Joana y la temeridad

Joana y la temeridad

Laura

02/07/2020

Voy a contaros la historia de como Joana se dio un enorme tortazo con su bicicleta cuando tenía solo siete años. Joana era una niña tirijillas y miedica, de esas que cuando se caen apoyan enseguida las manos en el suelo para no romperse su preciosa cara, ni sus bonitos dientes. Pasaba los veranos con su familia en una urbanización de montaña donde tenía varias amigas. Todas eran más mayores, más atrevidas, y tenían menos miedo a montar en bicicleta y darse de morros. El pánico atroz, llevaba a Joana a abstenerse de ir por ciertos lugares o a bajar de la bici en algunas cuestas muy empinadas. Pero a veces, Joana tenía incomprensibles ataques de valentía o temeridad, que salían de dentro de ella como una fuerza sobrenatural que repentinamente necesitaba mostrarse al mundo. En un futuro esto le sería de gran ayuda, pero ahora mismo esos ataques solo metían en líos a la pobre Joana.

Basta de reflexiones sobre su personalidad y vamos a describir el entorno del accidente. La casa frente a la suya no existía, era un terreno por construir. Y la parcela no era llana, sino una pendiente que formaba respecto a la calle de su casa un triángulo rectángulo. Lo que toda la vida se ha llamado un terraplén. Por la zona superior del terraplén pasaba una senda por la que solían ir con las bicis. Las niñas mayores acortaban el camino entre la senda y la calle bajando por la pendiente de tierra. Pero la cuesta era tan empinada que Joana siempre la bajaba andando con su bicileta a un lado, o se iba al final del camino de arriba, bajaba una cuesta asfaltada y regresaba por la calle principal hasta su casa. Nadie se lo echaba en cara, pero Joana estaba harta de ser la más miedica de todas.

Un día soleado de verano, a nuestra protagonista la dejan ir con sus amigas, por primera vez, a comprarse un helado al mesón de montaña que hay al otro lado de la urbanización. Su madre le da doscientas pesetas, con lo que le sobrará para un helado de hielo de esos que tanto le gustan. Ella y sus amigas cogen sus bicicletas y empieza la aventura. A la ida, todas bajan de sus bicis para subir el terraplén. Pero a la vuelta, Joana se verá envuelta en una situación complicada. Hagamos una elipsis y supongamos que ya han ido y están volviendo del mesón. Joana se siente muy valerosa y va erguida en el sillín, presumida. Su helado va derriténdose sobre la muñeca derecha y Joana tiene que ir parando a darle lametazos para no pringar todo el manillar. A la que llega a la senda de arriba del terraplén, sus amigas bajan la pendiente del camino de tierra y piedras montadas en sus bicis, sin vacilar. Y Joana, en un ataque de valentía, se lanza detrás.

Ralenticemos la bajada -que va a hacerse extremadamente lenta- para explicar lo que va pasándole por la cabeza a nuestra protagonista. Dado que nunca había bajado esa cuesta así, se sorprende del brusco movimiento que siente. La tierra y las piedras hacen vibrar su modesta bicicleta de paseo y la pobre Joana va dando culadas en el sillín. A mitad bajada, está segura de que ha cometido un error garrafal, pero ahora ya no puede sino terminar de bajar. Es importante especificar en este punto que Joana tiene por costumbre frenar con la mano izquierda, porque con la derecha dirige el velocípedo. Recordemos, para que nadie se quede sin el dato, que la mano izquierda acciona el freno de la rueda delantera y puede provocar un ligero levantamiento de la rueda de atrás. Un escenario terrorífico el que se le presenta a Joana de cara al final de la cuesta.

Volvamos a ella bajando. Los primeros metros han sido más lentos, pero según avanza, la bici empieza a tomar la aceleración de cuando una va cuesta abajo. Joana, siempre muy previsora, mira al final de la pendiente y ve, para su desgracia, que el terraplén y el bordillo de la calle no son contínuos, pues el bordillo está descolocado y hay un par de piezas fuera de sitio a las que va directa con su bici. Ante el temor a que esas malditas piedras descolocadas la hagan caer, se activa su mecanismo miedica y decide frenar antes de llegar a ellas.

Cambiemos la perspectiva a su padre, que lee un libro en la terraza de la casa que da al terraplén, mientras el perro duerme a su lado. El padre ve como la bicicleta de Joana, al frenar, suelta como un muelle a su hija, que sale disparada por los aires, bicicleta y helado detrás, y corre a auxiliarla. Joana se siente un pájaro por primera vez en su vida, con los brazos extendidos hacia el frente y sintiendo el viento en su cara, hasta que se estampa contra el suelo y siente caer la bicicleta a su lado. Probablemente el perro se acerca a lamer el helado, que también ha caído, pero nadie presta atención a eso. El padre de Joana, la coge en brazos y la entra en casa mientras ella se desganita cual sirena de policía, como lloran los niños cuando tienen un dolor insoportable. Le duele el cuerpo como si se lo hubiese roto en mil pedazos, pero solo tiene un par de moratones grandes en las costillas que le van a durar unos cuantos días.

¿Qué ha aprendido de este día Joana, os preguntaréis? Una niña miedica que por un ataque de valentía se da un tortazo enorme. Aunque parezca mentira, no a ser más precavida, ni tampoco más valiente. Joana solo ha aprendido que dentro suyo hay un instinto de supervivencia sobre el cual no tiene ningún tipo de control. Y de alguna forma sabe que, más adelante, puede servirle de mucho.

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