UN VIAJE EN TAXI A OTRA DIMENSIÓN.
La lluvia que me salpica la cara se mezcla con las lágrimas amargas de mis ojos, el paraguas va siendo insuficiente y estoy en la acera sin saber qué hacer.
Yo le quería, le amaba más que a mi vida. Me daba a él sin condición y sin medida, adoraba como me acariciaba y hacia vibrar cada centímetro de mi piel. Cuando me desnudaba me embriagaba como con el mejor de los vinos, me dejaba hacer para después responderle con fuerza, casi con rabia para compensar lo feliz que me hacía.
No existía ni el reloj, me daba igual que el sol bañara el dormitorio, un eficiente aparato de aire acondicionado producía el bienestar que hacía que nuestros cuerpos se entregaran sin importar el clima exterior. A veces la oscuridad más absoluta hacía que adivinara cada uno de sus rasgos a través del tacto, han sido muchos días de amor y locura para terminar así.
Fueron meses de absoluta felicidad para que esta noche en aquella mesa de café me dijera fríamente que lo teníamos que dejar, que su mujer sospechaba y que quería a su esposa, además sus creencias religiosas le impedían seguir. Yo era para él, una aventura, muy bonita, pero eso sí solo una aventura. ¡Que hipocresía, ahora se acordaba de su religión! No sé cómo no caí al suelo en aquel momento, me sentí morir, petrificada, quise decirle algo, pero las palabras no salían de mi garganta; se levantó y salió sin mirar atrás, ni se molestó en pagar la cuenta, hasta un camarero me pregunto si me pasaba algo, debía estar pálida y desencajada.
Permanecí un buen rato sentada como una estatua, por fin mis articulaciones me respondieron para sacar unas monedas y dejarlas sobre la mesa. Temblaba de los pies a la cabeza y ese pequeño esfuerzo para mí fue como algo inmensamente complicado, después solo pensé en levantarme, me ahogaba. Salí a la calle a pesar de que uno de los rayos dejo sin luz las farolas, llovía y me salpicaba, pero su frescor me reconfortaba, entonces fue cuando llore sin consuelo y sin medida como nunca. A pesar de la lluvia me tuve que sentar en el bordillo de la acera para no caer.
No sabia bien lo que hacer, todo me daba vueltas, no sé porque razón se me ocurrió levantarme y parar un taxi.
— ¿Dónde señorita?
—Quiero que pasee despacio por la ciudad, me da igual la dirección, por favor no pare hasta que yo se lo indique.
El chico pone un poco cara de asombro, pero no dice nada. Me doy cuenta de que es muy guapo, la camisa blanca impecable destaca con su tez morena. El coche comienza a andar muy despacio, el tráfico es muy escaso a estas horas de la madrugada, me acurruco en el asiento disfrutando de la calefacción que me reconforta, cruzo los brazos, el chico me mira de vez en cuando por el espejo interior pero cuando nuestros ojos coinciden, retira la mirada y se concentra en conducir. Continúa jarreando, la lluvia suena monótona en el techo del taxi, me doy cuenta de que mi falda es muy corta y deja ver mis piernas húmedas por la lluvia, en el fondo no me importa, esta noche todo me da igual, me han roto el corazón de la forma más miserable.
Ahora estoy en este taxi sin saber qué hacer, sé que es estúpido, pero fue lo único que se me ocurrió. Sin saber porque pienso que el chico que conduce de un momento a otro bajara el espejo interior para verme mejor las piernas, esto me hace reír con amargura, así de básicos son los hombres, me lo han hecho ya muchas veces.
Pero pasa el tiempo y ese hecho no se produce, cada vez que miro ese espejo miro los ojos del chico que conduce, no sé porque, pero le veo cara de preocupación. Esto me hace sonreír amargamente de nuevo, que inocente soy, ¿Por qué se va a preocupar por mí? Este paseo dura ya casi una hora y estoy pasando por una zona de la ciudad donde nunca estuve antes, no sé qué voy a hacer cuando llegue el día y tenga que terminar con este viaje que me abstrae de todo.
―Quizás sea atrevido, pero: ¿Necesita hablar? A veces eso hace bien y si yo una cosa se hacer es escuchar, quizá por mis muchos años de oficio.
Me cogió por sorpresa, pero me sorprendí a mí misma diciéndole que sí.
―He visto muchas caras con pena, pero la de usted me esta impresionando.
―Me terminan de dejar el hombre al que quería con toda mi alma, eso seria más o menos normal, pero después de llevar años de amantes, me sale hoy con que por su religión lo tenemos que dejar.
―Aunque ahora le duela se dará cuenta que nunca es buena compañía la de un hipócrita.
―Llevas razón ¿Nos tuteamos así será más fácil?
