Sé que Lucia está a mi lado. En realidad lo ha estado siempre

Aparece ante mí el día que nos conocimos. Yo llegaba con el tiempo justo a la visita que iba a cambiarlo todo. Después de año y medio buscando trabajo, casi había perdido la esperanza de que mi vida se transformara mucho en el futuro. En la planta siete de un alto edificio en la Castellana me recibió una sonriente chica sentada detrás de una mesa. Me preguntó el nombre, comprobó en la lista que yo era uno de los citados para aquella mañana y me dijo que esperara en la sala contigua, que ya me avisaría cuando llegara mi turno.

Allí estaba Lucía sentada, como otras dos personas más. Igual que yo, aquella gente había sido citada para la entrevista de trabajo que consistía en un puesto de comercial para una consultoría financiera. Estos asuntos de inversiones a varios plazos, de productos que daban rentabilidad, no eran mi especialidad. Responder al anuncio y enviar mi currículum obedecía más a un impulso desesperado de encontrar un trabajo, el que fuera, que me diera el suficiente dinero para seguir pagando mis facturas y gastos mensuales.

Entré en la sala.

Ahora puedo ver con nitidez detalles que entonces no vi con los ojos de la cara. Puedo ver la ligera vibración del agua que había en una jarra transparente sobre una mesa. Puedo ver con asombrosa claridad la luz que entraba por la ventana y se detenía sobre el cabello castaño de Lucía. Dije buenos días y me senté justo enfrente de ella. Abrí mi móvil, y como el resto de personas que allí estaban, me puse a ojear noticias y mensajes para no tener que establecer contacto visual con nadie, para aparentar estar ocupado en algo importante ¡qué absurdo! Nos sentimos indestructibles parapetados detrás de patrones adquiridos. Solo en situaciones límite podemos ver lo poco consistentes que son esas creencias.

Entonces, aquellas personas eran mis competidores y no estaba dispuesto, ni tenía humor para simpatizar con ninguno. Seguramente no les volvería a ver, pero en aquel momento eran mis enemigos, así que nada de concesiones. Es lo irracional del comportamiento humano, cuando nos movemos en el flujo dislocado establecido y que a fuerza de repetirlo lo asumimos como una verdad indiscutible.

En un momento determinado el teléfono de Lucía sonó. Ella pidió disculpas, se había olvidado de silenciarlo. Salió fuera de la sala para no molestar.

Luego volvió a entrar. Ahí todos levantamos la vista del teléfono y miramos a la chica. En los ojos tenía el brillo de las lágrimas a punto de desbordarse. Agarró el bolso que había dejado sobre la silla y volvió a salir.

Las otras dos personas volvieron a sus asuntos, pero yo no, yo tenía que transitar otro camino

¿Por qué me levanté y fui tras ella? Ahora lo sé. Tenía que hacerlo. Sencillamente.

― Perdona, soy Jaime. Veo que algo te ha pasado, estás a punto de romper a llorar. No sé lo que es, pero permíteme acompañarte a donde vayas.

 ―No, por favor. Muchas gracias, No me conoces de nada y has venido a una entrevista de trabajo.

Lucía andaba deprisa mientras hablábamos. De su bolso había sacado un pañuelito de papel con el que se limpiaba el rabillo del ojo.

― Mira, la entrevista no me importa tanto ― ¿Por qué reaccioné así? Pensé entonces. Ahora sé que las cosas pasan siempre por algo, que nada es casualidad.

―Tampoco sé por qué te estoy diciendo esto, después de todo, llevas razón, no te conozco, pero al verte entrar en la sala a punto de llorar, no he tenido más remedio que levantarme del asiento y ya ves, aquí estoy ofreciendo ayuda a una desconocida. Una ayuda que no sé si necesitas o quieres, pero me apetece ofrecer.

La sonrisa entre lágrimas de Lucía fue definitiva, ahora lo veo clarísimo. En ella había preocupación, agradecimiento, tristeza y una belleza profunda que me atrapó que me sigue atrapando a lo largo del tiempo.

― De verdad, solo te acompaño y luego me vuelvo. Por cierto ¿Cómo te llamas?

Habíamos llegado a las puertas grises y frías de los ascensores.

― Lucía, me llamo Lucía. Te agradezco muchísimo el ofrecimiento, pero de verdad no es necesario. Mira, mi madre tiene una enfermedad grave y han tenido que llevarla al hospital La llamada era de mi hermana, ella me lo ha dicho. Lleva mucho tiempo enferma y ahora puede ser grave.

― Jaime ¿Has dicho Jaime, verdad? Mira, te doy mi teléfono y en algún momento quedamos para tomar un café, pero ahora te agradecería que no insistas. Gracias.

