Eve corría por una Arkham que desconocía, más oscura y gris, el sonido de sus enaguas se oía más fuerte que sus propias pisadas sobre los charcos. El cielo se oscurecía a una velocidad pasmosa, y mientras corría la noche cayó sobre ella como un manto oscuro. Solo un brillo verdoso y enfermizo la llamaba. Un árbol refulgía sobre la oscuridad recortando su figura ominosa sobre la ciudad de Arkham.

Eve Ashdown se levantó sobresaltada de su cama. Hacía varios días que tenía pesadillas similares. Su nuevo puesto como ayudante de conservación de la Sociedad Historia de Arkham, le estaba suponiendo altos niveles de estrés. Eso, y el misterioso Lote 15337 L. Una donación anónima hizo el depósito algunos días atrás, y tanto ella como el conservador jefe, Anthony Van Voore estaban inmersos en su investigación, datación y archivación dentro del catálogo de objetos del archivo. A Eve le divirtió la idea de investigar por su cuenta y convertir el descubrimiento de su origen en una sana competición con el Conservador, como hacía con sus compañeros de facultad. 

De camino a la Miskatonic, su paseo le llevó a la linde del cementerio de la ciudad. Una valla de hierro forjado separaba la vida de la muerte en aquel punto de Arkham.

El cementerio era un lugar acogedor. Una pena que en esta época del año los árboles ya hubieran perdido sus características hojas, que solían teñir el aire de colores cálidos. Sus copas ofrecían una agradable sombra en los calurosos veranos; ahora, sin embargo, el juego de rojos, naranjas y marrones se acumulaba en el suelo como una alfombra marchita.

En uno de los claros, junto a uno de los arces más antiguos, parecía celebrarse un rito funerario. Varias mujeres enlutadas sollozaban en torno a una tumba aún abierta. Sus velos espesos ocultaban sus apenados rostros. Se apoyaban unas en otras con delicadeza, se cogían de las manos… y se besaban.

Se cogían de las manos… y bailaban.

¿Dónde estaba el féretro?

Bailaban en círculos.

¿Y el sacerdote?

Bailaban… elevándose.

Los velos parecian efímeros como el humo y se elevaban sobre sus cabezas. Los vuelos de sus faldas flotaban en torno a ellas mientras reían jubilosas.

Eve no podía apartar la mirada. Y entonces, como si respondiera a un pacto, las plañideras giraron sus rostros al unísono en su dirección con un fuerte crujido seco de sus cuellos.

Eve dio un paso atrás. Cuando volvió la mirada vio a una pareja que la miraban extrañados. Volvió rápidamente la mirada al claro donde el entierro se desarrollaba con total normalidad.

Asustada por la escena, aceleró el paso hasta la universidad, se estaba haciendo tarde y quería estar acompañada lo antes posible.

Una vez en el departamento de Ciencias Naturales, Albert Smooth, su antiguo colega, miraba con detenimiento las anotaciones de Eve.

“Anotaciones Lote 15337 L. La figura representa un rostro de escala realista, emergiendo de lo que parece corteza de árbol (??? Preguntar a Albert). El tratamiento en las dos figuras es totalmente diferente (¿herramientas de alta precisión?). El rostro es suave al tacto mientras que la textura del árbol es muy realista y rugosa. Las manos aprisionan el rostro como tirando de él. Por su morfología el rostro es claramente masculino. Mientras que las manos parecen femeninas. Una de las manos sujeta el rostro por el lado derecho cerca de la frente mientras la otra sujeta parte de la boca y el mentón.”

“El interior de la boca es ridículamente realista. Faltan algunas piezas dentales. Detalles innecesarios a lo largo de la lengua, paladar y la úvula…”

Albert repasaba con lupa el calco que había hecho Eve de la superficie rugosa de la escultura. Tras unos segundos, asintió con firmeza.

—Un arce rojo —dijo—. Antiguo, además. Mira cómo quiebra la corteza en esta zona —añadió, señalando con el dedo unas vetas irregulares. —¿Estás segura de que no me intentas colar un árbol de verdad?. Dijo Albert divertido —¿No es en el cementerio local donde se concentran los arces rojos más antiguos?— Más que una pregunta, era una afirmación de Eve en voz alta. —¿Seguro que lo quieres saber?, No hay vuelta atrás… Ni siquiera la actitud jovial y picaresca de Albert sacaba de su nerviosismo a Eve, que respondió con un bufido de frustración. Al ver la reacción, Albert suspiró y se dirigió a uno de los estantes, donde sacó un archivador que entregó a Eve. —Si, en concreto, la oficina de biología data los más antiguos en la colina del ahorcado, los arces rojos no viven más de 200 años, pero allí se concentran algunos que superan los tres siglos…

Eve salió del laboratorio de Ciencias dejandolo con la palabra en la boca.

