“Donde acaba el deseo comienza el temor” Baltasar Gracián.
Me llamo Isabel y nunca jamás pude pensar que algo así ocurriera, pero ocurrió, así sin más. Lo más probable es que vosotros tampoco me creáis.
Camino a paso vivo, tampoco soy una atleta. El bosque a estas horas de la mañana es una mezcla de aromas frescos y dulces. Me viene muy bien caminar, respirar hondo, a ver si así se me quita el dolor de cabeza.
Al adentrarme en el bosque, el sendero cubierto de hojas doradas que crujen al ritmo de mis pasos me distrae, me encanta el otoño con sus diversas tonalidades de dorados y ocres.
Mi atención se dispersa, de pronto creo ver a a unos cien metros más o menos una silueta difusa, desgarbada que se estira hasta tocar con lo que se asemeja a una cabeza las ramas de los árboles, no puedo distinguir que es, no lo sé, aminoro el paso, dudo si retroceder, pero como si alguien me lo dictara mis piernas continuan la marcha, detrás de este ser hay dos siluetas más… llamémosle así. Sentí intranquilidad, a medida que avanzaban hacia mí, el corazón empezó a latir acelerado, al enfrentarnos se detuvieron y yo también.
Eran unos seres extraños, no sé precisar; sus ojos, lo más llamativo, de un color indefinido, con destellos dorados, un rostro con rasgos que no parecían humanos y el color sepia y brillante de la piel, largos brazos terminaban en una especie de manos con dedos muy finos y afilados.
Estábamos frente a frente, no sentía miedo, me invadió al instante una sensación de bienestar que no sé explicar, luego el más alto habló:
—No temas—Dijo.
Su voz sonaba como si usara un micro, sonoro y a la vez suave.
“Has sido elegida, puedes pedir un deseo, el que quieras, solo uno, no debes revelarlo a nadie, si lo revelaras sucederá algo indeseable para ti.
“Piensa lo que quieres, te lo concederemos.”
No podía creer lo que estaba viviendo. Esto no era algo normal, no sabía bien qué hacer. Estaba sola, los sonidos del bosque habían desaparecido, no se escuchaba el canto de los pájaros, me sentía como flotando en el aire… sabía lo que quería, había fantaseado con ello, pero solo era una fantasía, algo tan descabellado y ridículo que no podía creer que pudiera hacerse realidad.
De nuevo la voz de aquel ser vuelve a repetir que pida lo que más desee.
No sé cómo lo hice, pero hablé y dije:
“Quisiera recuperar mi piel joven, que vuelva a estar tersa, bella, sana”
Se miraron los tres, se hizo un silencio y uno de ellos dijo:
“Renovación celular”, los otros dos asintieron.
Me dijeron que extendiera mis brazos con las palmas hacia arriba, cerrara los ojos y pensara en algo agradable. Así lo hice.
Sentí como si algo recorriera mi cuerpo, una fuerza inusitada una sensación muy extraña, al abrir los ojos ellos me miraban y esbozaron una mueca que parecía una sonrisa.
“Cumplido tu deseo, ahora tú debes cumplir, no revelarás a nadie tu secreto, si lo hicieras sucederá algo muy desagradable.
Dicho esto desaparecieron de inmediato, no supe por donde se esfumaron, no pude reaccionar, tenía miles de dudas y no sabía qué hacer.
Me quedé allí en medio del sendero, abstraída, tratando de ordenar mis pensamientos, pero a la vez sentía una rara sensación de calma.
Necesitaba mirarme en un espejo. De vuelta a casa saludé a uno de mis vecinos, él me sonrió apenas pero no respondió, como si nunca me hubiera visto.
Al entrar al ascensor, tuve que taparme la boca para no gritar… me veía como cuando tenía unos veinticinco años más o menos.
Rápido abrí la puerta de mi piso, mi marido ya no estaba, suspiré aliviada.
Me quité la ropa, me observé en el espejo, mi piel estaba suave, sin ninguna mancha, me sentía fuerte; como nunca, aquel dolor en mi rodilla derecha ya no existía, tampoco me dolía la cabeza, veía perfecto sin mis gafas.
Estaba emocionada, no cabía en mí más que admiración por lo sucedido.
Casi de inmediato una confusión se desató en mi interior, cómo explicaría todo esto, a mi familia, a los amigos, en definitiva a todos los que me conocían. Cómo se desarrollaría mi vida de ahora en más.
Cuando mi marido regresó por la noche entre sorprendido y divertido dijo:
“Pero mira qué guapa estás hoy, si hasta creo que eres la chica aquella del parque cuando te conocí, ¿Qué te has hecho Isabel, mi amor, y cuando lo has hecho?
Le dije que era un secreto, que ahora mismo no podía explicarlo. Me abrazó, me besó y dijo que sea lo que fuera estaba encantado.
Me recogí el cabello y me puse a preparar la cena. La segunda prueba de fuego era mi hijo. Me dio un beso y preguntó como siempre qué había para cenar.
Pensé “Parece que no se ha dado cuenta”, pero al sentarnos a la mesa, me queda mirando y dice:
—Mamá no sé, te veo muy diferente, en el ascensor encontré a Felipe del quinto piso y me dijo:
“Bueno a veces pasa, igual una madre es siempre una madre”
—No entendí lo que quería decir… creo que está chiflado.
