El pulpo Paul predice una nueva victoria de Alemania. Joder, qué pesados con el pulpo. Aquí me lo encuentro otra vez, en el Marca, con media columna para él solito y foto de cuerpo entero en su coqueto acuario. En la foto también se pueden ver los dos cubos con comida que le echan para que ejecute su «sofisticado» método de adivinar partidos de fútbol: los dos cubos representan a los dos equipos que van a jugar; el que se zampe primero es el que ganará. Parece la tontería más grande del mundo, pero como ya lleva acertados no sé cuántos partidos, como hasta ahora no ha fallado ni uno, pues ahí lo tienes, más famoso que Rappel, apareciendo con sus predicciones en todos los periódicos y en todas las noticias, convertido en marca registrada y en un chollo para su acuario.

   El pulpo de los cojones.

   -¿Y tú qué miras?

   Loli tiene el cuello estirado hacia arriba, como si mirara pasar un avión. Lo gira para un lado, para otro, despacito, con esa cara de sufrimiento que tiene, como si tuviera tortícolis o las cervicales hechas polvo. A saber qué coño mira o qué andará husmeando. Loli es una tortuga de Florida, una pequeña tortuga acuática con la que Irene apareció un día en casa para darle una sorpresa a la niña. La trajo ahí, toda chula, en su tortuguera modelo tropical con palmerita y efecto aguas turquesas. Desde que nació la niña salgo a fumar al balcón o me vengo aquí, a la galería, así que pasamos muchos ratos juntos, fumándonos nuestros cigarritos y bebiéndonos nuestras cervecitas, jodiéndonos de frío en invierno y de calor en verano, leyendo el Marca.

   Un pulpo adivino, o vidente, o lo que sea… Yo alucino.

   -Y tú qué, tía, ¿aciertas algo o no?

   Le doy toquecitos en el caparazón, chasqueo los dedos delante de su cara, pero ella sigue a su aire, con el cuello torcido. Desde luego, no es precisamente el animal más enrollado del mundo. Me da un puntazo: me bebo de un trago lo que queda de cerveza, me levanto y busco en el armario de las porquerías: pipas, pistachos, cruasancitos… Galletitas de chocolate de los Simpson. Cojonudo. Cojo dos, las elijo: Marge y Homer Simpson. Se las tiro, una cada lado. Marge es España; Homer, Francia.

   -A ver, listilla, qué tal se te da a ti.                                                                                                                                                      

   

   El cartel: Mundial de Alemania de fútbol, octavos de final, España-Francia, sábado 27 de junio -mañana ya, por fin- a las 18h., en directo por La Sexta. Dicen que Raúl está tocado, que a lo mejor será suplente. Da igual, estamos como motos. Los franceses de los cojones… Siempre nos acaban jodiendo, pero ahora no están bien, ni Zidane ni mierdas, así que mañana que se preparen, que les va a caer un saco, se la vamos a meter doblada.

   -Loli, coño, muévete, España es esta, Marge, ¿te acuerdas o no? Venga, tía, no me jodas.

   Los Simpson flotan a su alrededor pero no les hace ni puñetero caso. Como no espabile, se le van a deshacer. Y eso que este bicho es una máquina de jalar, se lo zampa todo: chicha, verdura, dulce, salado… Joder, tengo una cosa aquí… Yo qué sé, no tengo sueño, estoy como impaciente, nervioso perdido. Entre el fútbol y lo que no es el fútbol… Irene ya lleva rato en la cama con la niña. Cuando está de morros se acuesta con la niña, la usa, digamos, como barrera. Está de fútbol y de Mundial hasta las narices. O de fútbol y de Mundial o yo qué sé lo que le pasa…

                                                            

   Como esta tarde, sin ir más lejos. Llego de trabajar a las siete y algo. No hay nadie en casa. Irene debe estar por ahí con la niña, en el parque o donde sea (normalmente me espera y nos vamos los tres, pero como la señora está así…). Recojo cuatro juguetes que hay por medio de la niña. Me ducho, me abro una cerveza y me tumbo en el sofá a ver el Ucrania-Suiza. A las ocho y cuarto o así llegan las dos. La niña corre a darme un beso. Ella, en cambio, ni pío, ahí plantada.

