1
—Juego al señor Torre —dijo Julio.
Sus compañeras de mesa se quedaron en silencio. Los tres se lanzaron miradas esquivas entre sí, con el alma compungida. Fue el sollozo de Paloma lo que desatascó la situación, que rompió en llanto un instante después. Julio se levantó rápidamente para intentar consolarla. Elisa se quedó mirando la carta sobre la mesa, incómoda ante la situación:
—Era su carta favorita, simplemente porque compartía su apellido. Parece mentira que lleve una semana desaparecido. Sabía que no era buena idea volver a juntarnos como si nada hubiera pasado.
—Es lo que él hubiese querido —le respondió Paloma tratando de recomponerse.
Ella era la anfitriona de la casa donde se reunían semanalmente los cuatro amigos desde hacía varios meses, sin fallar nunca a la cita. No lo hacían únicamente porque vivía en una mansión, modesta si se tenía en cuenta que era la dueña de la empresa tecnológica más próspera de todo el país, encargada de construir los modernos tranvías ultrasónicos que lo conectaban absolutamente todo. Lo hacían porque era la única que no tenía secretos. Antes de conocer a Paloma nunca se habían juntado fuera de la vieja tienda de juegos. Siempre evitaban tener que abrir sus hogares a ojos ajenos, temerosos de que pudieran inmiscuirse en sus asuntos más privados.
Fue Julio quien la introdujo en el grupo. Se conocieron durante una entrevista de trabajo, cuando fue a la empresa a presentar los resultados de su tesis doctoral sobre la materia blanca y su potencial aplicación para mejorar el rendimiento de la superconductividad de las vías del tranvía. En ese momento no se percató de que la entrevistadora no era una más del personal de recursos humanos. La joven directora era humilde, de trato cercano y portaba una risa tímida en los labios, siempre preparada para ofrecerla cuando alguien la necesitaba. Y al parecer también compartían las mismas aficiones. Apenas unos días después de la entrevista ya habían invadido el salón de Paloma.
—No estoy tan segura de que fuera esto lo que quisiera. Era el único que insistía en que deberíamos dejar de ocuparte la casa y que echaba de menos quedar en la tienda —contestó Elisa, arrepintiéndose al momento por haber sido muy brusca.
Es cierto que Paloma era la más nueva en el grupo, pero la pobre tenía un corazón demasiado inocente. Una vida de riquezas también implica una comodidad y una seguridad de la que poca gente gozaba, y eso la volvía vulnerable. Todos compartían la misma inquietud, pero tenían el alma llena de callos.
—Creo que estamos todos un poco tensos y será mejor que nos vayamos a descansar. No dudes en llamarnos si te encuentras mal o necesitas cualquier cosa —zanjó Julio.
Paloma despidió a sus compañeros en la puerta y se fue directa hacia su segunda habitación. En el escritorio tenía una navaja de siete muelles y mango de asta de toro, perteneciente a su amigo desaparecido. El único recuerdo que se había traído de su antiguo hogar en las llanuras del centro del país. Sacó su teléfono móvil, escribió una serie de números y, tras aceptar, una compuerta se abrió por el hueco debajo de la mesa. Cogió la navaja y se deslizó por él.
Él estaba donde lo había dejado, amordazado y encadenado por el cuello, las muñecas y los tobillos. Paloma se acercó y apretó la esposa de la mano derecha, cortando la circulación sanguínea. En unos instantes los dedos perdieron el escaso color que les quedaba. Necesitaba hacer esto para la tarea que tenía por delante. Es cierto que reduciría la sensibilidad y el dolor, pero también evitaría movimientos bruscos que seguro llegarían.
Abrió la navaja y acarició el dedo índice de su invitado con la punta, tratando de no cortar nada mientras buscaba la posición que buscaba. Se detuvo en un punto un poco por debajo de la yema del dedo. Clavó el arma con precisión, atravesando el espacio entre huesos y cercenando la falange como si fuera mantequilla.
