Dejarte ir fue un error; el más grande, diría yo

Dejarte ir fue un error; el más grande, diría yo

Cruje, como último acto de redención; palabras disonantes resuenan en silencio. Está hecho, aunque parece que todo es un sueño. Tiemblo y sudo frío; la realidad no puede esconderse, como bien dicen algunos, no puedes tapar el sol con un dedo.

Producto de la influencia, he caído: un paso en falso, no hay vuelta atrás. Lo intento y no hallo respuesta; llamo y nadie contesta. El dolor, poco a poco, acecha mis noches. Si tan solo hubiera pensado un poco más, si tan solo hubiera visto con el corazon, hoy no sentiría tanta ausencia. Gran parte de mí se ha ido y esta vez, para siempre.

Se ha apagado el brillo de tus ojos; ya no sonries, estas callada, evitas exponerte. Después de ese día no sé nada de ti. Puedo sentir tus heridas;  he lastimado a quien juré solo proteger. Estás en tu derecho a ignorarme, pero soy humano y cometo errores. Lo malo es que tuve que pasar por el infierno para ver, desde abajo, el paraiso en el que estaba. 

Lo siento: dos palabras. Créeme que es sincero cuando te lo digo. Mi corta edad no es pretexto, lo sé, pero le atribuyo la falta de experiencia e inmadurez al tomar decisiones. ¿Cómo podré resarcirme?, me pregunto. Te busco en mis sueños; al despertar, lo primero en lo que pienso eres tú. Nadie me dijo como es el proceso de hacerse cargo de las consecuencias.

He escuchado a las personas equivocadas. Esclavo del impulso,  arrastrando el peso de mis palabras. Sin fuerzas me encuentro frente a la soledad, que durante buen tiempo estuvo ausente; ahora solo ella es mi compañera, quien a la fuerzas me recuerda el infortunio de mi decisión, aquella que puso fin a nuestra historia.

Si tan solo pudieras escucharme, te daría una explicaría detallada. Realmente estoy arrepentido: no habían pasado ni cuarenta y ocho horas, cuando caí en cuenta de que perderte era lo último que quería. Entendí que amar es una decisión que se toma cada día, como una planta que necesita ser regada. Ya lo entendí: no quiero estar sin ti.

Me sentí en una encrucijada: por un lado, una figura a quién admiraba; por otro, una mano compañera. El desconcierto acaparó mi mente y, en contraste, ví la luz. La primera parecía certera, mas no verdadera. Cuando por fin entró la razón, ya todo estaba oscuro. Cegado, te ingnoré; a pesar de la adversidad, siempre me acompañabas y, ante los problemas, siempre le econtrabas solución.

Volver a la normalidad? Puede sonar lógico. He intentado sacarte de mi vida socialmente: eliminé tu número del celular, borré todo recuerdo fotografico, celebré por fuera y forcé mi sonrisa. Evité los lugares que frecuentas y resalté tus errores, pero todo fue en vano. Si a solas mi mente solo sabe regresar a ti, siempre regresa a ti. Es cierto: uno siempre regresa a donde fue feliz.

Setecientos treinta días construí contigo, y me bastó uno solo, una tarde de juego, para que se instalara una duda que me confundió. Calaron tanto en mí algunas escenas que crei no me dejarías desarrollar mi potencial; sin embargo, siempre me impulsaste. Pensé que no me dabas el lugar que me correspondía, pero siempre me hacías parte de tu vida; creí que no me apoyabas lo suficiente, pero te vi develada por ayudarme. Permití que otros opinaran a diestra y siniestra sobre ti; te pusieron etiquetas que no te correspondían.

Se atrevieron a compararte y, con ello a menospreciarte. Aquellas personas que compartieron la mesa contigo hoy estaban contra ti. Lo peor es que, a diferencia de ellos, solo yo te conocía de un modo tan íntimo y sublime que no me perdono haber dejado aquella puerta abierta y verte salir por ella sin retenerte, sin siquiera decir «por favor, quedate». ´Por el contrario, enfurecido y con resentimiento, dije cosas que te alejaron más. Fui muy cruel, y, como de un juego de ajedréz, un jaque mate terminó la partida.

 Me preguntan por ti y escucho crujir un corazón roto. ¿Cómo les digo que cada pedazo tiene tu nombre? Al tratar de unirlos, te veo. ¿Cómo les digo que, si pudiera retroceder el tiempo, no lo pensaría dos veces y volvería a ti? Una sonrisa fingida acompañada de un «lo hemos dejado» es mi forma de lidiar con todo esto. Al fin y al cabo, ¿qué les puede importar? ¿Cómo podrían comprender? Simplemente son personas lidiando con su propia historia, sus vacios, traumas y complejos.

Me hago responsable por completo; no voy a justificarme. Si bien escuche opiniones ajenas, nadie me obligo a nada. Deseo que algún día puedas recordarme con cariño y que te lleves lo más bonito de lo nuestro. Mis intenciones siempre fueron buenas contigo y, aunque cometí un error, no hay noche en que no me lo reproche: es suficiente castigo para mi no volver a tenerte.

Espero que nuestros caminos se vuelvan a unir; sé que lo harán. Me gustaría contarte cómo me ha ido, molestarte con mis bromas, acariciar tu pelo. Un beso, claro que te lo daría; tomarte de la mano, llevarte a caminar por mis lugares favoritos, regalarte recuerdos conmigo y decirte lo mucho que te amo. 

Recuerdo el día que nos conocimos: te sentia tan cercana; supe que eras tú. Desde aquella vez no te solté. Me veía contigo y solo contigo quería estar. Con el tiempo te fui conociendo: conocí tus miedos, tus fracasos, el dolor que guardabas. Cargué el peso de tu mochila; ya no ibas a estar sola nunca más. Prometí siempre estar para ti; lamento haber roto esa promesa y, con ella, tu corazón.

Contigo aprendí a ver el lado bonito de la vida: que no siempre todo sale como lo planeamos, pero que la persistencia debe ser nuestra mayor virtud. La empatía con la que abordabas la vida, cómo tratabas de alcanzar tu independencia, la autosuficiencia como meta, la calidez de tu trato, la honestidad que te describia a la perfección, la sensibilidad que te caracterizaba, tu autenticidad y la manera en que dejabas salir a tu niña interior eran maravillosas.  Eras mi persona favorita: tus ocurrencias, tu risa incomparable, tu voz tan dulce, la delizadeza al hablar, tu apariencia tan tierna. Definitivamente serás dificil de olvidar.

Dejarte ir fue un error; el más grande, diría yo.

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