―Si por favor. Yo sí le parece haré lo mismo. Rectifico, para animarte en esta noche tan negra para ti, te quiero proponer que para que entiendas lo que te pasa a un nivel al que casi nadie llega, pienses que estas en este momento en una encrucijada y a cada paso que des a partir de este momento, será para ti un dilema, pero a la vez una inspiración. ¿Confías en mí?
―Solo te conozco desde que pare tu taxi, pero no sé por qué, pero mi intuición me dice que puedo confiar.
―Bien, Pues como se que eres el ser especial que intuí solo un segundo después de subir a mi taxi te diré que debes de participar en un experimento que muchos considerarían maldito, pero que a ti además de abrir tu alma a la dimensión que le corresponde te curara, tendrás que darme la certeza de que pondrás a prueba la habilidad de tu esencia que ni tu misma conoces.
―Me da un poco de vértigo lo que me dices.
―Es normal no me conoces, pero te aseguro que nada tienes que temer de mí, seré tu maestro en tu nuevo renacer. Por cierto, me llamo Anselmo.
―Yo soy Clara, pero debo advertirte que si me pretendes “comer el coco” con alguna religión o extraña secta te rogaria que parases para que baje a mi todo eso me produce un hastió indescriptible.
―No me has entendido, pero es normal, si quieres paro y desaparezco de tu vida en este momento, te dije que nada tienes que temer de mí, pero la vida es así ¿Has visto Matrix?
― Si, además varias veces queriendo entender cada detalle que intenta explicar esa extraña película.
Pues piénsalo un momento.
Anselmo para el taxi en una plazuela, la mira con una sonrisa.
―Clara, la píldora azul continuar, la roja te bajas del taxi, eso si te llevo a donde quieras y te olvidas.
―Quizás este loca, pero no me perdonaría en toda la vida el descender ahora que has prendido en mi alma la intriga de algo quizás distinto a mi triste vida.
Antes de que me dé cuenta el coche se detiene frente a la puerta de unos chalés adosados.
El chico mira hacia mí y me habla con una voz cálida y envolvente:
—Quiero que me escuches con atención Clara, no tienes nada que temer, sé que quizás esta situación te de algo de miedo por las cosas que pasan, pero vas a confiar en mí.
—Esa de ahí es mi casa, nos vamos a bajar, te vas a cambiar de ropa y vas a descansar.
―No te dejare sola, aunque me lo pidas, Ya para mi has tomado la píldora azul. Me quedé como una tonta sin saber que responder, antes de darme cuenta se abrió mi puerta y tendió hacia mí su mano firme, la cojo como un autómata solo pude balbucear.
Dejo caer sobre mis hombros su chaqueta y me guio hasta la entrada. Seguía lloviendo. Curiosamente no sentía miedo, solo estupor, parecía estar viendo una película de la que solo era una espectadora. Entramos en un bonito salón donde crepitaban las ascuas de una chimenea, agrego leña al fuego y luego me indico sin hablar el cuarto de baño. Sin decir nada me entrego una camiseta ancha y un pantalón de chándal.
—Quítate esa ropa, la lavaremos y secaremos y mañana estará como nueva, ahora esto te servirá.
Me quedé sola en el baño como sin dar crédito a lo que pasaba, aun así, me duché, cosa que agradeció cada una de mis células. Me puse el pantalón y aquella camiseta que olía muy bien, me sequé el pelo y Salí.
Anselmo estaba sentado frente a la chimenea, me sonrió.
—Te quedan mucho mejor que a mí.
Yo le sonreí con sincero agradecimiento.
Me señalo las botellas.
—Ponme un ron con hielo, por favor.
Me sirve el vaso con delicadeza, luego él se pone otro y se sienta junto a mí.
Me sonríe y me indica que me deje caer usando su regazo como almohada.
No sé por qué, pero le hago caso, me siento bien así protegida y a gusto, nunca hubiese hecho esto.
¿Entonces porque lo estoy haciendo? ¿Qué raro embrujo y atracción ejerce este hombre que no conozco sobre mí?
—Duerme Clara es lo que más necesitas, yo cuidare de ti.
Le hago caso, voy cerrando los ojos cayendo en un dulce sueño, Mañana será otro día.
Entonces abro los ojos y me incorporo como un resorte con el corazón golpeándome el pecho.
Estoy en una estancia totalmente distinta a la que llegue, por lo que mis ojos ven en un rápido repaso estoy en lo que parece una bonita cabaña de madera con una bonita chimenea donde crepitan unos troncos, frente al fuego una gran piel de lo que fue seguramente un gran animal, porque todavía conserva lo que fueron sus orejas y su hocico.
Cruzando las piernas y en cuclillas me sonríe el guapo taxista que me recogió, solo vestido con una larga camiseta.
— ¿Dónde estoy?
—Estas donde te mereces, ya has llorado bastante en mi taxi.
— Estoy confundida Anselmo, ¿Como llegue hasta aquí?
