparaba para el ritual en la semioscuridad atravesada por los rayos que filtraba la persiana de mi habitación. Despegaba el grafito de la madera de la caja y, desnuda de ropa y de conocimientos, lo dejaba correr en una ofrenda que se materializaba en trazos volcánicos sobre la superficie del papel de algodón. El resultado final no era importante, lo importante era el rito de libertad en el que mi sangre fluía a través de mis manos y surgían mapas sobre la blancura del papel. Esa era yo hasta que…

Verano 2017. Mi corazón estaba hueco y para llenarlo de algo que no fuera agua o tinta o sangre, me enamoré con la sola fuerza de mi voluntad y con ella misma me obligué a quererle. Estaba desesperada por amar a alguien aunque a los siete meses de casada ya me estaba aburriendo. El día que se lo presenté a mis padres, él se quejó de todo, de lo sucio que estaba el pueblo, de lo estrechas que eran las escaleras y de la pequeñez de las casas. Bueno, me dijo mi madre, tampoco es el peor. Eso lo dice desde su experiencia, pero a mí se me saltaron las lágrimas. Me pareció que era arrojar el listón tan abajo y tan deprisa.

Invierno 2017. Es verdad que él no era violento pero me llamaba tonta si tardaba en comprender un programa de ordenador y si hablaba demasiado, decía que le hacía perder el tiempo, y si me olvidaba de apagar las luces me perseguía por toda la casa aunque las facturas las pagara yo. Solo dejábamos de discutir si me quedaba callada, sentadita a su lado en el sofá, mientras él veía películas tontas en la televisión. Y con el tedio creció mi cobardía y por eso me tuve que ir construyendo un refugio, un refugio hecho de silencio, un refugio que no estaba del todo hueco ni del todo vacío.

Verano 2018. Mutar, mutar era la palabra que necesitaba para soportar las prohibiciones que fueron apareciendo, prohibiciones como que no me estaba permitido reír y que se me vieran los dientes porque, me decía, pareces loca o boba o las dos cosas a la vez o sucesivamente. Yo sabía que él me escogió no como mujer, sino como una hembra, una hembra además defectuosa, carente de algunas de las cualidades de toda buena hembra, como un cierto olor que yo ignoraba o unas determinadas curvas en las nalgas. Pero eso, el cómo me escogió y el cómo me veía él, eso fue algo que descubrí demasiado tarde. Yo tuve que mutar para poder decirle feo o tonto o peludo sin asustarme pero eso sí, para entonces ya tenía preparado un escondite al que escabullirme rápidamente. Mutar fue interiorizar que era él el que tenía que cargar con el peso de las deudas y no yo. Mutar fue saber que por las mañanas yo estaba alegre porque veía azul en la ropa tendida y olía a pan tostado y un rayo templado acariciaba mi mesa de dibujo. Mutar fue aprender que por las mañanas quería beberme los manantiales y sentirme leve después, como en ayunas. Mutar fue no querer ser hembra sino mujer a la que le gustaba hacer cosas de hombres aunque le llamaran bruta y le dijeran que parecía reírse de la gente con esa cara de no pensar o de pensar algo distinto a lo que decían los labios, lo cual era una verdad solo a medias. Porque era verdad que yo era silencio por las mañanas y que por las tardes lloraba quien querría haber sido mientras escribía oraciones en relatos escondidos dentro de una botella por si alguien, ahí fuera, las llegara a escuchar algún día. Y todo esto, a él le desconcertaba.

Invierno 2018. Parece que estoy muerta y que llevo muerta mucho tiempo. Para evitar los malos olores estoy embalsamada con pócimas de farmacéutico. Desde mi escondite veo los dibujos arrancados de la pared descascarillada y una esquina del pasillo por donde se le escucha arrojar la tapa del cubo de la basura y me acuerdo de las monjas enclaustradas que se sentían libres dentro de las palabras de sus libros. A veces me acuerdo de las branquias de los alevines transparentes en las charcas y de los manantiales de lluvia que yo distinguía porque estaban más fríos y no se congelaban en invierno. A veces me acuerdo de cuando colgaba carteles por las esquinas de casa. Era una costumbre que heredé de mi abuela que escribía cazo y decía peras pero el objeto era un elefante de porcelana. Yo escribía, por ejemplo, aquí me venían cada mes los dolores de la regla. O ponía: aquí se oye el chapoteo de las botas amarillas que nunca tuve, o bien, aquí quedó el sonido de las arritmias del corazón de mi madre. Eso hacía en casa de mi familia, en su casa pequeña de pueblo y ahora ya no quedan arroyos ni viento en las ramas aunque yo siga viendo desde mi pared los árboles en la terraza esperando a ser devueltos al bosque, pero han crecido tanto que ya no caben por la puerta. Y los ronquidos de mi marido me hacen bostezar y sus latidos suenan a disparos y algún día se desvanecerá su sombra oscura atravesada por mi sombra porque yo estoy hecha de un material diáfano y luminoso. Y entonces saldré a los bosques, a las cuevas y a los manantiales donde habitó la Diosa y donde aún perdura el eco de los pasos de los creyentes.

Ya queda menos, se oyen los golpes de los albañiles, saldré pronto, y conmigo saldrán mis oraciones. Aunque son ellos, y no ellas, los que golpean en la boca de mi tumba. Y mis dibujos están desparramados por el suelo. No sé, no estoy segura, o sí, la Diosa regresará y entonces todo saldrá bien, tan bien como estoy segura del aire y de la luz y de la transparencia.


Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS