PROFUNDIDADES INSONDABLES

PROFUNDIDADES INSONDABLES

Oscar Calleja

08/09/2025

—Por consiguiente, si no tenemos la capacidad de aprender de los errores del pasado, estamos irremediablemente condenados a repetirlos —declaró el profesor Warren Rice dirigiéndose a su alumnado—. Es por ello que la Arqueología se convierte en una disciplina de vital importancia. Solo nosotros tenemos la llave del conocimiento antiguo. Solo nosotros podemos desentrañar los misterios del pasado. Y a lo largo de este semestre será mi labor instruirles en dicha materia. Espero que tengan esto en cuenta cuando reciban el premio Nobel y me incluyan en los agradecimientos.

Una vorágine de carcajadas inundó el aula, seguido de un murmullo de comentarios entre los alumnos de primer año de Arqueología en la Universidad Miskatonic. Nadie se percató de la presencia trajeada que entró, aprovechando el barullo, y se mimetizó en la última fila, ocultando su rostro con un sombrero gris a juego con el propio traje.

—Bien, basta por hoy —prosiguió el profesor Rice, acallando las voces de su audiencia—. Lean el primer capítulo de “Auge y caída de la civilización minoica” para la semana que viene. Lo comentaremos en clase. Hasta entonces, sean buenos.

El hombre trajeado esperó hasta que todos los alumnos abandonaran el aula para acercarse al ponente.

—¿Profesor Rice? —preguntó, al tiempo que observaba al hombrecillo de pelo cano, profundas arrugas, ojos sabios y mirada intensa.

—El mismo que viste y calza. No parece usted uno de mis alumnos.

—No, en efecto. Puede llamarme Señor Torre. ¿Podríamos hablar en su despacho? Hay algo que querría comentarle. Algo que, estoy convencido, será de su interés.

—De acuerdo —respondió el profesor—. Pero tenga en cuenta que, por muy interesante e inimaginable que resulte lo que sea que vaya a proponerme, ni loco volveré a embarcarme en una cruzada de tal magnitud como en la que participé hace un par de años. Ni por todo el oro del mundo me van a mover de esta universidad.

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Dos meses después…

Recorte de la portada del Arkham Advertiser el 23 de junio de 1932:

EL ACLAMADO PROFESOR WARREN RICE EMBARCA RUMBO A LAS DESCONOCIDAS PROFUNDIDADES DEL ATLÁNTICO

El famoso profesor Rice de la Universidad de Miskatonic zarpa desde Providence junto con un grupo de científicos pertrechados con todos los instrumentos y material de exploración necesarios en el robusto velero Shackleton. Warren Rice, quien se convirtió en leyenda tras acabar con una importante secta satánica en el pueblecillo de Dunwich hace unos años, dirigirá ahora una nueva expedición cuyo itinerario y objetivos permanecen en secreto. Sin embargo, este periódico ha podido saber que la embarcación cuenta con un batiscafo y con víveres para aproximadamente doce meses, lo que hace sospechar que se dirigen a estudiar el fondo marino de alguna zona en las profundidades del Atlántico norte.

La expedición ha sido financiada por…

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Parte del diario quemado encontrado en los camarotes de la tripulación a bordo del Shackleton por el equipo de salvamento del USS Indianápolis el 3 de enero de 1933:

“… y se me están congelando los huevos del frío, y eso que aún estamos en noviembre. El puto profesor sabiondo ese nos tiene todo el día arriando e izando el batiscafo. Y mientras él está en el fondo marino recogiendo piedras pintadas con los brazos mecánicos, nosotros tenemos que permanecer en cubierta congelándonos los cojones. El tío se pasa horas ahí abajo. No sé por qué hostias vuelve tan contento cada vez que sube con esas rocas. Los otros dos científicos se pasan el día en la bodega, supuestamente estudiando los dibujos. Yo creo que no hacen nada. Estar calientes, solo eso. Menudos hijos de puta.

20 de noviembre de 1932

No sé qué coño ha visto el profesor Rice ahí abajo, pero hoy ha subido con la cara blanca y con una expresión de miedo en el rostro. Ha salido a toda prisa del batiscafo cuando lo hemos izado y se ha reunido durante casi una hora con los científicos, el capitán y el primer oficial. Cuando han acabado el capitán nos ha dado armas y nos ha organizado para hacer rondas por cubierta.

Esto no es normal. Ni yo ni los muchachos sabemos de qué va todo esto, solo obedecemos órdenes. El barco vuelve a puerto, aunque aún nos quedan semanas de travesía. Solo espero que…

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Recorte de artículo del New York Times publicado el 18 de enero de 1933:

EL MISTERIO DEL SHACKLETON

Hace dos días el USS Indianápolis entraba en las aguas del puerto de Nueva York remolcando los restos calcinados del velero expedicionario Shackleton. Las autoridades aún no se han pronunciado al respecto del incidente. Todo indica que un fuego devoró la pobre embarcación, acabando con la vida de la mayor parte de la tripulación. No se ha observado la retirada de cadáveres, por lo que cabe pensar que los tripulantes murieron y sus cuerpos desaparecieron al sumergirse en las frías aguas del Atlántico norte huyendo de las llamas.

Solo un pasajero ha sobrevivido al incidente, según declaraciones de un marinero del USS Indianápolis. Dicho sujeto fue trasladado directamente al manicomio de Arkham, presumiblemente enajenado y fuera de sí por el trauma del incendio y la muerte de sus compañeros.

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Diario maltrecho del capitán del Shackleton, encontrado entre los restos calcinados de la cabina por el equipo de rescate del USS Indianápolis:

Día de nuestro señor 22 de noviembre de 1932

Hoy ha desaparecido otro hombre. Ya van seis. Llevamos dos días huyendo a todo trapo y ya he perdido un tercio de la tripulación. Esta situación se torna insostenible. Los marineros están nerviosos, quieren arribar a puerto cuanto antes, pero el barco navega a toda la velocidad que puede. Le echan la culpa de todo a los científicos, y en especial al profesor Rice, así que he mandado al primer oficial armado para que los proteja. Si esta situación continúa, me temo que es muy posible que se forme un motín.

El mar, por su parte, no nos da tregua. Las grandes olas del Atlántico, fruto de la tormenta que arrecia, impiden que podamos navegar con comodidad. No sé si las desapariciones son producto del temporal o si en verdad nos acosan monstruos de las profundidades como asegura el profesor Rice. Lo único que sé con certeza es que debo velar por la vida de mis hombres.

Acaba de entrar el segundo oficial. Me ha informado de la desaparición del contramaestre William Fleming.

Ya van siete.

Día de nuestro señor 24 de noviembre de 1932

Ayer vi a uno de esos seres. Ocurrió al anochecer, bajo la exigua luz de las lámparas de aceite de la cubierta. Agarró al segundo oficial por la pierna, arrancándosela de cuajo. Dos marineros y yo mismo contemplamos la escena paralizados, observando cómo el pobre hombre se debatía por su vida salpicando la cubierta de sangre y trozos de hueso astillados. Aquel ser alargó un poderoso brazo en forma de guadaña y se lo introdujo al oficial por la boca hasta el bajo vientre. Me recordó a un anzuelo de pesca atravesando un gusano. Y, al igual que el desgraciado gusano, siguió convulsionando mientras era arrastrado por la cubierta hasta que ambos se precipitaron por la borda hacia las negras aguas del Atlántico.

No he podido pegar ojo en toda la noche. Ya nadie quiere patrullar. Los pocos supervivientes nos hemos dividido entre el puente y la bodega. Hemos atrancado la puerta y siempre hay dos marineros de guardia con sus armas listas. También hemos traído provisiones para una larga temporada. Debemos aguantar el asedio hasta que arribemos a puerto o divisemos otro barco al que pedir auxilio.

El puente no debe caer.

Unas hojas ilegibles después…

Día de nuestro señor 30 de noviembre de 1932

Han inutilizado el timón. No sé cómo lo han hecho, pero navegamos a la deriva. La bodega y el puente aguantan. Llevamos días repeliendo las embestidas de esos seres de las profundidades, disparándoles a través de las ventanas. Hemos abatido a algunos, aunque retiran los cadáveres al caer la noche.

Estamos en una encrucijada. Debemos salir a reparar el timón si queremos sobrevivir. Yo mismo me he ofrecido voluntario. Me acompañarán el señor Smith y el señor Tanderson. Los otros tres marineros se quedarán protegiendo el puente. Saldremos al amanecer, armados hasta los dientes. Es cuando menos activos parecen estar esos bichos.

Si no sobrevivo, quien encuentre esta bitácora que diga a mi mujer que la quiero y que mis últimos pensamientos fueron para ella.

Firma del Capitán Harryson

Día… debe ser 1 de diciembre

El capitán ha muerto. Supongo que debería escribir algo para que quede constancia de cómo estamos. Tampoco sé si esto alguien lo leerá algún día. Quedamos tres. Estamos en el puente, pero sin timón que funcione, es inútil permanecer aquí.

