Los ecos de la eternidad

Los ecos de la eternidad

Lila Pinto Vaz

17/10/2025

    En un rincón olvidado de la ciudad, donde la niebla se entrelazaba con la oscuridad y el silencio era un compañero perpetuo, se erguía una biblioteca antigua, cubierta de hiedra y misterio. Su existencia había sido borrada del recuerdo colectivo, y muchos susurraban que sus paredes albergaban secretos que desafiaban las leyes del tiempo y la razón. Era un lugar donde el tiempo parecía haberse detenido, un santuario de conocimiento prohibido y horrores inimaginables.

    Lucía, una joven obsesionada con los secretos del universo, había escuchado rumores sobre un volumen singular: El Eco de la Eternidad, un libro que prometía desvelar verdades ocultas a aquellos que se atrevían a leerlo. Las viejas leyendas hablaban de un poder inimaginable encerrado entre sus páginas, así como de las almas que habían sido consumidas por su insaciable sed de conocimiento. Aquellos que se aventuraban en la búsqueda de su contenido, decían, a menudo regresaban con la mente rota y los ojos vacíos, como si hubieran mirado a través de un abismo que no debían haber contemplado.

     Una tarde gris, mientras las nubes cubrían el cielo como un manto opresor, Lucía cruzó el umbral de la biblioteca. Las puertas chirriaron al abrirse, revelando un mundo cubierto de polvo y telarañas, donde el aire olía a papel envejecido y a un saber olvidado. Las sombras se alargaban, pareciendo alargarse hacia ella, y un escalofrío recorrió su espalda mientras se adentraba en aquel lugar prohibido.

    Mientras exploraba, su mirada se posó en un pedestal solitario en el centro de la sala. Allí, iluminado por un rayo de luz que se filtraba a través de una ventana rota, descansaba el libro. Su cubierta era de un negro profundo, con símbolos dorados que danzaban en la penumbra, como si la misma esencia del horror se manifestara en su forma. Lucía sintió una atracción casi magnética hacia el objeto, y una voz susurrante parecía emanar del libro, invitándola a descubrir sus secretos.

   Sin pensarlo dos veces, lo tomó en sus manos y lo abrió. Las páginas crujieron como los huesos de un anciano, y una brisa helada recorrió el lugar, como si el mismo eco de la eternidad se manifestara en aquel instante.

Bienvenida, viajera del tiempo. Has llegado a la encrucijada de tus destinos. Elige sabiamente.

     Las palabras resonaron en su mente como un eco de antiguas advertencias, mientras las páginas comenzaban a cambiar, revelando dos caminos:

  1. Conocer la verdad del universo, pero perder tu esencia.
  2. Ignorar el secreto y vivir en la ignorancia, pero con la paz de lo desconocido.

   El corazón de Lucía se detuvo en un instante que pareció durar una eternidad. Sabía que la elección que estaba a punto de realizar cambiaría el curso de su vida para siempre. La curiosidad, como un monstruo insaciable, la empujaba hacia el abismo de la verdad, pero el miedo, como un espectro oscuro, la mantenía cautiva.

   En su mente, resurgieron los ecos de la voz de su abuela, quien siempre le decía que a veces era mejor no saber. Pero la atracción por el conocimiento era un veneno dulce, y no podía resistirse. Con un profundo suspiro, decidió:

Elijo conocer la verdad.

     Al pronunciar las palabras, una luz cegadora la envolvió. La biblioteca comenzó a desvanecerse, y Lucía sintió que caía a través de un túnel de luz y oscuridad. Imágenes de vidas pasadas, futuros posibles y verdades universales la asaltaron, un torrente de información y percepciones que desbordaban su mente.

   Vio la creación del mundo, los movimientos de las estrellas y el paso del tiempo. Vio las sombras que se entrelazaban con la luz y los secretos que los hombres habían enterrado en el polvo de la historia. Vio la esencia de la humanidad, sus deseos, sus miedos y su insaciable hambre de conocimiento. Pero entre todo eso, un eco resonante le habló en un susurro profundo:

La verdad es un regalo y una carga. Has ganado conocimiento, pero has perdido tu esencia. Ahora, vivirás para siempre buscando un propósito que nunca hallarás.

    Lucía sintió cómo su cuerpo se desvanecía, convirtiéndose en un susurro, en un eco. La biblioteca había desaparecido, y ella se convirtió en parte de la eternidad, atrapada entre el conocimiento y la soledad.

    Con el paso del tiempo, su historia se convirtió en un rumor en la ciudad. Aquellos que se acercaban a la biblioteca sentían una presencia extraña, y algunos juraban haber escuchado un eco lejano, como una advertencia para quienes buscaban la verdad sin estar preparados para pagar el precio.

