Capítulo 1 — “El Silencio Antes del Grito”
La casa de los Morwen estaba al borde del pueblo, justo donde el bosque comenzaba a murmurar. No era grande, pero tenía lo esencial: paredes que contenían secretos, ventanas que miraban sin ver, y una chimenea que nunca se apagaba del todo. Allí vivía James, un niño de ocho años con ojos demasiado oscuros para su edad y una calma que inquietaba incluso a los que lo amaban.
Su madre, Elira, solía decirle que el mundo tenía miedo de lo que no entendía. Su padre, Kael, prefería no hablar del tema. Y su hermana, Nara, dibujaba sombras con forma de alas en sus cuadernos, como si supiera algo que nadie más sabía.
Desde pequeño, James había sentido cosas que no podía explicar. Cuando lloraba, las luces parpadeaban. Cuando se asustaba, las sombras se alargaban como si quisieran protegerlo… o devorarlo. Una vez, cuando un perro lo atacó, el animal simplemente se detuvo en seco, temblando, y huyó con un chillido que no parecía suyo.
El pueblo empezó a hablar. Primero en susurros. Luego en gritos. “El niño del eclipse”, decían. “La semilla del abismo.” Nadie se acercaba a la casa. Nadie les vendía pan. Nadie respondía cuando Kael saludaba en el mercado.
Pero esa noche, todo cambió.
Era una noche sin luna. El cielo estaba cubierto de nubes, y el aire olía a ceniza antes de que el fuego comenzara. James estaba en su habitación, dibujando con Nara. Ella le mostraba un nuevo personaje: una figura envuelta en sombras, con ojos rojos y una sonrisa rota. “Se llama Crom”, dijo. “Es lo que vive dentro de ti cuando tienes miedo.”
James no entendió. Pero algo en el dibujo lo hizo temblar.
Un golpe en la puerta. Luego otro. Luego muchos.
Kael corrió a la entrada. Elira tomó a los niños y los llevó al sótano. “No salgan. Pase lo que pase, no salgan.” Su voz temblaba, pero sus ojos eran firmes.
Desde el hueco bajo las escaleras, James escuchó los gritos. Primero los de su padre. Luego los de su madre. Después, el silencio. Solo el crujido de la madera, el fuego, y el sonido de pasos que no corrían… marchaban.
Nara lo abrazó. “No tengas miedo”, susurró. “Crom no quiere que tengas miedo.”
Pero James tenía miedo. Y el miedo lo escuchó.
Las sombras empezaron a moverse. No como antes. Esta vez, tenían forma. Tenían intención. Se alzaron como olas, como brazos, como cuchillas. El suelo tembló. Las antorchas se apagaron. Y James, sin saber cómo, sin quererlo, sin entenderlo… los mató a todos.
El fuego se extinguió. El pueblo quedó en silencio. Y James salió del sótano con los ojos vacíos y las manos manchadas de algo que no era sangre, pero tampoco era sombra.
Crom lo esperaba en el umbral. No como dibujo. No como idea. Como voz.
“Ahora sabes quién eres.”
Capítulo 2 — “El Susurro Bajo la Piel”
El amanecer no llegó. No ese día.
El pueblo de Elaren, donde James había nacido, ya no existía. Las casas eran ceniza. Las calles, grietas. Los cuerpos, polvo. Y en el centro de todo, James caminaba sin rumbo, con los pies descalzos y la mirada perdida. No lloraba. No hablaba. Solo escuchaba.
“¿Lo sientes?”
La voz no venía de fuera.
“Eso que se arrastra por tu columna. Eso que te hace temblar cuando estás solo. Soy yo.”
Crom.
No era una alucinación. No era un eco. Era una presencia. Un pensamiento con garras. James lo había sentido antes, en pesadillas, en momentos de miedo. Pero ahora, Crom tenía forma. No física, no visible. Pero real. Como una sombra que se movía dentro de su sombra.
James caminó durante días. No comía. No dormía. El mundo lo rechazaba. En cada aldea que intentaba acercarse, los animales huían. Las luces se apagaban. Las personas cerraban puertas antes de que él pudiera hablar. Algunos lo atacaban. Ninguno sobrevivía.
No porque él quisiera. Porque Crom respondía.
“No puedes vivir entre ellos. No eres como ellos. ¿Por qué finges?”
James empezó a hablar solo. A discutir con Crom. A rogarle que se callara. Pero Crom no obedecía. Solo crecía. Cada emoción negativa lo alimentaba. Ira, miedo, culpa. Todo lo que James sentía, Crom lo convertía en poder.
Una noche, James encontró un lago. El agua era negra, como si reflejara algo que no estaba allí. Se arrodilló y miró su rostro. No era el mismo. Sus ojos eran más oscuros. Su piel más pálida. Y detrás de él, en el reflejo, una figura: Crom. Con ojos rojos. Con sonrisa rota. Con la forma exacta de James… pero sin alma.
“¿Quieres saber por qué no puedes morir?”
“Porque yo no lo permitiré.”
James gritó. Golpeó el agua. El lago se agitó. Las sombras salieron del bosque y rodearon la orilla. No atacaban. Solo observaban. Como si esperaran órdenes.
Esa noche, James intentó quitarse la vida. Se lanzó al agua. Se hundió. Esperó el final.
Pero el agua lo rechazó.
Su cuerpo flotó. Su piel no se rompió. Su corazón no se detuvo.
“Eres mío. Y yo soy eterno.”
Desde entonces, James dejó de buscar refugio. Empezó a buscar respuestas. Viajó a ruinas antiguas, a templos olvidados, a bibliotecas malditas. Aprendió sobre la resurrección, sobre la inmortalidad, sobre el control de las sombras. Descubrió que su poder no era único… pero sí el más puro. El más peligroso.
Y Crom, cada vez más fuerte, le enseñaba cómo usarlo.
Pero James no quería destruir. Quería entender. Quería redimirse. Quería… volver.
Volver a ser el niño que dibujaba con su hermana. Volver a escuchar la voz de su madre. Volver a sentir el abrazo de su padre.
Pero el pasado no se revive. Solo se arrastra. Como Crom.
Capítulo 3 — “Donde la Luz No Huye”
El Reino Principal se alzaba como una promesa entre ruinas. Torres de mármol blanco, estandartes dorados, calles limpias y vigiladas. Para James, era como entrar en un sueño que no le pertenecía. Su capa estaba rasgada, sus botas cubiertas de barro seco, y sus ojos… sus ojos ya no eran los de un niño.
Los guardias lo dejaron pasar sin mirarlo. No porque no lo vieran, sino porque algo en él los obligaba a apartar la vista. Crom lo notó.
“¿Ves? Incluso aquí, donde todo brilla, tú eres la grieta.”
James ignoró la voz. Había aprendido a hacerlo. A veces funcionaba. A veces no.
Caminó por las calles, observando a los comerciantes, a los niños, a los nobles. Nadie lo reconocía. Nadie lo temía. Aún. Pero él sabía que no podía quedarse mucho tiempo. Su poder era como un incendio bajo la piel. Tarde o temprano, ardería.
Fue en la biblioteca donde la conoció.
Lyra.
Estaba sentada entre pergaminos antiguos, con una lámpara de aceite y una expresión de concentración que parecía contener siglos. Su cabello era plateado, no por edad, sino por magia. Sus ojos, verdes como el musgo que crece en los lugares donde nadie pisa. Cuando James entró, ella lo miró. No con miedo. No con juicio. Con curiosidad.
—¿Buscas algo? —preguntó.
James dudó. Nadie le hablaba así. Nadie le ofrecía palabras sin peso.
—Respuestas —dijo.
Lyra sonrió. No una sonrisa amplia, sino una que apenas se dibujaba en la comisura de los labios. Como si entendiera demasiado.
—Entonces estás en el lugar correcto. O en el más peligroso.
Pasaron horas hablando. James no reveló todo, pero Lyra parecía saber más de lo que decía. Hablaba de magia antigua, de poderes que nacen del dolor, de entidades que se forman cuando el alma se fragmenta. Habló de Crom sin nombrarlo. Y James, por primera vez, sintió que podía respirar sin que las sombras se movieran.
