AL


– ¿Alejandro Almarcha? Pase.

– Gracias, llámeme Al.

– Siéntese, por favor.

– Me alegra conocerle.

– Igualmente, empecemos.

– ¡Al ataque!

– ¿Cómo se encuentra?

– Algo contraído.

– ¿Puede explicarse?

– Yo diría que alicaído, a la par que alborotado.

– ¿Dos sentimientos diferentes?

– Se suceden de forma alternativa y aleatoria. Algunos días uno y a veces el otro. Me paso las noches consultando con la almohada.

– Entiendo, esa es la razón de venir a consulta. La de los sentimientos, porque para dormir hay soluciones.

– Me alarma sobremanera. Estaciono en los aledaños de la felicidad. Creo que estoy alienado.

– Pues éste es el sitio adecuado. Le voy a realizar una serie de preguntas. Conteste con sinceridad. Así podré realizar un correcto juicio de valor.

– ¡Ale, vamos allá! Será usted mi álter ego.

– ¿Dónde nació?

– Soy de Alicante. Mi madre vino de Albacete, en alpargatas y se enamoró de un alférez, mi padre, natural de La Alcarria. Una aleación de las de la época. Sin apenas nada en las alforjas, pasaron por el altar. Vivieron toda su vida de alquiler, un piso modesto, dos alcobas, una alacena, sin grandes alharacas. Sin almíbar, pero tan contentos.

– Una familia feliz, por lo que dice. ¿Algún hermano? –tomando nota de las respuestas en un cuaderno de gusanillo de rayas.

-Sí, uno, Alfredo, mi alguacil, era menor que yo. Un altavoz de todas mis travesuras.

– ¿Se le dieron bien los estudios?

– Siempre fui buen alumno. Y el álgebra matemática me fascinaba. Aunque me rebelé contra los alzacuellos.

– ¿Algún deporte?

– No los habituales, me federé de joven en alpinismo. La altitud es alucinante. Esos paisajes alejados de todo, son alegatos de poesía.

– Por lo que veo, ha acostumbrado a salirse de lo habitual.

– Es un aliciente. La norma es una almorrana que nos aletarga con alevosía.

– Y dígame –vaya palique tiene, menuda tarde me espera-, ¿realizó estudios universitarios o empezó a trabajar?

– Me aleccionaron a que comenzara a trabajar. Comencé de mozo de almacén y luego aprendí el oficio de albañil. Alicataba cocinas y baños .Nunca alardeé de dinero, pero al principio se ganaba bien. Luego vino la crisis, un alud de facturas por pagar, no me alcanzaba. Me tuve que ir a Alemania, ¡qué país!, ¡no paraban a almorzar! Nos miraban por encima del hombro, una altivez, parecían almirantes. La cuadrilla nos alojábamos en un albergue.

– De esa experiencia, ¿aprendió algo?

– A mirar el almanaque para ver cuánto faltaba para volver a casa.

– ¿Trabajaban todo el día?

– Desde el alba a la alborada. Apenas librábamos el domingo, como en una alambrada.

– ¿Y qué hacían el domingo?

– Íbamos a la aldea, había un local de alterne. ¡Vaya par de aldabas! ¡Qué alborozo! Hasta que un día tuvimos un altercado y ya no pudimos volver.

– ¿Qué hizo a partir de entonces? –Majadero-.

– Establecí una alianza con la literatura.

– ¿Cómo?

– Me alimenté con libros.

– ¿Se los comía? –Buena ironía, tú puedes-.

– Era una alegoría, leía como una alimaña.

– ¿Algo en particular?

– Me alteró de forma sustancial “Alumbramiento”, de Andrés Neuman. Me di por aludido y empecé a escribir.

– ¡No me diga! ¿Escribe usted?

– Versos alejandrinos.

– ¿Disfruta escribiendo? ¿Se gana la vida con ello?

– En realidad, trabajo en una almoneda desde que regresé, todo se compra y se vende, la vida es un albarán. Pero cuando escribo, soy un alfil, es el punto álgido del día. El alfabeto es mi oasis. Definitivamente soy un alfarero de las letras.

– ¡Qué bonito! ¡Sí que se le da bien! -Voy a cambiar de tercio, que se me ha venido arriba. Unas preguntas rutinarias para sacarle del bucle-. En otro orden de cosas, ¿color favorito?

– Alazán, especialmente en los animales.

-¿Animal favorito?

– Dos, el vuelo del albatros en el océano y el peligro del alacrán en la tierra.

Yo te hubiera dicho la cabra, como una puta cabra estás-. ¿Película?

– La fuga de Alcatraz, una alhaja del cine. Aunque de las recientes, La, La, Land me pone del revés, es algodón de azúcar.

– ¿Personaje de la historia?

– Muhammad Alí.

– ¿Cassius Clay?

– Ése fue su alias, su otro yo, el albacea de sus primeros años, cuando era alevín del más grande.

– ¿Ve televisión?

– Disfruto con el algoritmo de Netflix, de forma alocada voy eligiendo, para desconcertar, una alineación imprevisible, pura alquimia.

– ¿Pasa mucho tiempo en casa?

– En realidad allano mi casa. Salvo en primavera, por la alergia, suelo estar fuera, ¡hay tantos árboles!, álamos, alcornoques, algarrobos,… ¿sabe usted que se hace dulce de algarroba?

– ¡No me diga que también le gusta la cocina!

– Cocinaba al alimón con mi madre, ella me enseñó. Aunque de mayor cocino a mi libre albedrío. Hago unas alubias riquísimas. Pero mi especialidad es el alioli, debería probarlo.

– Ya me gustaría, ya. ¿Qué hace en vacaciones? ¿Viaja? –Yo sí que te daría un viaje de ida, de ido. Éste ha sido mejor, tres puntos-.

– Voy al pueblo, a una vieja alquería de mis abuelos. Gozo con mis plantas de albahaca, de aloe, y cultivo flores albinas. ¡Me han salido unos alhelíes! Construí yo mismo una alberca desde el aljibe, para regar. También hice un pequeño sendero de albero, le encantaría.

– Sin duda, –como una regadera-. Entiendo no tiene pareja, ¿no es cierto?

– Las relaciones altruistas no van conmigo, suelen generar alopecia. Otra persona alrededor constantemente, ¡qué algarabía! ¿No le parece?

– Tal vez. Disculpe, ¿bebe usted?

– No tomo nada de alcohol.

– ¿Fuma?

– En absoluto; ya sabe, nicotina y alquitrán.

– ¿Y le da al alpiste?

– Me gustan más los altramuces, los chochos.

– ¿Drogas en su juventud?

– Nada alucinógeno.

Quién lo diría-. Bien, una vez finalizado el cuestionario, tengo un diagnóstico: Usted sufre el mal de la aliteración.

– ¡Qué alivio!, el tener un diagnóstico aligera mi alma, me da alas. Ya no se alargarán mis penas. Profesaría un alarido de satisfacción. ¡Alabado sea el Señor!

– No vayamos tan rápido. Necesitará de varias sesiones. Ya tenemos el diagnóstico, pero nos falta el tratamiento –necesitaré trankimazin para aguantarle, pero me pago el pilates con éste-. Le apunto para la semana próxima. Y una última cosa, que me olvidé preguntarle: ¿canción favorita?

– Aleluya, de Leonard Cohen.

– ¡Le pillé! Es con H. Es H-A-L-L-E-L-U-J-A-H.

– Técnicamente, alamierda va separado, pero usted entenderá que son licencias literarias.

Juan José Gandulla

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