

Elena, Marcos y Clara eran tres niños que vivían jugando, pero en la calle de enfrente de sus casas, pero un día se les hizo chica y decidieron explorar y se fueron alejando hasta encontrar una mansión oculta por los árboles y montes, en un total abandono, y entraron.
El crujir de la madera se oía en ecos por todo el inmenso salón que en su tiempo debió ser más majestuoso y con vida, más de lo que se veía ahora. Sirvientes atendiendo alguna fiesta y personas importantes en ella; aún se apreciaba una lámpara de lágrimas gigante en lo alto del techo y una escalera elegante y amplia, que recibía a cualquiera que entrara y la viera. Todo era magnífico; las puertas eran de madera de la buena, eran inmensas y eran dos una de cada lado, derecha izquierda.
Los tres niños curiosos subieron por las escaleras; todo olía a bosque, a mojoso y a madera podrida. Subieron y entraron a un cuarto donde había un cuadro grande con la imagen de un señor que pudo haber sido el dueño de la casa, que al caminar, daba la impresión de que los veía y los seguía con la mirada.
Con todo y miedo siguieron hasta el fondo, como si algo los llamara y se encontraron una bolsa y un libro extraño de portada metálica y tenía marcadas estas palabras:
Experimentado. Maldito.
“Después de que asignes la Promesa de Poder a una prueba de habilidad, añade 1 ficha a la bolsa de caos. Si no puedes, en vez de eso recibe 2 puntos de horror”.
Parecía una locura, no se entendía; había una bolsa al lado con unas cuantas fichas, y en el piso había dos tarjetas con dos puntos de horror, para alguien que estuvo antes que ellos, pero los niños deciden irse y de repente tres tarjetas aparecieron de la nada flotando y en la puerta se posaron.
Ellos asustados no la tocaron, pero se leía claro y a simple vista sus nombres y cada uno tenía un punto de horror. Salieron corriendo de ese cuarto y de ese pasillo, bajaron la escalera como locos y sonaba el eco en lo inmenso del lugar como si alguien los persiguiera.
En el bosque se metieron, buscando salir de ahí, pero las ramas los agarraban como si fueran manos secas, flacas, alargadas de brujas, y los niños gritaban por auxilio, por ayuda, pero nadie los oía hasta que se soltaron y llegaron a la casa de Marcos y le contaron todo a su mamá.
Después de ese incidente juraron no volver a esa mansión, crecieron, se hicieron adultos y cada uno con sus propias vidas, tenían altibajos económicos y un día Elena tuvo la peor de las ideas: ir a esa mansión de nuevo e investigar ya con mente adulta.
¿Qué era eso que vieron?, ¿y cómo volaron esas tarjetas hacia la puerta?, ¿y quiénes eran los dueños? Elena lo investigó y sí, en esa mansión se celebraban fiestas y otras cosas como reuniones espiritistas y ocultismo. El dueño era un hombre rico que hacía esas reuniones espiritistas y magia negra.
Elena se aterró, se intrigó, y subiendo esta vez sola por esas escaleras, siente el aire del lugar denso, cargado de una energía que hacía vibrar la piel. Elena podía sentir un algo raro que cuando niña no sintió; sentía el poder palpitando en sus venas, una fuerza oscura, antigua y peligrosa lista para desatarse si así lo deseara ella. Elena encuentra una puerta sellada por un enigma arcano que esperaba por alguien escogido y que este lo abriera.
Elena tenía miedo porque sabía la historia de la mansión y con manos temblorosas intenta abrir el candado antiguo negro pesado, pero no puede y extrañamente ve una mandarria a recostada en la pared en el suelo, cubierta por escombros; la agarra y de un solo golpe abre el candado y ella casi se va al otro lado con el peso de la mandarria, la vuelve a poner en su lugar y abre esa puerta misteriosa y ve en un altar una Promesa de Poder escrita en grandes letras y una bolsa repleta de fichas muy diferente a la que vio en el otro cuarto cuando era niña.
Esta bolsa tenía símbolos extraños, era llamativa de color negro, símbolos plateados y dorados e instintivamente Elena invocó la Promesa de Poder, concentrando su voluntad en la prueba que le vendría, como si supiera todo o algo ahí se lo indicaba. Un resplandor fugaz iluminó el lugar.
La magia respondió o lo que sea que fuera eso y Elena se condenó; debía meter una ficha a la Bolsa de Caos; es el lugar donde las fuerzas caóticas se guardan para evitar que rompan el equilibrio.
Elena vio que la bolsa estaba llena de energía inestable; su ficha no entraba. Un frío helado la hizo temblar, visiones oscuras y susurros que no se entienden la invadieron y dos puntos de horror se clavaron en su alma. Ella sabía que el poder tenía un costo, pero ella quería ese poder.
Regresó a su casa asustada y acelerada; tomaba café en vez de un té calmante, haciendo que se pusiera más nerviosa. Logró controlar todo su cuerpo y mente y a los días se la vio radiante y feliz; todo de repente empezó a salirle bien, y en el trabajo había subido en tres días al mejor puesto.