   Los años transcurrieron y, en un rincón de la ciudad, se erguía el sanatorio dirigido por el Sr. Torres, un hombre de apariencia austera y mirada penetrante. Se decía que él conocía los secretos de la locura y que, en su manicomio, guardaba a aquellos que habían cruzado la frontera entre el conocimiento y la locura.

   La llegada de nuevos pacientes era frecuente, cada uno con historias que resonaban en la penumbra del lugar. Aquellos que se acercaban a la verdad, en un intento de desentrañar los secretos de la existencia, eran recibidos por el Sr. Torres con una sonrisa que escondía más de lo que revelaba.

   Una noche, mientras la tormenta azotaba la ciudad, un nuevo paciente llegó al sanatorio. Su nombre era Gabriel, un hombre atormentado por visiones y susurros que lo seguían a cada paso. Había sido un investigador, un hombre que había dedicado su vida a buscar respuestas a preguntas que pocos se atrevían a formular.

    Al ingresar al sanatorio, sintió que las paredes lo observaban. Las sombras parecían cobrar vida, y los murmullos de los otros pacientes resonaban en su mente como un canto de sirena que lo llamaba a un destino incierto.

   Gabriel se encontró con el Sr. Torres en su oficina, un lugar adornado con libros antiguos y objetos de extraña procedencia. El director, con una voz suave y persuasiva, comenzó a hablarle sobre las maravillas del conocimiento y el precio que conllevaba.

Aquí, en este lugar, nosotros entendemos el costo de la verdad —dijo Torres, mientras sus ojos destellaban con una luz inquietante—. La Promesa de Poder que busca no es un regalo gratuito. Cada verdad tiene un precio, y cada pregunta puede abrir puertas que es mejor dejar cerradas.

    Atraído por la promesa de respuestas, Gabriel escuchó con avidez. Torres le habló de un antiguo ritual que revelaba no solo la verdad, sino también los secretos que yacen en las profundidades del alma humana. Sin embargo, también le advirtió que aquellos que se atrevían a buscar la verdad debían estar preparados para enfrentar los horrores que podrían desatar.

El Eco de la Eternidad —murmuró Torres, como si el nombre tuviera un peso especial—. Es un libro que revela lo que está oculto en la oscuridad. Pero recuerda, Gabriel, no todos los secretos son para ser revelados.

    Atraído por la curiosidad y la ambición, Gabriel decidió participar en el ritual. Aquella noche, se reunió con otros pacientes elegidos, cada uno con sus propias historias de desesperación y locura. Se sentaron en un círculo, las velas parpadeando en la penumbra, y Torres comenzó a recitar palabras en un idioma olvidado, un lenguaje que resonaba con ecos de antiguas verdades.

    A medida que el ritual avanzaba, Gabriel sintió que el aire se volvía más denso, como si el mismo peso de la realidad se estuviera acumulando sobre sus hombros. Los murmullos de los otros pacientes se entrelazaban con las palabras de Torres, creando una sinfonía inquietante que lo envolvía.

    Entonces, en un instante, el mundo pareció desvanecerse. Gabriel fue arrastrado a un abismo de luz y oscuridad, donde visiones de vidas pasadas y futuros posibles inundaron su mente. Vio la creación del universo, el entrelazamiento del destino humano y la sombra de la locura que acechaba a cada uno.

  En medio de ese torrente de conocimiento, escuchó la voz de Lucía, resonando como un eco:

La verdad es un regalo y una carga.

    Gabriel sintió que su esencia se desgastaba, su identidad se desvanecía mientras absorbía el conocimiento prohibido. Cuando finalmente pudo regresar a la realidad, se encontró de nuevo en el sanatorio, pero algo había cambiado.

    Las paredes parecían cerrarse a su alrededor, y sus compañeros de ritual lo miraban con ojos vacíos, como si hubieran perdido su propia esencia. Gabriel comprendió rápidamente que el conocimiento que había adquirido no era un regalo, sino una maldición. Su mente se llenó de susurros y visiones inquietantes, y empezó a sentir que la locura lo acechaba, tal como había hecho con Lucía.

   Desesperado por encontrar una salida, Gabriel buscó al Sr. Torres, quien lo recibió con una sonrisa que ocultaba un profundo entendimiento.

¿Qué has aprendido, Gabriel? —preguntó Torres, su voz cargada de una curiosidad insana.

La verdad es un peso insoportable —respondió Gabriel, su voz temblando—. Me he convertido en un eco, atrapado entre el conocimiento y la locura.

   Torres lo observó con interés, como si hubiera estado esperando esa respuesta.

Has tomado la decisión de conocer la verdad, y ahora debes enfrentarte a las consecuencias. Pero hay un camino para liberarte de esta carga —dijo el director, mientras sus ojos brillaban con un fuego inquietante—. Debes encontrar el Eco de la Eternidad y destruirlo. Solo así podrás recuperar tu esencia.

