La primavera escapó…
Como si se agotara la vida, escapó la primavera, en una racha de viento que traía vacío y soledad. Un vacío en el que se instaló la amargura que existía en mi alma y los pocos días felices se perdían sin camino de retorno.
Comenzó la anhedonia que yo no entendía; era tan imposible aceptar esta alienación instalada, profunda, desgarradora, penetrante y aguda en todos sus extremos. Y, así mismo, surgía un estupor igual al que da origen a la odisea sangrienta acaecida en una intersección llena de misterios.
Elegimos, mi alma y yo, presentar al investigador de almas, como el mejor aliado en la conspiración que nos llevaría a la promesa de poder que nos otorgó el señor Torre, quien a su vez nos engañaba con solaz diversión, sin importar cuanto necesitábamos creer en él, para sobrevivir e irónicamente, para aprender a sufrir.
El camino triste que debía acercarnos hacia casa, aunque todavía distante e incierto, se inspiró en aquella encrucijada que había justificado la voluntad de poder prometida. La carrera asumida, enérgica y polémica, se había convertido en el sueño de una vida; de mi pobre vida, que ya no sentía; se convirtió en un sueño para la triste alma mía, que solo conocía las frustraciones y los engaños colosales, ¿qué otra cosa podría esperar?
Se aferró con una fuerza indescriptible a aquella carrera por la vida que ofrecía el inspirador y experimentado maldito, aliado del señor Torre, que solo procuraba desarticular la marcha de mi alma, para dirigirla a tierras tranquilas y despreocupadas.
Por lo menos, eso fue lo que creí. En un momento dado del camino, encontramos una pista que había que seguir; una cruel adivinanza, un dilema traicionado por la malicia, difícil de comprender y cuyo único propósito era desorientarnos, extraviarnos para hundirnos en el bosque sin retorno que había engalanado con caos la promesa de poder que venía del investigador contratado y elegido por el experimentado maldito cuyo único propósito era distraernos para que, una vez concluido el tiempo, no pudiésemos volver.
«Agua, agua; corre, corre; y se bebe mi corazón». Ni agua veía, ni sed sentía, ni siquiera sé si en mi corazón tenía alguna potestad; ¿a dónde dirigir mis pasos?
Sin cara, sin ojos; llorando, riendo, andando y saltando, decía la frase en el árbol del bosque, que nos tocó de frente; ¿qué significa? Como decidir un camino cuando levantando la mirada, tropiezas con cuatro senderos, uno de seguido de otro, sin diferencias marcadas que te proporcionen alguna seguridad para decidir; iguales, uniformes, llanos, comunes u homogéneos, sin ninguna desigualdad evidente.
¿Misterio o maldad?
En aquel momento no supe desvelar cuáles eran las verdaderas razones de mi aliado, el insigne señor Torre, que, marcando el camino con la Promesa de poder, en unión con la inspiradora revelación que se asomaba de la mano al azar para no ser responsable, escondía y disfrazaba.
Más tarde, cuando cansada de saltar, imaginar, andar y pensar decidí descansar dentro del tronco de aquel majestuoso árbol, con toda aprensión, dejé que el sueño reparador se apoderara de mi cuerpo, hundido en el mayor agotamiento.
¿Soñé?, no sabría decir si estaba en el mundo del sueño o si mi alma volaba, no sabía, no comprendía, no entendía mis visiones, no discernía si aquello que escuchaba era real o quizás era el producto de mi anhelante imaginación, que solo buscaba tranquilidad y sosiego.
Accidentalmente, me sentí tranquila, sentí una tranquilidad que no pude asimilar porque… no sé por qué; creí que mi mente agotada y aturdida se estaba mofando de mí, jugándome una mala pasada.
Al final entendí que estaba teniendo una bella epifanía que me producía descanso y tranquilidad, que estando en la bolsa de caos, dentro de la esfinge dorada, aquella habilidad que había olvidado por completo, se erguía frente a mí; el investigador, todo este tiempo, me había ido dejando señales que no sé si ignoré por desconfianza o por temor o quizás mi alma las desoyó para no hacerme caer en la decepción.
Desperté y por fin vi que el camino correcto siempre había estado frente a mí; solo que mi desconfianza desdeñaba lo obvio, lo que me conduciría a la primavera tan ansiada; todo lo que había estado buscando con tanto ahínco, estaba frente a mí.
Era esto lo que me había pasado siempre, no confío en mi instinto, no puedo atender a mi agilidad, no creo en el empuje de mi mente, que pocas veces, por no decir que nunca, me ha fallado.
Me levanté despacio; ¿para qué apresurarme si ya había desencriptado el acertijo, que al contrario del pensamiento que me vino a la mente al principio de la carrera por el fondo del bosque, no era aquello que desde fuera sería maldad, sino, algo nunca antes visto; la amabilidad de la encrucijada que con la capacidad que amparó el señor Torre, solamente pretendía devolver el poder a mi alma; la confianza, la seguridad, la decisión, la determinación que me acompañaban y que había perdido sin saber por qué, sin comprender por qué ignoré y dejé pasar.
