Hola damas y caballeros:

Tal vez debiera dar un poco más de valor a los que primero publican, pues los que vienen luego ya tienen todo un panorama completo del cual tomar ideas y aprender.

Sin más, saludo a uds atte.

Comparto lo que dice nuestro «SABIO» de estos tiempos, CHATGPT, al respecto:

La cuestión ética en los concursos literarios con presentaciones públicas

En el vasto campo de la creación literaria, los concursos se presentan como una oportunidad para dar voz a narradores, poetas y ensayistas que, de otro modo, quedarían fuera del circuito editorial. En los últimos años, con la irrupción de plataformas digitales y convocatorias abiertas en línea, los certámenes han ampliado sus horizontes: ya no se limitan a la entrega anónima de un manuscrito que solo un jurado lee en privado, sino que muchas veces exigen o invitan a que las obras se publiquen en espacios web, accesibles tanto a participantes como a lectores externos.

Esta modalidad, sin embargo, abre un dilema ético de fondo que no puede soslayarse: ¿qué ocurre cuando las presentaciones son públicas y se produce un desfase temporal entre quienes publican primero y quienes llegan al final? ¿Existe una ventaja implícita para los últimos, quienes escriben conociendo ya el abanico de temas, estilos y recursos desplegados por los demás? ¿Es justa la competencia en esas condiciones?

1. La ventaja de la “última palabra”

En los concursos tradicionales, el orden de presentación no modifica las condiciones de igualdad: los jueces reciben todos los textos juntos, y la comparación ocurre en simultáneo. Pero en los certámenes en línea donde cada obra queda publicada a medida que se entrega, el panorama se altera.

Quien publica primero se arriesga: expone su creación sin referencias previas, abre el juego temático y ofrece ideas que quizá otros retomen, transformen o superen. Quien publica al final, en cambio, puede leer, evaluar y analizar lo que ya está en circulación; dispone de un marco comparativo. Puede elegir diferenciarse —apostando a lo original frente a lo ya saturado— o incluso apropiarse de recursos estilísticos y narrativos que vio funcionar en otros.

Desde una perspectiva ética, esta diferencia se asemeja a una competencia deportiva en la que algunos corredores conocen de antemano las marcas de sus rivales, o un examen en el que ciertos estudiantes tienen acceso previo a las respuestas parciales. El campo de juego no es del todo parejo.

2. El dilema de la edición continua

Un factor que complejiza aún más la cuestión es la posibilidad de editar los trabajos ya publicados. Las plataformas suelen permitir modificaciones: añadir, pulir, corregir o reescribir. Esto genera un escenario dinámico, casi experimental, donde un relato puede evolucionar al calor de lo que otros publican.

En principio, la edición es un derecho legítimo del autor. Todo escritor desea mejorar su obra y un concurso no debería coartar esa aspiración. Sin embargo, cuando la edición se realiza tras observar la reacción de jueces, comentarios del público o la dirección de los demás textos, se convierte en un ejercicio estratégico: no solo se busca perfeccionar la calidad intrínseca de la pieza, sino también maximizar las chances de triunfo en función de información adicional que no estaba disponible en el momento inicial de entrega.

Este fenómeno nos acerca a una suerte de “mercado literario en tiempo real”, donde las narrativas se ajustan a la competencia como si fueran productos en un escaparate. La pregunta ética es inevitable: ¿hasta qué punto ese proceso respeta el espíritu de la creación genuina y no deriva en una suerte de oportunismo creativo?

3. Perspectiva de los concursantes

Para quienes participan, el dilema es doble. Por un lado, los primeros en publicar cargan con el peso de la exposición temprana, conscientes de que sus propuestas servirán de referencia y que quizá otros las superen por contraste o acumulación de ideas. Por otro, quienes llegan más tarde enfrentan la tentación de inspirarse en lo ya publicado.

La ética personal entra aquí en juego: algunos escritores se impondrán la regla de no mirar lo ajeno antes de entregar, preservando la autenticidad de su trabajo; otros preferirán usar la información disponible como un insumo legítimo, entendiendo la literatura como un diálogo abierto. Ambos caminos son defendibles, pero marcan distintas actitudes hacia la competencia.

4. Perspectiva de los jueces

Los jueces, por su parte, no están exentos de responsabilidades éticas. Con las obras publicadas en línea, ellos también pueden ver el desarrollo del concurso en tiempo real. Esto significa que su percepción puede estar condicionada por el orden de aparición, por la acumulación de temas repetidos o por la novedad que representa un último texto frente a decenas ya leídos.

Un relato publicado tardíamente puede brillar justamente porque aporta frescura en un mar de obras similares, mientras que una pieza temprana quizá quede relegada al olvido por haber sido “una primera chispa” demasiado pronto apagada. Aquí se plantea un riesgo claro: el juicio ya no se realiza únicamente sobre la calidad intrínseca de cada obra, sino sobre el contraste producido por el flujo del certamen.

5. Hacia una ética de la igualdad creativa

Para afrontar este problema, cabe imaginar soluciones que refuercen la equidad sin sofocar la riqueza de la participación digital:

-Fechas de cierre previas a la publicación: recibir todas las obras de manera privada y recién luego liberarlas simultáneamente, de modo que el orden no incida.

-Limitación en las ediciones posteriores: permitir correcciones menores (errores ortográficos, ajustes de forma) pero no modificaciones sustanciales que alteren la esencia del texto después de conocer lo publicado.

-Transparencia de criterios del jurado: aclarar de antemano si se valorará más la originalidad, la calidad literaria independiente del contexto, o la capacidad de diálogo entre obras.

-Reconocimiento de la diversidad temporal: en lugar de penalizar a quienes llegan temprano o tarde, los concursos podrían valorar también la valentía de abrir el juego o la habilidad de proponer una síntesis al final.

6. Una reflexión más amplia

Este dilema revela, en última instancia, una tensión entre la lógica del arte y la lógica de la competencia. La literatura no suele escribirse para medirse en un ranking, sino para dialogar con el mundo. 

Los concursos, al volver visibles los textos, generan un laboratorio donde esa tensión se hace evidente: cada obra se convierte en estrategia, cada lector en potencial juez.

La ética aquí no se resuelve con reglas rígidas, sino con un compromiso colectivo: concursantes que respeten la autenticidad de su voz, jueces conscientes de los sesgos derivados del orden, y organizadores que establezcan marcos claros y equitativos. 

Solo así los certámenes en línea podrán mantener el espíritu lúdico y creativo que los inspira, sin caer en la trampa de favorecer a quienes, por el simple hecho de llegar después, disfrutan de la ventaja de mirar el tablero completo antes de mover su pieza.

Votación a partir del 05/11

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