La lluvia rompía telarañas del solífugo camello, iluminando un árido espectáculo que la naturaleza creó. Allá afuera era un caos de temores. Los animales partían urgidos a esconderse con la rapidez que sus patas o pellejos le permitían en un crucigrama de pisadas, choques y temores ante lo conocido y lo cósmico, los avatares del instinto puestos a prueba más que nunca. El profesor Holmes contemplaba un cofre de madera recién descubierto tras días y semanas de arduo trabajo de excavación. Las manos partidas y luxaciones en el hombro no eran inconvenientes. Las botellas de agua casi vacías, y el asombro de su equipo de investigadores, le devolvían la esperanza de triunfar. Escándalo, burlas, inercia, cinco años de un monasterial alejamiento por un hallazgo fraudulento que ahora podían llegar a su fin; la corona de Nefertiti. La posible reliquia le traería toda la gloria perdida, el prometedor arqueólogo estaba de regreso. En ese auge de confianza, el llamado de su asistente parecía romper. Preocupada, con tono de aflicción.
-Profesor, veo agua caer. – le decía- Ahora qué haremos.
-Cómo que cae agua, pero si no es usual- le replicaba a Elizabeth.
El país es un paraíso para los investigadores, o lo que es igual, auténtica joya. Pero cada tanto pone a prueba la confianza de todos ellos.
– ¡Intentemos subir, debemos escapar! – exigía Carl, el más joven del grupo.
-No podemos. –rebatía el señor Holmes. -Tendremos que quedarnos aquí hasta que mañana lleguen los académicos de la universidad del Cairo a rescatarnos.
Y tenía razón, las vías de ingreso y salida estaban copadas por el barro que la tormenta producía. Su sueño de gloria estaba próximo como manzana en un jardín y no iba a permitir que el vendaval de agua, y el pánico, le detuviera.
-Hay que crear una pequeña cueva donde podamos escondernos y nos proteja de la tempestad- indicaba el profesor -Es lo único que nos queda por hacer.
Las seis manos pusieron en marcha como si fueran obreros en la mina dispuestos a todo por dar con minerales preciosos. En cuestión de minutos ya tenían un refugio, poco estético, nada prolijo pero útil. Aun así, Carl continuaba con las dudas, gobernado por el miedo.
-Pero cómo nos encontraran si estamos en esta improvisada caverna. – decía alterado- Moriremos de inanición, con los labios secos a pesar de ríos expulsados por las nubes, una verdadera tragicomedia.
El profesor Holmes intentaba hacer oídos sordos a sus quejas, manteniendo la calma y visualizando el día en que la comunidad científico-histórica aplauda sus descubrimientos reconociendo su labor. No obstante, Carl parecía tener otros planes. Con evidente locura decía.
-Y si se pierden, y pasan los días, tendremos que comernos entre nosotros, como especies carroñeras, retrocediendo en la línea de la evolución. Nos convertiremos en bestias.
Fue entonces en que, no pudiendo más con su pesimismo, cada vez más escabroso, le respondió en gritos.
– ¡Ya basta! ¡Ya basta! Si crees que nos vamos a comportar como salvajes o que falleceremos aquí abandonados, es mejor que salgas. Ve, ve por donde sea, sube y huye de aquí, que yo no quiero cobardes. No los tolero.
El muchacho bajó la vista de la vergüenza que tenía, estaba cumpliendo su sueño de la infancia como incipiente investigador, pero echándolo a perder por el pánico.
-Hey chicos, mantengamos la paz, las cosas se ven mejor cuando controlamos nuestras emociones. -explicaba la asistente- Además, si continuamos con los tonos altos tarde o temprano esta cueva se derrumbará.
Mientras ellos hacían las pases, Elizabeth notó una pequeña luz verde que brillaba en la pared, a su lado. Con cuidado la tocó. El profesor se percató consultándole con suspicacia.
-Por qué hay esa luz, qué sentido tiene.
-No lo sé, pero alguna razón debe tener- replicó ella presionando esta vez con fuerza.
De pronto un fuerte ruido sacudió la guarida subterránea haciéndoles flaquear sus huesos. Parecía el día del juicio final. No era necesario que Carl clamara por intervención divina, el mismo señor Holmes lo pensaba.
Después de unos minutos, la pared se abrió dando vía a un espacio mucho más grande y definido, como si se hubiese construido por los mismos faraones. Una enorme tumba de piedra engalanaba el lugar.
– ¿Será la tumba de un rey? – preguntaba Elizabeth.
-Quizás la de un Visir muy aventajado- comentaba el más joven.
El profesor fue el primero en aproximarse, y al mirar sus detalles con la lupa, respondió con voz de asombro.
-No, no es egipcio, es, no puede ser. Es muy extraño.
Sus asistentes le pedían una explicación, una y otra vez. La curiosidad era mayor.
-Lo he leído en ciertos libros, pero siempre pensé que eran patrañas. Son de la mitología Cthulhu.
Guiados por él comprendieron aquellos dibujos e inscripciones que acompañan la tumba y paredes. Especies monstruosas, deformes y bestiales, lucían como pulpos con garras y colmillos, dragones alados con lombrices venenosas como dientes, sanguijuelas gigantes, una bacanal de maldad.
-Cual es el siguiente paso.
– ¿Paso, Carl? Ningún paso daremos. Si los movemos por un milímetro podrían despertar y devorarnos a todos.
– ¿Está diciendo profesor que esos demonios están enterrados en aquel sarcófago y podrían despertar?
-Así es Elizabeth. -contestaba con temor- Este podría ser el sueño de todo entusiasta y ambicioso investigador, pero lo cierto es que se asemeja más a una pesadilla.
Acordaron sentarse, juntitos los tres, uno al lado del otro, para así cuidarse y evitar ruidos molestos que pudieran despertar a los monstruos. Y, con voz baja, casi susurrando, les explicó su salvaje historia.
Ha pasado una semana desde que quedaran atrapados bajo la arena milenaria. Después de exhaustivo trabajo, los académicos y rescatistas encontraron su paradero.
– ¡Qué es esto! – exclamaba el profesor Ansari, mientras uno de los trabajadores vomitaba de asco.
El profesor Ahmad, con rostro impávido, y voz de desesperanza, detalló.
-Los monstruos de Cthulhu han despertado, y ya han devorado a sus primeras víctimas. Llegamos demasiado tarde. Lo único que nos queda es reunir al nuevo Investigador con su establecido Aliado para que puedan dominar a estas creaciones del mal y encerrarlas para siempre.
El año sin primavera
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