Compré mi boleto en la taquilla de la gare para las 19:26, subí las escaleras arrastrando mi maleta y en medio de la oscuridad invernal, me encontré en un desolado terreno en polvo de ladrillo habitado por dos viejos trenes cuyos vagones chocaban entre sí, mientras sus locomotoras apuntaban en sentido contrario. No había señalización, ni rieles a la vista. Unas cuantas personas corrían de un lado para el otro ¿es este? ¡Je ne sais pas! En medio del desconcierto, un silbato indicó la hora de partida y me trepé como pude al que llamaré el segundo tren. Los demás pasajeros, livianos de equipaje, abordaron el primero ¡qué enigma es este, pero si es Biarritz, merde!, C2-C1962-S1, indicaba mi boleto.

Recorrí, con el acompasamiento de la máquina en movimiento, uno y otro coche hasta llegar al C2. En medio de personajes que iban y venían por el estrecho pasillo, oscuros por la noche, por sus acentos y sus atuendos, me encontré frente a la placa C1962 ¡me alegré de llegar a mi compartimiento!, corrí con inseguridad la entrada corrediza y de golpe estaba frente a una antigua ventana de madera y amplios asientos abullonados, separados por cómodos descansabrazos. Sin tiempo para pensar ubiqué la silla S1, busqué un lugar para mi equipaje ¡en la rejilla de madera sobre mi cabeza, no, imposible! lo puse debajo de mi butaca, me senté por fin y cerré los ojos en busca de calma, solo yo habitaba esta recamara, pero en lugar de reposo llegó a mi mente un pensamiento abrumador: tal vez mi lugar estaría en el primer tren y entonces habría cambiado mi destino. Sin más opción me relajé y me dejé llevar por el chirrido del contacto de las bandas con los rieles, al salir de la enigmática estación. Como en la infancia pegué la nariz y la frente al ventanal y recorriendo con los ojos quietos el furioso follaje que dejaba a su paso el viejo tren, me topé con esta leyenda…

                                               nosnetroM enaeJ amroN

di la vuelta y leí Norma Jeane Mortenson,¡bueno, al menos tengo compañía!

Después de algo más de una hora del que parecía un largo camino, aún no pasaban los controladores para validar la ruta y la locomotora seguía su misterioso recorrido. Se detuvo en la Gare de Pau, la cual nada sugería sobre mi itinerario y en el bullicio de los viajeros que suben y bajan del vagón, vi con sorpresa entrar a una joven de cabello dorado y alborotado, labios pintados de rojo frenesí y no más de 1.66m de estatura. Murmuró en francés bonjour, dejó su trousse de maquillage y sus demás objetos en la S4 y se retorció como un saltimbanqui en la S2. Inundó el ambiente con su aroma, su desparpajo, sus movimientos y su sonrisa, cantando como en un susurro. La miré secretamente. Valga decir con vergüenza y recato, que sentí de nuevo el vaho de mi aliento nocturno contra la ventana y vi con fascinación cómo se derramaban sobre ella las hermosas letras doradas escritas sobre el dintel, la iluminaban, era una estrella ¡al fin algo de luz en este oscuro trayecto!

Lejos de que hubiese deseado observarla toda la noche, expandí mi sillón, hice una cama con la S3 y me dormí largo rato. En medio del letargo en el que había entrado, unas grandes suelas de calzado de hombre cerca de mi cara me despertaron después de unas horas en las que la rubia seguía canturreando para mí. Los brazos de las butacas levantados formando un lecho en terciopelo rojo, un intruso abrazado a un maletín ejecutivo en cuero duro, su cuerpo encogido y tumbado a medias sobre la litera que la joven había formado entre su poltrona y la S4, creaban una atmósfera íntima. Me quedé en posición fetal, no había manera de recoger los sillones ocupados por melenas, piernas y traseros; trousse de toilette, chalinas, libros, zapatos, maletines y demás pertenencias de mis acompañantes. Parecía la escena trasnochada de un affaire à trois, en el cual me había dormido. El hombre de las suelas grandes se despertó y con recoger un lado de la puerta y voltear sus piernas hacia el pasadizo estuvo listo para salir, balbuceó algo –merde– tal vez, abrió su maletín, sacó su billete y señaló con sarcasmo al bajarse en una pequeña gare, en medio de la madrugada invernal: C2-C1962-S4. La noche terminó sin haberme sido requerido el boleto. ¿Para dónde voy? recordé ¡carajo!

La mujer de cabello dorado fue desperezándose de manera sensual, ignoró por completo la extraña compañía, bajó el antebrazo que de nuevo nos separaría, puso rouge à lèvres sobre su carnuda boca recién amanecida y recogió sus objetos dispersos. Allí estaba, me ignoraba pero me había acompañado en un largo trayecto hacia un lugar incierto. ¿Se bajará en…? Pero si todavía no sé hacia donde me lleva el segundo tren, ¿cómo sabré su destino? Quise hablarle pero abruptamente la locomotora disminuyó la velocidad, rechinaron los rieles, sonaron las bocinas, se abrieron las puertas, los pasajeros apresurados se levantaron en busca de su equipaje al mando de una voz imaginaria, de una orden invisible.

Mis ojos pegados a la ventana trataban de encontrar el nombre de la nueva estación y se esforzaban en descifrar el texto completo sobre el dintel ¡votre billet s’il vous plait!-, vociferaron. La rubia había desaparecido.

                                                 Norma Jeane Mortenson 
                                                   n’a jamais été à cannes

                                                          1926- 1962

La encontré en la fachada del Cannes Riviera Hotel.

Norma, yo tampoco estuve en Cannes.

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