—Ha sido una tarde realmente tensa con tus amigos. Necesito desestresarme un poco. Dos dedos más y luego empezamos el interrogatorio, ¿te parece bien?
2
A los pocos metros de la puerta de la mansión, Elisa veía cómo Julio se alejaba subido en el tranvía, aprovechando siempre que podía para hacer uso de sus viajes gratis como personal de la empresa. Mejor así, ella tenía cosas importantes que hacer.
Se habían conocido en la universidad y la verdad es que el muchacho le había caído bien. No habían sido muy cercanos entonces, aunque sí habían compartido más de una noche en vela en la biblioteca y más de dos borracheras. No eran más que amigos esporádicos, pero cuando en la cena de graduación Julio pasó una hora y media hablándole de sus ideas para hacer un doctorado sobre la materia blanca, no dudó en inscribirse en el mismo programa que él. Ella no tenía el tiempo ni el interés para hacerlo, pero sus contactos le permitieron conseguir un puesto en un laboratorio del mismo centro y más o menos se las apañaba para fingir que trabaja en temas interesantes.
A pesar de ello, no conseguía atraer el interés de Julio, siempre abstraído por el trabajo. Viendo que los antiguos placeres que compartían por la fiesta y el alcohol habían quedado relegados a ser un puñado de recuerdos nostálgicos, decidió explotar la otra afición de Julio. No estaba muy convencida al principio, pero poco a poco empezó a cogerle el gusto a pasar las tardes con él en la tienda de juegos. Se encontraba muy cerca de la universidad y a Elisa le gustaba pensar que el polvo y la mugre que se agolpaban en cada esquina no eran más que atrezo, decoración dejada ahí a propósito para recrear el ambiente de una mazmorra medieval.
Y así empezó la verdadera amistad. Esa amistad que les ha dado maravillosos momentos juntos y que les mantiene todavía juntos. La misma que le permitió a Elisa hacer una copia de todos los datos y resultados de la tesis de Julio, y entregársela a los acólitos de su orden.
«¿Dónde mierdas se habrá metido ese condenado hijo de puta?», pensó Elisa desahogándose mentalmente. Tenía que tranquilizarse. Él había sido claro: gracias a la tesis sabían que el amigo de Julio era la clave de todo. Tenía que encontrarlo a toda costa.
Ella se había unido a la secta hacía unos años, atraída por su cautivador líder, siempre dado al misterio. De hecho, nunca había visto su rostro y ocultaba su voz con moduladores. El resto de miembros no eran más que unos charlatanes inútiles, atraídos por el misticismo y las artes ocultas de las que hacía gala el gran sacerdote supremo como se hacía llamar. No era más que un juego para ellos. Y la mayoría de las veces sí que lo era. Pero ella sabía que había algo más. Un poco de parafernalia sobrenatural para atraer a la gente, mientras su líder ocultaba una verdad profunda y muy real.
La única pieza que no encajaba en el puzle era su nueva «amiga» Paloma. Una chica maja y algo tontica, como todas las ricas pijas que se habían cruzado por su vida. Y, como suele pasar con ese tipo de gente, acaban siendo el centro de todo. Ahora se reunían a jugar en su casa, era la jefa de Julio, interesada al parecer en la materia blanca (aunque seguramente no le diera el cerebro para saber qué era) y a la que justo le dio la dirección de su amigo un día antes de que desaparec…
Elisa se detuvo en seco, se dio media vuelta y corrió deshaciendo sus pasos.
3
Julio estaba sentado dentro del tranvía, derrotado, apoyando todo el peso de su torso sobre las rodillas mientras dirigía su mirada al estéril suelo del vagón. Le agradaba cómo se balanceaba suavemente la cabina mientras recorría grandes distancias en breves instantes. Sabía que ese movimiento era artificial, un añadido. La aerodinámica del tranvía era perfecta y su rozamiento con los raíles que le proporcionaban la energía era prácticamente nulo, permitiendo que se desplazara de manera completamente estática. Demasiado estática. Los ingenieros decidieron acoplar dos motores adicionales a cada lado, inútiles a efectos prácticos, aunque generaban una vibración que recordaba vagamente a los transportes clásicos. Por algún motivo a la gente le gustaba encontrar ataduras al pasado.