   Con esa misión en mente, Gabriel comenzó su búsqueda a través del laberinto del sanatorio, donde los ecos resonaban en cada rincón y las sombras parecían cobrar vida. En su camino, se topó con otros pacientes que, al igual que él, luchaban contra los demonios que habían desatado en sus mentes. Cada uno tenía su propia historia, su propio conocimiento prohibido que los mantenía cautivos.

    Clara, una mujer que había perdido la razón tras descubrir un secreto oscuro sobre su familia, se unió a Gabriel. Juntos, exploraron las profundidades del sanatorio, enfrentando visiones aterradoras y susurros que se deslizaban entre las grietas de su cordura. Cada paso que daban parecía acercarlos más al Eco de la Eternidad, pero también más cerca de la locura.

    Marcos, un hombre que había buscado poder a través de la magia, se unió a ellos. Tenía un conocimiento profundo sobre el ritual que había llevado a cabo y reveló que el Eco no era solo un libro, sino una entidad que se alimentaba del miedo y la desesperación de aquellos que buscaban su verdad.

Debemos enfrentar al Eco y destruirlo —declaró Marcos, su voz firme—. Solo así podremos liberarnos de esta carga.

    Juntos, se sumergieron en la oscuridad del sanatorio, descendiendo a un sótano olvidado que parecía estar más allá del tiempo y el espacio. Allí, encontraron el Eco de la Eternidad, una oscuridad viva que pulsaba con una energía inquietante. Se dieron cuenta de que no solo era un libro, sino una entidad que había absorbido las almas de aquellos que habían caído en su trampa.

   Gabriel, Clara y Marcos se prepararon para enfrentar al Eco. Con un grito de desafío, comenzaron a recitar las palabras del ritual que había sido pronunciado por el Sr. Torres. Las velas parpadeaban y la atmósfera se tornó espesa, cargada de energía.

¡Eres solo un eco! —gritó Gabriel, sintiendo el poder de sus palabras resonar en el aire—. No puedes mantenernos cautivos!

    La oscuridad del Eco retumbó, respondiendo a su desafío. Una voz profunda y burlona emergió de la sombra, como si la misma esencia del horror se manifestara.

¿Crees que puedes destruirme? Soy el eco de todas las verdades, el guardián de los secretos olvidados.

   La lucha se intensificó. Clara y Marcos unieron sus voces a la de Gabriel, creando una sinfonía de determinación y coraje. Mientras recitaban las palabras, sintieron que la energía del Eco comenzaba a debilitarse, y la oscuridad se tornaba menos opresiva.

   Finalmente, con un último grito de poder, lograron romper el lazo que unía al Eco con sus almas. La oscuridad se dispersó, y la entidad se desvaneció, llevándose consigo los secretos que había guardado durante siglos.

    Gabriel, Clara y Marcos cayeron al suelo, exhaustos pero liberados. La carga que habían llevado durante tanto tiempo se desvaneció, y con ella, los ecos de su locura.

   Al salir del sanatorio, la niebla se disipó y los rayos del sol comenzaron a iluminar el horizonte. Se dieron cuenta de que, aunque habían enfrentado horrores inimaginables, también habían encontrado la fuerza para superar sus demonios.

   Sin embargo, sabían que el conocimiento siempre tendría su precio. Mientras se alejaban, un susurro en el viento les recordaba que la curiosidad, aunque poderosa, podía conducir a caminos oscuros.

La verdad es un regalo y una carga —murmuró Gabriel, mientras sus compañeros asentían, comprendiendo que, aunque habían escapado del Eco de la Eternidad, las lecciones aprendidas los acompañarían para siempre.

    Pero en lo profundo del sanatorio, un eco sutil comenzó a resonar nuevamente. Las sombras cobraron vida, y el Sr. Torres sonrió mientras observaba desde la penumbra, sus ojos brillando con un fuego inquietante.

¿Quiénes creen que son? —susurró, su voz un murmullo cargado de malicia—. El Eco nunca se extinguirá. Solo espera a la próxima víctima que se atreva a abrir sus ojos a la verdad.

   Y así, mientras Gabriel, Clara y Marcos se alejaban, sintieron un escalofrío recorrer sus espinas. La realidad se desvanecía a su alrededor, y la niebla comenzaba a arremolinarse, como si el Eco de la Eternidad estuviera esperando su retorno.

   En el horizonte, la ciudad se desdibujaba, y la vida continuaba, ajena a los horrores que se ocultaban en las sombras. Pero en lo más profundo de sus corazones, una inquietante certeza se instaló: el eco de su experiencia nunca los dejaría, y el conocimiento que habían buscado podría regresar para atraparlos una vez más en su abrazo oscuro.

    El Eco de la Eternidad nunca había sido destruido; solo había cambiado de forma, aguardando pacientemente en la oscuridad, listo para engullir a quienes se atrevían a buscar la verdad. Listo para devorar almas. 

   El señor Torres mientras los veía alejarse, comenzó a reir macabramente, él sabía lo que les esperaba.

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