– ¡PLOC! –

    El sonido de una gota cayendo en el fondo de esta gruta me saca de mis pensamientos. El pequeño se recuesta sobre mí, deseando descansar un poco más mientras está abrazado a ese pequeño ídolo. Yo no debería estar aquí; yo no soy la fuerte, yo no soy quien protege, ese era mi hermano. Sin embargo, aquí estoy, exhausta tras una carrera sin apenas descansos que han hecho de los últimos días una pesadilla sin fin. Es difícil no pensar que es culpa mía todo esto. Al fin y al cabo, fui yo quien se descuidó.

    Todo comenzó una tarde cuando estaba a cargo de los retoños. Para mí, ser niñera es un trabajo sencillo gracias a los pequeños, ellos hacen que se vuelva tan intuitivo como respirar, pero, ese día, fallé. Los estaba preparando para los ejercicios en la orilla cuando el más pequeño se dirigió, sin que yo me diese cuenta, al fondo de las rocas. Cuando me percaté de lo que estaba sucediendo, ya era tarde. El infante parecía saber a dónde iba como preso de un hechizo. Lo siguiente que recuerdo es un destello y él flotando sobre el suelo y brillando agarrado a una pequeña figura. Abrió la boca, pero de ella no salió sonido alguno. Lo que escuchamos, no fue en nuestros oídos sino en nuestros corazones: una voz atronadora que nos hizo arrodillarnos por la fuerza de la misma. El mensaje era escueto pero claro: una misión para llevar ese pequeño totem hasta su santuario, si lo conseguíamos, seríamos recompensados con un poder que no podíamos ni imaginar. No había un “pero” ni una alternativa en caso de que no fuésemos a cumplir con el cometido y a la vez se sentía como si no tuviésemos otra opción.

    Cuando todo acabó, el pequeño volvió a su ser y vino corriendo a mis brazos agarrado al ídolo que lo había cambiado todo. El pueblo entero se reunió en la plaza central. Teníamos que discutir qué íbamos a hacer, al fin y al cabo, todos habíamos escuchado la consigna que nos habían otorgado. Nadie estaba tranquilo, y el miedo y la inquietud casi ahogaban en el ambiente. Sabíamos lo que teníamos que hacer y también sabíamos que la travesía no iba a ser segura. Iba a ser un viaje lleno de peligros y que necesitaríamos un pequeño destacamento para el camino. Por ello mi hermano se ofreció para liderar la travesía, él era el más fuerte de la aldea. Su ofrecimiento no tardó en tener su efecto: tres expertos cazadores fueron los siguientes en ofrecerse. La siguiente en unirse fui yo. No sé si mi sentido de la responsabilidad sobre el chiquitín me obligaba a ello o haber estado tan cerca de la potente letanía me vinculaba al ídolo del mismo modo que el chiquillo estaba atado a la pequeña figura. El último en ofrecerse fue un joven que valientemente no dudó en unirse a la misión.

    Al amanecer, partimos en pos del destino que nos aguardaba en este viaje. La travesía nos iba a llevar hasta la otra parte del mundo. No llevábamos ni dos días de recorrido cuando la sensación de que nos estaban siguiendo se hizo constante. Sin embargo, no tuvimos ningún percance mientras cruzábamos el océano las dos semanas siguientes; aún así la sensación de que no estábamos a salvo no nos dejaba en ningún momento. El pequeño se abrazó a mí durante toda la travesía, de algún modo intuía el peligro que nos acechaba y sinceramente, también a mí me ayudaba con el constante desasosiego. La pesadilla comenzó cuando llegamos a la costa. Y es que en el mismo momento en el que pisamos la arena de la playa, pasamos a ser la presa de nuestros perseguidores. No alcanzábamos a entender cómo sabían lo que habíamos venido a hacer aquí, pero en cuanto nos vieron, comenzó la caza y desde luego, nosotros, o más concretamente el pequeño que tan fuerte se aferraba a mis brazos, era la presa.