“Ten cuidado,” susurró Crom. “Ella ve más de lo que debería.”
En los días siguientes, Lyra lo presentó a otros: John, el guerrero que había perdido a su familia en una guerra absurda; Nyx, la estratega que hablaba poco pero pensaba demasiado; Mike, el espía que reía como si nunca hubiera llorado.
Juntos formaron un equipo. No por necesidad. Por instinto.
Misiones comenzaron a llegar. Pequeñas al principio: escoltar caravanas, investigar ruinas, proteger aldeas. James se mantenía al margen, pero cada vez que uno de ellos caía en peligro, su poder se desataba. No completamente. Solo lo suficiente para salvarlos. Solo lo suficiente para que Crom se riera.
“Estás jugando a ser héroe. Qué patético.”
Pero James no escuchaba. No del todo. Porque Lyra lo miraba como si aún quedara algo en él. Como si el niño que dibujaba sombras aún pudiera volver.
Una noche, mientras acampaban en las afueras del reino, Lyra se acercó. El fuego crepitaba. Los demás dormían.
—Sé quién eres —dijo.
James no respondió.
—Y sé quién vive dentro de ti.
Silencio.
—Pero también sé que no eres él. No completamente.
James la miró. Crom también.
—¿Y si lo soy? —preguntó.
Lyra tomó su mano. No temblaba.
—Entonces haré que lo olvides. Aunque sea por un momento.
Ese momento fue el primero en que Crom se calló. No por debilidad. Por confusión.
Y James, por primera vez, durmió sin pesadillas.
Capítulo 4 — “El Reino Contra el Hijo del Eclipse”
El sol se alzaba sobre las torres del Reino Principal como si nada pudiera romper su luz. Pero James lo sabía: la luz más brillante es la que más teme a la sombra.
Después de meses de misiones, de camaradería, de silencios compartidos con Lyra bajo cielos estrellados, el equipo de cinco se había convertido en leyenda. Los aldeanos los saludaban con respeto. Los nobles los observaban con recelo. Y el rey… el rey los estudiaba como si fueran piezas en un tablero que ya había decidido sacrificar.
James lo sintió antes de que ocurriera. Crom también.
“Demasiado silencio. Demasiada paz. Esto no es hogar. Es trampa.”
La misión parecía simple: escoltar un artefacto mágico desde las ruinas de Virel hasta la torre del rey. Pero el convoy nunca llegó. En su lugar, una emboscada. No por bandidos. Por soldados del reino. Uniformes dorados. Espadas bendecidas. Órdenes claras.
—¡En nombre del rey, entreguen al portador de las sombras! —gritó el capitán.
John fue el primero en responder. Su espada cortó el aire con furia. Nyx gritó órdenes, buscando una salida. Mike desapareció entre los árboles, buscando flanquear. Lyra se quedó junto a James, su mano en la suya.
—No uses tu poder —susurró—. No aún.
Pero James ya lo sentía. Crom se movía. Se reía. Se preparaba.
“Déjame salir. Solo un poco. Solo para protegerlos.”
James dudó. Y en ese segundo, John cayó. Una lanza atravesó su pecho. Nyx fue rodeada, sus estrategias inútiles ante la traición. Mike fue capturado, sus gritos apagados por magia. Solo Lyra y James quedaron.
El cielo se oscureció. No por nubes. Por voluntad.
El rey apareció, montado en un corcel negro, rodeado por su ejército. Su mirada era fría. Su voz, aún más.
—James Morwen. Portador de la maldición. En nombre del Reino Principal, se te condena a muerte.
Lyra se interpuso.
—¡Él no es lo que creen! ¡Él ha salvado más vidas de las que ha tocado con sombra!
El rey no respondió. Solo levantó su espada.
Y entonces, Crom despertó.
No como susurro. No como sombra. Como grito.
James cayó de rodillas. Su cuerpo tembló. Sus ojos se volvieron rojos. Las sombras se alzaron como torres. El suelo se quebró. El aire se volvió espeso. Y Crom habló con voz propia.
“¿Muerte? No. Yo soy la muerte.”
