El espejo del señor Torre

El espejo del señor Torre

Javier Norambuena

22/10/2025

Señor Torre

Me percaté de algo extraño en mi rostro al estar fijo frente a ese espejo redondo del salón de mi casa, la primera impresión fue de una pequeña cicatriz en mi ceño pero al acercarme, mis pupilas se abrieron aún más del asombro, nunca imagine ni en las ocultas pesadillas tal fea figura que asomaba por arriba de mi nariz. Justo en el entrecejo, pensé quitarla con alcohol. Pero mientras más lo refregaba, la figura se convertía en una dolorosa herida colorada que aumentaba en tamaño. Mi desesperación comenzó apoderarse de mis actos, no había forma de quitar esa mancha prominente en el sobrecejo. Seguro seria burla de la gente al verme, me imaginaba lo peor de los chismes de los vecinos o las personas que transitan todos los días frente a mi hogar. De algo doméstico, paso a ser una acción urgente de tratamiento médico. No encontraba solución al grave problema que se estaba presentando, opte por taparme la frente cubriendo aquella inusual mancha con una venda, pero por desgracia al momento de cubrirla el ardor se acrecentaba. Fui desesperadamente al baño, a ver si con una ducha de agua fría esto disminuía. Todo era inútil, la mancha mutaba su apariencia semejandose a una carnosidad verrugosa con pelos que cubría, ya toda la parte del ceño. Con una rapidez deslumbrante podía observar cómo aquel abultamiento circulaba en mi rostro, pues sentía que se movía por debajo de la piel y asomaba por el lóbulo de la oreja izquierda. Con tanta angustia e impaciencia no era capaz de reflexionar solo atinaba a golpearme cachetadas, cómo tratando de salir de este temor. El sudor corría por mi cara, sin contar que las palpitaciones del corazón hacían temblar las piernas. Me encontraba hecho un astroso, la correa colgaba de la cintura haciendo que mi pantalón se soltara sujetándolo con la mano, la camisa estaba hecha jirón por los seguidos tirones que hacia por la rabieta, mientras la chaqueta tirada sobre el piso se estropeaba por los continuos e irregulares deslizamientos de mis zapatos encima de la tarima. Un espectáculo poco digno para una persona tan pulcra, bien vestida y aseada que fui alguna vez. Era irremediable la situación, no iba a salir con tamaña deformidad a la calle. Dando pasos vacilantes en el corredor, trataba de encontrar alguna respuesta mientras iba y venia acercándome al espejo cómo si supiera que el crecimiento verrugoso se hubiera achicado, aún me era imposible creer lo que veía. Estaba solo, desesperado, con ganas de salir corriendo afuera para escapar de este trastorno compulsivo que me hacía sentir castigado por Dios. Todo por ser presumido. vanidoso que por la única preocupación de mi estilo de vida me había convertido en un ser solitario y egoísta.

Y el espejo miraba, percibía, me contemplaba minuto a minuto, mis sensaciones de la realidad se fueron confundiendo hasta llegar al punto de ocultar mi rostro con un maquillaje, tomé del dormitorio de la empleada algunos productos cosméticos, primero probé con una base, empolvorice el rostro. Definiendo las cejas, ocultando la verruga con un color de piel. Al observarme, ya no era el mismo de antes. No existía sincronía, mirándome al espejo frente a la existencia en tiempo presente. El yo del espejo me transmitía algo que mi conciencia tomaba voluntades que no podía contener. Significaba una lucha entre ese reflejo deleznable y el íntimo. Una sonrisa macabra despertaba en aquella imagen especular, tanto así que las alucinaciones comenzaron a aparecer. Aquel rostro pintado cómo personaje de un museo de cera, me hacia tirar los cabellos, sacándomelos de raíz a montones. Ahora, entre temblores y espasmos con unas tijeras opte por cortarme todo el pelo. Del bigote, me rasuro así cómo la barba. No podía parar los actos vejatorios de autolesión. Mis manos tomaron de la cocina un vaso de aceite mezclando con sal más vinagre. Directo al espejo ojeaba el reflejo de ese sujeto tomando el desagradable brebaje que obviamente me hizo ir directo al retrete. Escuchaba como mencionaba mi nombre; Alexandro ven a verme ¡, estoy listo para que salgamos!…aún sintiéndome con fiebre la imagen despreciable me ordenaba para realizar decisiones que se escapaban de mi voluntad. Apropiándose de mi ser, el centelleo emitido por la refracción de la luz de aquel espejo en el salón embrujaba mi conciencia. Tapándome los oídos, no quise salir. Cerré la puerta de la habitación del servicio de aseo. Mientras aquel espejo redondo seguía gritando mi nombre. En medio de la fatiga con los ojos bien cerrados, inhale profundamente, reponiéndome me dirijo caminando en cuclillas hacia el salón-living, por qué la única manera de enfrentar el mal es dando la cara, no esconderse por que así la debilidad ganaría mis fuerzas. Y en una acción desesperada, retiro el cristal  tirándolo encima de la chimenea junto con unos libros para incinerar aquella mente siniestra del espejo que deseó gobernar lo más íntimo del ser. Quedando fragmentos de vidrios esparcidos por toda la sala de estar. De los libros quemados no quisiera ni nombrarlos, pero si recuerdo algunas frases de un autor que decían, «…si quieres brillar como el sol, primero tienes que arder como él…», y así fue, el perverso reflejo se extinguió abrazado por las llamas del fuego en una inusual danza de flamas ardientes con alucinantes colores fulgentes que revotaban en los pequeños pedazos de cristal diseminados en el piso. Por todo el fragor del enmarañado confrontamiento, caigo exhausto encima del sofá, experimentando insólitas sensaciones dentro de esta mente cansada que conduce viajar hacia el portal de lo desconocido, sin más me transporta a una odisea sin retorno alejándome al infinito más allá de las estrellas.  

Los secretos mejores guardados son aquellos que inconscientemente quedan alojados en el ser de las personas, pero por equis motivo afloran dejando abierto el baúl de los recuerdos, miedos, enfermedades y los más ocultos pensamientos muchos no gratos. Pudiendo engendrar los peores espantos que enfrentan a la quietud normal del individuo. Eso fue lo que aconteció al Señor Torre, de encontrarse plácidamente en la sala de estar leyendo sus libros en la biblioteca un miedo intenso e irracional se apodera de él sin advertencia. Apareciendo encubierto la personalidad mejor o peor escondida frente a sus ojos en un reflejo de un espejo. Desafiando su propio destino, de lo contrario caería en las manos de la locura. No es en vano tener tan solo un poco de humildad para desafiar obstáculos, para no ser manejados por el egoísmo o simples vanidades que le pudieron costar caro en algún episodio de su vida. Estuvo en la encrucijada, tomar el camino más corto que da menos vueltas diferente al sendero con recovecos que no llegan a buen puerto.   

           

Puntúalo

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS