El Espantapájaros ·

El Espantapájaros ·

Katy Giraldo

02/12/2020

“El espantapájaros
Parece humano
Cuando llueve”
Natsumi Seibi (1749 – 1816)

—Abrígate, Genoveva, que no estamos en verano. La calefacción ha vuelto a fallar y con esta lluvia que cae la humedad cala los huesos.

Jonás lo dice sin mirar a su mujer, que se encuentra en el sillón verde, mientras camina con pesadez hasta sentarse en el sofá de color caoba del frente. Él tiene el pelo marrón salteado de canas blancas. La pequeñez de los ojos queda subrayada por las arrugas que se le marcan antes de llegar a la sien, y la frente comienza a parecer un acordeón. Genoveva luce una larga cabellera negra y ensortijada que cae de manera desordenada sobre la mitad de la espalda. Sus ojos ámbar contrastan con un rostro claro que todavía no delata el paso del tiempo.

Ella tarda en girarse hacia Jonás y cuando lo hace su mirada se cruza con el periódico que sostiene en las manos, en vez de con los pequeños lentes cuadrados que él siempre tiene adheridos a la nariz. La mujer continúa observando los movimientos de su pareja mientras él balancea su cadera en círculos de forma tosca para hacerse un mejor hueco en el mullido sofá, como una gallina a punto de poner un huevo.

La pareja vive en la planta baja de una casa al final del pueblo. Colinda en la parte trasera con amplios maizales que borran la línea del horizonte, y en la parte frontal hay un río de calles, semáforos y farolas. Así el bullicio contrasta con el silencio trasero.

Genoveva intenta contestarle a Jonás pero las palabras no logran despegar de su boca, se atragantan y ante la falta momentánea de voz, sonríe con los labios apretados. Su marido no lo ve porque continúa sumergido en la lectura, valorando cada una de las noticias sin tener claro cuál de todas es peor.

Ella desvía sus ojos hacia la ventana trasera y desde el sillón ajusta la mirada para abarcar lo máximo posible la vista del campo y enfocar especialmente al espantapájaros. Un largo palo une la tierra con el cuerpo escuálido que se observa a lo lejos. Los pantalones violeta, la camisa amarilla y la gorra fucsia se ven desdibujados por el agua que cae. Siempre está quieto, callado y algunas veces ella lo imagina corriendo en medio de tanto verde. En los días de sol sus colores dan alegría a la plantación.

El sonido del agua que cae sobre el tejado se incrusta dentro del salón y se convierte en un ruido molesto que penetra en los oídos con fuerza.

—Genoveva, pon hoy la mesa más pronto, me apetece un buen puchero para entrar en calor.

Mientras comenta, Jonás mueve el periódico que sostiene, pareciera que por fin la mujer va a ver el rostro de quien le habla, pero no es así, es sólo el cambio de página. Desde el lugar en que se encuentra puede observar las mangas del jersey a rombos, el pantalón gris y las manos regordetas sujetando con fuerza el papel tintado de sucesos.

Ella vuelve a intentar hablar, pero su voz nuevamente se niega a salir y comienza a sentir frío, pero no se levanta del sillón y con su camiseta de tirantes blanca continúa mirando al espantapájaros del horizonte. A ella no le espanta y no entiende por qué los pájaros le tienen miedo.

—Genoveva, deberías bañarte ya, mira que se te hace tarde. Yo luego me meto en la ducha contigo, que hace días que no estamos juntos y hoy me apetece. —Vuelve a escucharse la voz de Jonás en medio del sonido de la lluvia.

Ella se levanta y con pasos suaves echa a caminar introduciéndose en el pasillo de la casa hasta adentrarse en el baño. Una vez allí abre la cortina e introduce su mano en el aparador que está al lado del plato de ducha. De su interior coge el gel y el champú. Al salir cierra la puerta del cuarto intentando que la lluvia sofoque cualquier ruido. Al regresar encuentra a Jonás en la misma posición en el que lo dejó y pasa de largo por el salón hasta llegar a la puerta trasera. La abre con cuidado y sale.

Una vez afuera, se detiene en la acera para mirar su hogar a través de la ventana y allí comprueba que continúa sin ver el rostro de su marido. Desde donde se encuentra ve la espalda de Jonás, la parte trasera de su cabeza con canas, la prematura calvicie que últimamente lo asola, y el rotativo. El cuerpo de su marido está situado al frente de la ventana delantera que da a la calle, a los semáforos, a las farolas, al ruido cotidiano del pueblo.

Genoveva gira su cuerpo, como una bailarina y da media vuelta. Se detiene un momento y con paso firme comienza a adentrarse en el maizal. La lluvia de cristal cae sobre sus hombros mientras camina hasta llegar junto al espantapájaros. Una vez que lo tiene al frente mira los ojos de botón negro que alguien cosió a la paja. Deja el gel y el champú en la tierra mojada y lentamente se quita la camiseta de tirantes, la falda rosa, desabrocha el sujetador y los pechos quedan al descubierto. Por último se despoja de las bragas. Entonces se inclina y coge de la tierra el gel de ducha. Se enjabona sintiendo la lluvia sobre el cuerpo y una vez que ha terminado da tres pasos y le quita la gorra al espantapájaros para echarle el champú a su compañero de días húmedos y secos

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