Sobre el techo del Hospital Central de Rupunia había unas máquinas quitanieves. Parece que venían en el paquete cuando, hace 50 años, el edificio fue comprado por piezas a una empresa canadiense. Fue llevado por barco hasta el Puerto de Rupunia y ensamblado por ingenieros civiles locales, con la guía de un experto que se trasladó en el mismo barco.

Se deduce que, para ese entonces, a nadie se le ocurrió vender, devolver o tirar las máquinas. De hecho, no había registro de su presencia hasta hace pocas semanas, cuando unos obreros se subieron a revisar el techo del hospital para buscar la causa de unas filtraciones y humedades en la sala de espera.

La mudanza de Miguel Ángel a Rupunia coincidió con el día en que se publicó la noticia sobre el descubrimiento de las máquinas quitanieves en el diario Panorama. La información era asombrosa, teniendo en cuenta que la ciudad sobrevive a una media de 38 grados de temperatura todo el año. Esto cautivó al escritor recién llegado.

Rupunia, aparte del calor asfixiante, destaca por ser el sitio donde venden los mejores perros calientes y hamburguesas callejeros del mundo. Eso, sin contar con las mandocas, patacones, agüita e’ sapo, yoyos, tumbarranchos y pastelitos. O los cepillados de colita, tamarindo, parchita, uva o peisi, bañados en leche condensada de producción local.

También porque la ciudad tiene una mascota, de nombre Alicia, una llama peruana que se pasea engalanada con coloridos trajes andinos por el centro histórico, para que los niños puedan hacerse fotos con ella.

Pero la verdad es que Miguel Ángel no se fue a vivir allí por nada de eso. Lo cierto es que se enamoró de una rupunesa a través de una de esas páginas de internet para conseguir pareja. En las fotos ella nunca se veía sudando, por lo que creyó que lo del calor era un mito, una exageración. Pero apenas bajó del ferry, comenzó a chorrear como un pollo en brasa y luego descubrió que en Rupunia se suda hasta debajo de la ducha.

La novia de Miguel Ángel no es diferente del resto. Los rupuneses no sudan. Esa es una de las razones por las que normalmente no se lían con extranjeros. Pero ella es muy moderna y le gusta probar nuevas experiencias. Quizás al aclimatarse, Miguel Ángel sería como un nativo más y dejaría de sudar todo el tiempo. Habrá que ver.

Que no suden no significa que en Rupunia no sientan las altas temperaturas. De hecho, han sido pioneros en todo lo relacionado con combatir y aprovechar el calor. En el pasado, las abuelas congelaban botellas rellenas de agua con sal para conservar la carne. Y desde la invención de la nevera y los aparatos de aire acondicionado, todos los ciudadanos reciben formación básica para reparaciones menores y mantenimiento de dichos electrodomésticos.

La industria frigorífica y las fábricas de hielo constituyen la cúpula empresarial de la zona. Son rubros muy innovadores, financiados por universidades y centros de investigación de gran prestigio internacional.

En la Universidad Central de Rupunia se inventó, por ejemplo, la bicicleta con aire acondicionado; y en el Centro de Tecnología Municipal de Rupunia se patentó el hielo de larga duración y el de varios usos. La energía que utilizan para todas sus necesidades es, como no, el sol, que no se esconde ni cuando llueve. Han desarrollado la forma de almacenar esa energía por las noches y tienen de sobra para exportar a lugares oscuros como lo países nórdicos o Islandia.

Hasta los teléfonos móviles cuentan con un captador de luz solar ligero e inteligente, mucho más moderno y pequeño que los paneles que pueden verse en el resto del mundo.

A pesar de lo molesto del sudor, Miguel Ángel se enganchó a la ciudad de inmediato. La calidez del lugar está presente también en su gente. Independientemente de la ocasión, sea de trabajo o de ocio, los rupuneses se saludan y se despiden con fuertes abrazos, lo cual al principio es raro, pero una vez que el extranjero se acostumbra no puede vivir en ningún otro lado donde los encuentros comiencen con apretones de manos o besos sosos en el aire.

Esta tarde Miguel Ángel y su novia van a patinar sobre hielo, algo que él nunca ha hecho. En el oeste de la ciudad hay un centro deportivo enorme, aclimatado a temperaturas muy bajas.

Los restaurantes, tiendas, cine y teatro están dispuestos de tal manera que rodean una extensa pista de hielo con un tobogán helado gigante, donde la gente aprovecha para disfrutar de un rato de deporte y lucir bufandas, gorros, abrigos, leotardos y botas. Además del área para patinar, hay escuelas de bobsleigh, skeleton, luge, curling, patinaje artístico y hockey sobre hielo.

Todos los años se celebra allí el conocido campeonato invernal de Rupunia, con invitados de todo el mundo. La ocasión es aprovechada para la semana de la moda rupunesa, con desfiles que incluyen las colecciones de invierno de los diseñadores locales, muy reconocidos en París, Milán y Nueva York.

Si todo sale bien, la pareja se casará en breve. Afortunadamente, cuentan con la aprobación de los padres de la novia. Rupunia es una ciudad muy exigente en cuanto a inmigración. No cualquiera puede irse a vivir a ese paraíso. Menos mal que ella es rupunesa pura de tres generaciones y, con esa condición, le es permitido contraer matrimonio con alguien de fuera de la ciudad, si ella lo desea y si se comprueba que el futuro marido es digno de la ciudadanía, tras una serie de trámites y exámenes de historia y cultura rupunesa.

Miguel Ángel es profesor de escritura, aunque no tiene todavía la especialización necesaria para dar clases en Rupunia. Mientras se prepara, tendrá que conformarse con hacer prácticas en Panorama, el diario más importante de la ciudad, donde podrá aprender un poco el estilo literario depurado y único de los rupuneses, quienes han obtenido innumerables premios, entre ellos, dos Nobel de literatura.

La boda se celebrará en un palafito al anochecer, cuando la brisa del lago da alivio al calor acumulado durante el día. Los invitados podrán asistir en canoas especialmente preparadas para ellos. En Rupunia no existen los tacones, por lo que se puede bailar sin parar. No tienen por costumbre las mesas y mucho menos pre asignar nombres. Cada uno hace lo que quiere y hay comida y bebida toda la noche.

Los novios, al amanecer, irán en una canoa especial al puerto, de dónde zarparán a su luna de miel en Canadá, a disfrutar del frío y la nieve originales. A sudar juntos en sus noches de boda (al menos él) fuera de Rupunia. Y a conocer el origen de las entrañables máquinas quitanieves, que seguramente pronto serán aprovechadas por el ingenio rupunés en un nuevo y maravilloso invento frigorífico.

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