   -¿Tú, qué? -le digo.

   -Eso digo yo -dice-, ¿tú, qué?

   -¿Yo qué de qué?

   -No, no… Nada, nada…

   Mira la tele. Me mira a mí. Aprieta los labios y asiente como diciendo: «Qué bien te lo montas, chaval». Se pone a olisquear.

   -¿Has fumado aquí?

   -Pues claro que no.

   Me mira fijamente.

   -¡Que no he fumado, joder, pesada!

   Da media vuelta y se va para adentro. Llama a la niña:

   -¡Carla, cariño, hijita, a bañarse!

   Luego no sé qué hace. Oigo a la niña como juega en la bañera y habla sola, a su rollo, pero ella no sé qué hace. Al rato, aparece con un montón de sábanas sucias en los brazos. Pasa por delante de mí y me clava una de sus miradas. Yo también la miro a ella, sólo que de una manera distinta: observo su forma de andar enérgica, el movimiento de sus nalgas debajo del playero viejo que se ha puesto para estar por casa.

   Vuelve a cruzar el comedor con otra montonera de ropa, supongo que de ropa limpia que estaría en la secadora. Y miradita con cara de asco al canto. Joder, me pone nervioso. Parece que se vaya a hundir el mundo.

   -Escucha -le digo-, que mañana tengo fiesta, por si no te acuerdas, que también puedo hacer cosas, ¿vale?

   -Sí, claro, mañana… -dice.

   -Pues sí, mañana, qué pasa. Ah, y otra cosa te voy a decir -cambio de tono e intento echarle un poco de guasa. Le apunto con el mando de la tele-: tú vete poniendo mucho el playerito ese…

   -¿El playerito qué? -dice. Se mira de arriba a abajo- ¿Qué le pasa?, ¿qué dices?

   -¿Que qué digo? No te hagas la tonta, anda, no te hagas la tontita que ya me has entendido.  

   Se me queda mirando otra vez. Yo le hago un gesto guarro con la lengua. Ella resopla.

   -Qué asqueroso -dice. Y me suelta-: bueno, qué, ¿vas a hacer la cena o no? ¿Has visto qué hora es? ¿O tampoco piensas hacer eso?

                                                            

   Irene es dura de pelar y no me va a reír las gracias así como así, a las primeras de cambio. Sólo le faltaba que mañana vaya a ver el partido a casa de Naranjo. Eso le cae como un tiro, como si en casa de Naranjo no fuera a hacer lo mismo que aquí: ver el partido y pimplarme mis cervezas. Pero eso explícaselo a ella. Está de un borde que te cagas. No es que sea ni mucho menos la primera vez, pero joder, ya me estoy cansando.    

   El Ucrania-Suiza es un tostón de partido. Apago la tele. Me levanto, me abro una cerveza y salgo a la galería a fumarme un cigarro con Loli. Luego me pongo a hacer la cena. La cena, si no hay nada raro, siempre la hago yo. No tengo ganas de complicarme la vida: pan con un poco de todo -con un poco de queso, con un poco de jamón dulce, con un poco de jamón serrano…- para la niña; para nosotros meto unos Panninis en el horno y hago una buena ensalada.

   La niña ya está trasteando en el comedor, con su pijamita puesto.

   -Mira, cielín, mira qué te ha hecho el papi. Mira qué bueno.

   -Mmmm -dice.

   La siento en la trona. Llamo a su madre:

   -¡Mami, venga, a cenar!

   Pero ella no viene. Ni contesta ¿Qué estará haciendo ahora?

   -¡Corre, mami, que tenemos mucha hambre! -insisto.

   –¡Core mami, core mami! –grita la niña.

   Por fin oímos sus chanclas por el pasillo. Aparece en el comedor. Trae un careto que te cagas.

   -Echa para allá -me dice.

   Y se sienta ella al lado de la niña.