Tras horas de debate, hemos decidido reunirnos con los científicos y los otros en la bodega. Parece el sitio más seguro. Aquí ya no estamos a salvo. Saldremos al mediodía, cuando el sol esté en lo más alto. El amanecer sigue siendo peligroso, y no queremos que nos pase como al capitán y a los otros dos. La situación es jodida. Muy jodida. Rezamos a diario para poder sobrevivir una noche más.

En fin, si no lo conseguimos, que Dios se apiade de nuestras almas. Y, en cualquier caso, que de alguna manera, sea por nuestra mano o por la providencia divina, esos inmundos seres acaben en el puto infierno.

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Recorte de artículo del Arkham Advertiser publicado el 22 de febrero de 1933:

PÁNICO EN EL MANICOMIO DE ARKHAM

Esta noche, un afamado paciente del Manicomio de la ciudad de Arkham ha intentado quitarse la vida. Se trata del profesor Warren Rice, internado tras el misterioso incidente del Shackleton.

El profesor Rice habría intentado la autolisis ahorcándose con las propias sábanas de su cama tras colgarlas de una argolla del techo. Quiso la providencia que, en el momento en que agonizaba, pasase por delante de su celda una enfermera quien fue la que dio la voz de alarma. Gracias a su rapidez y profesionalidad, pudieron salvarle la vida.

En estos momentos, el profesor se encuentra hospitalizado, pero fuera de peligro. El comisario abrirá una investigación para conocer las causas de…

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Nota de suicidio del profesor Warren Rice en posesión de las autoridades federales, ocultada a la prensa y a la opinión pública:

El horror es real. El terror es corpóreo. El pánico tiene vida. Los temores del ser humano son verdad. No quiero seguir viviendo en un mundo donde todo eso existe. Donde ellos existen. Además, en la próxima vida, quizás, encuentre el poder que me fue prometido.

Mas me veo en la obligación de dar una explicación antes de mi fallecimiento voluntario. Quiero dejar clara mi postura para que, quien lea esta nota, quede advertido. Yo, por mi parte, debo dar el paso. Mi alma y mi mente están perdidas, corruptas.

Todo comenzó cuando llegamos a las coordenadas indicadas por el Señor Torre. Hasta entonces, toda la travesía a bordo del Shackleton había transcurrido con total normalidad. Con viento a favor habíamos llegado dos jornadas antes de lo previsto, por lo que decidimos hacer la primera inmersión ese mismo día.

Me introduje en el batiscafo provisto de brazos mecánicos articulados y me sumergí en las profundas aguas del océano. El fondo marino es un lugar terrible, oscuro y siniestro, pero a su vez también bello. Una belleza temible, eso sí, tenebrosa y amenazadora. Gracias a los focos del batiscafo pude contemplar el espectáculo de las aguas abisales donde no llega la luz del sol: peces de extrañas formas aplanadas, crustáceos blancos sin exoesqueleto, restos de lo que otrora fueron enormes vertebrados marinos… Las maravillas que allí encontré fueron infinitas, y mis ojos no paraban de fotografiar en el carrete de mi memoria todos aquellos momentos.

Entonces la vi.

Entre una fila de pilares formados por las costillas pulidas de un cachalote, encontré la primera de muchas tablillas que hallaría en las siguientes jornadas. De aproximadamente un metro de alto por cuarenta centímetros de ancho, parecía que había sido colocada recientemente, como si se tratase de un obsequio en un altar. Gracias a los brazos mecánicos pude izarla hasta la superficie para, con la ayuda de mis compañeros, estudiarla detenidamente.

En total subimos a bordo trece tablillas de tamaño similar, con bajorrelieves e inscripciones aparentemente muy antiguas y muy bien conservadas, casi en perfecto estado para su lectura. Nunca llegamos a desentrañar por completo el idioma en que estaban escritas, solo unas pocas frases sueltas. Los dibujos que acompañaban al texto ayudaron mucho a darnos una visión general sobre lo que se narraba en ellas.

Así supimos que habían sido forjadas por una extraña y antigua raza que vivió en las profundidades del océano. Estos seres, poseedores de branquias y extremidades palmeadas, recordaban ligeramente a diminutos humanos, de apenas metro veinte de estatura. Al parecer, llegaron a poseer una cultura y una inteligencia tal que fueron amos y señores de los océanos, erigiendo ciclópeas ciudades submarinas, montando calamares gigantes como si fueran enormes corceles y sometiendo a las demás razas inteligentes. En las tablillas no se explicaba, o no supimos transcribir, cómo su civilización colapsó y desapareció. Eso lo descubrí en mi última inmersión.