Desde la visita a la universidad, se había sentido extrañamente cansada, exhausta. Achacaba su estado al estrés, aunque no podía ignorar las extrañas visiones que había experimentado durante la semana.

Cuando llamó desde la portería de su edificio para disculparse con la Sociedad Histórica por su indisposición, el conservador jefe le respondió con tono seco:
—Descanse, señorita Ashdown.

Aunque severa, su voz sonaba cansada.

Durante sus días de reposo, Eve repasó los apuntes de Albert. Buscó en su propia biblioteca antiguos mapas de la ciudad de Arkham e intentó cotejar más datos, pero todos apuntan al mismo lugar: La Colina del Ahorcado.

Cuando Eve llegó al cementerio, tomó una bocanada de aire reuniendo fuerzas, y se adentró en el recinto. Las lápidas se alineaban en un silencio solemne, interrumpido por la presencia esporádica de algún familiar en su visita sabatina.

La Colina del Ahorcado se encontraba en uno de los laterales del camposanto, ligeramente apartada. El lugar se encontraba en un solemne silencio, solo era roto por el crujir de las hojas a su paso. A lo largo de la colina se encontraban las tumbas más antiguas de la ciudad con apellidos ya perdidos en el tiempo. Eve sintió un escalofrío al levantar la mirada ante el imponente árbol donde descubrió una gran lápida cubierta de maleza justo enfrente del tronco. Se dirigió al monumento funerario y empezó a retirar la vegetación muerta. Respiro de alivio al ver que se trataba no de una lápida, sino de un monumento conmemorativo.

Desgastado por el tiempo, un texto recordaba a las víctimas de los juicios por brujería, ejecutadas más de dos siglos atrás. Mujeres acusadas, silenciadas y asesinadas… Una disculpa tallada en piedra.

Justo detrás del monumento, el tronco que había quedado expuesto,  se hundía abruptamente. Le costó mucho trabajo meter su delgada mano en el espacio que quedaba entre las dos grandes figuras y escarbar entre la maleza. Tuvo que pegar su cara a la fría piedra para mirar por la rendija y comprobar que el tronco estaba claramente extirpado, como si hubiera arrancado una parte de él. 

Se le heló la sangre. 

Eve dio un paso atrás intentando comprender, mirando ahora con asco el monumento que ocultaba una herida abierta en el antiguo arce. Unos susurros llegaron a sus oídos por la derecha. Al girarse vio una docena de figuras femeninas flotaban en el aire congeladas en el tiempo. La imagen duró apenas un segundo. 

Con la respiración entrecortada y el corazón latiendo fuerte en el pecho, Eve empezó a correr en dirección de la Sociedad Histórica.

No era un trabajo de artista. No era una escultura. Era un recuerdo maldito.

Eve llegó a la Sociedad Histórica con la sangre martillando las sienes. La verja exterior chirrio al moverla y saco su propia llave del bolso. El clack de la gran cerradura pareció exhalar aire sobre las hojas de la entrada. La puerta se movió con suavidad y Eve entró cerrando la gran puerta de madera a su espalda.

Cuando Eve dio el primer paso se detuvo en seco. 

Una figura femenina, vestida de negro de pies a cabeza, permanecia a los pies de la escalera con las manos unidas y la cabeza gacha en pose sumisa. La figura parecía estar orando de manera vertiginosa en apenas susurros. 

Eve dio un paso al frente haciendo acopio de valor. La figura entonces comenzó a subir por las escaleras. Sus pies no emitían ningún sonido, las enaguas y la muselina lamían perezosas los escalones conforme la imagen ascendía por el edificio.

Siguiendo a la extraña figura, Eve llegó a la primera planta, donde la aparición giró primero en dirección a la biblioteca sin detener su susurrante oración. 

La figura abrió la puerta ligeramente, pero esta no se movió al compás de la mano de la mujer, sino a destiempo, como si la imagen de la mujer y la puerta estuvieran en épocas diferentes y desacompasadas.

Eve siguió a la figura en completo silencio, donde se detuvo delante de una de las vitrinas, dando la espalda a la ayudante de conservación. 

Cuando Eve llegó a su altura, se apartó a un lado y observó el interior de la vitrina. 

—Lote 01685. Rosario de madera holandesa, 1627…— Dijo Eve casi a modo de reverencia. 

Alargó el brazo hasta el delicado cierre de la vitrina, mientras la figura a su lado intensificaba el ritmo de su oración. El velo de la mujer se mecía con cada exhalación litúrgica que salía de sus labios.