                                                             

   Cenando más de lo mismo: ni me mira ni me dirige la palabra. O está pendiente de la niña o se queda como en la inopia, masticando muy despacio y con la vista clavada en la tele.

   Termino de cenar mucho antes que ellas. Otro día me levantaría e iría haciendo los cafés, pero van a dar los deportes en el telediario y hoy quiero verlos. Por descontado, todo es Mundial, Mundial y más Mundial: los partidos de hoy, la última hora de la Selección… Joder, al final Raúl sigue tocado y no saldrá de inicio; Luis Aragonés, en rueda de prensa, se muestra de todas formas más o menos optimista. Sale un reportero que ha ido a preguntarle al personal de urgencias de un hospital de Sevilla si podrán ver el partido. Los de urgencias, por muy sevillanos que sean y por mucha guasa que tengan, qué van a decir, que el deber es lo primero, pero todos dejan caer que están locos por ver el partido y que a poco que puedan no se lo piensan perder. Luego salen cuatro médicos y cuatro enfermeras ahí, con sus batas blancas y una bandera grande de España, gritando: «¡A por ellos!»

   Eso le hace una gracia tremenda a Irene.

   -Como para que te pase algo mañana -salta-. La palmas seguro. Te dejan ahí que te pudras, que te mueras… La mierda del fútbol.

   -Normal, qué esperabas -me recochineo yo-. Lo primero es lo primero.

   -Lo primero es lo primero… -dice ella-. Qué asco.

   Se levanta, baja a la niña de la trona y se pone a recoger la mesa. Cuando recoge mi plato su escote queda a un palmo delante de mi cara. Desde luego, si no lo hace adrede lo parece. Sabe que me tiene frito, que hace no sé cuántos días que no me deja tocarle ni un pelo. Y yo ahí, como un idiota, haciéndome el graciosillo para ver si se ablanda, intentando no cabrearme para no tener una de las gordas.

   -Carla -le digo a la niña-, dile a mami quién va a ganar el Mundial. Carla, cielín, ¿me oyes? Mira a papá: ¿quién va a ganar el Mundial?

   La niña levanta los brazos en señal de victoria. Empieza:

   –¡E-paña, E-paña!

   La madre que la parió. Qué guapa es. Es más lista que el hambre. Irene sacude la cabeza y se muerde el labio con fuerza, que es lo que hace siempre cuando quiere aguantarse la risa.

   -Muy bien, cariño -se limita a decir.

   En otro momento, vamos, se hubiera tronchado. Pero es lo que digo yo, que no quiere darme vidilla, no quiere darme ni esto, así que apila rápido los platos de la cena y se va a la cocina, para darme la espalda, para que no la vea flaquear.

   Bueno, pienso yo, esto está chupado.

   Cojo otro viaje de la mesa y voy detrás de ella. Meto el agua y el vino en la nevera y el pan en el cajón. Ella está remojando los platos y colocándolos en el lavavajillas.

   -Qué caña de niña que tenemos -le digo, y le estampo la mano en el culo.

   Ella se revuelve:

   -¡Quieres parar! -dice.

   Limpio las migajas  del mantel, lo doblo, lo guardo. Vuelvo a la cocina.

   -Oye -le digo-, ahora que se te ha pasado el enfado podrías hacerme un cafecito.

   -¿Que se  me ha pasado el qué? Quita de aquí.

   Saca un pollo del congelador y lo deja sobre el mármol. Se pone a preparar el biberón de la niña: lo llena de leche, le echa los cereales, lo mete en el microondas. El playerito, madre mía… Me pongo a su lado. Me pego a ella. Huele un poco a sudor y un poco a colonia fresca. Uf…

   -Oye -insisto. Bajo la voz, le hablo casi al oído-, qué te parece si acuesto a la niña y nos aliviamos de esta tensión tan grande que llevamos dentro.

   Ella resopla. El microondas hace «ding».

   -Es increíble… -dice-. Por favor, ¿quieres salir de en medio?

   Saca el biberón del microondas, lo tapa, lo agita con todas sus fuerzas.

