La destructora labor de la tormenta mordió el bosque. Se levantó el día. La luz desorientada se abría camino entre las ramas dejando todavía una leve oscuridad. El lodo cubría la colina. Se escuchaban cantos desolados y lamentos. Algunas aves maldecían y otras clamaban al Dios Ningirsú para que todo volviese a la normalidad.

A los pocos días aún reinaba la incertidumbre y el desconcierto. Entonces, las aves decidieron elegir un líder para reorganizarse. La Cotorra fue la primera en postularse. Descendía de la pampa argentina. Sus ancestros tuvieron que emigrar a sitios más fríos por la deforestación causada por la especie más destructora. Entre sus escandalosos chillidos y graznidos soltaba palabras en distintos idiomas, lo cual era una gran ventaja para comunicarse con otras especies. La Cotorra afirmaba que, para garantizar la supervivencia, las aves tenían que adaptarse a los cambios de clima, alimentación y convivencia. El futuro era una sociedad gregaria que, aunque compleja, debía ser democrática y próspera con las mismas oportunidades para todos.

El Águila también luchaba por el liderazgo. Argumentaba que él tenía la capacidad de volar aprovechando al máximo las corrientes de aire. Alegaba que los problemas se visualizan mejor desde las alturas y se es más objetivo al tomar las decisiones. Mientras más neutral mayor eficiencia; con lo cual se garantizaría la conservación de todas las aves.

El Cuco reivindicaba que era el idóneo para ese cargo. El Cuco, experto en mimetizarse, abogaba por la igualdad. Uno de los pilares de esa igualdad era la distribución de los recursos entre toda la población. Repetía incansable el mismo discurso que poco a poco iba haciendo mella en la población más desfavorecida y hambrienta.

El viejo y solitario Búho, fatigado de escuchar tantas banalidades, se aventuró a hablar con las demás aves:

Yo vengo de otro bosque, uno más virgen. Un día, mientras volábamos, sentimos corrientes calientes y frías. Intensos y terroríficos ruidos descendían desde el cielo alto e inalcanzable, inclusive para nosotras, las aves. Cayeron piedras heladas que despedazaron los árboles, y con ellos los nidos con sus huevos y polluelos. El viento subía y bajaba a su antojo. Todo fue muy rápido, se formó un ojo que iba dejando desolación tras su paso. Pero eso no fue lo peor, en medio de aquel desconcierto pensamos que un líder nos salvaría y lo único que dejó fue “La nada”. Observad, compañeros, no creáis en sus discursos si no en su forma de actuar.

Todas las aves se rieron y la respuesta fue: Búho, sentimos lo que sucedió en tu antigua morada. Nosotros somos diferentes. Nunca ocurrirá nada de lo que dices. Ningún ave de este bosque haría nada en perjuicio de la población y, si así fuese, las demás no lo permitiríamos. El Búho cerró sus magnos ojos por primera vez y resignado se apartó a una rama.

Cada uno de los candidatos a líderes mostraban sus atributos. La Cotorra verde desplegaba sus alas azuladas y levantaba la cabeza para hacer gallardía de su pecho gris. Giraba como un trompo a la vez que barría con la cola las hojas secas. Emitía sonidos dispares y formaba tal algarabía igual que un borracho pendenciero. Al Águila, altivo, nervioso y parco le encantaba enseñar sus fuertes garras. Alardeaba cazando ratoncillos de campo. El Cuco repetía el mismo discurso con una cancioncilla pegajosa y enloquecedora.

Luego de mucho debatir quién sería el líder, para que todos tuvieran la misma oportunidad, se dictaminó que cada uno de los candidatos sería el guía hasta que llegara la próxima primavera. El primero en liderar el bosque fue el Águila. Éste sobrevolaba incansable, nunca bajaba a la tierra. A pesar de su aguda vista, solo alcanzaba a ver los problemas de las aves que sobrevolaban alto. No escuchaba el canto de las demás, las de vuelos bajos. Comenzó a abrirse una gran brecha entre las aves que sobrevolaban las copas y las que lo hacían entre las ramas. Las más desfavorecidas e insatisfechas, porque sus problemas se agudizaban, pensaron que la Cotorra solucionaría sus conflictos. La Cotorra argentina tenía la gran capacidad de adaptarse rápidamente a los cambios, pero no todas las demás aves tenían esa habilidad. Las cotorras fueron proliferando aceleradamente e invadiendo todo el bosque. El crecimiento fue tan alto que casi se extinguen muchas de las otras aves por no haber suficiente comida para todas.

Las aves celebraron que pronto llegaría la primavera y el liderazgo del tan esperado Cuco. Su recibimiento fue triunfal. Chillidos y graznidos de alborozo se escuchaban a su paso. Había llegado la igualdad para toda la población, el desarrollo, la utopía soñada. La repartición de los recursos para los menos afortunados. No todas las aves tenían la destreza de construir nidos seguros para evitar a los depredadores. Entonces se acordó que había que compartir los nidos. Y así fue. Pero sucedió algo imprevisible, los polluelos del Cuco, al ser más grandes en comparación con los polluelos de su anfitrión, al nacer arrojaban los huevos o en su caso los polluelos de su madre adoptiva. Así aseguraban la supervivencia, la del Cuco.

Los pocos sobrevivientes reaccionaron y acudieron al Búho ermitaño a pedirle consejo. El Búho cauteloso expresó:

Compañeros, lamento que mi profecía se haya cumplido. El bosque no necesita líderes; cada especie ha sabido cómo sobrevivir respetando el ecosistema. Por instinto, y de generación en generación, llevamos en nuestros genes qué hacer para vivir en equilibrio. Por supuesto, siempre existirán vicisitudes en el ciclo de la vida. Unos nacerán y otros morirán para que la naturaleza se abra camino. Eso es la libertad, lo único sagrado para los pájaros.

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