El delicado clic del cierre dio por terminada la oración. 

Cuando Eve introdujo la mano para sacar el rosario, una sensación de alivio la inundó. No había rastro de la figura a su lado.

Un golpe seco y arrastrar de muebles la sacó de su ensimismamiento. 

El sonido provenía de la habitación de los archivos, al otro lado del pasillo.

Eve abrió la puerta de los archivos con una mano mientras sujetaba el rosario con la otra. 

En el interior no había nadie. 

Sobre el escritorio principal seguía la extraña escultura con su grito congelado. El ambiente estaba enrarecido y el aire entraba con dificultad en los pulmones de Eve, que avanzaba hasta el escritorio mirando a los lados a través de los estantes. El escritorio parecía revuelto, con algunas hojas sueltas de apuntes desperdigadas por el suelo. Eve examinó de nuevo la escultura que ahora miraba con extrañeza. El rostro parecía contener una ira desmedida y ambas manos sujetaban el rostro desde la parte superior de la cabeza tirando de la cabeza hacia atrás.

Eve contuvo el aliento. Recordando sus apuntes hace apenas unos días.

“…Una de las manos sujeta el rostro por el lado derecho cerca de la frente mientras la otra mano sujeta parte de la boca y el mentón.”

Horrorizada, dio un paso atrás mientras la escultura emitía una brusca pulsación que levantó los papeles que estaban alrededor. La imagen totalmente blasfema ocurrió cuando las manos que sujetaban el rostro se replegaron y la cabeza empezó a surgir de la escultura. Un parto grotesco que continuó con la salida de un ser oscuro e imposible. El cuerpo de un hombre adulto sacudió el suelo, de la grieta surgió otra figura, sujetándose a los bordes y mostrando un torso femenino que abrió la boca cuando se irguió totalmente. Las dos figuras, una masculina y otra femenina brillaban suavemente en tonos verdosos. La piel era como el pergamino seco, pequeñas volutas de humo salían de sus huesudos cuerpos. Sus pupilas eran orbes refulgentes de un color verde enfermizo y su expresión contraída en una sonrisa silenciosa y siniestra.

Las figuras se mantuvieron ligeramente elevadas en el aire. Eve trastabilló con el mobiliario cuando dio dos zancadas para dirigirse a la salida. Pero antes de llegar a la puerta vio como uno de los estantes que estaban pegados a la pared se movió pesadamente en su dirección, haciéndole caer contra el suelo. 

De detrás del estante salió el Dr. Anthony Van Voore, tras él una luminiscencia antinatural recortaba la silueta del Conservador. Van Voore miraba desde lo alto a Eve que retrocedió arrastrándose. Cuando el doctor cruzó por fin el umbral, Eve pudo ver como el Conservador tenía rasgadas las mangas de su camisa, mostrando unas extrañas marcas que emitían un brillo igual que la escultura, igual que sendos espectros.

—Señorita Ashdown—dijo tendiendo una mano a Eve, que ella rechazó al instante. —Me alegra que esté aquí hoy… que este aquí ahora. En los límites de su visión de Eve pudo ver como las figuras correteaban silenciosas por las paredes emitiendo un siseo. Van Voore, al ver el rechazo de su ayudante, se irguió y empezó a caminar ceremoniosamente hasta el escritorio central, donde se encontraba la escultura, ahora desprovista de figuras. 

Eve no pudo evitar mirar el lugar de donde había surgido el Conservador. Una habitación imposible estaba detrás del estante movido, en su interior se podía ver una biblioteca infinita en todas direcciones. 

La sensación de vértigo la abrumó, aturdida volvió la vista al conservador.

Van Voore, de espaldas a Eve, cogió con reverencia la escultura vacía. Las figuras se acercaron al conservador gráciles, casi flotando, y empezaron a hacer arrumacos lascivos a Van Voore. Lo rodeaban, miraban y acariciaban. El conservador les correspondía de la misma manera.

La imagen era vomitiva.

Van Voore se acercó entonces a Eve, que estaba totalmente estupefacta. La cogió del brazo y la elevó mientras con la otra mano sujetaba el lote 15337 L.

 —¿No está cansada, señorita Ashdown?, ¿Cansada de leer?, ¿Cansada de vivir la historia a través de otros?
Eve podía ver el cansancio en la cara de Van Voore. Hacía varios días que no se afeitaba, su aliento era desagradable y a sus ojos los rodeaba una sombra oscura.
—¿No cree que es momento de actuar?, ¿De responder a una auténtica promesa de poder? —dijo mientras las horribles figuras seguían de cerca al conservador.

