Promesa de poder, acantilado púrpura

Promesa de poder, acantilado púrpura

Ayulía Grajales

17/09/2025

Aparecimos ahí después de la explosión, en ese espacio observo a las personas que me rodean, están sucias, con la ropa rota, con sangre en algunas partes del cuerpo. El único recuerdo que viene a mí es un sonido ensordecedor, luego una neblina y al final silencio. Cuando desperté, noté que en el lugar en el que estábamos no había casi entradas de luz, era una especie de cueva cerrada y pegajosa, una zona semioscura de la cual emanaban ruidos por todos lados. Me detuve a escuchar lo que venía del exterior mientras los otros aún estaban inconscientes tirados en el suelo. Utilicé la técnica de puntos cardenales, me coloqué en cada uno de ellos, al sur se oían trajines de metales, cortes, sonidos de máquinas, al este se escuchaba una especie de gritos melancólicos de otros seres encerrados que pedían ayuda en otro idioma, del oeste llegaban susurros, es decir, voces muy bajas que parecían rezar y al norte el mar, las olas prominentes que de tanto en tanto chocaban con las piedras en un impulso salvaje para luego descender. Cuando me di cuenta algunos ya se habían despertado, lo extraño es que en el grupo de personas no había niños, algunos de los padres los buscaban entre nosotros, pero no estaba ninguno. Elizabeth rastreaba a su bebé recién nacido al que abrazó en medio de la explosión, Ernesto preguntaba a los otros, enseñando una foto de su pequeña Fátima, una niña de tan sólo tres años a la que llevaba de la mano cuando todo sucedió. El problema era que no había suficiente luz para reconocer el rostro de la niña; sin embargo, el padre sabía que no estaba allí porque no escuchaba su voz. De pronto, de la grieta de la que partía una luz violeta, se empezó a escurrir un líquido amarillento. Todos se quedaron callados viendo lo que estaba pasando, o, mejor dicho, lo que estaba a punto de suceder. Observaron frente así un ser que se transformó de líquido a materia tomando la forma antropoide de un pájaro con dientes afilados, quien dijo, utilizando las palabras de los prisioneros: 

-Deben pasar una prueba de habilidad, la cual consiste en encontrar en la cueva el manantial de sangre que está adentro de las piedras, les dejaré estos utensilios: palas afiladas, linternas, buscadores de sangre y tres diamantes de fuego para apaciguar la ira del dios roca. El que encuentre el río será liberado y olvidará lo que aquí sucedió.  

En el grupo había tres adultos jóvenes, dos mujeres de edad mediana, tres ancianos y yo. Al principio, nadie quería tocar los implementos, pero era obvio que no saldríamos de otra manera porque la cueva estaba rodeada por los pájaros enormes, negros y dentados, además de otros seres que no habíamos conocido; así que, consideramos la búsqueda. la cueva era extensa, y comenzamos el rastreo, se hicieron tres grupos afines integrados por los jóvenes, otro por las mujeres, otro por los ancianos y yo decidí buscar de manera individual. Los que eran padres se entregaban con pasión al rastreo porque pensaban que al ser liberados podrían reunirse con sus hijos. Fueron dos días de búsqueda hasta que Elizabeth dio el grito: «¡Aquí!». En ese instante emergió el pájaro guía, le ordenó echar los diamantes al río para cerrarlo y se la llevo atravesando la cueva. Nos quedamos en silencio pensando a dónde se iría Elizabeth. Sólo pudimos escuchar un grito de auxilio, después, alguien de nosotros entró en trance para decirnos: «Una ficha a la bola del caos». Todos le preguntamos: ¿Qué había sucedido? Y entre llanto, espanto, locura, nos respondió:  «Fue tirada por el acantilado» después de haber sido violada por los pájaros, su cuerpo cayó rasgado por las uñas de ellos hacia el vacío, se ha abierto el caos. Desconocíamos el significado de eso ¿Qué era el caos? o ¿En qué lugar estábamos? Nadie lo sabía, lo curioso es que el tiempo no transcurría, no teníamos hambre, ni sed, ni frío, veíamos sombras que cruzaban, escuchábamos lamentos, y aunque realmente no sentíamos necesidades, todos queríamos salir porque aún teníamos recuerdos. No contábamos con ninguna forma de comprobar que lo que nos había dicho el médium era cierto; lo que sí era real era el miedo que se paseaba a cada rato, de pronto, nos llegaban olores pestilentes, después un olor a mar, a peces, a oleaje. No sabíamos el día que era, la única forma de escapar era hacia el norte donde se escuchaba el mar. Pero era imposible salir porque había rejas por todos lados. Por la noche cuando los otros descansaban, decidí buscar la salida, atravesé la grieta volviéndome líquido, pero lo que encontré al otro lado me hizo estremecer de pánico, lo que vi fueron huesos pequeños tirados, roídos, trozos de carne cruda, y globos oculares. Vi la manta del bebé de Elizabeth, los zapatos de Fátima; pero cuando volví no le dije nada a Ernesto. En la última de sus visitas, varios pájaros enormes venían acompañados de mujeres topo con garras afiladas, nos ataron a todos, nos llevaron a la sala sur donde nos hicieron cadenas, nos unieron en una sola fila, después, nos llevaron a la sala este donde se llevaron a cabo los ritos, ahí murió uno de los ancianos de un infarto. En la sala de rezos, había olores fuertes mezcla de sangre, azufre, anís, incienso, el viejo terminó en una esquina donde estaban los restos. Abrieron las rejas que mediaban entre la cueva y el acantilado, nos hicieron caminar cruzando la tierra ardiente, si alguien se quedaba, lo golpeaban, rasguñaban o mordían. Elena se quedó tirada por los golpes en medio del camino, terminamos arrastrando su cuerpo casi sin vida. Al llegar al mar, pensamos que de la orilla zarparía algún barco para llevarnos a casa o por lo menos ese era el anhelo general, mientras nos perdíamos en el color púrpura que rodeaba el acantilado, estábamos equivocados, los engendros empezaron el ritual oscuro para invocar un ser gigante, deforme, escamoso, le pedían recibir su recompensa, el horror había cobrado dos puntos, yo salí de ahí porque era el último y  había diseñado una especie de ácido para deshacer cadenas, cuando sentí el agua empecé a nadar de regreso al fondo del océano, vi cómo eran engullidos todos mis compañeros, escuché como crujían sus huesos, sé que gané cuando pude regresar nadando al fondo del océano donde yace mi padre. 

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