   -Te alivias mañana con tu amigo Naranjo -continúa-. Con tu amigo Naranjo o no sé, o con la que sea que haya por allí.    

   Cómo carbura, qué fino hila… Claro, como Naranjo ahora está separado mañana tendrá preparada en su casa una bacanal de puta madre para que nos lo pasemos bomba los dos.

   -¿Con la que sea, qué?, ¿pero qué dices?, ¿pero qué tonterías dices?

   -Sal, por favor.

   -¿Pero cómo que salga?, pero a ver, ¿por qué dices esas tonterías?

   -Tonterías para ti -dice. Y termina-: bueno, si quieres darle un beso a tu hija… Nos vamos a la cama.

                                                     

   Pues sí que estaba chupado, sí, chupadísimo, tan chupado como que mira, como que aquí estoy, a las tantas de la noche, poniéndome tibio y haciendo el idiota con una tortuga de Florida.

   Me cago en la puta…

   Me queda media cerveza, pero ya no me entra más. Las últimas páginas del Marca son de relleno. Ahora, fuera del Mundial, no hay nada que valga una mierda. Me voy a ir a ver la tele un rato al sofá, hasta que me venga el sueño. A ver si el bicho este se decide de una vez. Yo qué sé, me tiene intrigado, quién sabe, igual también tiene poderes, como el «Gran pulpo Paul», y nos forramos ganando a las quinielas. Le acerco a Loli los Simpson otra vez, se los dejo delante de los morros.

   -La última, ¿vale? Ya no te lo digo más: España, Marge; Francia, Homer. Te doy cinco minutos, hasta que me acabe el ciga…

   -¿Con quién hablas? -oigo de repente.

   Joder, qué susto, no la he oído llegar. Irene está ahí, plantada, en medio de la cocina. Tiene las sábanas marcadas en la cara y no se ha puesto el pijama. Lleva sólo puesta, en cambio, una camiseta mía vieja de propaganda de Jack Daniel’s.

   -Con quién quieres que hable, ¿no lo ves? No es que sea la alegría de la huerta, pero mira, al menos me hace más caso que tú. Oye, por cierto, ¿y ese modelito? No puedes pegar ojo, ¿verdad? ¿Has venido a buscarme?

   -Sí, corriendo… -dice. Abre la nevera y se amorra a la botella de Aquarius. Mientras con una mano bebe, con la otra se estira la camiseta hacia abajo. La cabrona… Cómo sabe que la estoy repasando.

   -Normal -sigo diciéndole-, vas de campeona… Si me hubieras hecho caso hace rato que estaríamos durmiendo los dos como troncos. Es que de verdad… ¿Qué no lo sabes ya que no puedes vivir sin mí? Ven aquí, anda.

   -Joder, cómo vas.

   -¿Cómo voy de qué?

   -De gaseosa, si te parece.

   -Por tu culpa. Todo esto lo podríamos haber arreglado antes si…

   -¿Pero tú te crees que esto es normal? La una de la mañana y ahí…

   -Joder, tía, no seas pesada, mañana tengo fiesta, ¿qué más da? Ven aquí, anda.

   -Pero que no voy a ninguna parte, ¿pero dónde quieres que vaya? ¿Tú te has visto?

   -Ven aquí, por favor. Sufro mucho.

   -Sufro mucho… Vete a la mierda. Que sepas que mañana, cuando se despierte la niña, te vas a levantar tú.

   -Pues bueno, pues me levanto, ya ves…

   -Y tanto que te levantas. Ah, y otra cosa te voy a decir -me apunta con el dedo-: que sepas que el sábado que viene la que se va a ir por ahí con sus amigas de juerguecita voy a ser yo.

   Me echo a reír. Me llevo las manos a la cabeza. Me pitorreo.

   -No, por favor -empiezo-, no me hagas esto, tía… Yo me tiro ¡Cógeme que me tiro! Pero a ver, so idiota, ¿a qué viene eso ahora?, ¿qué te digo yo algo alguna vez? Sal con tus amigas cuando te dé la gana, ¿qué te crees, que todos estamos poniendo siempre pegas, como tú?

