
Percate algo extraño en mi rostro al estar fijo a ese espejo redondo de la sala de estar de mi casa, la primera impresión fue de una pequeña cicatriz en mi ceño pero al acercarme, mis pupilas se abrieron aún más del asombro, nunca imagine ni en las ocultas pesadillas tal fea figura que asomaba por arriba de mi nariz. Justo en el entrecejo, pensé quitarla con alcohol. Pero mientras más lo refregaba, la figura se convertía en una dolorosa herida colorada que aumentaba en tamaño. Mi desesperación comenzó apoderarse de mis actos, no había forma de quitar esa mancha prominente en el sobrecejo. Seguro seria burla de la gente al verme, me imaginaba lo peor de los chismes de los vecinos o las personas que transitan todos los días frente a mi hogar. De algo doméstico, paso a ser una acción urgente de tratamiento médico. No encontraba solución al grave problema que se estaba presentando, opte por taparme la frente cubriendo aquella inusual mancha con una venda, pero por desgracia al momento de cubrirla el ardor se acrecentaba. Fui desesperadamente al baño, a ver si con una ducha de agua fría esto disminuía. Todo era inútil, la mancha tenía la apariencia de una carnosidad verrugosa con pelos que cubría, ya toda la parte del ceño. Con una rapidez impresionante podía observar cómo aquel abultamiento cobraba vida propia. Sentía que se movía por debajo de la piel y asomaba por el lóbulo de la oreja izquierda. Con tanta angustia e impaciencia no era capaz de reflexionar solo atinaba a golpearme cachetadas, cómo tratando de salir de este temor. El sudor corría por mi cara, sin contar que las palpitaciones del corazón hacían temblar las piernas. Me encontraba hecho un astroso, la correa colgaba de la cintura haciendo que mi pantalón se soltara sujetándolo con la mano, la camisa estaba hecha jirón por los seguidos tirones que hacia por la rabieta. Un espectáculo poco digno para una persona tan pulcra, bien vestida y aseada que el día anterior. Era irremediable la situación, no iba a salir con tamaña deformidad a la calle. Dando pasos en el corredor, trataba de encontrar alguna respuesta mientras iba y venia acercándome al espejo cómo si supiera que el crecimiento verrugoso se hubiera achicado, aún me era imposible creer lo que veía. Estaba solo, desesperado, con ganas de salir corriendo afuera para escapar de este trastorno por ser presumido. vanidoso que la única preocupación por el estilo de vida me había convertido en un ser egoísta.
Y el espejo decía, percibía que me observaba, minuto a minuto mis sensaciones de la realidad se fueron confundiendo hasta llegar al punto de ocultar mi rostro con un maquillaje, tome del dormitorio de la empleada algunos productos cosméticos, primero probé con una base, empolvorice el rostro. definiendo las cejas, ocultando la verruga con un color de piel. Al observarme, ya no era el mismo de antes. No existía sincronía, mirándome al espejo frente a la existencia en tiempo presente. El yo del espejo me transmitía algo que mi conciencia tomaba voluntades que no podía contener. Significaba una lucha entre ese ser del espejo y el íntimo. Una sonrisa macabra despertaba en aquel reflejo, tanto así que las alucinaciones comenzaron a aparecer. Aquel rostro pintado cómo personaje de un museo de cera, me hacia tirar los cabellos, sacándomelos de raíz a montones. Ahora, involuntariamente con unas tijeras opte por cortarme todo el pelo. Del bigote, me rasuro así cómo la barba. No podía parar los actos vejatorios a mi persona. Mis manos tomaron de la cocina un vaso de aceite mezclando con sal más vinagre. Directo al espejo ojeaba el reflejo de ese sujeto tomando el desagradable brebaje que obviamente me hizo ir directo al retrete. Escuchaba como mencionaba mi nombre; Alexandro ven a verme ¡, estoy listo para que salgamos!…aún sintiéndome con fiebre el reflejo ordenaba tomando posesión de mi. Tapándome los oídos, no quise salir. Cerré la puerta. Mientras aquel espejo redondo seguía gritando mi nombre. En medio de la fatiga con los ojos bien cerrados, inhale profundamente, reponiéndome me dirijo caminando en cuclillas hacia el lugar del enfrentamiento, por que la única manera de enfrentar el mal es dando la cara, no esconderse por que así la debilidad ganaría mis fuerzas. Y en una acción desesperada, retiro el cristal tirándolo encima de la chimenea junto con unos libros para incinerar aquella mente siniestra del espejo que deseó gobernar lo más íntimo del ser. Quedando fragmentos de vidrios esparcidos por toda la sala de estar. De los libros quemados no quisiera ni nombrarlos, pero si recuerdo algunas frases del autor que decían, «…si quieres brillar como el sol, primero tienes que arder como él…», y así fue, el perverso reflejo se extinguió abrazado por las llamas del fuego en una inusual danza de flamas ardientes con alucinantes colores fulgentes que revotaban en los pequeños pedazos de cristal diseminados en el piso. Con todo el cansancio se retira desmayado encima del sofá, experimentando insólitas sensaciones dentro de una mente que conduce viajar hacia las estrellas.
Los secretos mejores guardados son aquellos que inconscientemente quedan alojados en el ser de las personas, pero por equis motivo afloran dejando abierto el baúl de los recuerdos, miedos, enfermedades y los más ocultos pensamientos muchos no gratos. Pudiendo engendrar los peores espantos que enfrentan a la quietud normal del individuo. Eso fue lo que aconteció al Señor Torre, de encontrarse plácidamente en la sala de estar leyendo sus libros en la biblioteca un miedo intenso e irracional lo afecto sin advertir. Apareciendo encubierto la personalidad mejor o peor escondida frente a sus ojos en un reflejo de un espejo. Desafiando su propio destino, de lo contrario caería en las manos de la locura. No es en vano tener tan solo un poco de humildad para desafiar obstáculos, para no ser manejados por el egoísmo o simples vanidades que le pudieron costar caro en algún episodio de su vida. Estuvo en la encrucijada, tomar el camino más corto que da menos vueltas diferente al sendero con recovecos que no llegan a buen puerto.
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