Algo increíble, incluso para los que tenían más tiempo; hasta las malas lenguas pensaban que tenía algo con el jefe, pero no era así, ella tenía algo con una cosa oscura. Pero su felicidad tenía un límite; con el corazón acelerado y la mente tambaleante, Elena tuvo que dar la cara a la siguiente prueba y cada vez que usaba la Promesa de Poder la acercaba más a la locura.
Marcos tenía problemas económicos; era un trabajador, pero las finanzas lo estaban ahorcando, tenía muchos gastos, una esposa y dos hijos que mantener; eran una carga grande y se topó con Elena y era sorprendente el cambio, el carro costoso y su vestimenta. Ella le contó lo que sabía y lo invitó a cambiar su vida. Marcos tuvo miedo al principio y después acabó dentro de la mansión haciendo todo lo que le dijo Elena, solo que ella no estaba presente.
Ahora eran dos almas que estaban buscando salir del atolladero con algo muy peligroso. Había un santuario y la penumbra era absoluta. Marcos sabía que había poco tiempo. La runa mágica estaba frente a Marcos y brillaba con una luz extraña; él quería desactivar aquello, pero necesitaba ayuda para poder lograr su prueba de habilidad.
Resignado a cometer otro error, decidió usar la Promesa de Poder. Siente una corriente que le atraviesa el cuerpo; era una fuerza oscura y una capacidad increíble, y logró pasar la prueba y recordó lo que le dijo Elena: debía poner una ficha en la Bolsa de Caos y buscó con su mirada para hallar el recipiente invisible de energías caóticas, pero estaba lleno..
Dos puntos de horror lo atacaron en su mente con imágenes horribles y susurros. Aterrado, aguanto aquello, pero Marcos siguió adelante; él sabía que su cordura pagaría por cada promesa usada, pero él quería estar bien económicamente y darle todo a su familia y seguiría adelante con la esperanza de algún día parar esto.
Pero ahora es el turno de Clara; necesitaba con urgencia dinero, no quería decir por qué o para qué, solo le urgía, y cuando visitó a su madre, se topó con Elena y Marcos por la misma calle; ellos eran vecinos, así que no era raro que se pudieran ver al visitar a sus respectivos padres. Cada uno se había ido a vivir para otra ciudad y de nuevo se encuentran los amigos de la infancia.
Elena callaba al oír de sus necesidades económicas, pero Marcos le contó y Elena no quería que le dijera, pero Marcos se lo dijo, lo del secreto, y Clara fue a la mansión, subió las escaleras y se encontró con una puerta medio abierta y la abre en su totalidad y entra; ella nunca antes había entrado ahí. La habitación estaba silenciosa, pero el corazón y la mente de Clara estaban haciendo mucha bulla.
Tenía que usar la Promesa de Poder; al principio su cerebro objetivo no lo creía, pero tenía miedo y usó la Promesa de Poder. La energía se apoderó de todo su cuerpo y sintió que lograría lo imposible. Pero ella debía dar una ficha a la Bolsa de Caos.
Sus manos temblaban, pero la bolsa seguía llena y no lo logró; un vacío se abrió en su mente, un terror la atacó en lo más hondo de su alma, dejando dos puntos de horror penetrando en su mente. Clara se deslizó por la pared hacia abajo, hasta sentarse en el suelo; respiraba con problemas.
A los días se repuso y acomodó su vida de manera financiera y pagó la deuda que no quería revelar. El poder lo disfrutó por un momento, pero quedarían cicatrices; le temía al abismo que le vendría. La batalla no era contra el desafío, sino contra el mal que crecía dentro de ella.
Lucas no conocía a Elena ni a Clara ni a Marcos, pero él en su infancia había entrado en la mansión con un amigo igual de curioso y descubrieron secretos que nunca dijo a nadie y sabía sobre la Promesa de Poder que había usado en su prueba de habilidad; era un atleta y quería ser famoso.
Lucas sintió un cambio repentino en el lugar; con seguridad, sin miedo, sacó una ficha y la mete a la fuerza en la Bolsa de Caos, que crujió e hizo un desequilibrio. En la segunda prueba, la Bolsa no dejó que Lucas metiera la ficha y un frío intenso subió por su espalda y el horror se apodera de su mente; dos puntos de horror lo golpearon implacable y Lucas se fue, mostrando valentía y fuerza, consciente del riesgo que corría.
Los cuatro dejaron de usar La Promesa de Poder porque sentían que su cordura estaba en un hilo y el manicomio estaba muy cerca.
La mansión era de la familia más rica y adinerada de aquella época, pero la familia se fragmentó y la mansión que ahora pertenece al nieto está en pleno abandono; nadie la compra, es muy costosa y reconstruir aún más; solo esperar que los terrenos los quieran comprar algún rico y poner un centro comercial o algo por el estilo.
El Sr. Torres, nieto del otro Sr. Torres, es el director general y dueño de un manicomio donde la gente pudiente almacena sus problemas ahí y los olvida por un jugoso pago mensual, para que esos problemas que respiran y viven con la mente en otra dimensión sean atendidos.