Julio se bajó del tranvía. Con la mente saboteada por los recuerdos, el miedo y dolor de la pérdida de su mejor amigo, decidió dejar de confiar en ella y cederle el control de su cuerpo a sus pies. Obviamente éstos no piensan, pero sí que tienen memoria, arrastrando al resto del cuerpo por los mismos caminos que han recorrido cientos de veces. Así que no es extraño que en cuestión de unos pocos minutos estuviese mirando su reflejo en los sucios cristales de su tienda favorita.
Gritó con todas sus fuerzas. Gritó hasta que le dolieron los oídos. Hasta que vació completamente sus pulmones para luego luchar contra ellos, tratando sin éxito de retenerlos para evitar que se llenaran de nuevo. Él no iba a volver, de eso estaba convencido.
Toda una infancia juntos, prácticamente gemelos, compartiendo juegos, recuerdos y experiencias. En la adolescencia aparecieron las primeras diferencias, mientras uno ponía su atención en la sociedad, en las culturas, en qué es lo que mueve a las personas y a la vida en general, Julio se sentía atraído por las teorías subyacentes a esas dinámicas: mecánica, física, cuántica… Simplemente querían darle sentido al mundo, usando las herramientas que les parecían más sencillas o interesantes a cada uno. Al llegar a la universidad sus caminos se separaron y prácticamente dejaron de verse, salvo por las reuniones regulares en la mazmorra de los juegos, siempre acompañadas de divagaciones científicas. Aunque Julio era el experto en la parte técnica, su amigo siempre parecía tener las mejores ideas. Como si conociera ya las respuestas y solo le faltaran los conocimientos para traducirlas en leyes y teoremas. Después de aquello, a Julio le fue bien en el tema laboral, consiguió una buena beca para su investigación y tras ella no tuvo problemas en encontrar trabajo. Pero su compañero no tuvo tanta suerte. Eligió una vía autodidacta, mezclando filosofía y antropología, tonteando de vez en cuando con la religión. Dos amigos que compartían ideas y objetivos, aunque solo uno de ellos fue medianamente aceptado por la sociedad. ¿Cuál es el sentido de la vida? Es la pregunta que se hacían. Pero el mundo que les rodeaba pensaba: ¿es monetizable el sentido de la vida?
Julio vendió su investigación a la empresa de Paloma y usó el dinero para acoger a su mejor amigo en su casa. La mejor decisión que pudo haber tomado, a pesar de que ahora le arañaban las terminaciones nerviosas cada vez que pensaba en él. Ya no era únicamente alguna tarde esporádica discutiendo sobre estrategias lúdicas. Durante unos meses volvieron a compartir todo de nuevo, ahora desde la experiencia que les había dado cada uno de sus pasos. ¡Qué ocurrencia cuando le sugirió a Julio que las personas podían contener materia blanca! Dos almas hechas para converger.
Pero llevaba una semana sin pasar por casa. Y no lo volvería a hacer.
Si él no estaba, ¿qué le quedaba? Una compañera a la que a veces pareciera que sólo le interesaban sus investigaciones. Incluso le robó los datos falsos que dejó en el ordenador. La apreciaba realmente y sabía que había algo más uniéndoles. Lamentablemente, se juntaba con malas compañías que le habían comido la cabeza, una secta de pacotilla que se tomaba como un juego, pero que tenía detrás unos fines que ella no comprendía.
Y luego estaba Paloma, una jefa demasiado simpática. Ella sí que comprendía los fines de todos sus actos, aunque tratara de camuflarlo.
Tambaleándose, Julio dejó a un lado la tienda de juegos y prosiguió su camino sin desviarse, como si él también estuviera anclado a unas vías de las que no podía escapar. Llegó a su casa, un pequeño apartamento en uno de los pisos más altos del edificio. Entró en ella sin usar la llave, la había dejado abierta de nuevo, deseando que alguien entrara y lo viera todo, ya que él nunca tendría el valor. Pasó de largo la habitación que compartía con su amigo, cerrada desde que él ya no estaba.
