Olores

Fue una tarde, después del calor del medio día, que una brisa del viento le llevó a Sandra uno olor pestilente, invadida de ese aroma, dejó a un lado la lectura de su libro favorito. El olor, estaba por todas partes, al entrar a su cocina, al pasar por el baño, al abrir el closet. Su nariz lo juzgaba todo de una manera impiadosa, parecía adiestrada de manera natural para conocer el mundo a través del olfato y ese olor era horrible e inconfundible, carne descompuesta.

Por la coincidencia entre los olores y los lugares, Sandra llegó a la conclusión de que, ella desprendía olor tan desagradable, no era posible que ese aroma estuviera por ahí persiguiéndola. Recordó las palabras de su fiel amiga Salomé, quien le contó que al haber estado embrujada una ocasión, lo primero que había iniciado a detectar eran olores espantosos en su entorno. También recordó el cáncer que había sufrido Alicia, la amiga de su madre, Alicia murió apenas tres meses después de que le detectaran una metástasis, producto de un cáncer de colon. Su madre le contó que cuando fue a visitarla le llegó el olor apestoso hasta el jardín. A Sandra le aterraba morir como Alicia.

Desde muy joven Sandra aprendió a reconocer el olor de cada parte de su cuerpo, no le era extraño su aliento en distintos horarios del día. El sudor avinagrado de sus pies al llegar del trabajo. Exploraba el flujo que salía de su vagina que comparaba con la esencia endulzada de un coco tierno, olfateaba cada día, la braga que se quitaba para meterse a bañar. Repasaba, con una aspiración cada prenda que aventaba a la lavadora y se recreaba en el sudor acalorado de su cuerpo. Olía el cepillo que pasaba por su cabello. La piel de sus brazos después de exponerse al sol era auscultada con su nariz, removiendo las vellosidades con los resoplidos de la respiración.

Los cuencos de su cuerpo y las humedades secretadas le desvelaban su personalidad. Decidió estar atenta, para descubrir lo que percibía. Al día siguiente, aun no abría los ojos a la luz del sol, cuando recibió en su nariz una descarga de aquel apestoso olor. No tenía duda, algo se estaba pudriendo en su cuerpo. Se levantó para ir al baño y tomar una ducha, se quitó la playera de dormir y la acercó hasta su cara haciendo una profunda inhalación, sin embargo, no halló aroma extraño. Bajó sus pantaletas y con cuidado rosó su índice entre los labios de su vulva, retirando parte de la humedad de su zona íntima, nada detectó su nariz, un poco atemorizada revisó sus pantaletas para ver si tenían algún residuo por la parte que cubren el culo, olfateó detenidamente sin encontrar nada que fuera extraño al aroma natural que dejan los gases o una mala limpieza después de defecar.

De la regadera salía el agua caliente, el vapor recogía la esencia del jabón herbal para subirlo hasta su respiración. Empezó a sentir tranquilidad, no encontró en su cuerpo la causa del pestilente olor. Al terminar de bañarse y mientras secaba su cuerpo aspiraba fuerte abriendo los poros de la nariz, se miró al espejo y notó un desvanecimiento de su cuerpo, la enorme cabellera rizada enmarcaba su cara mucho más pálida que otros días y parecía esfumarse entre el color grisáceo del vapor.

Era domingo, decidió dormir un par de horas más para relajarse, dos semanas antes había recibido un diagnóstico médico poco alentador, trastorno por depresión y ansiedad, pensó que eso podría estar ocasionando un desequilibrio en el olfato, de manera que reposar le ayudaría mucho.

Desnuda como acostumbraba salir del baño, se hundió en la cama, buscó el teléfono celular para programar una alarma, sin embargo, no lo encontró. Jaló la sábana afelpada que le ayudaría a conservar la tibieza de su cuerpo y se dispuso a dormir hasta donde su conciencia le permitiera.

Cuando despertó, el sol ya estaba declarándole la guerra, frunció la nariz, arrugó el ceño y apretó los ojos. El hedor era ya insoportable, lo saboreaba hasta en la garganta, sintió una resequedad nauseabunda en la boca y con un escalofrío se dobló al lado de su cama para expulsar un sonido que intentó ser un vómito repentino.

La zozobra se convirtió en miedo, incorporándose poco a poco se alejó de sus sábanas, puso los pies descalzos sobre el piso sorprendida por la nula sensación fresca de los mosaicos, el primer paso la alejó de la cama, dos más la hicieron doblar por la esquina de la habitación, con otros pasos cortos llegó al pasillo que la condujo hasta la sala. Cada vez con más cercanía el olor se apoderaba de ella, le penetraba por la respiración. Con las manos sobre la boca y apretando entre sus dedos la nariz Sandra llegó hasta la sala.

Inmóvil, frente al sillón más cómodo de la estancia observó aquel cuerpo contenido por el mueble que, sumiso ante su destino mortaja, le daba a una materia putrefacta la dignidad de lo que en recodo del tiempo fue una vida. Un rostro consumido por la tristeza dirigía las pupilas mórbidas hacia un celular que tenía el cadáver entre los dedos de la mano derecha. Entre las reacciones del dispositivo, por la presión de las hinchazones en las manos, en la pantalla brillaba un mensaje en borrador que decía: “te amo, estoy muriendo”.

El destinatario del mensaje que nuca salió, era el mismo personaje por quien había olvidado sonreír, comer y por último vivir. La causa de su diagnóstico médico. El abandono que solo pudo enfrentar con la muerte.

Sandra se acercó al cuerpo inerte, hincada frente a frente se comunicó en el idioma de los espíritus, con un vaho perfumado, agradeció por la vida intensa que le dejó conocer y encontró la libertad de la que gozan las almas. Así, como un viento helado abandonó el interior de la casa por la abertura de una ventana, por la cual, también se escapaban los olores que llegaban a la nariz de curiosos vecinos amontonados frente al vidrio.

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