—Clara, no te preguntes nada, solo disfruta de esta noche fuera de cualquier convencionalismo, la realidad a veces es muy subjetiva y cruzar sus límites es lo que te ofrezco.
Anselmo me ofrece una copa y me invita a que me situé con el sobre la gran alfombra.
El ambiente tiene un embrujo y una especie de vibración casi imperceptible que me hace sentir muy a gusto, le obedezco y me siento junto a él mirando como remueve el fuego con un atizador, tiene un cuerpo precioso y me extasió mirándolo. Aun así, mi cabeza todavía se resiste al cambio tan extraño.
Anselmo me sonríe dejando el atizador, bebe un sorbo de su vaso y se acerca a mi sin levantarse, lo hace de rodillas, besa suavemente mis labios y deja que sus manos resbalen desde mis hombros a mis caderas.
Lo hace de una forma que me hace estremecer, es mucho más fuerte mi sensación a mi raciocinio, solo puedo dejarle hacer sin protestar, suspiro sintiendo en mi la ansiedad de un deseo loco e incontrolable.
Entonces tira con suavidad de mi pantalón, solo le dejo, me tiene totalmente a su merced, después con suavidad desabrocha los botones de la camisa.
Mis senos responden a sus manos con un desasosiego que crece en mí como un volcán. Me aprieta contra él, como con un reflejo que ya no controlo, tiro de su camisa él hace lo propio con la mía.
Parece que nada tenemos que ver con nuestros cuerpos, se retuercen en la alfombra, nuestras bocas buscan nuestros más ardientes huecos y nuestras manos trabajan como si perteneciesen a una sola persona que conocen cada uno de los puntos que tienen que tocar.
No es un orgasmo lo que me inunda, esto es muy poco para lo que siento, es un estado de éxtasis sin ningún fin ni principio, cuando unimos nuestro ardor sobre la alfombra, todo se acrecienta hasta un punto en el que a veces parece que moriré de placer o perderé el sentido, no importa quién toque a quien, ni que parte de que cuerpo penetra a otro, es sin duda un paraíso inesperado y fuera de todo tiempo.
Cuando comienza a amanecer salimos, estamos en la ribera de un lago, la luz del alba no es normal, es de un brillante escarlata que nunca he visto, estamos muy juntos, entre risas nos lanzamos al lago y nadamos, jugamos como críos sin ningún horizonte lejano, parece que todo lo podemos tocar con nuestras manos.
Cuando miro a la salida del sol, lo que veo me llena de estupor, abro la boca con asombro, junto a un sol amarillo y grande está emergiendo otro rojo más pequeño, pero de un brillo potentísimo, entonces noto que los árboles no son normales, son extraños en todo, su porte, sus hojas y su color.
Levanto la vista y veo que vuelan extraños seres como murciélagos con plumas, Anselmo me mira y ríe de mi asombro.
Salgo del agua confusa, Anselmo me sigue a la cabaña.
—Es mucho para un solo día cariño.
—Es todo maravilloso, pero no sé qué pensar, quizás esté muerta.
—No estás muerta Clara tu piel está muy viva.
Anselmo hace un aromático café que me reconforta, pero no puedo dejar de mirar por la ventana el ascenso de los soles gemelos.
— ¿Dónde estamos?
—Qué más da, tu solo disfruta.
Aviva el fuego mientras acurrucadita en el sofá le observo.
Un dulce sueño me va venciendo, el ajetreo de una noche tan completa me va durmiendo.
Me despierta el ruido del tráfico, me cuesta creerlo estoy en el asiento trasero del taxi de anoche, conduciendo Anselmo que me sonríe por el espejo.
—Buenos días princesa.
—Anselmo ¿Que me ha pasado?
—Lo que te pasara muchas veces a partir de hoy si tú lo deseas. Además, veras que cada vez será un nuevo y distinto paraíso.
Sin darme cuenta estamos en la puerta de mi apartamento, no sé cómo lo sabe Anselmo, pero estaciona y me alarga una bolsa.
—Es tu ropa seca y planchada, en cuanto a lo que llevas puesto, no me lo devuelvas, eso te hará ver que lo que has vivido es real.
Desciende del coche y abre mi puerta, estoy aturdida, pero bajo del coche, me rodea con sus brazos y me besa con pasión.
— ¿Te volveré a ver?
—No lo dudes princesa, te queda mucho que vivir y descubrir.
— ¿Cuándo?
Espera la lluvia, ella me traerá de nuevo.
Sin más sube al taxi, veo como se aleja por la avenida.
Quedo sin saber qué hacer, me cuesta volver a la realidad y regresar a mi apartamento.
No sé si lo he soñado, o lo que he soñado, pero una sensibilidad nueva y desconocida en mi piel me dice que no es así.
Miro al cielo y ruego a este otro sol, que llegue pronto la lluvia.
Barlovento.
El año sin primavera
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