Con movimientos automáticos, anduvo hasta el final del pasillo y abrió la puerta de cristal que daba al minúsculo balcón, solo con una silla, pues no había espacio para nada más. Se subió a ella y de ahí a la barandilla, hasta llegar a la misma encrucijada en la que acababa la mayoría de sus días. Delante de él tenía la paz que tanto ansiaba. Detrás estaba el sufrimiento llamándole. La agonía del paso del tiempo. El esfuerzo diario de cada acción, de cada logro efímero que solo le conducían a una situación peor. Como un roedor corriendo en una rueda que nunca avanza, y el día que decide bajarse descubre que está dentro de una jaula sin salida.
Miró al abismo que se extendía ante él, estrangulado por los numerosos edificios que le rodean. Sabía que ahí abajo había un consuelo que jamás encontraría en ningún otro sitio. Julio tomó aire, miró al cielo y tomó la decisión equivocada.
4
Vi cómo Paloma se daba la vuelta, desesperada, mientras maldecía por lo fallido de su interrogatorio. No iba a conseguir nada de mí. Bajé la vista a los dos dedos que me quedaban mientras el dolor se iba mitigando poco a poco. En el fondo el dolor no es tan malo. Solamente cuando duele. Ese momento es lo peor que puede existir, pero una vez se pasa es llevadero. O quizás fuera debido a la pérdida de sangre. Solo el mango de mi querida navaja sobresalía de mi abdomen. La sangre que brotaba había ocultado todos sus preciosos y artísticos detalles. En ese momento me arrepentí de haber sacado tanto de quicio a Paloma como para que hubiera decidido clavármela.
Todos mis planes se habían ido a la mierda. Apenas había conseguido averiguar nada sobre qué me pasaba. Creía que había encontrado en Julio alguien que por fin explicaría todo. Estaba seguro de ello, pero era un conocimiento demasiado valioso, no podía permitir que lo fuera compartiendo con la primera compañía que le pagara un jornal. Quizás debería haber creado yo mi propia empresa y así contratar a Julio. Pero no, en vez de eso decidí crear una secta. ¡Qué gran idea! Al menos me lo había pasado bien con ellos. Eran bastante mediocres, aunque pensaba que podría contar con Elisa para protegernos a Julio y a mí si se torcían las cosas. Por eso le pedí que me buscara cuando sospeché que alguien iba detrás de mí.
Lo que más me había sorprendido es lo rápido que Paloma había captado la trama. Era muy inteligente a pesar de ser rica. Consiguió ver más allá de la tesis de Julio y llegar hasta mí. Ella sabía que yo era la clave. Pero se había equivocado en una cosa. Yo no tengo las respuestas, yo soy la pregunta. ¿Por qué estoy hecho de materia blanca?
Oí unos gritos provenientes de alguna habitación contigua. ¿Estaban torturando a alguien más? No, era alguien gritando mi nombre. ¿Era la voz de Elisa buscándome? Paloma se tensó todavía más, y las palabras que expulsó por la boca hacían que sus maldiciones previas parecieran oraciones durante una misa.
Cada vez me dolía menos el cuerpo, eso era malo. Forcé a mis pulmones agujereados a coger el escaso aire que podían contener para pedir ayuda, pero solo conseguí vomitar bilis y sangre entre estertores. Se me nubló la mirada y sólo alcancé a ver una figura difuminada cruzando el umbral de la puerta al fondo de la sala. Paloma se abalanzó contra ella. Ambas cayeron al suelo en un borrón que me resultaba inapreciable. Una eternidad después, una de ellas se puso en pie y se dirigió hacia mí. ¿Cómo podría nadie caminar con ese frío que hacía? Cuando estaba a un paso de mí todo se congeló y el dolor cesó. Eso es todo lo que recuerdo de la tercera vez que morí.
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