Me hallaba recogiendo nuevas tablas cuando noté un choque en el lado posterior del batiscafo. Giré la cabina con rapidez para contemplar una sombra escondiéndose tras una formación rocosa. Me acerqué con cuidado, perforando la oscuridad con los focos. Y allí lo vi: el horror de las profundidades, un ser de más de dos metros con cuatro afilados brazos en forma de guadañas acabados en punta, cuerpo fibroso, patas palmeadas y piel verdosa. Su cabeza, la cual tenía una brecha por donde surgía un hilo de sangre a causa del golpe contra el metal, era desproporcionadamente grande, con forma de pescado, ojos vidriosos, nariz chata y dientes afilados de tiburón.

El monstruo me miró con odio y, sin apartar la vista, lanzó una especie de chillido a modo de sonar de una ballena. Sin perder tiempo, asustado por la presencia de la criatura, tiré del cable que hacía las veces de señal para que me izaran. En mi vertiginoso ascenso pude contemplar cómo se iban acercando nuevas sombras al lugar donde se encontraba esa especie de pez deforme. Aquellas criaturas debieron acabar con la civilización avanzada que había dispuesto las tablillas o, si acaso, podría tratarse de una subespecie de las mismas que había evolucionado a una forma más agresiva y ahora dominaba los fondos marinos.

Sea como fuere, les comenté el incidente al capitán y al resto de científicos y, por unanimidad, decidimos abandonar aquellas aguas y dirigirnos a puerto lo más rápido posible. Pasé los siguientes días encerrado en la bodega con los otros dos científicos y cuatro marineros armados, escuchando cómo se producía un combate feroz sobre nuestras cabezas. Disparos y alaridos fueron el pan nuestro de cada día hasta que, tras una última y ruidosa batalla, no escuchamos nada más.

Después de un par de días de extraña calma, nos percatamos de que navegábamos a la deriva. Parecía que solo quedábamos nosotros siete en todo el barco. Debíamos tomar una decisión, ya que navegar sin rumbo no era una opción. Salir y enfrentarnos a aquellos seres tampoco. Uno de los marineros propuso incendiar el barco usando el aceite y munición almacenados en el mascarón de proa. Así, aprovechando el caos e implorando por que las bestias se asustasen con el fuego, podríamos huir en una barca de remos. Parecía un plan suicida, pero los alimentos escaseaban y en la barca podríamos seguir una dirección fija hacia la costa.

Yo me negué. La votación dio como resultado cinco síes, un no y una abstención. Llevaríamos a cabo el plan.

Fue una carnicería.

Nada más salir de la bodega, varios seres se abalanzaron sobre nosotros rebanando pescuezos, seccionando vísceras y amputando miembros. Intenté esconderme tras unos barriles, pero uno de los engendros me encontró. Tenía una cicatriz en la frente. Me alzó con sus potentes extremidades y pensé que todo había acabado. Sin embargo, el ser hizo emerger de los laterales de su cuello una especie de tentáculos que se introdujeron por mis oídos. Me estremecí de terror. Aquellos filamentos llegaron hasta mi cerebro y me hicieron experimentar una sensación indescriptible, como si de un sueño o recuerdo olvidado se tratase.

Durante unos instantes pude experimentar el odio de aquella criatura, la tristeza por sus ídolos y templos destruidos, el desconcierto por el expolio de sus tablillas sagradas. Aquella raza de las profundidades había permanecido en paz con el mundo exterior durante milenios, hasta que nosotros, los humanos, los atacamos. También me mostró su percepción del mundo, un mundo idílico, cruel a su vez, un mundo de locura y fanatismo, felicidad y decrepitud, basto y pequeño al mismo tiempo. Por último, me hizo una promesa de poder, uno ancestral, primigenio, casi divino, que me sería concedido si lograba que nadie más perturbase su civilización.

Todos esos sentimientos y pensamientos, agolpados en unos pocos segundos, colmaron mi mente y la sobrepasaron, quebrándola en el proceso.

No duró mucho. Alguien, en medio de la refriega, logró llegar a los depósitos de aceite y los prendió, volando en pedazos parte de la cubierta. Yo salí despedido por la onda expansiva, desenganchándome de mi opresor, y choqué de cabeza contra uno de los mástiles. Mi siguiente recuerdo es a bordo del barco de salvamento, donde se me informó del incendio y de la desaparición de todas las tablillas y de los cuerpos de mis compañeros.

Sirva esta declaración para advertir a cualquiera que desee adentrarse en aquellas profundidades insondables. Por favor, no manden más expediciones. Si no tenemos la capacidad de aprender de los errores del pasado, estamos irremediablemente condenados a repetirlos.

Yo, por mi parte, voy a buscar ese poder que me fue prometido. La criatura me mostró lo que debía hacer para alcanzarlo.

Firmado. Profesor Warren Rice

Votación a partir del 05/11

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