En un sitio lo más apartado de la ciudad, en lo más oscuro de una montaña llena de árboles y malezas y con una carretera estrecha, pero larga, donde el pueblo más cercano está a muchas leguas de camino, se encuentra el manicomio del Sr. Torres; ahí los secretos se guardan y devoran al que los conoce y la cordura y la locura se unen en una sonata de terror. El Sr. Torres gobierna como amo y señor de esta institución mental; gobierna con tres secretos; ellos son su poder y su condena.
Los tres secretos son armas férreas invisibles para tener el control del manicomio. Pero el Sr. Torres se agota; trabajar en un manicomio es estresante y utiliza uno de estos secretos y realiza un acto sobrenatural: del mazo de cartas saca las barajas 3 6 y 9, números energéticos que equilibran el caos y busca una debilidad y de manera intuitiva roba de manera simbólica una carta; así escarba las mentes de sus pacientes y sus vidas, extrayendo lo que le interesa. Se hace pasar por aliado se sus pacientes, pero es mentira.
Al encontrar una “debilidad”, en sus pacientes, también las roba; de esa manera se alimenta del miedo y la vulnerabilidad de sus pacientes y luego, al finalizar, baraja su mazo, preparándose para el próximo juego; se le ve reordenando las piezas de su cruel juego. En este sitio hay un silencio diario con una atmósfera opresiva y una advertencia: “¿Seguro lo quieres saber? No hay vuelta atrás”.
Palabras cargadas de maldad. El manicomio es como una prisión donde Marcos, Elena, Clara y Lucas son almas atrapadas por sus malas decisiones y pagan el error cometido y marcados extrañamente por la sombra de la mansión de los Torres, y son atendidos por uno de los Torres.
Clara lucha contra los susurros; en sus recuerdos hay un secreto, pero su memoria está fragmentada.
A Marcos las pesadillas no lo dejan dormir y las voces no se van y siente que su realidad se pierde y sus fuerzas poco a poco las va perdiendo.
Y la pobre Elena, el manicomio la devora, tiene una lucha constante; la verdad y la mentira se mezclan y teme dormir; sus paranoias no la dejan descansar y sus sueños perturbadores la tienen atrapada dentro de un laberinto.
Lucas camina entre los dementes y no ve a los otros, que son Marcos, Elena y Clara; él no sabe que ellos están así porque estuvieron en la mansión y usaron la Promesa de poder. Lucas es una mente fragmentada; sus recuerdos están perdidos en un abismo y con un terror profundo. Él tiene conocimiento de cosas, verdades ocultas, que pueden derrumbar la buena imagen de ese manicomio.
Clara murmura palabras incoherentes, aferrada a un muñeco de trapo; se le ve temblando y con miedo. Un susurro entra flotando de ninguna dirección y trae un frío helado consigo. “¿Quieres saber la verdad, Clara? ¿Seguro que lo quieres saber?, no hay vuelta atrás”.
Ella se estremece, sabe un secreto que la aterra y sus ojos muestran el terror. La puerta se cierra atrás de un solo golpe; ella brinca por dentro, aferrada a su muñeco de trapo, como pidiendo protección a este. Es un secreto grande, pesado, y su mente agotada no lo soporta; queda sola luchando con sus demonios.
En la otra ala del manicomio, Marcos intenta ahogar las voces que le gritan cosas y golpea frenéticamente la pared; suda copiosamente, su respiración es muy rápida. Una mano invisible lo toca y le extrae recuerdos donde él traiciona a alguien que confiaba en él; Marcos se siente vulnerable y la voz del Sr. Torres repica en su mente: “He visto tus cartas, Marcos, sé cómo ganarte».
Mientras que Elena, la que inventó todo este desastre, camina por un pasillo estrecho buscando el baño, pero se perdió, ve sombras que se alargan al caminar y las luces parpadean misteriosamente, a lo lejos unas figuras desaparecen del pasillo, pero este es largo y todas la puertas están cerradas y no se oye que las abran.
Las voces le vienen y se le van, pero le traen chismes de otros pacientes, los susurros le dicen verdades que la llenan de miedo y las pocas fuerzas que tiene las pierde y se siente agotada, acelera el paso quiere llegar a dónde sea de ese sitio interminable, pero su mayor temor es que no puede huir de lo que el Sr. Torres ha arrancando de su mente.
El pobre Lucas, sentado en un rincón, ve una foto de él y su amigo cuando eran pequeños; su mano temblorosa sostiene una fotografía borrosa, vieja. Le tiene miedo a la oscuridad, no puede dormir; fragmentos de recuerdos se mezclan con terrores nocturnos. El Sr. Torres le susurra en su oído cosas amargas: “Tus secretos también son míos, no hay escape, Lucas”.
El silencio de repente se rompe con un grito que se ahoga en una garganta cansada de gritar y la locura cubre lo que la realidad dice. El Sr. Torres sabe hacer su juego con el mazo de cartas en sus manos; baraja y baraja, con una sonrisa sarcástica se ríe y piensa: «Qué buen negocio me resultó mi mansión; ahora a esperar a las próximas víctimas».
La maldad de los Torres al galope.
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