La entrada de la senda era muy bella, luminosa, verde, amable, tan amable como nunca había imaginado que podría ser aquel bosque. Es curioso, pensé, cómo el miedo, la indecisión, la desconfianza, la desesperación y la incapacidad de no creer en ti, nublan el entendimiento, impidiendo que mires lo que es claro y evidente, lo que ha estado de frente, a la vista de tus ojos, desde el primer momento.
¿Sabías que eso que tú consideras insignificante es, sin embargo, lo que hace valioso a tu alma?
Esta pregunta la recuerdo siempre junto a aquel árbol del camino que ya no consideraba tenebroso ni amenazante, pues había podido recordar palabra por palabra lo que el señor Torre había encomendado a mi vida, cuando encargó a mi alma recorrer el sendero del bosque; «tú eres única alma herida, temerosa y vacía».
Comenzaba a perder fe en mí, en mi buen juicio, en mi inteligencia, en mi gran valor, en mi gran decisión, en todo lo que era; lo que pensaba y decía, de lo que oía y sentía; perdí autoestima y dejé de considerarme un alma capaz, valiente, osada, atrevida, sabia, segura de sí misma y determinada; durante todo el tiempo desprecié el gran valor que yo poseía y empleaba sabiamente, me dejé contaminar por el opresor, por la vileza de los hombres, por la suspicacia de aquellos que esperarían el momento en que yo cometiese un error y llegarían a atropellarme, a desafiarme y hacerme daño; ¿por qué el hombre siempre te ataca, te hunde, te acaba?
Estábamos llegando al momento en que la maldad sería el común denominador.
Pero ahora, tras tanto tiempo, tras el intenso sufrimiento, después de tanto frío, tras tanto dolor del alma, he llegado a la conclusión de que todo aquello que consideré vileza por parte del señor Torre, lo experimentado por mis visiones, solo existía en mí; ellos nunca quisieron causarme mal.
No quisieron dejarme aniquilada, no quisieron desfondarme, siempre tuvieron la intención de devolver la serenidad perdida a mi alma. Contrario a lo que el mundo de Arkham Horror LCG, quería mostrar a todos, conmigo fue diferente; no había maldad; pretendían hacerme abracar la verdad conjugándola con mi agudeza e ingenio para que no desfalleciera, para que ignorara el miedo de mostrarme tal como soy; para que desatendiera la mala intención de aquellos malignos que solo buscan hundir, agotar y liquidar a todo ser que no cumpla su voluntad. Solo quisieron que abarcara la verdad con mi perspicacia e ingenio para que no desmayara, para que no sufriera el miedo de mostrarme tal como soy…
Continué caminando, lento y pausado, sin miedo, con el espíritu tranquilo y repleto de regocijo, ¿para qué correr si ahora ya sabía que aquella escurridiza primavera siempre había estado conmigo?, jamás me había abandonado; todo lo contrario, yo podía compartirla, disfrutarla, vivirla, aprovecharla y gozar de ella, regalarla a todo aquél que quisiera algo de ella; la escurridiza primavera estaba en mí, jamás se fue. Era yo quien no la veía, fui yo quien no la sentía.
Preocupada, ansiosa y deprimida ya no entendía que toda la hermosura toma posiciones en el fondo del alma. Cada espacio de aquel camino me ofrecía hoy lo más bello, extraordinario, radiante, maravilloso, magnífico; un sol muy fuerte que saborea la naturaleza suave y placentera. Viendo a cada ser vivo sonreír, nacer desde el fondo de los corazones de aquel verde excelentísimo, mi alma renace. Sintiendo la calidez dulce del sol acariciarme la piel, el aire lleno de las fragancias de las flores que abren los pétalos diseñando invitaciones al sueño, el canto de los pájaros, el vuelo de las mariposas multicolores que adornan la propia panorámica, toda aquella renovación lujosa que te invita a vivir.
Yo quiero descansar en el campo vasto y normal que arrullará mi espíritu, olvidar, ignorar y eliminar todo lo que ha atormentado a mi tristísima y ansiosísima alma; calmar y reposar mi cuerpo, iniciar; entregarme a las jugadas de la encrucijada y el maldito que junto al señor Torre quieren enviarme a la lucha.
Siento frío, un frío extremo que hiela mi cuerpo, me impide proseguir, me nubla la vista, paraliza mis pasos, me deja fuera de combate. Me siento arrasada, floja y fatigada. ¿Qué he hecho, dónde estoy? pregunta mi alma…
Los personajes; el maldito experimentado, la encrucijada, y el señor Torre, elegante y calmado, con una sonrisa que causa dolor y que desarma y desencaja, salen a recibirme. Oigo sus risas, espero sus voces; los siento lejanos; se hacen muy lejanos, este silencio me ahoga; quiero entender, quiero saber, deseo conocer; el señor Torre se acerca, me mira, sonríe y dice: “¿seguro que lo quieres saber? No hay vuelta atrás…”
El año sin primavera
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