LA CAJA MISTERIOSA
Pedro paseaba su pobreza por las frías calles de la ciudad capital, noche a noche hablaba con las luminarias que tristes lo veían pasar dibujando su dolor sobre los edificios que mudos aceptaban su presencia. Bien avanzada la noche buscaba abrigo debajo del puente que noche a noche los albergaba al lado de otros dos desventurados, Juan y Rosalba que como el sufrían el rigor de las circunstancias. Muchas noches sufrían el dolor de dormirse sin probar bocado. Al igual que Pedro procedían de lugares remotos de este hermoso país, Juan nació en las montañas del Cauca, sus padres lo subieron a un camión sin importar el destino, contaba con una edad de nueve años y la guerrilla pretendía llevárselo al igual que hicieron con sus dos hermanos mayores, de los cuales nunca supieron nada. Allí entre el cargamento se quedó dormido y cuando despertó muerto de hambre y frio, sus ojos vieron por primera vez la gran ciudad. Poco a poco fue sintiendo el profundo dolor de la soledad y el miedo. Saltó del camión y empezó a caminar para cualquier lado, sus pasos inciertos se resistían a conocer su nuevo destino. Después de caminar muchas horas y el sol de la tarde moribundo avisaba la cercanía de la noche, su corazón se oprimía con fuerza, sentía la angustia de no poder resolver su amarga situación. Las primeras luces se encendían mostrando la profunda soledad de la calle. Sus ojos tropezaron con un puente, allí encontró unos cartones que en algo le ayudaron a soportar el frio. Al poco rato cuando sus ojos empezaban a cerrarse aparecieron los que aparentemente eran los dueños de los cartones reclamando airadamente lo suyo. Eran dos niños que como el tenían la misma edad. Sin opción tuvo que devolverles el objeto del reclamo. Dobló las rodillas contra su pecho y se arropó con sus brazos, temblaba su cuerpo como si fuera a desarmarse, uno de los dos se dirigió hacia él y con mucho sacrificio le dio un cartón diciéndole:
−Está bien amigo, esto en algo te cubrirá.
- −Gracias. Contesta mirando esos lindos ojos. Allí cayó en cuenta de que esa persona tan generosa era una niña.
- −Como te llamas. Pregunta ella con una vocecita tan dulce que a Pedro se le arrugaba el corazón. Hacia tanto tiempo que no sentía algo parecido.
- −Pedro. Responde el algo turbado. Acabo de llegar de La Sierra, un pueblo en el fondo del infierno.
−No te preocupes que aquí nos ayudamos todos. Lo dijo tan despacio que hasta ella misma lo dudaba, llevaba dos meses en esta selva de cemento y ya sabía lo difícil que era sobrevivir.
Siguieron conversando largo rato, hasta que el sueño los fue arropando. El mechón de petróleo que emitía una luz mortecina también se durmió.
Despertaron muy temprano apenas las sombras de la noche se rendían ante la luz que, aunque tenue debido a la ligera llovizna que caía sin cesar. Pedro recorrió con la mirada la pobreza y suciedad del lugar, pudo ver a su nueva amiga de nombre Rosalba y unos metros en un rincón un niño entre una montaña de cartones y papel apenas podía distinguirle la cara.
−Se llama Juan, su nombre es Juan. Murmuró Rosalba señalándolo con la mano. Viene de algún pueblo del Cauca, la guerrilla se lo llevó, tuvo que soportar infinidad de vejámenes hasta que un día logro escapar entre las sombras de la noche. Aquí lo encontré al momento en que yo llegué, y se encontraba completamente drogado, lo he venido cuidando, pero su vicio está tan arraigado como su dolor.
- −Y tú, cuéntame de ti. Le pregunta Pedro.
−Bueno yo vengo de Florencia Caquetá, mis padres tenían un granero de barrio, llegaron los bandidos a extorsionarlos, mi padre se defendió y ellos sin contemplación los asesinaron a los dos, cuando llegué de la escuela los vi en el suelo envueltos en un charco de sangre. Haciendo un poderoso esfuerzo por no llorar fue bajando el volumen de la voz hasta que termino en una mueca de dolor.
Los niños acordaron que era mejor salir solos cada uno por su cuenta así era más fácil encontrar personas caritativas que les dieran comida o alguna limosna. Así lo hicieron por muchos meses, y ya tenían un vasto conocimiento de la ciudad.
Una noche llegó Rosalba con un espejo y una caja de madera adornada de arabescos, que daba la sensación de ser muy antigua.
−Amigos miren las cosas que me encontré entre la basura.
Ella colgó el espejo en cualquier parte mientras los otros investigaban la caja. Pero ninguno se atrevía a abrirla. El lugar pobremente iluminado por el mechón de petróleo proyectaba sombras fantasmagóricas, era el escenario perfecto para esas almas maltratadas. Los tres estaban como estatuas paradas alrededor de la caja misteriosa. En la tapa superior se leía en letras góticas la palabra ARKHAM HORROR, y por supuesto estas palabras los aterraba. Querían salir corriendo de allí, sin embargo, una fuerza superior no los dejaba moverse, la orden era abrir la caja. Pedro fue el encargado de hacerlo, nadie respiraba, los ojos muy abiertos e inmóviles. Pedro respiro profundo y con temblor en las manos se dispuso a hacerlo. ¡Abrió la caja ¡las cosas no iban a ser como antes, se sintió un viento helado, no era un viento, era como una enorme respiración helada que los abrazaba a todos. Del espejo salía una luz muy brillante que lastimaba los ojos, y curiosamente solo iluminaba a los tres muchachos y a la caja. Una voz profunda y fuerte tan fuerte que la estructura del puente se movía, esta procedía del espejo y muy despacio fue diciendo
− ¡Soy el Sr. Torre ¡deben seguir atentamente mis órdenes.
Sin articular palabra los muchachos dirigieron sus miradas al espejo y allí en medio de la luz aparecía una figura con capa y chistera empuñando un bastón. Instintivamente se tomaron de las manos y allí cayeron en la cuenta con enorme sorpresa de que habían dejado de ser niños, ahora eran jóvenes de unos veinte años. Con aterradora sorpresa dirigieron sus miradas hacia el espejo, buscando una explicación. Con una mueca el Sr. Torre les dijo que esa era solo una de las situaciones que para ellos cambiaria. A partir de ese instante el sol murió, su calor se ausento del mundo y la noche se volvió eterna, el frio era glaciar y los deseos de vivir muy pocos. Los planes del Sr. Torre eran macabros. Las órdenes para los tres muchachos se multiplicaban desde robos, asesinatos, crímenes contra la infraestructura de la ciudad, y toda clase de atropellos, la inmoralidad era absoluta. No tenían freno y su misión de sembrar el terror era implacable. No tenían noción del tiempo, los días se perdieron y sus mentes fueron absorbidas por el pensamiento malévolo. Con este accionar no recibían nada material solo el sentimiento del poder, solo ser poderosos era la consigna. No se sabe cuándo ni el motivo, pero sería por coincidencia que se encontraran los tres en el mismo sitio del momento en que abrieron la caja. Y una fuerza divina los impulso a tomarse de las manos, levantaron los ojos al cielo y una luz muy fuerte y acariciadora inundó el lugar, cerraron los ojos y el espejo voló por los aires rompiéndose en mil pedazos. La caja misteriosa exploto y se incineró quedando solo sus cenizas. Cuando los tres abrieron sus ojos vieron que eran nuevamente los niños de antes. No podían recordar nada porque nada pasó, todo sucedió en otra dimensión.
Se abrazaron, lloraron y dieron gracias infinitas a Dios.
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