****
Desaparecí para todos. Nadie sabe quien soy, los vecinos creen que mi marido me abandonó por una chica más joven, mi madre no cesa de preguntar como lo he hecho, quiere que se lo explique, cada día me llama, se muestra muy molesta y me riñe todo el tiempo.
Cuando salgo a hacer las compras, ya nadie me reconoce, preguntan si me he mudado al barrio hace poco, les sigo la corriente, ya que no puedo explicar nada de nada.
Sucede que se está alterando mi vida por completo, por la noche cuando me asomo por la ventana de la cocina veo entre los árboles a los tres seres, creo que me vigilan, cuando estoy en mi cuarto también creo verlos cruzar como una ráfaga de luz a través de la ventana. Mi marido duerme tranquilo, estoy sufriendo insomnio desde aquel encuentro.
Mi amigos ya no me llaman. Los de toda la vida me abruman con sus dudas, dicen que no estoy siendo sincera y se sienten defraudados .
Tengo problemas de todo tipo. No sé qué hacer, no encuentro la salida, ya no hay vuelta atrás.
Solo una tímida sonrisa es mi respuesta, un velo para ocultar el torbellino de emociones encontradas que se agitan dentro de mí.
Voy a caminar cada día por el bosque como siempre… en realidad, ya no como siempre lo hacía, deseando poder tener otro encuentro con estas criaturas mientras mi secreto me acompaña, me pesa como si cargara sobre mis espaldas una mole de cemento.
No aguanto más esta situación. Me siento desolada, cómo he podido aceptar semejante cosa.
He decidido hablar con mi madre y confiarle a ella lo que sucede. La llamo y quedamos para tomar un té por la tarde.
Como puedo a borbotones me salen las palabras, le relato a mi madre lo sucedido y lo que me han dicho, si rompiera mi promesa me sucedería algo muy malo.
Ella me abraza fuerte y así me quedo unos instantes como una niña asustada.
Ahora me calmo y siento que me invade una sensación de sosiego y a la vez pienso qué pasará ahora… ellos se enterarán de que he roto mi promesa y vendrán a por mí. Cuando nos despedimos mi madre dice que me tranquilice, y que estemos comunicadas en todo momento.
Trato de seguir con las tareas habituales, pero mi mente alterada no me deja en paz. Por las noches miro por la ventana hacia el bosque, mientras preparo algo para cenar. Me salta el corazón del pecho cuando los veo allí, el resplandor de los ojos como linternas titilan en la oscuridad.
Ya lo saben, ahora qué me pasará. Tiemblo, se me caen las cosas de las manos. Llega mi marido, le abro la puerta.
—¿Qué te pasa Isabel por favor, te sientes mal, estás enferma?
—Hola, no, no es eso… ven que te digo algo.
Se lo comento a mi marido, no aguanto más todo esto. Lloro y me abrazo fuerte a él.
—No te preocupes, si fuera necesario buscaremos ayuda.
Ya he roto por segunda vez mi promesa, ahora sí que habrá represalia —Le digo—
No he podido dormir, me he levantado en mitad de la noche a mirar y no están, no los veo.
Al otro día me armo de coraje y salgo a caminar por el bosque, trato de hacerlo como lo hacía cuando era libre y no tenía nada ni nadie a quien temer.
Sigo el mismo sendero de siempre, por un lado quiero verlos y por otro me domina el pánico y la angustia. Voy como una autómata caminando rápido como si quisiera escapar de esta situación en que me encuentro. De pronto no estoy caminado.
Hay mucho silencio, abro los ojos, no sé lo que me ha pasado, estoy tendida en el suelo entre la hojarasca, quiero incorporarme pero no puedo, mi cuerpo se resiste, recuerdo que tengo el bolso y ahí debe estar mi móvil, pero no puedo alcanzarlo. Me duele mucho la rodilla izquierda, también me duele la cabeza, de a poco me muevo, no sé lo que ha pasado, no recuerdo haber tropezado. Escucho que viene alguien, se detiene, es un chico en bicicleta.
—¿Señora, está bien, qué le ha pasado?
Me ayuda y me incorporo de a poco, se quita un abrigo que lleva y me cubre, me ofrece un poco de agua.
Me siento aturdida .
—Señora, si puede ponerse de pie, si no llamaré a la ambulancia.
—Muchas gracias, creo que me siento mejor, no sé lo que ha pasado, debo haber tropezado aunque no recuerdo nada.
—¿Quiere que la acompañe hasta su casa?
—No, muchas gracias, mi casa está muy cerca, mira desde aquí se ve.
Camino despacio, no llamo a mi marido para no asustarlo, tampoco a mi madre.
Faltan pocos metros para llegar a la puerta de mi casa, se acerca un hombre que me resulta familiar; es Manuel el dueño de la panadería de mi barrio, se detiene y con una gran sonrisa dice:
—¡Hola Isabel! ¿Cómo estás, todo bien? Cuánto tiempo sin verte, me alegra que hayas regresado.
Le sonrío, sin saber qué decir, luego reacciono.
—Sí, gracias Manuel estoy bien. Ya nos vemos en la panadería.
Subo al ascensor, cierro los ojos… no me miro en el espejo.
Por la noche, cuando todos duermen no puedo evitar mi rutina de espiar hacia el bosque.
Al apartar las cortinas me estremezco;
sobre el cristal escrito con pulso tembloroso en letras de color rojo dice:
Cuidado con lo que deseas..

OPINIONES Y COMENTARIOS