    Antes de que llegásemos a internarnos en la isla, recortaron una gran distancia sobre nosotros. La juventud se impuso a la claridad y nuestro joven amigo decidió encarar a nuestros perseguidores. Nunca sabremos si de verdad buscaba que ganásemos tiempo o si el ansia de lucha hizo presa de él, lo cierto es que su sacrificio nos dio el tiempo y el aliento que necesitábamos para zafarnos, momentáneamente, al menos. Pronto encontramos un sistema de cuevas y túneles en los cuales nos pudimos resguardar y descansar por fin aquella noche.

    A la mañana siguiente, reanudamos nuestra marcha. Recorrer la inmensa isla nos llevaría varios días. El siguiente paso era a través de una ciudad llena de edificios con una forma completamente desconocida y de algún modo familiar. Recorríamos las calles conducidos por el hechizo que nos tenía presos y nos atraía lentamente hacia el altar donde debíamos dejar la pequeña estatuilla. Tras horas de camino, los cazadores del grupo se pusieron en alerta: nos habían localizado. Por ello decidieron poner una trampa para acabar con aquellos que nos perseguían. Cuando llegamos a la linde de la ciudad, pudimos subir a un acantilado y observar la situación. Dos de los cazadores se habían escondido a los lados y uno de ellos se había quedado a la vista como cebo. Cuando los seres se acercaron lo suficiente, los dos cazadores ocultos se lanzaron a la emboscada, lograron dar caza a uno de ellos. Pero la superioridad numérica y la potencia de fuego hizo que nuestros amigos fuesen reducidos más rápido de lo que necesitábamos. Fue entonces cuando mi hermano se abalanzó sobre ellos. El pequeño y yo observamos con horror cómo pudo acabar con dos de nuestros perseguidores dejando a tres de ellos en pie; pero finalmente lo abatieron. Así había acabado él, protegiéndonos a todos. Aferré con fuerza al crío y me interné en los subterráneos de la isla. Sabía que iba contrarreloj y que nuestras vidas estaban en peligro.

    Han pasado dos días y los oímos a través de los túneles y los ecos de las cavernas mientras avanzamos. Cada vez estamos más y más cansados. A cada segundo que pasa, me encuentro en una encrucijada: o seguir corriendo constantemente en una carrera perdida por llegar a la cámara del ídolo o hacerles frente e intentar acabar con ellos mientras aún me quede algo de ventaja. Afortunadamente, el risco que se alza tras de mí me ha dado la respuesta. Tengo el corazón en un puño. Con nuestro último aliento de fuerza, el niño y yo empujamos la roca al borde del saliente para que se precipite sobre nuestros perseguidores. Unos breves gritos de dolor y agonía me dan la satisfacción que tantos días llevábamos ansiando. Nos acercamos poco a poco para asegurarnos de que han muerto. Dos machos y una hembra, los tres cuerpos sin vida yacen delante de nosotros. La hembra tiene el pelo rojizo, mientras que los dos machos tienen el cabello negro. ¡Humanos! Qué manera más ridícula y molesta de existencia. Uno de ellos lleva una gabardina y camisa blanca. Dos pistolas aplastadas están a su lado. El otro lleva un chaleco negro, camisa blanca y unas lentes que ahora están rotas y manchadas con su propia sangre. Y la hembra una chaqueta y otras lentes para ver mejor ¡Qué débiles son!

    El niño me mira con sus negros ojos saltones, agitando sus branquias. No debemos perder tiempo: Cthulhu nos ha hecho una promesa de poder que ni Dagón ni Hidra han sabido darnos. Las profundidades de Rlyeh nos esperan y una vez depositemos la llave en su lugar Cthulhu volverá a alzarse de nuevo y nuestro pueblo será recompensado por ello.

    Votación a partir del 05/11

    URL de esta publicación:

    OPINIONES Y COMENTARIOS