Los soldados fueron los primeros en caer. No por espadas. Por miedo. Por desesperación. Las sombras los devoraban, los convertían en ecos. El rey intentó atacar, pero su espada se oxidó en el aire. Su corcel se desintegró. Y Lyra… Lyra gritó.
—¡James! ¡No eres él! ¡Resiste!
Pero James ya no estaba. Crom había tomado el cuerpo. Y no había compasión.
Lyra corrió hacia él. Lo abrazó. Las sombras se detuvieron. Por un segundo. Por un suspiro.
Y luego, Crom la atravesó.
No por odio. Por necesidad.
James volvió en sí justo cuando Lyra caía. Su cuerpo sin vida. Su mirada aún llena de fe.
El grito que soltó no fue humano. Fue algo más. Algo roto. Algo eterno.
El reino ardió.
Capítulo 5 — “Donde las Sombras Lloran”
El Reino Principal ya no tenía cielo.
Las nubes se habían vuelto negras, no por tormenta, sino por voluntad. Las torres que antes brillaban con mármol y oro ahora se inclinaban como si pidieran perdón. Las calles estaban vacías, pero no silenciosas. Las sombras hablaban. Gritaban. Reían.
Crom había tomado el trono.
James ya no estaba. Su cuerpo caminaba, hablaba, destruía. Pero su alma… su alma se había hundido en un rincón donde ni siquiera el recuerdo podía alcanzarlo. Crom gobernaba con puño de sombra, con mirada de fuego, con voz que hacía temblar las piedras.
Los sobrevivientes del reino se escondían. Algunos rezaban. Otros maldecían. Todos sabían que el fin había llegado. No por guerra. No por hambre. Por él.
“¿Esto es lo que querías?”
“¿Paz?”
“La paz es solo el silencio que precede al grito.”
Crom no tenía ejército. No lo necesitaba. Las sombras eran su ejército. Las emociones rotas, su combustible. Cada rincón del reino se convertía en ruina. Cada estatua, en polvo. Cada recuerdo, en lamento.
Y entonces, en medio de la destrucción, algo cambió.
Una luz.
Pequeña. Frágil. Pero real.
James, dentro de sí mismo, empezó a escuchar algo que no era Crom. Algo que no era odio. Era… música. Era la risa de Nara. La voz de Elira. El susurro de Kael. El grito de John. La estrategia de Nyx. La burla de Mike. El abrazo de Lyra.
Las almas.
No como fantasmas. No como espectros. Como memorias puras. Como fragmentos de amor que se negaban a desaparecer.
Crom se detuvo.
“¿Qué es esto?”
“¿Por qué no se callan?”
Las almas rodearon el trono. No atacaban. No juzgaban. Solo hablaban.
—James —dijo Kael—. Ya no tienes que pelear.
—Hermano —susurró Nara—. Dibujemos otra historia.
—Hijo —dijo Elira—. Ven a casa.
—Compañero —dijo John—. Descansa.
—Comandante —dijo Nyx—. La batalla terminó.
—Idiota —dijo Mike, sonriendo—. Te extrañamos.
Y Lyra, la última, se acercó. Su luz era tenue, pero firme.
—No eres Crom. Nunca lo fuiste. Solo eras un niño con miedo. Y yo… yo siempre vi al niño.
James lloró. No con lágrimas. Con sombra. Con fuego. Con todo lo que había contenido durante años.
Crom gritó. Se resistió. Se quebró.
“¡No! ¡Ellos no existen! ¡Tú eres mío!”
Pero James se levantó. No con poder. Con amor.
—No más.
El cuerpo se iluminó. Las sombras se disiparon. Crom se desintegró, no por fuerza, sino por perdón. El reino respiró. El cielo volvió. Y James… James cayó.
Su cuerpo sin vida quedó en el trono. Pero su rostro tenía paz.
Las almas lo rodearon. Lo levantaron. Lo llevaron a un lugar donde el dolor no podía alcanzarlo.
Última imagen: James caminando entre ellos, hacia una luz que no cegaba, que no juzgaba, que simplemente… lo dejaba descansar.
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