—Pero el conocimiento infinito tiene un precio —dijo Van Voore, bajando el tono.

El conservador soltó a Eve y se dirigió de nuevo al escritorio sin darse la vuelta y continuó en tono sombrío:
—Yo puedo sacrificar mi cordura… Pero el poder exige una vida…

Los espectros saltaron hacia Eve, que seguía compungida con el rosario apretado contra su pecho. Las criaturas la agarraron de los brazos mientras ella no paraba de agitarse, intentando zafarse del férreo agarre de los espectros, que la arrastraban ante el escritorio. Van Voore se hizo a un lado, ceremonioso, y Eve vio cómo la hendidura en la escultura se abría con cada paso.

Las criaturas la arrastraban con facilidad. Sus pies apenas tocaban el suelo; sin embargo, la fuerza que ejercían era descomunal. Eve casi podía sentir la oscuridad llamándola desde la negrura que se abría ante ella.

De pronto, las criaturas se detuvieron en seco. Soltaron a Eve, que saltó hacia atrás con fuerza.

Doce sombras se manifestaron en la habitación.

Doce plañideras enlutadas surgían alargadas desde los pies de Eve en todas direcciones.

Un susurro oratorio inundó la estancia, mientras las criaturas miraban en todas direcciones, asustadas, compungidas. Su sonrisa se tornó en horror.

Eve, centro de la espiral de sombras, se puso de pie con firmeza, sosteniendo el rosario en alto sin saber muy bien por qué.

Las criaturas, ahora acobardadas, sollozaban lastimeras ante la atónita mirada del Conservador.

El coro de plañideras intensificó el ritmo del salmo, a la vez que Eve levantaba el rosario en alto. Van Voore dio un paso al frente, sujetando con fuerza el brazo elevado de Eve.

—Niña estupida. ¡Juegas con conocimiento que no comprendes!

Del interior de la escultura comenzó a levantarse un viento que arrojó todos los elementos del archivo por los aires, haciéndolos girar antes de ser engullidos por el abismo de la escultura.

Las sombras continuaban con su oración, mientras las criaturas se acercaban al hueco, como alimañas, huyendo hacia su madriguera. Van Voore intentaba con fuerza arrebatar el rosario a su ayudante, que mantenía una postura inquebrantable, insuflada por la fuerza de la oración conjunta.

De pronto, Eve empezó a ver un árbol inmenso, y doce figuras que danzaban en círculo en plena oración:

“El mal será sellado. Y ellas serán el pago”.

Cuando Eve volvió en sí, seguía sujetando el rosario en alto, con el Dr. Van Voore frente a ella, forcejeando. 

—¿Niña estúpida?—Dijo Eve elevando la voz sobre el torrentoso viento— El único que juega con lo que no comprende… es usted.

Una mano grisácea surgida desde la espalda del conservador lo agarró con fuerza del brazo. Otra, huesuda, lo tomó del cuello, y dos más lo sujetaron violentamente de la cabeza y la cintura.

Las criaturas, prácticamente enterradas en su agujero, tiraban de Van Voore hacia dentro, mientras otros objetos eran engullidos por el abismo. El conservador no soltaba a Eve, quien era arrastrada con él, igual que el resto de cosas de la sala. El cántico sonaba por encima del huracanado viento que asolaba la estancia.

Van Voore, con medio cuerpo dentro de la escultura, arañó el brazo de Eve, lacerando su piel. Ella, en un acto reflejo soltó el rosario. El conservador lo atrapó al vuelo, soltándola, siendo arrastrado por cuatro garras hacia el interior del abismo.

Lo último que Eve vio del conservador jefe Anthony Van Voore fue su rostro, sujetado por dos pares de manos, mientras gritaba y se petrificaba en una nueva escultura.

Eve se levantó sin apartar la mirada de la escultura, respirando de forma acelerada. A su alrededor, los archivos de la Sociedad yacían desperdigados por toda la estancia.

Con su mente aun abotargada, Eve cogió la escultura y se dirigió a la extraña habitación que se había abierto tras el estante. Sin poner un pie en la incomprensible estancia, la arrojó con todas sus fuerzas hacia el interior. La pieza cayó eternamente entre estantes infinitos, arriba y abajo, hasta desaparecer, lejos de su visión.

Eve movió el estante de nuevo a su lugar. El extraño resplandor que emanaba de la grieta pareció extinguirse al instante. Entonces, exhausta, se dejó caer al suelo, rendida por el esfuerzo. 

Cuando el mundo de la vigilia se desdibujó frente a ella, notó un suave regazo bajó su cabeza. Una mano acariciaba con delicadeza su pelo, mientras otras tantas manos acunaban a la ayudante de conservación.

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