Y no insistí, de pronto entendí que era lógico que en esos momentos no quisiera charla con un desconocido. Sin embargo algo se movió también dentro de ella pues me dio su teléfono que yo me apresuré a anotar y guardar.

Lo que siguió lo veo ahora como una nebulosa ondulante, como el atrezo de una obra de teatro.

Volví a la sala. Me entrevistaron. Me seleccionaron y comencé a trabajar a la semana siguiente. Todo fue fácil, extrañamente fácil. Año y medio pensando que un abogadillo del montón no iba a comerse una rosca y de pronto todo cambia, todo se coloca.

Al terminar mi primera jornada laboral sentí el impulso de llamar a Lucía y contarle lo que había pasado.

―¿Lucía? Hola soy Jaime. Nos conocimos hace una semana ¿recuerdas? ¿Cómo estás? Bueno primero ¿Cómo está tu madre?

Sí, si se acordaba.

― Hola Jaime, claro que me acuerdo, querías ayudarme sin conocerme. Yo estoy bien, pero mi madre ha fallecido, precisamente esta mañana la hemos enterrado.

 ―Vaya, cuánto lo siento. Seguro que no lo estás pasando nada bien. No sé si este momento vuelve a ser inoportuno, pero me gustaría mucho verte, hablar contigo y contarte como fue mi entrevista, como me dieron a mí el puesto.

―Qué bien, cómo me alegro por ti. Ya ves, yo no pude ni hacer la entrevista, estaba claro que ese trabajo no era para mí. En realidad no sé por qué me presenté a esa entrevista. Tendré que volver a empezar.

 ―¿Qué tal te viene vernos en una hora? Podemos tomar algo y me cuentas lo que estás buscando. Quizás pueda ayudarte, ahora que ya estoy trabajando.

Hubo un pequeño silencio, como si Lucía más que dudar, estuviera ejerciendo el rol de hacerse la interesante. Con qué claridad veo ahora hasta el más mínimo detalle.

 ―Vale, acepto, pero no hoy. Aún estoy muy afectada por lo que ha pasado. Seguro que en unos días me encontraré mejor. Después de todo entonces me vendrá bien charlar un rato con alguien que no lo está pasando mal. ¿Lo entiendes, verdad?

Ya estaba, el destino había tejido la tela de araña para que Lucía y yo nos encontráramos, para que a partir de aquel momento nuestros cuerpos y nuestros corazones dibujaran una preciosa historia de amor, que sigue desde hace diez años y seguirá para siempre a pesar de todo.

― Lo entiendo, Lucía, tampoco es ahora un momento oportuno, pero te llamaré, cuenta con ello

Dejé pasar toda la semana, entretenido en el curso de técnicas comerciales que recibí por parte de mi nueva empresa. El sábado por la mañana marqué el número de Lucía, quizás a la tercera, como se dice por ahí, fuera el momento oportuno.

Y lo fue, ella contestó y su voz me trajo de nuevo esa belleza que vi en el fondo de sus ojos la primera vez. Quedamos para vernos esa tarde.

Creemos que la casualidad hace que nos encontremos con ciertas personas, pero no es así, ahora lo puedo ver. No importan las circunstancias, solo que hay cosas que tienen que suceder si o sí porque se encuentran gravadas en nuestro mapa interno y aunque no lo sepamos, no llevarlas a cabo, desviarnos de nuestro plan de alma,  puede acarrearnos grandes conflictos en la vida. Lucía y yo no hemos tenido hijos, pero hay historias en que no es necesario tener descendencia para ofrecer y compartir el inmenso caudal de amor con el que llegamos a este mundo.

La luz me rodea, una luz que no quema, que no me ciega, al contrario, hace que todo sea diáfano, pacífico, y hermoso.

Siento como la mano de Lucía aprieta con suavidad la mía, intentando que no me aparte de su lado, que no la deje, pero me tengo que ir, tengo una cita ineludible. Pido que la llegue el inmenso amor que me invade en estos momentos. Cada vez percibo menos el ruido, apenas distingo ya el sonido de la sirena de la ambulancia que nos lleva al hospital. Veo que nuestro coche ha quedado destrozado en el arcén, esperando que llegue la grúa que le transportará al desguace. Lucía, mi amor, tendrás que encargarte de todas esas cosas a partir de ahora.

Ya no oigo nada, pero lo veo todo. Es increíble, no siento ningún dolor, ha desaparecido cualquier conato de sufrimiento. Los perfiles de las cosas se van borrando y observo desde arriba la coronilla de Lucía y cómo un rayo de luz se detiene en su cabello castaño.

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