   -No, tú no, desde luego. Tú pasas de todo. Bueno, ¿me has oído bien?, ¿te ha quedado claro? Pues nada, guapo, a seguir emborrachándose. Yo me voy a la cama.

   Entonces me acuerdo. Justo cuando está dando media vuelta me acuerdo. El fin de semana que viene tengo el Olimpus. El Olimpus son unas 24 horas de fútbol sala, un torneo aficionado de doce equipos que se juega en un sólo fin de semana. El fútbol sala lo dejé cuando nació la niña, pero algún partido de vez en cuando o algún torneo de verano me gusta jugarlos. Y el Olimpus está de puta madre: es cortito, hay un ambiente sensacional, no me cuesta ni un euro. Ya llevo cuatro o cinco años seguidos jugándolo. Cuentan conmigo ¿Se ha levantado porque tenía sed o ganas de tocar un rato los cojones?

   -¡Oye, oye, oye, ven aquí! -la llamo. Ella me ignora. Sale de la cocina. Entonces levanto la voz. Irene es mirada para esas cosas, me refiero a los vecinos, al qué dirán. A mí me importa una mierda lo que digan los vecinos, y con cuatro cervezas encima, menos. Así que le grito-: ¿Que estás sorda? ¡Ven aquí, joder, te estoy hablando!

   Irene vuelve sobre sus pasos. Entra en la cocina como un búfalo.

   -¡Tú eres gilipollas o qué!

   -¿Tú de qué vas?

   -¿Y tú? ¿Tú de qué vas? Como despiertes a la niña te lo juro que te vas a enterar. Desgraciado…

   -Deja a la niña en paz. A ver, repíteme eso: ¿cuándo dices tú que vas a salir?

   -Saldré cuando a mí me dé la gana ¿Qué pasa?, ¿algún problema?

   -A ver, tía, te estoy hablando bien. Tranquilízate un poquito, ¿vale?

   -¿Qué me tranquilice? Pero si aquí el único que grita como un loco…

   -Te lo vuelvo a repetir -la corto en seco-: te estoy hablando bien. Sabes que el sábado que viene no puedes ir a ninguna parte. Lo sabes, ¿no?

   -Vaya, hombre, ¿y por qué no?, ¿porque lo digas tú?

   -Porque lo diga yo, no. Porque lo sabes.

   -¿Porque lo sé, qué? Yo no sé nada.

   -Sí que lo sabes, lo sabes perfectamente. No empieces. Te vas el sábado que te dé la gana, el que tú quieras, menos el que viene. El sábado que viene, olvídate ¿Te parece bien?, ¿te ha quedado claro?, ¿te acuestas y lo dejamos así?

   -Anda, míralo él, qué guapo, qué chulito… ¿Pero por qué me hablas así? ¿Tú quién te piensas que soy yo?

   -Yo no te he hablado de ninguna manera.

   -¡No, qué va! ¿Pero tú te oyes?, ¿tú te ves? Deja la cerveza, anda.

   -A ti te voy a dejar.

   -¿Ah, sí? No caerá esa breva. Mira qué bien te lo pongo: así te podrás ir con el Naranjito y con sus putitas.

   -Joder, tía, qué taladro, qué pesadilla… ¿Otra vez con eso?

   -Qué pasa, ¿no es lo que te gustaría?   

   -Sí, claro, sí, me encantaría… Venga va, que lo que tú digas, que me dejes en paz, anda, que te acuestes…

                                                            

   Me está empezando a doler la cabeza, por aquí, por la parte esta de aquí, encima de los ojos. La una y media pasadas. Menuda mierda. Me voy a ir a tumbar al sofá a ver si me relajo un poco.

   Me levanto, tiro el Marca a la basura, vacío en el fregadero lo que me queda de cerveza. Cuando voy a apagar la luz de la galería, me doy cuenta de que Loli se está zampando a Homer Simpson, se está zampando a Francia.

   Otra subnormal.

   No, si ya verás, si ya te digo yo que mañana, encima, perderemos.

   

   

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